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Capitulo único

El humano tiende a temerle al monstruo porque es un espejo del propio ser humano. Es una representación de sus miedos y ambiciones.

Allí radica el verdadero monstruo.

Era el verano de 1906. Estaba por cumplir quince años y su madre ya la veía del brazo de algún hombre acomodado. 

Alice solo soñaba con quedarse en ese momento un poco más. Detener el tiempo en ese instante.

El circo había llegado hace dos semanas, inundando las calles de color, acrobacias, actos de fuego y magia.

Alice había conocido a Derek seis días antes. El joven acróbata había estado persiguiendo un gato cuando sus cuerpos chocaron.

Los monstruos nunca parecen monstruos.

Derek era largo y delgado como una serpiente, con el cabello rojizo y el rostro salpicado de una constelación de pecas.

Alice se enamoró de aquella constelación. Siempre le gusto la astrología y deseaba aprender cada una de esas estrellas que trazaban los límites de la nariz, los pómulos e incluso las mejillas del muchacho.

Esa noche su padre la llevaría al circo. Sería la función de cierre e irían en familia. Su padre, su madre, ella y sus tres hermanos.

Alice lo único que quería era volver a ver a Derek.

Cada noche de las últimas seis noches, el acróbata se había colado a sus aposentos y la había hecho descubrir un mundo increíblemente más grande de lo que su madre le había enseñado.

El circo partiría con el alba y Alice se desgarraba pensando en cómo se llevarían consigo la magia, el color y a Derek.

No todos los monstruos buscan hacer el mal. A veces sus motivaciones también son válidas.

El color del circo se veía desde la distancia pero a medida que se acercaban los colores cálidos se volvían salvajes y el resplandor se volvía agresivo en un mar de furia descontrolada.

La carpa ardía.

El circo se quemaba, replegándose sobre si como un animal herido en busca de consuelo.

Casi se podía escuchar al fuego gritar.

Pero Alice no escuchaba, no veía y no respiraba. En lo único en lo que podía pensar era en el cuerpo de Derek siendo devorado por aquellas lenguas doradas.

Una noche, Derek le contó que el dueño del circo adquiría a sus trabajadores como pago de deudas. Que su padre le había debido dinero y él había sido el pago.

Su vida o la vida de su primogénito. Como un pacto demoníaco.

Al igual que la escena frente a ella.

Alice corrió. Escapó de las manos de su padre y sus hermanos que buscaban detenerla.

Llegó a la carpa, buscando desesperada una sonrisa que esperaba no hubiese sido consumida por el fuego.

Le encontró sentado entre las llamas.

Derek sonreía, su cuerpo ya quemado. En sus manos se encontraba la cabeza del dueño del circo y sobre esta una sola vela aún encendida.

−El apago mi llama cariño−. Le sonrió. −El apago mi luz.

No todos los monstruos buscan retribución, algunos también devuelven los que se les ha quitado. 

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