Capítulo 46
El reportaje a Bahía Azul tenía al borde de la locura a Damián. El éxito había aflorado sus incontrolables ideas, no dejaba de poner una tras otra sobre la mesa. A ese paso pensé que en cualquier momento se convertiría en mi representante. Debo reconocer que el chico tenía talento en el área. A mí me gustado oírlo, siempre podía sacar algo de utilidad o interesante de su charla. Era esa clase de locos brillantes. Esa noche, por ejemplo, el trato con Julián no me pareció descabellado, pese a que el fotógrafo silenció el mundo después del minuto cinco. De todos modos, a Damián no le importó mucho, le bastaba con que alguien lo escuchara y los gestos de Jimena, entre asombro, felicidad y temor, eran prueba de que lo hacía.
Mi mirada buscó a Lucas, hace un rato se había marchado y seguía charlando con Manuel lejos. No sabía de qué hablaban, pero estaban tan sumergidos en su conversación que debía ser interesante. Reí cuando me atrapó contemplándolos. Intercambiaron un par de frases más antes de acercarse hasta nosotros. No era mi intención distraerlos, pero era tarde.
—Hola —saludé a Manuel con un ademán. Respondió con un asentamiento. Era de pocas palabras. Lucas dejó un tierno beso en mi hombro antes de reincorporarse a la conversación.
—Casi siempre tengo que abrir la bolsa de limones por usted, don —comentó Damián cuando le pidió una limonada. En Bahía Azul la gente solía comprar bebidas preparadas con alcohol, resultaba peculiar la regla de Manuel.
—Yo también tomaré una —dijo Lucas para no dejarlo solo. Sonreí al escucharlo, pero el gesto se borró cuando el hombre se opuso.
—No, no, a ti te viene mejor algo más fuerte —le recomendó Manuel—. Sé lo que te digo, muchacho —murmuró dándome un vistazo. Fruncí el ceño al no entender el chiste local.
—Manuel, siempre tan bromista —le restó importancia Lucas con una sonrisa. Afilé la mirada sin creerle una palabra, pero él se anotó una victoria al cambiar de tema con maestría—. ¿Escuchas eso?
—Ayuda celestial creo que le llaman —contestó por mí Manuel haciendo gala de su humor.
Agudicé mi oído percibiendo las primeras notas. Una sonrisa se pintó en mis labios reconociéndola. Lucas fue ahora el sorprendido cuando enredé mi dedos a lo suyo. Di un salto de mi asiento halándolo al centro con otros que bailaban. Sentí que algunas personas siguieron nuestro camino con la mirada. No hubo tiempo de protestas, jalé su brazo para que me siguiera a tropezones. Escuché a mi espalda que me preguntó mis planes. No respondí, igual como no lo hice la primera vez, detuve mi andar para encontrarme con su sonrisa.
—Es nuestra canción —respondí contenta.
—Técnicamente es... —callé su broma atrayéndolo a mí—. Sabes que no bailo —me advirtió divertido. La gente a nuestro alrededor estaban demasiado ocupados en sus coreografías para notarlo. Además, no importaba, había dejado de interesarme lo que otros dijeran o pensaran. Quizás por eso no podía dejar de sonreír.
—No lo harás tan mal, Lucas —aseguré enredando nuestros cuerpos, obligándole a colocar su mano en mi cintura—. Yo estaré sonriendo, así que nadie lo notará. Si la novia está satisfecha el resto puede irse al diablo —comenté robándole una carcajada.
—Esto es la segunda locura más grande de este día—mencionó siguiéndome el juego. Alcé una ceja encontrando curioso ese comentario que había soltado sin pensar.
—¿Cuál es la primera? —curioseé intrigada.
Sin embargo, Lucas no me dejó terminar antes de buscar mis labios haciéndome olvidar las preguntas. Cualquier preocupación despareció entre sus brazos. En aquel momento, a su lado, rodeada de gente buena y sueños, pensé que nada podía superar mi felicidad. Me equivoqué.
Creo que todos los seres humanos tenemos dudas sobre nuestras decisiones. Cuando estamos frente a dos postres demoramos una eternidad antes de dar con nuestro favorito, al inscribirnos en la universidad o elegimos un empleo nos preguntamos si realmente nacimos para estar ahí, al enamorarnos deseamos saber si esa persona es la correcta.
En mi caso, no era mi corazón acelerado a causa de sus besos, ni la pasión que despertaba por cualquiera de sus roces, sino la tranquilidad que me envolvía cuando estábamos juntos. Era la corazonada de que todo iría bien, incluso cuando llegaran problemas.
Observé lo bonito que se veía el cielo plagado de estrellas junto al mar. Mis pies se enterraban en la arena, abrazada a él, bajo la noche. Me gustaba el eco de su corazón, era un recordatorio que estaba conmigo. Habíamos propuesto acompañarme a casa al salir de Bahía Azul y escogimos el camino largo porque me gustaba caminar.
—Isabel... —me llamó Lucas. Asentí haciéndole saber lo escuchaba—. Quería avisarte que saldré de la ciudad —comentó. No esperaba esa noticia así que me detuve para verlo directo a los ojos.
—¿Sucede algo malo? —pregunté preocupada.
—Nada grave —me tranquilizó con una sonrisa—. Será solo el fin de semana —me explicó. Suspiré aliviada, retomando el camino—. Manuel quiere que le ayude con unas cosas.
¿Quién sabe qué líos se traería Manuel en mente. Tampoco quise meterme y hacer muchas preguntas, era un asunto entre ellos.
—Lucas —pronuncié su nombre en un susurro. Su cuerpo se tensó cuando volví a detenerme. Una mordaz duda apareció de golpe, rozó mis labios despacio, pude quedarme callada, pero ella me obligó a soltarla—. Vas a volver, ¿verdad?
—Claro que sí —aseguró. Sonreí por su respuesta. Eso bastaba, al menos para mí, pero él me tomó con cuidado del mentón para obligarme a verlo a los ojos—. Isabel será cosa que un par de días —me explicó—. ¿Tienes miedo que no cumpla?
Contemplé su mirada transparente. Negué con una sonrisa antes de apoyarme en sus brazos para alcanzar sus labios. Su aliento se mezcló con el mío sin rozar su boca.
—No —respondí. Aunque a veces los recuerdos me atemorizaban ya no tenía dudas que esto superaría cualquier obstáculo—. Lucas, ya no tengo miedo.
Aprovechando que Lucas no estaría decidí retomar mi rutina de ejercicio que había abandonado por indisciplina. Para empezar decidí salir a caminar por la plaza principal. Anudé mi cabello en una coleta alta y me preparé mentalmente para no rendirme a la flojera.
Era temprano, la brisa acarició mi cuello haciéndome cosquillas por los rizos. Solía salir con frecuencia, la gente poco a poco estaba dejándome de ver como un fenómeno. Reparaban en mí, pero después de un vistazo volvían a sus actividades. Ya no me trataba de una novedad. Troté rodeando el quiosco con una sonrisa que se pintó en mi rostro ante los recuerdos. Era tan feliz como antes lo fui, de modo distinto. Quise subir un par de escalones, pero algo me regresó al presente.
—¡Isabel! —me llamaron en voz alta. «Genial, ahora todo mundo sabe que estoy aquí», pensé al sentir varias miradas enfocándome, aunque pronto olvidé la infantil queja al dar con Julián. No disimulé la extrañeza. Él sonrió por mi expresión asombrada.
—No esperé encontrarte aquí —confesé sorprendida—. ¿Sales a pasear por la mañana? —curioseé, sin saber de qué hablar.
—Algo así.
—¿Y tu novia?
—Es mi prima —me corrigió. Había olvidado ese detalle. Ya los estaba emparejando, lo hacía con todo el mundo.
—Oh, ¿dónde está? ¿No viene contigo o la dejaste atrás? —pregunté mirando a su espalda, pero no vi a nadie acercarse.
—Está en Bahía Azul. Al dueño parece gustarle torturarla. Ese chico demasiado. Ella no, así que la acapara —comentó. «Interesante», pensé con una sonrisa, haciendo gala de mi imaginación—. Además, quería hablar contigo.
—¿Es sobre las fotografías? —recordé. Él asintió. Mordí mi labio al notar lo había olvidado por completo. Ayer me fui a la cama apenas llegué—. Tienes que perdonarme. Prometo que mañana mismo te enviaré toda la información. Es más, anótame tu celular para llamarte temprano —me propuse sacándolo de mi bolso.
—Está bien. No tengo prisa —aclaró ante mi sosa disculpa. Fue bueno escucharlo, aunque eso no borraba mi despiste.
—Así que enfrentaste a tu padre —curioseé mientras él tecleaba, recordando la conversación del taxi. Ojalá yo tuviera el mismo valor, pudiera enfrentarme a su rechazo sin ponerme a llorar.
—No fue un enfrentamiento, más bien, solo le expliqué lo que pensaba hacer. No le dio mucho gusto, pero lo entendió. Lo dejó tranquilo saber que no desatenderé su negocio, solo le dedicaré tiempo también a la fotografía para ver si puedo destacar. Mucho más trabajo al inicio.
—Todo mejorará —le animé guardándome el celular.
—Él no comparte la idea, pero qué se puede hacer.
—Los padres muchas veces no saben cómo apoyarnos, pero no es por maldad. Te lo diré yo —murmuré. Julián sí me escuchó, no le di tiempo de hacer preguntas—. A veces es bueno ser egoísta, es momento de que pienses en ti, al menos si quieres mantenerte cuerdo.
—Es un buen consejo —opinó.
—No es mío, se lo copié a alguien —admití contenta—. Soy buena memorizándolos, pero no tanto en la práctica.
Como no quería enfriarme le dije que si quería podía seguirme el paso. En realidad, se me habían acabado los temas de conversación y esperaba que el camino me soplara alguna idea.
—¿Piensas quedarte mucho aquí? —pregunté. Él no supo responderme—. Si lo haces, y Jimena estará ocupada en Bahía Azul —remarqué—, deberías conseguirte una novia o grupo de amigos para pasarla mejor —le recomendé. Tenía la impresión que estaba muy solo, su rostro me recordaba un poco al mío meses atrás. Poco faltaba para que cargáramos un cartel que recitara nuestro odio por la vida.
—No creo que se me dé bien. Lidiar con las personas no es mi fuerte —admitió. Sí, eso lo sabía, pero vamos, conocía gente pesada con un montón de conocidos.
—Aunque no lo creas, cuando te sueltas eres agradable —comenté para que tampoco fuera tan duro consigo mismo. Él me agradeció con una sonrisa—. Y, según una cercana fuente, un buen chico.
—Esa fuente fue Lucas —dedujo. Me encogí de hombros dándole la razón—. Además, la mujer que quiero no está disponible. No tengo mucha suerte en el tema —contó. Me hubiera gustado preguntarle más, pero tal parecía que no le ponía feliz. Fue difícil contener mi curiosidad a sabiendas lo mucho que adoraba el chisme.
—Entonces dile adiós y busca a alguien más —dicté la solución—. Hay millones allá afuera. No siempre es bueno aferrarse a una, Julián.
—¿Me lo dices tú que regresaste con tu amor de juventud? —lanzó dando en el blanco.
—¿Recuerdas lo que dije sobre los consejos?
Julián rio ante mi evasiva.
—Entonces olvídate de los amigos y de las mujeres. Eso puede esperar. Enfócate en hacer un trabajo precioso, demostrarle al mundo de lo que eres capaz y callarle la boca a quien dudó de ti —enumeré.
Al escuchar una notificación frené, llevé mis manos al corazón recuperando el aliento. No debía hablar mientras corría.
—Eso tú ya lo hiciste —opinó teniendo una idea equivocada sobre mi vida.
—¿Bromeas? Pero en sentido inverso —reí. Saqué mi celular encontrando mensaje de Lucas deseándome buenos días. Debió creer acababa de despertarme, no sé por qué me consideraba una dormilona. De todos modos, no pude molestarme porque fue un bonito detalle—. Quiero seguir tu ejemplo —volví al presente después de contestarle con un montón de corazón. El hospital me demandaría—. Enfrentar lo que me da miedo, pero no soy tan valiente.
—¿Tú crees que soy valiente? —dudó, incrédulo.
—He pasado años queriendo tocar la puerta de casa de mis padres, pero cada que estoy a unos pasos me acobardado y salgo corriendo como una gallina. Tú, en cambio, pudiste darle cara. Claro que eres valiente.
—Vaya, eres la primera persona que me lo dice.
—¿Algún consejo?
—¿Solo para memorizarlo? —soltó dejando a la luz que sí tenía sentido del humor—. Soy un desastre siendo ejemplo, solo piensa que no puedes controlar que ellos te entiendan. Si funciona o no, te aseguro que te quitas un peso de encima. Haz tu parte. Tú misma lo dijiste, todo mejorará.
No lo creí. Era pésima en los pronósticos, por eso odiaba los juegos de apuesta. La única vez que jugué uno fue porque mi padre no sabía con quién lanzarse una partida y consideró adecuado que su hija de dieciséis fuera su contrincante. Quizás lo hizo porque ganaría, aunque me gustaba pensar que la causa fue alegrarme esa noche, no dejarme sola. Aunque nunca le contaba mis líos siempre supo notarlo.
Y esperaba que mantuviera esa habilidad para que percibiera mi arrepentimiento.
Tomé un hondo respiro antes de armarme de valor de tocar esa puerta que había visto durante días sin atreverme a rozarla. Mis dedos temblaron al dar con la madera. Mi corazón latió con fuerza en el pecho, tuve la impresión que se saldría de mi pecho, y de pronto se detuvo de golpe. Olvidé hasta cómo respirar al chocar con esa mirada.
—Isabel... —Toda mi fortaleza se fue por el caño al escuchar mi nombre en sus labios. Parpadeé alejando las lágrimas, una palabra tenía la fuerza para romperme—. Tanto tiempo sin saber de ti. Claro, sin contar lo de tu novio —mencionó mamá volviendo a ponerse a la defensiva.
No había cambiado nada.
—Escuché que les anotó varios puntos... —solté sin pensar—, pero no me dieron el resultado final —aclaré deprisa ante su enfado. Mamá negó desaprobando mi descaro—. ¿Puedo pasar? —lancé sin darme tiempo de dudar.
Ella no escondió la sorpresa. Me mantuve firme pese a que las piernas flaquearon al ver, para mi sorpresa, se hizo a un lado permitiéndome reencontrarme con el castillo de aquella chica que se creía una princesa. Titubeé antes de dar un paso inseguro. Los latidos resonaron en mi cabeza cuando le siguieron otros hasta encontrarme con esas paredes donde había vivido mi dulce infancia.
—Todo sigue igual —murmuré dando vuelta sobre mi eje contemplando los detalles. Claro que no se conservó nada para mi regreso, pero reconocer cada cosa en su sitio me hizo sentir que aún pretendía a ese hogar, que el tiempo no se había escapado del todo.
Mi cuerpo que conocía el camino se condujo sin pensar hasta el mueble donde reposaban las fotografías familiares, todas en el mismo orden donde las había dejado, con excepción de una. La tomé entre mis manos, un dolor atravesó el centro de mi corazón, costó que no se resbalara de mis dedos por la emoción. Había visto esa misma portada en el colchón de un hotel cuando Lucas la presumió como su favorita. Volví mi vista topándome con mi madre, no supe qué decir. Aún estaba en su repisa, quizás con un poco de suerte no me echarían del todo de su corazón.
—Dios, quién me dejó usar ese color —mencioné divertida limpiándome la cara—, no sé si parezco una guacamaya o un tazón de guacamole.
Mamá chasqueó la lengua sin comprender mi humor.
—Pues es de lo mejor que te he visto puesto —dijo sin pelos en la lengua, a ella no era tan fácil sacarle lágrimas. Una triste risa se me escapó ante su sinceridad—. Eso y el vestido de hace dos años, el negro que llevaste a unos premios. Oh, casi olvido el vino de una de tus revistas —intentó hacer memoria con la fecha.
No recordaba ni lo que llevaba puesto esa mañana, menos lo de hace unos meses, quizás por eso fue imposible disimular el desconcierto. Durante años imaginé que mis padres me habían vetado por completo de su vida, que rechazaban cualquier cosa relacionada conmigo, pero si mi madre tenía esos detalles presentes quizás estuvieron al tanto. Un nudo lastimó mi garganta. Toda mi fortaleza fue cayendo a pedazos. La sola idea de que alguien pensara en mí, durante una sola de las muchas noches en las que me sentía completamente sola, me consoló.
—Necesitas un buen asesor de imagen —comentó.
—Definitivamente —le di la razón en una lucha de felicidad y tristeza en la que no habría un ganador. Apreté mis labios antes de intentar sonreírle.
Sin embargo, mi sonrisa se esfumó tal como llegó, cuando una figura a su espalda apareció. Fue como si el mundo se detuviera, había perdido la cuenta de los días que esperé esa mirada. Los ojos de las personas siempre tuvieron el poder de calar en lo hondo de mi corazón. Pasé gran parte de mi vida entre protocolos y poses, así que valoraba cualquier gramo de amor. Y no había otro más sincero.
—Isabel. ¿Qué haces aquí? —preguntó papá asombrado. No resistí antes de acercarme para quedar frente a él. El tiempo no habían pasado en vano, había nuevas líneas en su rostro y un centenar de canas en su oscuro cabello. El alma me regresó al cuerpo al notar una pizca de cariño en sus ojos, había sobrevivido a la tempestad.
—Pasaba por aquí y me pregunté si no tienes interés en otra partida —mencioné esforzándome porque mi voz no flaqueara, dibujando una sonrisa. Estudié a detalle cada una de sus facciones. Tal vez si me echaban al menos llevaría conmigo su recuerdo—. Claro, si no te preocupa jugar con una perdedora.
Papá repasó mi expresión sin prisa. Barreó en sus pestañas el polvo acumulado. Una cálida sonrisa fue apareciendo. Conservaba su carácter noble.
—¿Llamas perdedora a una mujer que se la pasa viajando por todo el mundo? —planteó con ternura. El reproche que tenía grabada en mi cabeza dio paso al cariño con el que me mimó de niña.
—No, lo hago a alguien que dejó pasar casi una vida para volver a su hogar —revelé.
Ni siquiera le di tiempo antes de abrazarlo, no estaba preparada para su rechazo y no deseaba marcharme sin antes sentirlo de nuevo. Al menos como una mentira, pero necesitaba su cariño. Un sollozo se liberó cuando mi cabeza se recostó en su pecho, sus brazos me abrigaron sin exigirme más. El pecho me dolió entre el llanto que buscó una salida. Abandonaría la carga para protegerme en él.
—Te extrañé —confesé enredándome por un balbuceo—. Papá —repetí estrechándolo con fuerza.
—Ya no llores, Isabel —me consoló pidiéndome un imposible. Se separó un poco para limpiar mi rostro—. Yo siempre supe que un día volverías. ¿Te lo dije o no?
Ella no respondió. Para mi madre no era tan fácil perdonar. A ella unas cuantas lágrimas no le serían suficiente para olvidar mis errores tan rápido. Sin embargo, era mi responsabilidad decirles la verdad.
—Perdóname por tardar tanto —le dije a papá que parecía más abierto a mi voz.
—Una eternidad. No creo que no recordarás el camino a casa, Isabel —reprochó mamá a mi espalda. Eso sí lo esperaba.
—Mujer... —protestó papá.
—Ella tiene razón —cedí con una sonrisa para que no discutieran por mi culpa—. He sido tan cobarde que no sé cómo puedo verlos a la cara después de ser la peor hija del mundo —confesé avergonzada.
—Isabel...
Negué con una sonrisa tomándolo de su mano. La nostalgia me llevó a los días en que era la chiquilla consentida que lo guiaba hasta el sofá para convencerle que ninguno de los problemas podía superarme. Mamá se quedó de pie contemplándolo como si no quisiera formar parte.
—Cuando me dijeron que no volviera si no estaba dispuesta a cambiar... Debí entender que algo estaba mal conmigo —reconocí al fin encontrando las respuesta—. No esconderme y aferrarme como una tonta. Todo se volvió tan confuso, me costó tanto salir —admití recordándome en el fondo de mi abismo—. Quizás dentro de mí no quería regresar como una perdedora, aceptando mi derrota. Estaba avergonzada de mis errores, pero mientras mas intentaba demostrarme de lo que era capaz más me enredaba. No supe hacerle frente a mis problemas. Nunca pude.
La mirada profunda de mamá me examinó, deseando percibir la sinceridad de mis palabras. No mentía. Tomé malas decisiones, me envolví en ellas y pagué las consecuencias.
—Me equivoqué mucho. Quizás no puedas reconocerme. Tampoco lo logré hasta hace unas semanas —me sinceré. Acepté el papel que me pidieron interpretar, uno que no me hacía feliz, olvidando incluso quién era.
—Yo siempre voy a hacerlo —mencionó comprensivo—. Te vi desde que eras una bebé, Isabel. ¿Tú crees que lo que digas bastarán para borrar todos esos años? —comentó enterneciendo mi corazón—. Te pareces a mí, ambos somos cabezas dura. Estábamos esperando a que tú dieras el primer paso, pero cuando te he visto lo primero que pensé fue qué debí llamarte hace tanto tiempo.
—No, no. Tú no hiciste nada malo. Yo fui una mala hija.
—Pero eres mi hija, Isabel —me recordó compasivo—. No importa lo que pase. Papá siempre perdona. Estaba tan enfadado contigo, pero apenas te vi se me olvidó el motivo. ¿Recuerdas? Siempre te bastó una sonrisa para tenerme de nuevo en la bolsa.
Parte de mi felicidad en mi infancia fue por el cariño de mi padre. Fallarle despertó mi complejo de culpabilidad, me pesaba tanto imaginar su rostro juzgándome, pero ahí, encontrando la calma en sus ojos la tormenta se disolvió. Ambos habíamos esperado porque el otro decidiera lo que deseábamos. Me arrepentí que la pena se apoderara durante tantos años, haber retrasado una disculpa que merecían, la libertad que queríamos.
En cuanto a mamá, que permanecía de pie, su muralla no se demolió por mi arrepentimiento. Nunca esperé fuera sencillo. Ella fue clara desde el principio. Quizás Manuel tenía razón en decir que me parecía más a papá, pero era mi madre y la amaba, esperaba le pasara lo mismo.
—Sé que no puedes perdonarme —acepté abandonando a papá para acercarme a ella. Cobijé sus manos entre las mías pese a su enfado—. Nunca olvidé el camino casa, mamá, pero sí cómo usar el valor para regresar. Sé que no fui lo que ustedes esperaban, que los decepcioné —confesé mirándolos—. No esperó lo olviden, sé que es imposible, solo te pido una oportunidad para demostrarles que puedo ser mejor. Una sola —insistí.
Ella lo pensó. Busqué su mirada, en ella percibí el duelo entre el orgullo y el cariño. Los padres siempre están en la disyuntiva, entre ser severos y dejarse envolver por el amor, sobre todo al tener hijos problemáticos. Supongo que yo era una especie de karma para los que me rodeaban, pero el lío estaba hecho y no podían escapar de su condena. Quise que ella notara deseaba su perdón con todo mi corazón.
—Mamá, quiero empezar de cero, pero si tú no me das una oportunidad es imposible.
Ya no quería seguir lejos de ellos, ni de nadie a quien quería.
—Ay, Isabel, siempre te sales con la tuya —suspiró resignada, rindiéndose, provocándome una sonrisa. Ni siquiera le pregunté antes de abrazarla, sin darle tiempo de arrepentirse. Solo quería recordar cómo se sentía me quisiera, así fuera un poco.
—Me dieron un montón de defecto —admito divertida aún en sus brazos—, con uno tenía que compensarlo.
Ella negó desaprobándolo mi cinismo, reconociéndome en él, antes de que papá me llamara.
—Ahora déjame abrazarte a mí que siento que ha pasado una eternidad —me pidió haciéndome la mujer más feliz del mundo. No lo pensé antes de sentarme a su lado para que me cuidara en sus brazos.
—Una vez leí que una chica siempre busca a alguien igual a su padre, es decir, no idéntico —aclaré haciéndolo reír. Extrañaba su risa—, sería un poco enfermo —añadí—, sino que la quiera un poco como él. Has dejado el listón muy alto —mencioné. No creía que hubiera un papá más bondadoso que aquel que perdonó a su hija sin dudarlo, incluso cuando no fuera justo para él.
—Eso no lo piensas cuando te paseas con ese hombre por todas partes —protestó celoso.
—Lucas un buen chico —le aseguré, aunque las aclaraciones sobraban.
—Lo sé —aceptó—, si te ayudó a volver a casa, no tengo dudas.
Y lo hizo, no hablaba de regresar a esas cuatro paredes, sino que me quitó la venda de los ojos. Después de años equivocada, en la oscuridad, descubrí que la felicidad no está en lo que otros llaman éxito, sino junto a las personas que queremos, en los lugares donde tenemos la dicha de construir nuevos sueños. Una gota de amor sincero en una tierra seca bastó para darme cuenta que se trata del bien más difícil de conseguir, el verdadero tesoro de la vida.
Hola ♥️ Primero que todo, muchísimas gracias por estar aquí. Una disculpa porque la semana pasada no actualicé, pero ya retomé la publicación normal. La semana pasada El club de los cobardes, mi otra novela, ganó un Watty ♥️ Gracias a todos los que me dejaron tantos comentarios lindos. Regresando a esta novela, les recomiendo no perderse los próximos dos capítulos ♥️😱🙊. Les quiero mucho.
Este capítulo se lo dedico a @letberry por todo su apoyo desde la primera novela ♥️♥️♥️.
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