Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capitulo 23


    Un mes después, justo cuando me llegó la primera tanda de cartas, descubrí que estaba embarazado. Y al mirar atrás, reconozco que fue un momento raro. Oh, más bien, inoportuno. Los dos queríamos tener más hijos, pero de nuevo ocurría justo cuando por fin despegaba laboralmente. Ya había sacrificado aquella parte de mi vida años atrás, porque fue imposible aceptar el empleo que me ofrecieron estando de ocho meses, y justo en aquel instante estaba tan centrado en el proyecto que tenía entre manos que la noticia fue como el zumbido de una abeja. Que no esperas y que te hace despertar. Quería otro bebé, lo quería…

    Pero también quería lo otro.

    Y entonces me sentí culpable.

    - No hagas eso, Joon. Escúchame, esta vez será diferente, ¿de acuerdo? Porque trabajas desde casa y puedes seguir haciendo. Yo te ayudaré. Intentaremos compaginarnos. Puedo cambiar el horario de tardes para recoger a Jiha del colegio. Nos apañaremos.

    Asentí, con un nudo en la garganta.

    Un nudo que desapareció semanas y meses después, conforme Sukho crecía dentro de mí. De hecho, fue un embarazo diferente, uno que pasó mejor que el de Jiha. Simplemente, en algún momento, conéctate con él. Quizás porque, por primera vez en años, estaba a solas cada mañana tan solo acompañado por la máquina de escribir y por las patas que Sukho me daba sin parar. Compartíamos aquella rutina. El segundo café con leche descafeinado. Los momentos en los que me quedaban pensativo mirando por la ventana. Las cartas que llevábamos a correos. La satisfacción cada vez que sentía que estaba haciendo algo útil, algo que me llenaba, hablando con omegas de todas partes. También con alfas, aunque pocos. Yo siempre he creído que nosotros somos mucho más comunicativos, que nos gusta compartir, dar, abrirnos, que nos implicamos en todo de una forma más emocional.

    Me reuní en dos ocasiones con Samuel y en ambos fuimos a comer. Él quería discutir conmigo algunas de las propuestas que había seleccionado del «buzón de sugerencias». Lo bueno de Samuel era que, al contrario que su padre, era alguien dispuesto a escuchar. No te miraba por encima del hombro y no se reía si decías algo tonto frente a su experiencia. Al revés, se lo tomó todo muy en serio, hasta el comentario más insignificante. Me gustaba que se preocupase por la revista y por los contenidos que ofrecían. Yo estaba convencido de que el problema no eran los temas, sino que la revista se dirigía a un público joven ya esa generación nos interesaban otras cosas. Cuando me propuso que hiciese algunas pruebas para ver si podía participar de vez en cuando en alguna sección, me negué.

    ― Ni siquiera doy abasto respondiendo las cartas de los lectores. Hay demasiados. No puedo hacerme carga de algo más, Samuel. Y menos ahora.

    ― Podemos contratar a alguien para que te ayude.

    ― ¿Estás seguro?― preguntó indeciso.

    -Claro. Se ha corrido la voz de que tenemos en cuenta la opinión de los lectores, entre otras cosas, y las ventas han ido mejor este último trimestre. No me quiero precipitar, pero creo que vamos por el buen camino. Todo se reduce a darle al cliente lo que quiere, ¿no es cierto? Y, mírate, ¿quién va a saberlo mejor que tú, Namjoon? Eres justo el tipo de omega que nos lee, ¿qué edad tienes?

    —Treinta y uno.

    —Lo que decía.

    Suspiré y lo pensé.

    ― Tengo una buena amiga que estudió conmigo ya la que le encantó la idea de responder las cartas. Se llama Clara, es lista y aprende muy rápido.

    -Perfecto. Pues no hay más que hablar.

    Así fue como Clara comenzó a formar parte de aquel proyecto. A menudo trabajábamos juntos. Venía a casa, preparábamos algo para almorzar y contestábamos cartas, algunas entre los dos cuando trataban temas difíciles, en otras ocasiones nos centrábamos cada uno en lo suyo y apenas hablábamos hasta terminar.

    Era feliz. Y lo fui más cuando llegó Sukho.

    Sukho, con sus manos regordetas y sus ojos oscuros. Con esa cabeza llena de pelo y la risa que se le escapaba cada vez que su hermana le hacía carantoñas. Al que empezaste a llamar «colega» antes de que él supiese ni qué significaba esa palabra y al que le cambiaste casi más pañales que yo, que estaba hasta arriba de trabajo a pesar de la ayuda de Clara y que, aun así, no quería parar porque necesitaba demostrarme a mí mismo que podía hacerlo.

    Sukho, que fue una pequeña estrella imprevista, que llegó quizás en un momento en el que no lo esperábamos, pero que llenó la casa desde el primer día que lo trajimos del hospital y lo dejamos en la cuna, con sus bracitos agitándose como una langosta. —o eso dijiste tú, haciéndome reír. Y después, apenas un minuto después, cerramos juntos otra constelación, esa llena de puntos bonitos, porque los ochenta fueron así, bonitos, con salpicaduras en la pared que guardaban el recuerdo de mi primer empleo, de aquel viaje a Madrid, de días de playa en verano, de momentos cotidianos que nos habían abrazado y de nuestro Sukho.

    Unos años más tarde, casi a finales de la década, compramos una pequeña casa en el campo. No era gran cosa. Tenía una parcela de terreno en la que tú empezaste a trabajar plantando árboles frutales, flores y algunas tomateras que Jiha solía mirar contigo embobada, siendo testigo de cómo crecían; el día que reconocieron la cosecha —seis tomates— los dos estaban eufóricos. Hicieron una ensalada entre risas y, cuando nos la comimos al mediodía, no dejabas de decir que el sabor de esos tomates era insuperable. Yo no noté nada diferente con respecto a los del mercado, pero asentí con la cabeza para darte la razón.

    Me encantaba verte feliz, Jungkook.

    En 1989, Sukho tenía ocho años, cuatro menos que su hermana, y te seguía a todas partes. Era tu sombra. Te miraba con admiración e intentaba repetir todo lo que tú decías o hacías. Tiempo después eso cambiaría. Supongo que así es la vida, no siempre idílica, no siempre como lo deseamos. Pero aquellos veranos fueron suyos. Le enseñaste a montar en bicicleta, se te encogió el corazón ante su primera caída y lo ayudaste a escalar árboles cada vez que se escapaban por el monte, aunque sabías que a mí no me hacía ninguna gracia porque temía que se hiciese daño. Aprendí de ti lo más importante; a ser un hombre de palabra, a reconocer sus errores, a saber pedir perdón a pesar de lo testarudo y orgulloso que fue desde pequeño. En eso no se parecía a ti. No. A ti te faltaba tiempo para decir «lo siento» cuando la fastidiabas, igual que a Jiha.

    Con ella siempre fue diferente, Jungkook. Ni peor ni mejor, sencillamente eso, diferente. Hay cosas que no podemos forzar, cosas que ocurren y ya está. Y fue así desde el principio, cuando la cogiste en brazos en la habitación del hospital y la miraste con los ojos llenos de lágrimas. Podían entenderse sin hablar, tenían un lenguaje solo suyo y reconozco que a veces me dolía, que a veces los envidiaba, hasta que aceptaba que no era algo malo no compartir las mismas cosas con nuestros hijos, que cada relación es un mundo y se teje. a lo largo de los años con tantos hilos que pretenden que sean iguales es casi ridículo.

Pero qué especiales fueron aquellos años.

    Ver cómo crecían, cómo se manchaban las manos en el barro y jugaban entre ellos antes de que le comprásemos a Sukho su primera videoconsola y prefiriese quedarse matando los monstruos de la televisión que antes veía en su imaginación en medio del jardín. Reírnos cuando tú los mojabas con la manguera cada vez que pasaban cerca mientras regabas las plantas. Hacer conservas para el invierno. Tomarnos una Coca-Cola en la terraza durante las noches de verano en las que los grillos cantaban y la luna nos acompañaba. Esos polos de menta que ya no hay manera de encontrar. Discutir cuando no estábamos de acuerdo en algo y reconciliarnos después bajo las sábanas e intentando no hacer ruido. Avanzar junto a ellos, recorrer aquel camino juntos…

    Separarnos en otros. Aprender a liberarnos.

    Yo me impliqué cada vez más en el trabajo, porque me encantaba, porque por primera vez me sentí completo de una forma que no podía explicar. Tú te relajas. Cambiaste las clases en la universidad por un colegio público que estaba cerca de casa y adorabas a tus alumnos, pero, cuando terminabas la jornada, la terminabas de verdad. Disfrutabas de nuestros hijos, te empezaste a interesar por la fotografía y por los aviones, que te fascinaban. Leías mucho. Leías tanto que, en algún momento, dejamos de hacerlo juntos. Cortamos esa cuerda, una que nos unió desde el principio y que sabíamos que tenía importancia, aunque no supimos dársela en ese momento. El problema de esas cosas es que nunca ocurre en un instante concreto, sino de una forma paulatina y silenciosa, una que pasa desapercibida.

    Durante esos años, cambiamos los discos de vinilo por los casetes de música. Tú soplaste cuarenta velas un domingo acompañado por nuestros amigos y la familia; tu padre, Martínez con su mujer y sus hijos, Clara junto a su marido y el bebé que acababan de tener, algunos compañeros del colegio en el que trabajabas, incluida Elena, esa profesora que siempre se mostró muy interesada en ti. No quería darle importancia, pero te lo comenté cuando nos acostamos por la noche.

    ― Esa mujer…― susurré ― Creo que le gustas, Jungkook.

    ― ¿Elena?― vi que dudabas antes de suspirar y dejar el libro que estabas leyendo en la mesita de noche. Me miraste. La luz de la lámpara iluminaba tu rostro dejando a la vista las primeras arrugas en la comisura de los ojos y esas canas que te habían salido y que nunca quisiste disimular ― Puede ser. Pero fue hace mucho.

    ―¿Bromeas? ¿Qué es lo que no me ha contado?

    ― Cuando llegó al colegio le preguntó a María si sabía si estaba casado o salía con alguien y ella me lo dijo después. No tiene importancia.

― ¡Lo sabía! ¡Es que lo sabía!― me incorporé en la cama.

    ― ¿No te gusta la idea de tener un marido irresistible?

    ― Muy gracioso.― mascullé mientras me abrazabas.

    ― Vamos, no te enfades, cariño. Es una tontería.

    ― Ella es muy hermosa y joven.― susurré haciendo una mueca.

    ― ¿Estás celoso?― preguntaste sorprendido.

    -Sí. No. Quiero decir, no me gusta cómo te mira.

    ― Joon, después de tantos años me vienes con estas…― te echaste a reír y yo me zafé de entre tus brazos, porque no entendía qué te hacía tanta gracia y aquello me había agarrado por sorpresa ― Ven aquí.― te tumbaste sobre mi cuerpo sujetándome las manos por encima de la cabeza mientras seguías sonriendo como un idiota ― ¿Sabes que te estás comportando como un niño de quince años?

    - No es justo. Deberías habermelo contado.

    ― Acabo de hacerlo. Ni siquiera me acordaba.

    Respiré hondo y luego cerré los ojos cuando tus labios me rozaron el cuello. Susurraste mi nombre. Susurraste que, si alguna vez volvía a dudar, mirase las constelaciones que habías dibujado en nuestra pared, todas las estrellas que nos habían marcado, las que habíamos cerrado y dejado atrás, las que aún estaban abiertas y casi presentes. Nosotros.





Maratón de Domingo
🐼🐨💜...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro