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Capítulo 53 (Parte 2)

Supe que admiraba a Isabel desde la primera vez que se improvisó un espectáculo junto a su padre en su fiesta de cumpleaños. Teníamos apenas diecisiete años y un montón de sueños en los bolsillos. Llegué a la conclusión que debía haber algo especial en ella para que esa escena no se borrara de mi mente. Sin embargo, esa noche me costó descubrir qué encabezaba mi lista: su memoria para las coreografías, la destreza para realizarlas, su capacidad de no perder el aire, su belleza, la simpatía con los artistas locales que compenetraban a la perfección o el carisma que conquistó a un público que se entregó con la misma pasión que ella en el escenario.

Lorenzo definitivamente la echaría de menos.

No supe qué momento le pareció más memorable al resto, pero sí los dos que tuvieron un gran significado para mí. El primero fue la mención a mi hermana, agradeciéndole por acompañarla durante las audiciones. A Susana poco le faltó para ponerse a llorar de la emoción. Manuel se rio sin descaro, poniendo en duda su estabilidad, y yo hice un esfuerzo por esconder la sonrisa para no ofenderla en algo que era importante. Claro que pronto entendí su reacción.

En una ocasión un profesor en la universidad me recomendó, medio broma, media verdad, que si quería sentirme un triunfador me mantuviera lejos de una mujer exitosa, esto en honor al excelente promedio de Cristina. Sabía, por muchos comentarios que recibía cuando se enteraban quién era mi novia, que algunos se sentirían intimidados o frustrados porque fueran los trabajos de su mujer la que se llevara los titulares, pero yo no podía estar más orgulloso del reconocimiento a sus esfuerzos y su justa recompensa. Después de todo, ¿por qué me enfadaría si había sido testigo de lo mucho que le costó?

—Me prometí que no los aburriría —cortó en la primera nota pidiéndole una pausa a sus músicos. Sorprendiéndonos—, y aquí entre nos, me ha costado... —se acomodó el cabello, tenía la respiración agitada y seguro los latidos descontrolados—. Pero no quiero dejar pasar esto sin antes contarles un secreto, un secreto que espero que quede solo entre ustedes y yo —añadió de buen humor. Alcé una ceja intrigado porque no recordaba ninguna mención en el programa.

Isabel tomó el micrófono antes de caminar por el escenario, yo seguí con la mirada sus pasos.

—Cuando era más joven era muy egoísta. De verdad —aseguró—. Sé que muchos aquí pueden entenderme. Solo pensaba en mí, sin preocuparme un momento por los demás. Vivía en mi mundo y buscaba únicamente mi felicidad, al precio que fuera. No lo digo con orgullo —aclaró—. Ahora creo que lograr todo a costa de otros no es ninguna victoria.

»Entonces, un día en esta misma playa, después de un inusual inicio —remarcó haciéndome sonreír—, conocí al chico con el corazón más dulce, noble y maravilloso de este mundo. Todo cambió. Él me enseñó a mirar más allá, salí de mi burbuja para preocuparme por otros, porque él siempre pensaba en los demás más que en sí mismo.

»Años después volví a encerrarme en otra burbuja —continuó con una débil sonrisa—. Ahora atormentada por pensar demasiado en lo que otros querían y esta vez me ayudó a pensar primero en mí. Lucas... —Calló buscando mi mirada. Susana se aferró a mi brazo cuando se encontraron, creí que se desmayaría—. Eres más de lo que pude soñar. Sé que con una canción no puedo demostrarlo, pero solo quiero que sepas que pienso siempre en ti, ansiando levantarme cada mañana para ver que estás a mi lado. Estoy aquí gracias a tu ayuda, porque nadie creyó en mí como tú lo haces, porque eres tú quien nunca me deja rendirme. No te haces una idea de lo afortunada que me siento al haberte encontrado y... —Tomó un respiro—. Creo que será mejor que pare aquí porque voy a llorar —se burló de sí misma antes de lanzarme un beso.

Los gritos me atontaron un instante, pero pronto me recompuse para admirarla cantando la melodía que había compuesto pensando en nosotros. Sonaba tan sincera, que me sentí feliz de poder provocar en alguien un sentimiento tan fuerte.

Isabel entregó un final igual de bueno que el inicio. No pude borrar la sonrisa de mi rostro durante toda la noche y lamenté ausentarme en la presentación de sus músicos en el cierre porque quería ser el primero en recibirla. Su equipo me facilitó el acceso al área trasera del escenario. Desde ahí escuché su larga despedida y los gritos de la multitud que enloquecieron en la última canción. Los músicos siguieron haciendo gala de su talento en solitario. Mi cabeza contó con mis latidos los segundos.

Sabía que Susana me odiaría por venir solo cuando se moría por acompañarme, pero no me arrepentí, de hecho lo consideré un acierto al encontrarme con los ojos negros de Isabel. Bajó los escalones a toda prisa y antes siquiera pudiera Isabel acortó la distancia entre los dos para buscar mis labios. El frenesís de la presentación aún corría por sus venas y traspasó a las mías, la elevé del suelo para que mi boca se apoderara de la suya. Sus dedos se enredaron en mi cabello, las mías acariciaban su espalda. Podía sentir los latidos acelerados en su pecho mientras su cálida respiración se entremezcló con la mía. Un beso profundo que nos robó la respiración a los dos. Sus pies volvieron a tocar el suelo, pero la sonrisa permaneció en sus labios.

—Lo hice, Lucas. ¡Lo hice! —repitió emocionada. Escondió su cabeza en mi pecho al abrazarme, yo estreché con todas mis fuerza su cuerpo tembloroso por la emoción.

—Estoy muy orgulloso de ti, Isabel —repetí. Ella sollozó con las emociones a flor de piel—. ¿Escuchas? Quieren verte más —le mostré. Agudizó su oído para presenciar el coro de su nombre. Sus grandes ojos se cristalizaron—. Parecen que no tuvieron suficiente. Bueno, eres Isabel Bravo, nunca se tiene suficiente de ti —argumenté robándole una sonrisa.

Creo que jamás la había visto tan eufórica y ser testigo de su dicha, que había barrido con sus inseguridades, me contagió. No podía dejar de sonreír, ninguno quería hacerlo. Estábamos extasiado con un tipo de locura poderosa que ni siquiera lograba describirse con palabras. Paré de buscarle significado y deje que me dominara la felicidad.

—Es una suerte que vayas a tenerme para toda la vida, ¿no?—soltó contenta alzando su mano, mostrándome el anillo. Al final no necesitaba acudir a uno de sus espectáculos para sentirme afortunado, después de todo, la artista había robado mi admiración, pero era la mujer quien se había hecho con mi corazón.

Las cosas no fueron tan sencillas. Fue imposible salir hasta que la playa se despejara un poco, lo cual demoró varias horas por la seguridad de los espectadores. Como la noche pintaba para ser larga no desesperamos. Tuvimos tiempo de sobra para charlar de los detalles, celebramos con el equipo, bebimos y me hice amigo de medio staff. No supe si congeniamos tan bien porque eran personas muy agradables o se me estaba subiendo lo que tomamos. Quizás una combinación de ambos. De todos modo Isabel cortó la fiesta ante siquiera de empezarla, recordándome teníamos otro pendiente. A sabiendas debía mantenerme cuerdo, preferí alejarme de las tentaciones y acompañarla hasta que partimos por la madrugada con bastante formalidad, junto a una caravana de seguridad, hacia Bahía Azul donde ya había iniciado la celebración.

Era una fiesta privada con la familia y un par de amigos. Admito que sí me sorprendió que Javier y Graciela se unieran por invitación de Isabel, pero pronto lo olvidé, más ocupado en Don Tito y su abuela que nos recibieron. El primero demasiado modesto para querer llamar la atención, pero haciendo gala de su fidelidad y la segunda sin limitarse en su admiración a su nieta. Isabel intentó disfrazar lo que significaban sus palabras, pero yo supe que su corazón debía estar a punto de abandonar su pecho. No había algo que le importara más que el reconocimiento de su familia, porque aunque se alegró y agradeció sincera los halagos del profesor Nicolás, su sonrisa iluminó la habitación cuando su padre la abrazó repitiéndole se trataba de su orgullo.

Al ser un momento muy personal preferí darles espacio y acercarme a mis tíos que se encontraban felices por el éxito en los últimos días. No estuvo tan lejos de la realidad eso de que Damián pondría sillas en el mar con tal de atender a más gente, porque sí sacó mesas a la playa con tal de darse abasto. Pese al trabajo y cansancio, las ganancias los tenían entusiasmados y con planes a futuro. Viniendo de él podía esperar cualquier cosa, ya deseaba saber cuál sería su próxima hazaña.

En realidad, todos compartían ese estado. Incluso mi madre que disimuló como una profesional, para los que no la conocían, la ilusión que le causó exponer una de sus creaciones frente a miles de personas. Fue la insistencia de mi hermana la que le hizo aceptar, me alegraba el resultado la sorprendiera.

—Yo también ayudé —intervino Susana sin querer quedarse afuera—. La costura en parte fue obra mía —reconoció contenta.

—Y sin duda el hilo fue la sensación, escuché a un hombre decir que necesitaba dar con esa máquina de coser —lanzó en una broma Manuel, adorando hacerla rabiar. Mi hermana afiló su mirada ofendida.

—Al menos yo no...

—Ya, ya, ya. Por amor de Dios, hoy no peleen —los interrumpió conociendo que al empezar nunca terminarían—. Aquí la artista fui yo —fingió acomodarse el cuello de la blusa con aire de diva. Sonreí al ver a todos tan animados, había una especie de magia esa noche—. Isabel hizo un gran espectáculo —opinó mamá, tranquila—, felicítala de mi parte.

—Pues no será necesario —se alarmó Susana que, pese a convivir a diario, seguía saltando siempre que la veía—. ¡Isabel, Isabel! Justo estábamos hablando de ti.

—¿En serio? —se sorprendió con una sonrisa—. ¿Cosas buenas?

—¿Quieres la verdad o una dulce mentira? —lanzó Manuel. Isabel le reprochó con la mirada su broma—. Tú lo pediste, creemos que hiciste un gran espectáculo. En un descuido hasta aplaudí.

—Eso sí fue verdad —intervino mamá para que no la confundiera—. Le pedí a Lucas que te felicitara por tu trabajo. También quiero agradecerte por haber usado lo que elaboré —añadió—, fue un detalle de tu parte.

—Significa mucho viniendo de usted —comentó Isabel disimulando la emoción, disimulando mal—. La ropa me encantó. De hecho, hace unos días le comenté a Lucas que podíamos trabajar juntas en algo. Bueno, no se lo dije porque se me olvidó, pero me lo dije a mí misma... —se enredó—. Creo que a la gente puede gustarle.

—Oh, por Dios, eso sería maravilloso. ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! —celebró Susana loca por la idea que también la incluía—. Con esto y saludarme frente a miles de personas creo que voy a morir hoy.

—Y pensar que hemos tratado de hacerlo por años... —murmuró Manuel

—Y he dejado lo mejor para el final —interrumpió a su tío. Isabel clavó sus ojos en los míos, carraspeó impaciente y me costó un instante entender la idea. Esa noche estaba un poco menos despierto que de costumbre, ahora entendía por qué Isabel no quería que bebiera.

—Oh, sí... —murmuré al comprender había llegado el momento. Los tres se intrigaron por el misterio—. Bueno, Isabel y yo...

—No, no, no —me frenó ella deprisa cubriendo mi boca. Alcé una ceja sin comprenderla—. Mis padres me matarán sino se lo decíamos al mismo tiempo y no está en mis planes ofenderlos cuando al fin estoy arreglándome con ellos. Todo un logro —susurró. Asentí dándole la razón en ese punto.

Aquello despertó aún más el interés de mi madre que estudió cada uno de nuestras acciones, para su suerte Isabel no tenía deseos de guardárselo por mucho tiempo.

—¡Hola! —Elevó la voz robando miradas de todos los presentes que se intrigaron por el anuncio. Isabel sonrió cuando su estrategia funcionó—. Primero que todo, quiero agradecerle a todos por estar aquí, por su apoyo en el espectáculo y sus palabras, pero les confieso que el concierto no fue el motivo de esta reunión, sino otra noticia importante —anunció contenta. Mordió su labio antes de pasarme la palabra.

Lo estaba haciendo tan bien que casi sentí pena cuando me cedió el resto, sobre todo porque la atención de todos me puso incómodo. No había preparado nada, así que tomé un respiro antes de soltarlo, sin demasiada palabrería de por medio.

—Isabel y yo vamos a casarnos —comenté con una sonrisa, ocasionando reacciones de todo tipo. No pude analizar una a una, porque el grito emocionado de Susana me desconcertó, cuando me di cuenta ya estábamos entre sus brazos.

—Lucas, Lucas, Lucas, te vas a casar con mi artista favorita. Oh, por Dios, es como un cuento —repitió haciéndome reír. Isabel le agradeció su cariño y mientras mi hermana se encargaba de torturarla recibí la felicitación discreta, pero sincera, de Manuel.

—Voy a hacerme el sorprendido —bromeó. Le abracé agradeciéndole—. Consejo de alguien que ya pasó por esto: paciencia, mucha paciencia —me advirtió al separarnos. Lo tomaría en cuenta.

Entonces, en medio del caos, me encontré con la mirada pensativa de mi madre. Busqué sus manos para tomarlas, el toque la despertó y sus ojos claros se clavaron en los míos. Había tanto en ellos que me fue imposible leerlos.

—Espero contar contigo —le pedí.

—Lucas, una vez no lo hice y sigo arrepintiéndome. No pienso repetir el peor error de mi vida —admitió sonriendo—. Vas a contar con mi apoyo en todo lo que te haga feliz —aseguró.

Nunca olvidaría esas palabras, ni su significado. Durante años deseé notar esa confianza. Al no hallar algo que pudiera hacerle justicia la abracé con todas mis fuerza, con el deseo de que aquel gesto le gritara lo importante que era su aceptación para mí.

—Me harás llorar —me acusó en un tierno regaño limpiándose discretamente las lágrimas. Sonreí pasando mi pulgar por sus mejillas hasta que su mirada se centró en un punto a mi espalda, supe de quién se trataba sin girarme—. Te voy a confesar algo que ni siquiera le he dicho a Lucas —adelantó, capturando nuestro interés, invitándola a acercarse—. Creo que a mi marido le hubieras gustado mucho.

—¿Escuchaste, Lucas? —preguntó emocionada.

No sé si sería verdad, o mi madre solo buscaba lograr que el día fuera perfecto, pero me hizo tan feliz imaginar que él estaría contento por mí. Eso era muy significativo. Ni siquiera encontrarme con la familia de Isabel pudo borrarme la sonrisa que esa posibilidad me regaló.

—Mi hija se casa y yo soy el último en enterarme —nos saludó en un reproche el padre de Isabel. Debo confesar que impuso su presencia, eran contada las veces en las que habíamos intercambiado palabras, y ese semblante de enfado no era una invitación a ser amigos. Carraspeé incómodo, acomodándome la camisa, no había contado con su negativa.

—Nadie lo sabía, solo Lucas y yo —lo tranquilizó Isabel—. Es decir, eres de los primeros en saberlo, en los primeros que son un grupo grande, pero...

—En mis tiempo se solía pedir la mano de la novia —comentó con la mirada fija en mí, exigiéndome una explicación que no preparé.

—Mejor pedir perdón que permiso —bromeó Isabel intentando aligerar la tensión, ganándose una mirada de advertencia de su padre—. Vamos, papá...

—Yo le ofrezco una disculpa por no tenerlo en cuenta para esa decisión, pero consideré que era algo que solo nos correspondía a los dos —confesé. Él endureció sus facciones—. Entiendo lo importante que es para usted Isabel, y le aseguro que puede estar tranquilo. Le doy mi palabra que voy a cuidarla. Nunca haría algo que pueda lastimarla.

Él analizó mis palabras, pero perdió la concentración cuando Isabel se apoyó en su brazo.

—¿En verdad esperabas que después de decir esas cosas le dijera: no, Lucas, esperemos a preguntarle a mi papá? —lanzó divertida—. Admite que también le hubieras dicho que sí. Espera, no, no lo pienses, solo puede haber una novia —argumentó contenta. E incluso cuando él se esforzó, al hombre se le escapó una sonrisa por el comentario de su hijo. Se rindió, con Isabel siempre había el mismo final.

—Y vas a ser tú. Espero al menos pueda entregarte, aunque también te parezca anticuado —comentó dándonos un vistazo.

—Un poquito —mintió traviesa antes de abrazarlo—, pero por ti puedo olvidarlo. Me tranquilizó verlos juntos, a sabiendas lo valioso que era para ella—. Mamá —cambió de objetivo centrándose en la mujer a su costado. En su rostro no dejaba una pista sobre qué le provocaba la noticia.

—Tengo la corazonada de que independientemente de mi aprobación van a hacerlo —adelantó.

—No quería que sonara tan tosco —murmuró Isabel, ladeando su cabeza—. Pensaba hablar sobre el amor verdadero y cómo defenderlo, pero ya que lo mencionas...

—Bien, pues aunque no lo creas y a pesar de nuestras diferencias —añadió dándome un sutil vistazo—, me alegro por ustedes —la cortó, sorprendiéndonos—. Ojalá ahora que encontraste a alguien, que pueda controlarte un poco, sientes al fin cabeza.

Ambos nos miramos ocultando una sonrisa a la par de una mueca incómoda.

—Alguien tiene que decirle —me susurró en complicidad—. Mamá eso de controlar suena muy poco romántico —argumentó extrañada—, pero lo tomaré como que te alegras por nosotros.

—¿Cómo no lo estaré si significa que vas a estar lejos de líos y al fin tendrás un hogar? Es lo que he querido para ti desde hace mucho tiempo, al fin un poco de paz.

Volvimos a mirarnos con una sonrisa.

—Definitivamente alguien tiene que decirle.

—No puedo creer que mi primo solterón se casará antes que yo —bromeó Damián, dándome un golpe en el hombro. «¿Gracias?», pensé divertido por el sobrenombre—. Esto puede afectar mi reputación, Lucas.

—Pues Jimena está libre de compromiso —propuso Julián como una solución.

JA.JA.JA. Me matas, Julián —fingió carcajearse—. Dabas más gracia cuando no contabas chistes. Yo te felicito, Lucas. Espero que sean muy felices —deseó sincera. Le agradecí con una sonrisa a los dos, no solo por su visita, sino por lo cercano que se habían vuelto en las últimas semanas.

—Yo también —se metió Damián—. Sobre todo si son felices cerca de nosotros, ya sabes todos ganamos —propuso sin perder oportunidad—. Una felicidad de grupo, como una gran familia.

—Claro, una gran familia. ¿Así le llamas a Bahía Azul ahora? —bromeé distraído, buscándola con la mirada porque hace un rato nos habíamos separado—. Creo que iré a ver dónde está la otra mitad —me disculpé de buen humor, un instante.

Los tres lo entendieron y mientras ellos reiniciaban la discusión del inicio yo recorrí el local intentando hallar a Isabel que no estaba junto a las primeras opciones. Saludé a un par en mi búsqueda, pero no la encontré hasta que me aventuré al exterior donde la encontré charlando con Graciela. Eso me desconcertó. Parecían demasiado envueltas en su conversación, Isabel pegó un respingo asustada cuando aparecí por detrás.

—Lucas, me asustaste —me reclamó. Sonreí ante su infantil enfado, pero pronto noté que ninguna compartió mi expresión. Alcé una ceja.

—¿Sucede algo? —pregunté extrañado por el silencio.

—No, no —aclaró deprisa Isabel recomponiéndose—. En realidad, Graciela me estaba contando que eras un chico muy trabajador y que el señor Ernesto te tenía mucho aprecio —me platicó. No le creí del todo, pero preferí no insistir frente a Graciela.

—Agradéceselo de mi parte —dicté honesto.

—Claro que no me sorprende, tenía esa corazonada. Ahora está trabajando de forma independiente, está teniendo muy buenos resultados —comentó Isabel con una sonrisa, luego se giró a mí—. Por cierto, estaba a punto de irte a buscar para avisarte que será mejor ya me marche a casa. Estoy algo cansada, después de toda esa adrenalina mi cuerpo está pidiéndome un descanso.

—Perfecto, te acompaño.

—No, no —me detuvo—, tú quédate en la fiesta...

—No, está bien, yo también estoy un poco cansado y sabes que las fiestas no son lo mío. Prefiero acompañarte a casa, ya es tarde —mencioné. En cualquier momento amanecería. Isabel asintió aceptando la idea—. Espero que te sigas divirtiendo, Graciela —me despedí de ella.

—Gracias, Lucas —murmuró tímida—. Espero que ambos sean felices.

Isabel sonrió en respuesta, pero no dijo nada. En realidad, no solo con ella sino que esa actitud prevaleció durante el resto del camino después de la despedida. No parecía molesta, y al cabo de un rato, después de varias preguntas, empecé a creer que realmente estaba cansada como aseguraba.

Observé mi automóvil a las afuera de la posada, busqué mis llaves en el bolsillo calculando cuánto tardaría en llegar a casa. Después del bajón de adrenalina, el cansancio de varias noches comenzó a pasarme factura. Isabel empujó la puerta, dejó sus cosas en la mesita al lado de la cama. Yo aguardé en el umbral esperando que saliera para despedirnos, pero tuve la impresión se olvidó porque se ocupó en soltarse el cabello y quitarse los zapatos. Estuve a punto de avisarle me marchaba cuando ella dibujó una sonrisa clavando sus ojos en mi dirección.

—Lucas, no tienes que quedarte ahí —comentó divertida como si fuera evidente, riéndose de mi timidez—. Hoy ha sido un día de locos, ¿no?

—¿En el buen sentido? —dudé al percibirla extraña. Isabel se lo pensó un instante antes de volver a reír.

—Sí, en el buen sentido. Es decir, el concierto fue un éxito —enumeró para sí misma mientras abría el armario para sacar ropa. Me senté en el colchón siendo testigo de su rutina— y lo que vino después mucho mejor.

—Entonces, ¿por qué te siento rara? —pregunté directo, para no darle más vueltas.

—¿Rara? Bueno, Lucas, llevo todo el día de pie, ya no siento las piernas —bromeó sentándose a mi lado. Quise hablar, pero ella se me adelantó, recostando su cabeza en mi hombro—. Temo que de pronto se arruine —me confesó en voz baja con una sonrisa—. Esta noche todo resultó perfecto. El concierto fue un éxito, la fiesta mucho más. Tu madre fue muy linda y la mía no me asesinó —se burló de nuestra preocupación—. A veces pienso que va tan bien, sobre todo hoy que era la ocasión para que mi suerte se equilibrara, que terminará estropeándose de una u otra forma —aceptó con un suspiro—. Temo ser yo la que se equivoque y me despierte del sueño. No quiero volver a una realidad donde no estés tú, mi familia, la gente que me quiere...

Sonreí percibiendo su genuina preocupación.

—Isabel, nadie mata un sueño por un error —la tranquilicé entendiéndola. Busqué su mirada para que me escuchara—. Todo nos equivocamos. No me marcharé si fallas. Me quedaré aquí pase lo que pase —le prometí. No saldría corriendo ante el primer obstáculo, no se abandona a quien se ama. Isabel recorrió mi rostro en la oscuridad, tuve la impresión que estaba estudiando qué tan cierta eran mis palabras. No halló rastro de mentiras. Esa noche sentí que habíamos llegado al escalón donde nada puede romperlo.

—Lucas, ¿sabes qué haría todo por ti? —lanzó de pronto, rompiendo el silencio.

—No quiero que hagas todo por mí —confesé.

—Por eso te quiero —respondió pintando una débil sonrisa—. Sé que tú no me lo exiges, pero sucede, quizás eso lo vuelve sincero —murmuró mirándome a los ojos, había tanta honestidad en su mirada que me perdí en ella—. Ojalá pudiera expresarlo de forma correcta para que te hicieras una idea de cuanto te amo.

—No necesito sacrificios para sentirlo, Isabel... —mencioné, pero esta vez ella no me dejó terminar antes de acunar mi rostro entre sus manos para explicármelo con un beso.

El resto solo siguió el camino anunciado. Sus suaves labios se encontraron con los míos que encontraron miel en su boca. Despacio, sin prisas, como si quisiéramos burlarnos del tiempo. Entonces me aferré a su cintura cuando el colchón de hundió a nuestro peso. Y en medio del frenesís Isabel me detuvo, no lo entendí. Tardé un instante en concentrarme en sus ojos negros que brillaron en la profunda oscuridad. La vida se detuvo para nosotros y el silencio se escondió de nuestras respiraciones que fueron las únicas capaces de romperlo. Mi mirada acarició desde sus pestañas hasta sus labios entreabiertos donde su voz escapó para borrar cualquier miedo.

—Lucas, solo quiero que, pase lo que pase, nunca olvides que mi corazón es tuyo. No vayas a olvidarlo nunca.

No lo haría, incluso cuando no entendiera por completo las razones. Callé sus dudas con un beso. Le entregué parte de mi corazón en cada uno de ellos a la par de mis manos recorrieron su cuerpo que vibró ante mi contacto. Su piel fría fue entrando en calor con el roce de mis dedos. Disfruté el aroma de su perfume, la suavidad de sus labios, sus suspiros. Descansé en su pecho donde su corazón desbocado luchaba aferrándose al mío en su encuentro. Nos convertirnos en un huracán, que no le tenía miedo al cielo, porque sabía que hay cosas demasiado poderosas para intentar ir en contra. Cuando el destino firma un trato con el corazón, no hay poder humano que pueda romperlo.

La amé como si el tiempo se nos hubiera terminado, como quien sabe que mañana no volverá a ver el sol, incluso cuando esa idea era inconcebible, porque para mi corazón el futuro solo podía pintarse al lado del suyo. Isabel me repitió tanto que me amaba, que me costó entender la razón por la que a la mañana siguiente no la encontré a mi lado, hallar la respuesta a por qué se había marchado sin decir adiós. 

Hola a todos ♥️. Muchísimas gracias por leer el capítulo. Gracias por el apoyo. Ahora tengo varias preguntas para ustedes, me encantará leer sus respuestas.

1.- ¿Qué creen que suceda? ¿Qué pasó con Isabel?

2.- ¿Alguna vez asistieron a algún concierto? Si la respuesta es no, ¿de qué artista les gustaría? 

Les quiero ♥️

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