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Capitulo 1

Recuerdo como si fueras ayer la primera vez que te vi.

Tenía la sensación de que un imán me obligaba a mantener los ojos sobre ti y de inmediato se me calentaron las mejillas. Inquieto, apresuré el paso mientras abrazaba la bolsa de ganchillo en la que llevaba una barra de pan aún caliente.

Respiré hondo cuando te dejé atrás, todavía con el pulso acelerado. No sé qué fue lo que despertó esas sensaciones. Evidentemente tú, claro. Pero me dije que tenía que hacerse algo más. Algo así como la despreocupación de tu postura, recostado como estabas sobre la fachada de aquel edificio al lado de dos amigos. O por tu cabello rebelde, largo y oscuro, cuando estaba acostumbrado a ver a mis hermanos mayores siempre con el pelo corto y perfectamente engominado y la raya al lado. O por la manera en la que sujetabas aquel cigarrillo mientras seguías mis pasos con la mirada.

Y tu voz. Sí, eso escuché después detrás de mí.

― ¿Necesitas ayuda?― no contesté. Estaba demasiado nervioso. Apresúrate el paso y tú me seguiste, caminando a mi lado. Vi cómo tirabas el cigarro al suelo antes de meterte las manos en los bolsillos ― ¿Vives lejos de aquí?― más silencio ― ¿Te ha comido la lengua el gato?

― No. Y gracias, pero creo que puedo solo con el pan.

Entonces contemplé por primera vez esa sonrisa tuya que me acompañaría durante el resto de mi vida. Era casi tímida pero cargada de intenciones. Peligrosa. Y, al mismo tiempo, reconfortante. Tanto que, cuando quería darme cuenta, llevaba mirándote fijamente más tiempo de lo normal. Por eso chocó con aquella señora malhumorada.

― ¡Por todos los santos!― exclamó indignada ― ¡Mira por dónde vas, muchacho! Estos jóvenes de hoy en día ya no saben ni cómo debe uno caminar por la acera.

Me echó una última mirada cargada de irritación antes de alejarse caminando con la cabeza en alto y aires de grandeza. Hasta ese momento no fui consciente de que me sujetabas del brazo y de que el pan se me había caído en un charco. Ahogué un gemido.

― Tengo... tengo que llevárselo a la señora...

—No te preocupes. Compraremos otro.

― No, no.― empezó a ponerme nervioso ― Tiene que ser de esa panadería y estaba a punto de cerrar cuando me marché, así que...

― ¿Por qué sólo de esa panadería?― preguntaste.

—Porque dice que es lo mejor de la ciudad.

Sonreíste otra vez. Cerrabas los ojos cuando lo hacías. Me fijé entonces en que eran oscuros como una noche sin estrellas, pero intensos, abrasadores.

—Ven conmigo, te prometo que conozco un sitio en el que hacen un pan mejor.

—Yo... no puedo. Llegaré tarde. Y ni siquiera te conozco.

—Me llamo Jungkook.

—Pero...

—Ahora es cuando me dices tu nombre.

—Es que... tengo que irme.
Nota que dudabas. Y luego un Citroën DS pasó por la calzada y te quedaste mirándolo como todos hacíamos por esa época cada vez que un coche así aparecía. Pero no te mostraste anhelante contemplando las ruedas que giraban conforme se alejaba, sino tan solo pensativo.

—Está bien, hagamos un trato. Voy a conseguirte una barra de pan del mejor sitio que conozco y tú me esperarás aquí mientras tanto. Cuando regrese, me dirás cómo te llamas.

Estaba tan nervioso que no me salía la voz, pero asentí con la cabeza y después me quedé allí quieto mientras te alejabas. Quizá no sabías que no estaba acostumbrado a hablar con personas como tú, porque a pesar de que aparentabas poco más de veinte años tenías los rasgos duros y marcados, y una seguridad que me costaba enfrentar de buenas a primeras.

Pero te esperé. No sé durante cuánto tiempo. Diez, quizá quince minutos. Esperaba a pesar de que sabía que la señora Gómez se enfadaría si llegaba tarde. Pensé que aquel pequeño riesgo valdría la pena. Parecía ridículo, pero fue lo quizás más inesperado de mi vida en meses. Tenía una rutina tan marcada que pocas veces me enfrentaba a imprevistos.

Me levantaba temprano, antes de que saliera el sol. Desayunaba pan con mermelada casera y leche que mi hermano solía traer el día anterior. Luego me marchaba a casa de la señora Gómez y llevaba a su hijo al colegio. Por suerte, Marcos era un niño encantador y de carácter tranquilo, nada que ver con su madre. Durante el resto de la mañana limpiaba aquella enorme casa, preparaba la comida y salía a comprar el pan del día y, si faltaba, algo más. Después regresaba, servía el plato caliente que había hecho y terminaba las tareas hasta que llegaba la hora de recoger de nuevo a Marcos. Al caer la tarde, dos días a la semana, seguía asistiendo al colegio para adultos. El resto del tiempo ayudaba a mi madre en casa y, el domingo, si la semana había sido buena y me sobraba algo de dinero, salía con mis amigos a pasear por el centro de Valencia y comprábamos castañas asadas, maíz recién hecho o esos caramelos de nata que tanto me gustaban. Eran sin duda los mejores momentos que podía recordar.

Hasta que apareciste, porque entonces todo cambió.

Llegaste cuando ya casi había decidido marcharme. Giraste la esquina y volviste a sonreírme antes de alzar en alto la bolsa de papel con la barra de pan. Los nervios regresaron con tu presencia. Notaba los dedos como entumecidos mientras intentaba abrir la billetera y no era por el frío. Negaste con la cabeza y me obligaste a coger el pan.

—No me debes nada.

― Pero... debería...

—Insisto.—susurró.

- Muchas gracias.

Como no sabía qué más decir o hacer, me dio la vuelta como un tonto y eché a caminar hacia la casa de la señora Gómez. Escuché tus pasos apresurados detrás de mí.

—¡Oye! ¿A dónde crees que vas?

—Trabajo ahí.—señalé el edificio rojo.

―No está de más saberlo.― sonreíste. Siempre parecías estar haciéndolo. Inspírate hondo dando un paso hacia mí, y sentí que el aire a nuestro alrededor se cargaba de tensión ― Tu nombre. Una promesa es una promesa.

Así que era eso.

Respiré aliviado.

—Namjoon.

—Me gusta Namjoon...

En tus labios sonó diferente. Como cascabeles agitándose. La miel derramándose. Nunca hubo nadie que pronunciara mi nombre como tú lo hacías, con esa delicadeza y fuerza a la vez. Aquel día memoricé el sonido, lo guardé entre nuestros primeros recuerdos.

Farfullé un rápido «tengo que irme ya» y desapareció dentro del portal. Subir las escaleras no tuvo nada que ver con lo rápido que me latía el corazón. Mientras servía en los platos el guiso de aquel día y cortaba la barra de pan en rebanadas, recordé tus ojos negros, cada gesto y palabra que habíamos compartido, el estremecimiento que despertaste...

Estaba tan absorto que casi tropecé al entrar al salón, pero lograré mantener el equilibrio en el último momento y dejar el plato delante del señor Gómez. Hizo un segundo viaje para servirla a ella y llevar la jarra con el zumo de naranja y la sartén. Después me senté en la mesa que había en la cocina y comí un poco de lo que había sobrado, aún con aire distraído, pensando en ti, preguntándome por qué me habías impactado tanto cuando tan solo era otro desconocido más; uno que, probablemente, no volvería a ver.

—¡Namjoon! ¿Puede venir un momento?

Me levanté y me limpíé las manos en un trapo antes de ir al salón. La señora Gómez tenía una rebanada de pan en la mano y la miraba con el ceño fruncido.

― ¿Necesita algo más?― pregunté.

—Este no es el pan de siempre.

― No. Es que...― tío, nervioso.

―No muerdo, cariño.― gruñó ella.

—Llegué tarde. Había cerrado.― mentí.

― ¿Y dónde has comprado esto?

― En otro sitio que está cerca.

Miró a su marido, que seguía absorto leyendo el periódico con aire distraído, y luego volvió a fijar su astuta mirada en mí. Me estremecí en respuesta. Pensé que me despediría. Pensé que me diría que no volvería al día siguiente y temblé solo de imaginar el momento en el que tendría que dar la noticia en casa, cuando no nos sobraba ni una peseta y mi padre era un hombre de paciencia limitada.

― Quiero que vuelvas a comprarlo mañana.

― ¿Este... este pan?― balbuceé incrédulo.

—Sí. Eso es todo. Ya puedes irte.

Me giré y salí de allí a paso apresurado, aliviado y preocupado a la vez. Aliviado porque al parecer le había gustado el cambio y no iba a despedirme. Y preocupado porque solo tú sabías dónde vendían ese pan y, o bien tenía la suerte de tropezarme de nuevo contigo, o bien debería prepararme para recorrer todas las panaderías del centro en busca del dicho pan.

De cualquier manera, ese día mi rutina se rompió.

Los cambios pequeños pueden ser significativos.

Y más cuando ese cambio fuiste tú, Jungkook.

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