Capitulo 11
Compramos una máquina de escribir a buen precio que iban a jubilar en el colegio donde trabajabas; no era muy práctica porque pesaba una barbaridad, pero estaba tan emocionado que me daba igual, y no quise ceder cuando intentaste convencerme para gastarnos todos nuestros ahorros en una más nueva y bonita. Estaba ilusionado. Tanto que aquella primera noche antes de empezar el curso, apenas pude dormir y no paré de dar vueltas en la cama.
Al día siguiente, me acompañaste hasta el aula en la que se impartían las clases. Era dentro de un edificio de la universidad, a la que tú cada vez acudías con más frecuencia como refuerzo para sacarte un extra al mes. Te prometo que me temblaban las piernas. Me sentía como el día de Navidad, justo antes de abrir los regalos, pero también como cuando te piden que hagas una exposición sobre física cuántica delante de mil personas y no tienes ni idea de qué decir.
El miedo se entremezclaba con las ganas de hacer algo nuevo y diferente.
― Creo que debería irme a casa.― dije entre risas.
― Lo peor es que sé que no bromeas del todo.― te inclinaste y me diste un beso en la frente ― Todo irá bien Joon, ya lo verás. Seguro que los demás se sienten igual. Vamos, entra. Estaré aquí esperándote cuando salgas.― te diste la vuelta, te encendiste un cigarro y te marchaste sin mirar atrás caminando por el pasillo lleno de estudiantes.
Tomé aire y entré en el aula. Casi todos los alumnos que ya estaban allí tenían sobre la mesa la máquina de escribir y el manual que usaríamos durante todo el curso. Me fijé en que la gran mayoría eran omegas jóvenes que llevaban la cara pintada y vestían a la moda. Me alegré por haberme puesto aquel día ropa menos clásica y terminé sentándome en la tercera fila, al lado de una joven de cabello rubio y rizado que me sonrió.
― Soy Clara.― ella deslizó la vista por mi mano y se fijó en el anillo que llevaba en el dedo anular ― Vaya, ¿estás casado? Qué afortunado.
Correspondí su sonrisa.
― Sí. Me llamo Namjoon.
Por aquel entonces, cuando aparté la vista de ella al ver entrar al profesor al aula, no sabía que terminaría convirtiéndose en una de mis mejores amigas. Ella y también otros chicos de aquella clase. Pronto descubrí que era el único que estaba casado, pues todos eran omegas solteros cuyos padres les habían permitido estudiar, pero entre ellos me sentía uno más. Pensábamos igual, soñábamos con las mismas cosas y teníamos ideas parecidas. «Somos una nueva generación», solía decir Clara, una que ya no se conformaba con seguir las reglas de la Guía del omega perfecto, ese manual que a muchos nos hicieron leer conforme crecimos. Aspirábamos a más. Ya no solo deseábamos tener alas, sino que queríamos echar a volar sin paracaídas y sin esperar a que nadie nos diese permiso para hacerlo.
Me gusta leer lo que opinan espero ver sus comentarios.
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