Capitulo 33
Me compré mi primer ordenador. Mientras trasteaba en aquel cacharro y lo descubríamos juntos antes de decidirnos por fin a contratar Internet, no sospeché jamás que la clave para mi futuro estaba ahí, detrás de esa pantalla y de un sistema formado por unos y ceros que ni siquiera alcanzaba a comprender, por más que Jiha me lo explicase con paciencia.
Pero sí. De repente supe lo que quería hacer.
Tú sonreíste cuando me decidí a explicártelo.
Y eso fue todo lo que necesitaba para empezar.
Ocurre algo curioso con esto de la edad. Es como si no fuimos muy conscientes de ello, al menos no de una manera objetiva. Cuando tenía diecisiete años, veía «viejos» a los de treinta. Cuando cumplí treinta, en cambio, seguía sintiéndome como un cachorro y los que me parecían más «viejos» eran los de cincuenta. Al alcanzar esa cifra, no imaginaba cómo pude pensar aquello alguna vez. ¡Si éramos dos chiquillos todavía! ¿Verdad? O así se ve entonces, cuando cruzas esa línea y, al mirar atrás, parece que hayan sido dos días.
Estábamos en la cama. Tú leías un libro en voz alta.
Juré que no volveríamos a perder esa tradición.
― Joon, no estás escuchándome.
― Solo pensaba en mis cosas. Repite la última frase.
― Dime en qué pensabas.― te quitaste las gafas.
-En el tiempo. En los años. ¿Qué nos ha ocurrido? Quiero decir, ¿cuándo se hicieron mayores nuestros hijos? No lo recuerdo, ¿dónde estábamos? Ha pasado tan rápido que tengo la sensación de que me perdí ese capítulo de mi vida. Hace nada eran dos bebés que podía achuchar a todas horas y ahora Sukho está en Viena y Jiha está por ahí con ese chico… ese chico… ¿cómo se llamaba? John, sí, ese.
- Ya no estás con John. Este es Raúl.
-Bueno. Lo que sea, pues Raúl. ¿Ama? Ya ni siquiera puedo seguirles la pista porque ellos van muy rápido y nosotros empezaremos a usar bastón dentro de poco.
― Creo que aún nos quedan muchos años para eso.
― ¡Pero el tiempo vuela, Jungkook! Volverá a ser otro pestañeo.
― Es ley de vida, cariño.― me miraste con ternura.
― Y mírame.― me giré hacia ti ― Mírame en serio.
―Ya lo hago. ¿Qué ocurre?
- Cambió. Tengo arrugas.
- No es verdad. Estás preciosa.
―Sabes que no es cierto. He engordado y ya casi no me entran los pantalones de siempre. Pero no es solo eso, es que siento que me estoy quedando atrás. Que la vida se escapa.
― Dice el actual empresario con más ojo de la familia.
Se me escapó una sonrisa, porque eso era verdad y no podía evitar sentirme orgulloso. Tras unos meses usando el ordenador, se me había ocurrido la idea de lanzar una revista digital, una que no tuviese que imprimirse ni venderse en los quioscos y que estuviese al alcance de todo el mundo y gratis. Los conocimientos que había aprendido atrás tiempo fueron de gran ayuda, porque ya estaba acostumbrado a contactar con marcas durante los últimos años y sabía que gran parte del beneficio provenía de los anunciantes. Los medios online estaban en alza y Jiha acababa de terminar la carrera de periodismo, así que los dos nos embarcamos juntos en aquel proyecto. Fue bonito, no solo por hacerlo con ella, también porque tú nos ayudaste y también compañeros suyos de la facultad que más tarde terminaron siendo una pieza clave.
Por aquel entonces aún nos quedaba un largo camino por delante que recorrer, pero me sentía satisfecho y confiaba en que, con tiempo y dedicación, funcionase todavía mejor.
― Ya todo esto, ¿quién es ese tal Raúl?
― Creo que el de los tatuajes. El rubio.
― ¿El ordenador que ayuda en la revista? ¿Ese que lleva un piercing en la ceja?― asentiste con gesto distraído antes de volver a colocarte las gafas y coger la novela ― Y tú que pones el grito en el cielo con todos sus novios, ¿se puede saber por qué estás ahora tan? ¿tranquilo?
― No me parece que esté tan mal.― dijiste.
― Cuando llamé a casa, pensé que venía a robar.
― Ya, a mí también se me pasó por la cabeza. Pero el otro día, mientras trabajaban, me fijé en cómo la miraba.
― ¿Y cómo la miraba?― insistí confundido.
― Como yo te miré a ti la primera vez que te vi.
― ¡Eso no vale, Jungkook! Mares malditos.
Me reí y negué con la cabeza, divertido.
― Lo digo en serio, lo prefiero a él que a todos los demás con los que ha salido hasta ahora. Eran, no sé, poco interesante, ¿no te parece? Ni siquiera podía seguirle la conversación cuando ella se ponía a divagar sobre sus cosas, ya sabes cómo es Jiha.
Tuviste razón. Quizás fue suerte o que siempre mantuviste con tu hija esa especie de conexión inexplicable, su propio idioma. La cuestión es que Raúl pasó a formar parte de la familia poco a poco; asistía a los cumpleaños, se iba contigo a menudo a hacer fotografías a la Albufera y cada vez se implicó más en el proyecto de la revista, hasta el punto de formar parte de ello como si fuese algo de los tres.
Los siguientes años fueron tranquilos, pero también productivos. Los vivimos sumidos en una especie de rutina agradable, no de las que pesan, sino al revés. De las que llenan. Nos despedimos de la peseta y le dimos la bienvenida al euro, conseguimos una afluencia de visitantes diaria y fiel en la revista digital y la publicidad se convirtió allí en un negocio del que Jiha empezó a hacerse cargo. Raúl, en cambio, seguía echando una mano, pero se fue alejando como si una parte de él quisiese separar la parte laboral de la personal, sobre todo cuando decidió irse a vivir juntos.
La casa se quedó vacía, Jungkook. Llena de silencio.
Al principio me entrestecí, no puedo negarlo.
Pero unas semanas más tarde, conforme empezaba a similarlo, me di cuenta de que, después de más de veinticinco años conviviendo con nuestros hijos, volvimos a estar solos. Eso significaba que podía ducharme con la puerta del baño abierta sin pensar en que Raúl o cualquier otro amigo de Jiha decidiese hacerme una visita sorpresa. Podíamos cenar lo que quisiésemos cada día sin tener en cuenta una tercera opinión. Y la televisión… ah, ya no más programas de esos de canto que a tu hija le regresaron loca; ¿Qué descanso para los oídos?
― Tengo una idea, ¿por qué no te mudas a la habitación de Jiha para trabajar? Es más grande y podríamos tener ahí el estudio.― dijiste pensativo ― Aún mejor, ¿y si montamos una librería en la de Sukho? Unas cuantas estanterías, dos sillones, una mesa pequeña…
Noté un nudo en la garganta y sacudí la cabeza.
― En la de Sukho todavía no.
—Hace mucho que no viene.
Tenías razón. Había estado unos años dando tumbos por el mundo, mandándonos postales y fotografías desde diferentes países. Cada vez que nos llamaban nos contaba alguna historia trepidante de esas que cualquiera pensaría que solo ocurriría en las películas; Tenía anécdotas para dar y regalar. Sin embargo, durante los últimos meses había hecho una parada en Londres, una parada que al final se convirtió en algo más cuando decidió que trabajaría un tiempo en un bar de copas para ahorrar algo antes de marcharse de nuevo. Esa pausa en el camino terminó alargandose tanto que al final fuimos nosotros los que nos animamos a ir a verlo a él. Era la primera vez que cogimos un avión. Tú parecías un niño emocionado. Yo estuve a punto de sufrir un infarto. Aun así, valió la pena. Nos quedamos en un hotel porque Sukho vivía en una habitación de alquiler que me puse a limpiar en cuanto nos la enseñó —porque lo obligué, claro— y que era más pequeña que una ratonera. Pero fueron seis días increíbles en los que recorrimos la ciudad con nuestro hijo, que se mostraba entusiasmado mientras nos enseñaba esto y aquello y nos llevaba a los mejores lugares que conocía.
― Entonces quizás deberíamos preguntárselo.
― O podemos esperarnos un poco más y ya está.
-Vamos, Joon. No me digas que no quieres tener una librería solo para nosotros. Podríamos leer ahí por las tardes. Compraremos una alfombra inmensa.― te acercaste a mí sonriendo de lado ― Y te haré el amor sobre ella. Admite que suena perfecto.
Me reí mientras tú intentabas meterme mano.
― Lo haremos en la habitación de Jiha, ¿de acuerdo? Pondré una mesa para el ordenador y el resto serán estantes. No me mires así, quizás Sukho quiera volver algún día. Ella ya tiene un hogar, pero él no, es diferente. Y bien, ¿cuándo nos vamos de compras?
Elegimos cada mueble con mimo. Disfrutamos recorriendo por las tardes centros comerciales, merendando en cafeterías y discutiendo para ponernos de acuerdo. Pintamos las paredes de un color naranja tan suave que casi crema parecía cuando había más luz. Tal como tú querías, compramos una alfombra gruesa y de pelo, y al final nos decidimos por dos sillones cómodos, el tuyo especial para los dolores de espalda que cada vez sufrías con más frecuencia. Colocamos una estantería inmensa cubriendo un lado entero de la estancia y, después, fuimos llenándola con esos libros que habíamos guardado en cajas y en el trastero años atrás por falta de espacio. Encontramos tesoros, como aquel ejemplar en el que tú escribiste un día «Cásate conmigo, Joon» en una pequeña nota, o aquel otro de Jack London que me regalaste justo antes de besarme por primera vez bajo la luna.
Y sí, pasar allí las tardes ultimando algo de trabajo o compartir contigo alguna lectura mientras el cielo se oscurecía cada día, fue perfecto. Fue esa nueva estrella que pintaste en la pared después de que Jiha se fuese de casa. Cerramos aquella constelación, aquel cambio.
🐼🐨💜...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro