¡El reloj con bomba de tiempo!-2.

Una vez, en el sótano.
Un lugar bastante desagradable y sucio y por supuesto, oscuro también. A las 12.34 a.m. Hay un maravilloso sol en Londres Inglaterra. Pero en esa parte del país no hay autobuses rojos de dos pisos formales, ni té inglés, ni Big-Ben's, ni gente en traje, sacos, sombreros, ni tiendas de pretzels ni efectivos. ¡Hola!.

Un día más en la desagradable mansión Blossom "¡Mi casa soñada!". Los Blossom fueron una familia con mucha influencia en Londres, fueron ejecutivos, oficiales de policías, abogados y bancarios.

El tatarabuelo, el bisabuelo, el abuelo, la abuela, el tío, la tía, los primos lejanos del padre y la madre, el papá y la mamá, los hermanos de estos también. Básicamente toda la descendencia Blossom lo fue. Nadie se salvaba de un título universitario y eso era lo que los enorgullecía, generación tras generación. Por eso eran tan conocidos a la hora de dictar los derechos, imponer la ley y el orden, administrar el dinero, hacer cheques o registrar ingresos del Estado. El padre Estado.

Muchos de la familia trabajaron para él, y Lorelai que seguía siendo una niña todavía, era improbable porque su educación se había visto alterada, no iba a la escuela que a estás alturas tendría que estar en primaria. Y seguir ese arduo camino que todos sus parientes lejanos han hecho, no sin esfuerzo. Pero a ella no le entusiasmaba lo más mínimo.

Una vez más, en el sótano:
La niña revolvía una caja enorme lleno de bloques Lego, o piecitas para armar muñecos. Cómo en una mini- construcción.

Estaba todo en penumbras salvo por una lámpara de querosen que usaban en caso de que el generador se fundía o había apagón. ¡Muy útil!, aunque también tendría que disponer a mano de una linterna recargable o a disposición. Revolvía la caja con ahínco, porque las piezas Lego le eran divertidas e interesantes. Sin embargo no sé entretuvo allí, revolvió hasta lo último.

Habían piezas viejas de coches, una escoba bastante usada,un juego de teteras, muchísimos y un sinfín enorme de cachivaches como diría la abuela. También sé topo con una muñeca de trapo mientras metía la mano en una valija o baúl grande, que al abrirlo o cerrarlo emitía un chillido de los mil demonios. La niña no le temía a los fantasmas, ya que casi convivía con algo parecido, y en cualquier caso si hubiera fantasmas en su casa serían el de sus parientes que descansaban en la parcela extensa de tierra del patio.

Allí yacían sus lápidas como recortes grises que se distinguían desde el piso más alto de la casa. Era una vista triste y poco común. Te deprimía al instante, y tú energía era drenada de forma siniestra. Al paso de una hora y algo de tiempo más, se topó con un hermoso reloj reluciente de oro y eso le llamó la atención. Pendía de una cadena larga y al parecer era un reloj bonito de bolsillo.

– ¡Es maravilloso!.— exclamó aún atónita con una vocecilla.

Le recordaba al abuelo Fernie, siempre llevaba uno en el esmoquín pendido del bolsillo. Aquel Fernie era un loco, siempre contando anécdotas del ejército, y tenía una que otra pequeña cicatriz en el rostro pero que disimulaba con esa sonrisa enorme con diente de oro y esos gestos exagerados con las manos.

Ese abuelo contribuyó con unas de las tantas muñecas de la colección. Lo tomo bien fuerte entre sus manos y adoró el recuerdo de su abuelo, como la última gota de su jarabe favorito pegado a la taza. Sonrió. Se lo quedaría y lo limpiaría hasta que brillará una vez más al salir de allí.

¡Y subió las escaleras!.