Capítulo 51
—Isabel...
—¿Uh? —murmuré adormilada aferrándome a mi almohada. El sueño estaba haciendo de las suyas, no faltaría mucho para perder la batalla y todo lo que llegaba a mis oídos posiblemente quedaría en el olvido. Con los ojos cerrados hice un esfuerzo por prestarle atención. No fue fácil.
—Estaba pensando que este fin de semana podríamos pasar por Bahía Azul —propuso Lucas en una idea nada innovadora. Es decir, pasábamos mucho tiempo allá, no era necesario levantarme en la madrugada. Me reacomodé asintiendo aunque no pudiera verme.
—¿Qué hizo Damián ahora? —murmuré prediciendo una catástrofe. No me sorprendía nada de su primo, tenía una imaginación que rozaba la locura, un genio incomprendido en mi opinión.
Su risa acarició mi espalda desnuda, un escalofrío recorrió mi espalda.
—En realidad tuvo una idea y quiere que le ayudemos —me contó. Asentí sin escucharlo, luchando entre su cálido aliento que encendía mi fría piel y el cansancio acumulado—. ¿Me acompañarás? —cuestionó por mero protocolo, conociendo la respuesta.
—Lucas si lo dices de esa forma claro que diré que sí. Bueno, yo siempre soy un sí —admití divertida—. Sobre todo a grandes tonterías que son la parte que aporto yo en la relación —argumenté.
—Bueno, posiblemente está sea una locura de las grandes —aceptó divertido. No le presté atención porque cuando su risa volvió a inundar la habitación decidí acabar con la guerra y me giré para capturar sus labios declarándolo a él como ganador.
Pese a que los planes era que acudiéramos juntos a Bahía Azul a Lucas se le presentó un problema de última hora. Lo entendía, esas cosas pasaban, así que quedamos de encontrarnos más tarde. «Claro que con más tarde me refería a luego», pensé molesta conmigo mientras corría al local. «Es siempre lo mismo», me quejé. No sabía qué problema tenía con el reloj, siempre avanzaba más rápido de lo planeado. Volví a respirar cuando al fin divisé el techo de palma.
Era una tarde tranquila, con poca gente paseando por la playa. No faltaría mucho para que oscureciera. Si la noche imitaba a las anteriores, tendríamos una luna preciosa.
—Le dije a Lucas que te dijera a las siete aunque fuera a las ocho —me saludó Damián levantando su mano para llamar mi atención apenas atravesé la entrada. Crucé el local en unas zancadas hasta que me apoyé en la barra para recuperar el aliento. Él se carcajeó de mi estado.
—Lo sé, lo sé. Perdón, perdón —me disculpé apenada. Consideré prometer que no volvería a pasar, pero de nada serviría—. ¿Y los otros? —noté extrañada girándome a mi alrededor sin hallar nada extraordinario. Es decir, se ocupaban las mismas mesas de siempre y no había una pizca de emoción. Lucas dijo que sería una fiesta, una fiesta con invitados supuse.
Damián ni se inmutó.
—Le dije a Lucas que te dijera a las siete aunque fuera a las ocho —repitió divertido. Entonces lo entendí. Damián soltó una escandalosa risa cuando me vio apoyar mi frente contra la madera, resistiendo los deseos de golpearme con ella.
—Voy a matarlo... —protesté porque casi me maté en el camino. Tomé un respiro—. Él ya viene, tuvo que atender unas cosas —le expliqué a la par de un suspiro a su primero, aceptando que Lucas no tenía responsabilidad en mis constantes despistes—. Si tú quieres puedo ayudarte en algo.
—Sí, vendría bien, pero primero dime qué te pareció mi decoración —curioseó orgulloso, inflando el pecho como si fueran a darle una medalla.
Por primera vez le puse atención en ese detalle que por las prisas pasé por alto. Mis ojos recorrieron los rincones donde colgaban unas lámparas tejidas que iluminaban las columnas.
—Te quedó bien —admití reconociendo su talento oculto. Además, tenía la impresión que resultaba importante para él así que hice énfasis en la felicitación. Seguí estudiándolo hasta que di que afuera del negocio continuaba el camino—. ¿Y eso? —dudé. No me habían contado que el evento iría más allá. Aunque en términos generales no me habían contado nada.
Damián se encogió de hombros con una sonrisa.
—Puedes darle un vistazo y me dices qué tal —respondió sin contestar porque el pedido de un cliente se convirtió en su prioridad. Torcí mis labios ante su evasiva.
Dudé un instante preguntándome qué tan pertinente sería darme cuerda, pero mi curiosidad venció. Al final no haría nada malo, gozaba del permiso del dueño y no me marcharía tan lejos. Así que dejé la seguridad de la barra para encontrarme con la playa que se presentaba cruzando la salida.
El sol comenzaba a ocultarse, no faltaría mucho para que quedara a oscura. Levanté el borde de mi largo vestido antes de enterrar las sandalias en la arena. El viento alborotó mi cabello, renuncié a mi intento por mantenerlo en su sitio. De cada una de las columnas se encontraba atados unos lazos que formaban un largo camino. Giré admirando el fuego de lámparas. «Definitivamente tenía que contratar a Damián», pensé encontrando cada vez más bonito su trabajo. Con la entrada de la noche su brillante luz me hechizó, me sentía en un mundo de fantasía. Empecé a olvidarme del mundo, sin nadie que me recordara la realidad me sumergí en un sueño hasta que algo me despertó.
Fruncí las cejas extrañada al deslumbrar un pétalo blanco. Uno seguido de muchos que comenzaron a bordear el camino. Me agaché tomando uno entre mis manos, sonreí al acariciarlo. «Bien, Isabel, definitivamente perdiste la cabeza», reí sin comprender nada. Aquel detalle me intrigó lo suficiente para llegar al final, sacudí la arena antes de acelerar mis pasos, intentando hallar el fin del misterio.
Lo hice, al menos en parte.
Frené de golpe al dar con una especie de carpa de un tul ligero y blanco. Otra mueca extraña se pintó en mi rostro. Estaba segura que eso no estaba ahí antes. «Claro que no estaba, estas cosas no aparecen de un día a otro de la nada», me reprendí. Dudé un instante sobre qué tan correcto sería romper aquella barrera, pero no esperé respuesta. Como si fuera un juego de niños eché con cuidado las finas capas de telas hasta dar con el centro. Entonces quedé en blanco.
La suave arena desapareció bajo mis pies remplazada por un delgado manto de pétalos. Hice una mueca extraña hasta que choqué con sonrisa que derritió mi corazón. Tallé mis ojos creyendo lo imaginaba. Estuve tentada a pellizcarme, pero rechacé la idea siendo consciente era real.
—¿Qué es esto? —pregunté al hallar mi voz—. ¿Una especie de ritual?
Su cálida risa aceleró mis descontrolados latidos.
—Es una sorpresa, Isabel.
—Sí, bueno, eso lo doy por hecho —susurré aletargada—. Si lo hiciste creyendo que estaba enfadada y esto me contentaría haré como que sí lo estaba —aclaré deprisa arrebatándole otra sonrisa. Lucas extendió su mano ofreciéndomela.
No entendía un comino, pero se la entregué para que la cobijara entre las suyas.
—¿Podemos sentarnos un momento a charlar? —propuso, confundiéndome. Asentí sólo para seguirle la corriente. Atontada arremoliné mi vestido antes de ocupar un lugar a su lado—. He querido decirte algo importante... —comenzó nervioso.
Sonreí recordando a cuando era más joven. Tímido e inexperto que me causaba tanta ternura.
—Sé lo que es —lo corté. Mordí mis labios para no reírme cuando sus ojos se abrieron asombrado. Él quiso hablar, pero me adelanté—. Quieres que me una a tu barco pirata, por eso me hiciste jugar a la búsqueda del tesoro, deseabas probar mi habilidad —bromeé en mi intento de relajarlo.
Él volvió a respirar, pero esta vez una sonrisa iluminó su rostro. Me gustaba hacerlo reír, Lucas pensaba demasiado, usaba la cabeza, necesitaba un poco de locura en su vida. Quise acercarme a él, pero cuando me arrastré mi mano percibió algo enterrado.
—Bueno, creo que al final no fue tan descabellado y encontré el tesoro —reí emocionada echando las flores a un lado. La sonrisa despareció cuando mis dedos dieron con una cajita negra. Olvidé cómo llevar oxigeno a mi cerebro—. Dios...
—Es gracioso, yo también encontré mi tesoro hace unos años, justo en esta playa —comenzó Lucas, armándose de valor. No lo escuché, mis ojos seguían clavados en el estuche que temblaba entre mis dedos—. Mi vida estaba hecha un desastre, había olvidado las razones para sonreír agobiado en todos mis problemas, entonces un día simplemente apareciste. Igual que hace unos meses —recordó. Alcé la mirada para encontrarme con sus ojos negros—. Isabel, no sé cómo lo logras, pero eres capaz de echar mis planes a la basura con una de tus sonrisa. Y me resistí a caer de nuevo, pero mi corazón siempre regresa a ti porque sabe que es contigo donde debe estar. Cada noche que los problemas me consumían o creía que nada tenía sentido tú me ayudabas a volver al camino. Tú me haces crecer como persona. Y te juro que no puedo ver mi vida con otra mujer que no seas tú.
—Lucas...
—Nunca he amado a nadie como a ti —me aseguró—. Sé que la vida no es sencilla, que está plagada de problemas —reconoció—, y no puedo ofrecerte solucionarlos, pero sí estar a tu lado —me prometió. De pronto las ganas de llorar cristalizaron mi mirada—. Quiero cuidarte como tú lo haces y hablar durante horas de cosas que solo tú entiendes —admitió divertido—. Sé que no hay nadie perfecto, pero cada que te veo lo olvido, porque se siente así.
Apreté mis labios para no llorar.
—¿Sabes una cosa? —dudó más para sí mismo—. Le reproché al destino volver a encontrarte cuando luchaba por sacarte de mi corazón, pero ahora entiendo que solo quería darme una mano.
—¿Quieres que sea tu esposa? —lo interrumpí, incrédula.
Recordé aquella noche donde lloré creyendo no volvería porque no teníamos futuro. Y aquí estaba, dejando atrás el pasado, preguntándome si quería estar a su lado siempre. Después de verme hecha pedazos él no se marchó. Lucas no me dejó sola.
—Nada me haría más feliz que me dijeras que sí, pero no importa si es un no —aclaró creyendo se trataba de incertidumbre—, sé que quizás no está en tus planes...
Comencé a llorar presa de las emociones. No era el anillo sino el hecho. Significaba tanto para mí él considerada la mujer para compartir su vida. Una vida que hace meses había perdido el color y ahora estaba repleta de sueños que antes creí inalcanzables.
—Claro que quiero casarme contigo —acepté con una sonrisa que se mezcló con mis lágrimas—. Tú eres el hombre de mi vida, Lucas. Ojalá pudieras sentir lo que sentí la mañana que volví a encontrarte —sollocé teniendo presente el giro que dio mi vida. Aún tengo grabada su mirada, el salto de mi corazón al reconocerlo—. Ojalá pudieras sentir lo mucho que te amo —repetí acunando su rostro para darle un corto beso que ni siquiera logró corresponder por mi emoción.
Estaba loca de la felicidad. Deseé ponerme a brincar, gritar, reír. Nunca me pasó por la cabeza que Lucas quisiera casarse conmigo. Es decir, ni siquiera lo imaginé antes de que me lo pidiera. Me sentí especial, porque entre tantas personas y formas de demostrar cariño, había escogido un compromiso tan trascendental conmigo.
Eufórica lo envolví en un abrazo, lo sacudí con fuerza haciéndolo caer de espaldas conmigo en brazos.
Su risa agitó su pecho, el mío en cambio no encontraba calma, víctima de la alegría y las lágrimas del huracán en mi interior. Contemplé a Lucas con esa sonrisa que me volvía loca desde que era una egoísta chiquilla. Recordé cómo me ayudó a a ver más allá, a creer en mí. Me impulsé despacio hasta alcanzar sus labios que en un suave suspiro volvieron a llenarme de sueños e ilusiones. Lucas me ayudó a salir de aquel pozo y pintó mi cielo de colores. Bendito el destino que se compadeció de nosotros. La calidez de su aliento acarició mis labios mientras sus manos se aferraban a mi cintura. Con el corazón saltando en mi pecho le besé como si fuera la última vez, entregándole cada parte de mí, gritándole sin palabras que lo amaba con cada latido de un corazón. Olvidé la realidad, sintiéndome en un cuento de hadas con las estrellas de testigo colándose por la parte alta y el atrevido fuego iluminando afuera nuestro trozo de cielo.
Apoyé mis palmas en sus hombros mientras mi boca buscaba sus labios cada que estos me daban un poco de espacio. Lucas abandonó mi cintura, ascendió sin prisa acariciándome la piel de mi espalda. Su tacto originó un escalofrío que me puso la piel de gallina, él debió notarlo porque sonrió antes de acercarme más a su cuerpo. Sentí sus acelerado latidos tras su camisa blanca embonar con los míos. Ambos encendieron un chispazo de cordura.
—Lucas... —lo detuve con la respiración agitada al recordar algo importante. Me miró desconcertado, sonreí antes de echarme a un lado—. Falta mi anillo.
—Claro, el anillo —se dijo a sí mismo sentándose a mi lado, acomodándose la camisa. Buscó dónde lo habíamos dejado. Reí cuando lo hallamos lejos, me arrastré y yo misma se lo entregué en sus manos.
Y cuando creí nada más podía hacerme sonreír como una loca, Lucas me enseñó su interior. Solté un suspiro, me sostuve de su brazo para digerirlo. Levanté mi mirada encontrándome con la suya. Pareció contento de tenerme con la quijada abajo.
—Y pensar que al levantarme me quejé porque no encontraba mi zapato —murmuré con culpa. Él rio—. Lucas, es precioso —revelé enamorada—. En verdad lo amo —le aseguré mientras estudiaba el corazón celeste en el centro. Lo convertiría en mi tesoro más preciado.
—Yo te amo a ti, Isabel.
Lucas lo liberó con cuidado, seguí expectante el recorrido como si temiera despertaría apenas me rozara. Mis dedos temblaron cuando lo deslizó despacio en mi anular. Respiré hondo. Volví a mirarlo, comprobando seguía conmigo, lo abracé con fuerza escondiendo mi rostro en mi pecho sintiéndome más feliz que nunca.
Era real, me convertiría en su esposa.
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