Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capitulo 36

   El día de tu jubilación fue emotivo. Algunos estudiantes reunieron dinero y te regalaron una edición antigua de Cuento de Navidad, un libro que te encantaba. Tus compañeros prepararon en el colegio una merienda improvisada y colgaron algunos globos en el salón de actos. Llevabas trabajando allí tantos años que casi conocías mejor cada rincón de aquel edificio que el de tu propia casa. O, mejor dicho, en cierto modo fue también tu casa, esa a la que ibas cada día y de la que regresabas con una sonrisa satisfecha.

    Vinieron antiguos alumnos que querían despedirse de ti por última vez, unos acompañados incluso por hijos, otros contándote qué había sido de sus vidas después de graduarse. Jiha y Raúl también acudieron con Hanna, orgullosos de presenciar aquel momento. Ese día fui yo el que se escondió detrás de la cámara de fotografías que siempre solías llevar tú e intenté capturar cada instante, cada sonrisa nostálgica que esbozabas, cada mirada cariñosa.

    Cerraste una etapa. Y poco después, te seguí también.

    ― ¿Qué vamos a hacer ahora?― pregunté.

    ― No lo sé. Podemos hacer lo que queramos.

    Era una mañana de miércoles y, tras unas semanas algo confundidos aún por los cambios, decidimos sentarnos a desayunar en el salón y hablarlo con calma. Nos miramos de reojo y sonreímos. Era raro. Como volver atrás en el tiempo, a esa época en la que no tienes responsabilidades ni un trabajo al que ir cada día. Pero también hacía que nos sintiésemos un poco perdidos entre tanta novedad. ¿Qué hacíamos con todas esas horas?

    ― Podríamos volver a comprar una casa en el campo.

    ― Suena muy lógico, sí.― contestaste irónico.

    ― No me mires así, ahora tendría tiempo para dedicárselo a las plantas. Haríamos el mejor jardín de la urbanización. Podrías hacer allí hasta sesiones de fotos.

    Removiste el café y alzaste una ceja, divertido.

    ― ¿Desde cuándo te interesa la jardinería?

    ― Desde nunca, pero podría aficionarme.

    ― No creo que sea un buen plan volver atrás.

    ― Bueno. Pues un apartamento en la playa.

    ― ¿Y qué hacemos en invierno? 

    ― No lo sé, Jungkook. ¿Qué hace la gente cuando se jubila?

    ― Juega a la petanca. O se apunta a algún curso de ganchillo.

    ― Bromear es lo único que no se aprende con la edad, está comprobado.

    Te reíste y después inspiraste hondo y me miraste pensativo.

    ― Podríamos viajar.

    ― ¿A dónde?

    ― No lo sé, por ahí. Por todo el mundo. Sukho ha estado en un montón de sitios, podría recomendarnos algunos. Y cada día sería una aventura, algo nuevo.

    Dudé, pero reconozco que la idea era tentadora.

Solo habíamos salido al extranjero cuando íbamos a visitar a nuestro hijo, que cada vez era más frecuente. Pero nunca nos habíamos ido nosotros solos por el mero placer de hacerlo.

    ― Admito que no suena mal.

    ― Mejor que lo de la jardinería.

    ― Un poquito. Pero me da miedo.

    Te inclinaste y me cogiste las manos sobre la mesa, acunándolas entre las tuyas. Me fijé en tu rostro. Cómo cambiamos con los años, Jungkook, pero aun así seguías pareciéndome atractivo, con la piel arrugada y con los ojos más opacos. En cierto modo, tu imagen representaba una vida entera delante de mí, llena de momentos dulces, agrios y templados. Todos me parecían entonces igual de necesarios para ser quiénes éramos en ese momento.

    ― Sé que últimamente no dejas de pensar en mí y en todas esas tonterías que dicen los médicos. Que no digo que no sean ciertas, pero me cuido, ¿bien? O eso intento. Y seamos sinceros, cariño, de algo nos tenemos que morir.

    ― No digas eso, Jungkook, no se te ocurra.

    ― Pero no será ahora. No somos tan mayores. Lo que quiero decir con esto es que tenemos que aprovechar los años que nos quedan. Vivir, Joon. Deberíamos gastar buena parte de nuestros ahorros en hacer lo que nos apetezca. ¿Quieres comprarte alguna joya? Pues hazlo. ¿Quieres nadar con tiburones? ¡Adelante! ¿Por qué no?

    ― ¿Te has vuelto loco?― me eché a reír con ganas.

    ― No, lo digo muy en serio, cariño. Este es el momento. Sukho está lejos y está bien, es feliz. Jiha tiene treinta y siete años, es una mujer adulta, y sé que crees que aún nos necesita a todas horas, que deberías aconsejarla en cada paso que da en la empresa y que a veces aún nos pide ayuda con Hanna, pero déjale espacio, deja que sea ella la que venga a nosotros. Tienen que vivir sus vidas, tomar sus propias decisiones. Y nosotros debemos seguir adelante.

    ― Ya lo sé… Y suena bien, de verdad que sí…

    ― También sé que te da miedo que ocurra algo, algo malo, pero ¿sabes qué? Pasaría igual aquí que dos calles más allá o en la otra punta del mundo. No sabemos cuándo ni cómo, lo único que sabemos es que ahora estamos aquí tú y yo, tal como empezamos, los dos solos.

    ― Tienes razón.― me limpiaste las lágrimas.

    ― Cierra los ojos.― lo hice ― Piensa en un lugar.

    ― París.― susurré casi antes de que las imágenes que había visto durante años en películas apareciesen en mi cabeza; sus calles empedradas, los tejados de los edificios, la Torre Eiffel.

    Cuando abrí los ojos de nuevo, tú estabas sonriendo.

    ― Ya tenemos un primer destino. París.

Un par de semanas más tarde hicimos las maletas. Recuerdo los nervios antes de subir al avión. Ya ves tú qué tontería. Habíamos visitado a Sukho a menudo durante los últimos años, pero en esa ocasión era diferente. No sé. Nadie nos esperaría en el aeropuerto y nos haría un tour por la ciudad. Y me sentía como un cachorro a punto de cometer una travesura. Cuando nos abrochamos los cinturones en el avión y te dije eso al oído, te echaste a reír.

    Me miraste. Yo estaba en el lado de la ventanilla.

    ― Es que a veces para mí lo sigues siendo.

    ― ¿Qué sigo siendo?― fruncí el ceño.

    ― Un cachorro. El más bonito del mundo.

    ― Baja la voz. Si alguien te escucha, pensará que estás loco y llamarán a seguridad.

    ― Que piensen lo que quieran.― alzaste una mano y la pusiste en mi mejilla. En ese momento anunciaron que el avión estaba a punto de despegar y, como siempre, entrelacé mis dedos entre los tuyos, porque volar me daba más miedo que esa idea loca de nadar con tiburones ― Tranquilo. Respira hondo.― me susurraste al oído.

    Y después alzamos el vuelo hacia esos días que fueron nuestros.

    Recorrimos París. Nos perdimos entre sus calles, cenamos en un restaurante caro cuando nunca nos habíamos permitido aquel lujo y me di un baño de espuma en la bañera del hotel mientras tú me leías una novela sentado en la silla que había enfrente.

    Al ir a salir, te pedí que me acercases la toalla. En lugar de tendérmela, la alejaste cuando estaba a punto de rozarla con los dedos. Te miré enfadado.

    ― ¿Qué pretendes?― espeté.

    ― Sal antes de cogerla.

    ― No quiero. No así.

    ― ¿Ahora te da vergüenza que te vea? Por favor, hace mucho tiempo que no me dejas hacerlo, parece que te escondes a propósito.― me miraste con impaciencia ― ¿De verdad, Joon? Si conozco tu cuerpo mejor que el mío, no me hagas reír. Ven.

    Salí de la bañera aún inseguro. Me ayudaste cogiéndome del brazo y una vez me planté desnudo delante de ti me cubriste con la toalla y me secaste despacio, con ternura, sonriendo. No sé qué esperaba de ese momento, pero fue íntimo y… diferente. ¿Sabes? Uno piensa que, llegados a cierto punto de la vida ya no puede haber nada nuevo, pero no es verdad. Nunca habíamos vivido nada como aquel instante, por ejemplo. Nunca me había sentido avergonzado delante de ti y el sentimiento se había ido disipando conforme tus manos se deslizaban por mi cuerpo desnudo, arrugado y blando. Lo que era entonces. Y me entraron ganas de llorar, pero no de tristeza, sino porque me hiciste recordar cuánto te quería y, sobre todo, por qué lo hacía. Porque, como pensé un día ya muy lejano, eras el mejor hombre que he conocido jamás. El más generoso. El más valiente.

    Me pusiste el pijama cuando estuve seco y después nos quedamos toda la noche en la cama hablando de nuestras cosas, de los planes que haríamos y las ciudades que visitaríamos, del regalo que le compraríamos a Hanna aquel año por su cumpleaños. Me comí todos los bombones que había en el minibar sin pensar en lo que costarían o engordarían y tú me robaste un beso con sabor a chocolate antes de darme las buenas noches y abrazarme.







Solo 2 más y llegamos al final
cada vez queda menos, espero que ayan disfrutado tanto como yo esta historia.

🐼🐨💜

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro