Capítulo 45
—Así que el negocio lo ocuparás tú. No lo sospeché cuando vi las remodelaciones —comentó el profesor Nicolás mientras atravesábamos el pasillo. Faltaban más de diez minutos para que empezará la jornada, había pocos alumnos en las aulas.
—Lo renté hace apenas unos días —conté esquivando a un par que corrían en dirección opuesta—. Debería visitarme —propuse. Él me agradeció con una sonrisa.
—Me alegro que te tengamos un tiempo más por la zona. La gente suele decir que los pueblos limitan, pero pienso todo lo contrario. En ellos puedes crear muchas oportunidad —expuso convencido, abriendo la puerta.
Sí, también era de la misma idea. Quise responderle, pero algo robó mi atención. El mismo salón que crucé cada mañana por años. No pensé volver a entrar después de la última vez, siendo tan joven, repleto de sueños y esperanzas. Una sonrisa se pintó en mis labios al reencontrarme con esas paredes. Mi vista recayó en el pupitre que ocupé, evitando distraerme y hablar con otros. El tiempo no tiene piedad por nadie, para alivio y condena del mundo. Recordé mis descalabros. A pesar de los malos difíciles había salido adelante, lo tomaba como una victoria.
—¿Tiene muchos aspirantes para la universidad este año? —curioseé dándole un golpe con los dedos a la paleta de madera.
—Un par que se están preparando, otro se limitan a soñar con algún día hacerlo —me comentó dejando con cuidado sus cosas sobre el escritorio. Alcé una ceja sin comprenderlo—. Ya sabes que lo difícil que es costear los primeros meses.
—Sí, es complicado —le di la razón caminando por la habitación leyendo los carteles informativos. Ya no recordaba la mitad de esos datos—. Conseguir una beca es un alivio, pero para eso primero tienes que sobrevivir el primer semestre.
—Para muchos imposible de lograr. No faltan ganas, sino recursos. Una terrible realidad —opinó molesto. Sonreí, de ser por él la mayoría de alumnos se graduaría—. Te confieso que a mí me gustaría hacer algo por ellos, pero a mi edad doy más problemas que buenas soluciones —comentó.
—Hace bastante motivándolos, profesor —le animé. No debía quitarse méritos—. El primer paso...
—Nadie forma un camino sin el segundo, Lucas —me recordó con una pizca de realidad. Tenía razón. La vida exige más que deseos. Al final, no llega quien más quiere, sino el que trabaja por ello.
En aquel pueblo, al igual que en muchas otras partes, se perdían grandes proyectos por falta de opciones. A mí no debió importarme, después de todo ya había cruzado esa línea, pero de manera inevitable lo hizo. Haberlo atravesado el mismo sendero volvía imposible ser indiferente. Había tenido la fortuna de contar con unos tíos que me dieron una mano, pero la suerte no es un bien que se reparte a justicia.
Reflexioné en silencio hasta que el timbre que anunciaba el inicio de clases me despertó. Contemplé a una fila de chicos entrar presurosos al aula. El tiempo me llevó a los días donde mi principal preocupación era lograr reunir el dinero para un sueño que parecía inalcanzable. Mi mirada volvió a recaer en ese viejo pupitre.
—Entonces alguno tiene que encontrar la forma de darlo —murmuré pensativo.
Hablar en público siempre encabezó una de mis pesadillas. En realidad, aunque lo años me habían dado cierta confianza nunca disfruté el desfile de miradas apuntando a mi dirección. Debí decírselo al profesor Nicolás, pero estando frente a un grupo de adolescentes tuve claro que la técnica o el control no servirían de mucho. Podía intentar hacerme el interesante, mas el engaño no duraría. Decidí ser honesto y breve. Después de todo, lo había hecho porque me lo pidió en un intento de ser de ayuda, y en ese momento en mi cabeza se formaba un plan más certero para lograrlo. Él tenía razón, se necesitaban hechos.
—¡Lucas!
Isabel se colgó de mi cuello para abrazarme. Era sorprendente como podía hacerme sonreír incluso cuando olvidaba motivos para hacerlo. Estaba tan ensimismado en mis pensamientos que me perdía, pero ella siempre lograba de nuevo regresarme a la realidad. Isabel sumaba a mi vida, me recordaba lo importante que era disfrutarla.
—¿Ya van a llegar? —curioseó impaciente.
—No deben tardar mucho, hace un par de horas salieron de Xalapa —revelé el último mensaje que me enviaron. Isabel sonrió sin contenerse.
Habíamos quedado de vernos en un restaurante en la entrada del pueblo, fácil de ubicar para los recién llegado y después les guiaríamos. Estaba impaciente por saber el motivo de su visita. Isabel se había adelantado porque tuve que pasar al despacho para revisar una papelería.
—¿Quieres tomar algo? —pregunté contento, aprovechando que nos tocaría esperar. Ella volvió a sonreírme halándome del brazo al interior del negocio. Por la hora no había demasiada gente, ocupamos una mesa cerca de la puerta que daba a la calle.
—¿Cómo estuvo tu día? —quiso saber—. ¿Qué tal enfrentarse a esos monstrous? ¿Te dieron líos?
—He deducido no tener talento para la prensa —resolví divertido.
—Al menos sobreviviste —trató de ser optimista, acariciando mi brazo—. Piensa que muchos no lo logran —añadió. Negué con una sonrisa—. También tuve mis retos el día de hoy. Empezando porque apareció un chico que quería enseñarme que podía cantar inflando sus mejillas.
—Vaya... debió ser difícil decirle que no.
—Qué va —soltó haciendo un ademán—. Lo pasé y me sorprendió. Ahora me siento miserable por envidiar a un crío de once años.
—Eso sí es una verdadera tragedia —comenté. Isabel me dio un golpe en el hombro.
—También tuve un par de encuentros contrastantes —mencionó sin ánimo, intrigándome. Tal vez pensó que no le pondría mucha atención, pero lo hice. Levantó la mirada para comprobar si la estaba escuchando, me dio la impresión que deseó no fuera así—. Maya —escupió. Bien, no lo esperaba—. Discutimos, te juro que estuve a un palabra de darle una golpiza —confesó sin orgullo. Dibujé una débil sonrisa al acomodar uno de sus rizos—. Hubiera sido una desgracia aparecer como la villana en un titular cuando se lo tiene merecido.
Era esa clase de conversaciones que lograban encenderla en un segundo.
—Isabel, tal vez sería mejor dejar el pasado atrás...
—Si tú la hubieras escuchado también tendrías que contar hasta diez para no responderle como es debido. De verdad que odio a esa tipa —añadió. Preferí guardar silencio, conocía ese camino. Ella lo malinterpretó—. No sé para qué te lo cuento. Se me olvidó que estás de su parte —me reclamó decepcionada, levantándose para ir a curiosear a la entrada.
—Isabel...
No me escuchó. Isabel lo tomó como un ataque a su persona. Supongo que debía entenderla, era un tema delicado, solo que consideraba que todo ese odio no le hacía bien. Salí del local encontrándola afuera, cruzada de brazos recargada en la pared, mirando a ambos lados de la calle. El viento despeinaba su cabello.
—Isabel, no discutamos —pedí porque no me gustaba estar mal con ella. Ni siquiera me miró.
—Claro que no, Lucas. Esta vez tengo la razón —sostuvo decidida—. Maya se limpia las manos lloriqueando que está arrepentida cuando no le interesa redimirse —declaró molesta—. A ti te cuenta un cuento y conmigo muestra los dientes. ¿Sabes qué? No vamos a pelear, si prefieres creerle a ella es muy tu problema. Ahora dime si vas a estar aquí o adentro —quiso saber. Ni siquiera me dio tiempo de responder antes de decidirse a entrar. La detuve con cuidado del brazo impidiéndole que se marchara.
—¿Puedes escucharme a mí?
—Si es su defensa, por el bien de los dos, guardártela.
—Isabel, entiendo que estés molesta, también que necesitas un poco de espacio. Solo no quiero que te marches pensando que le creo más a ella que a ti. No estoy de su parte, sabes que nunca lo estaré de alguien que lastima a otro—expliqué—. Acepto que quizás pensé que Maya pudo en un momento arrepentirse, después de todo, fue quien realizó la denuncia contra Cielo Nocturno...
—Eso fue remordimiento de consciencia —mencionó—. Hay una diferencia enorme entre pedir perdón para ti a hacerlo porque en verdad lo sientes.
—Sí, tienes razón —admití reflexionándolo. Independientemente de la verdad, Isabel era la afectada, mi papel debía ser apoyarla—. Isabel, sé que no puedes borrarlo de tu cabeza, solo no quiero que lo negativo siga lastimándome en el presente —me sinceré. Isabel evadió mi mirada—. Ni Maya, ni Raúl, merecen que pierdas la alegría por ellos.
—Solo no toquemos más ese tema. Me pone mal —concluyó cansada. Asentí, era quien debía decidir.
—Está bien. Cuando tú quieras —prometí. Isabel dibujó una débil sonrisa—. Lamento no poder hacer nada para arreglarlo —confesé.
—Hiciste todo esa noche. No sé qué hubiera hecho sin ti —suspiró, abrazándome. No tenía que agradecerme por nada. Jamás hubiera permitido le hicieran daño.
Isabel acunó mi rostro con inmenso cariño antes de darme un corto beso en los labios. Sonreí al mirarla, pero la felicidad se fue apagando al distinguir a lo lejos una pequeña luz. Todo esto era nuevo para mí.
—Creo que alguien nos está grabando —comenté a su oído. Mi cercanía le hizo cosquillas.
—Entonces que se mueran de envidia —mencionó traviesa enredando su brazo alrededor de mi cuello para atraerme a su boca que tenía el poder de volverme loco. Sus cálidos labios rozaron los míos. Enredé mis dedos a su cabello negro adorándola—. Estás loco, Lucas —me acusó divertida volviendo a atacarme. Era tan difícil pensar—. Quién pensaría que eres un pillo.
—Tú me vuelves un pillo —solté divertido.
—Ahora la culpa es mía —fingió indignación entre sus fugaces besos, mezclado sus risas con su dulce sabor.
—No, claro que no, la culpa es mía por quererte como lo hago —acepté ganándome una sonrisa—. Te juro que he intentado dejar de hacerlo, pero es imposible.
—No lo intentes más —mencionó con una sonrisa. Otro beso que interrumpió para darme un golpecito en el hombre—. Ahora apacíguate que no quiero que tus amigos nos encuentren así —mencioné girándose para observar si se acercaba un vehículo. Reí enredando mis brazos a su cintura antes de besar su cabello. Isabel disimuló la sonrisa.
Podía notar que estaba emocionada. Me hacía feliz que poco a poco fuera recuperando su energía, esa personalidad que por miedo había dejado en el olvido. Un automóvil se acercó, eso bastó para brincar al borde de la banqueta.
—Son ellos, son ellos, apuesto que son ellos —repitió contenta obligándome a despabilarme. Sonreí confirmando sus sospechas. Fue sencillo identificar el par de personas en el interior que terminaron su camino frente a nosotros.
—¡Lucas! —Reconocí esa voz junto al semblante familiar que descendió del vehículo. Jimena lucía igual que la tarde que nos despedimos. Me alegró mucho volver a coincidir, ella era de los buenos recuerdos de la capital—. Pensé que no te volvería a ver —saludó cuando me acerqué a recibirla—. Te veo mucho mejor.
—Lo estoy —acepté con una sonrisa. Esa noche no estaba en mi mejor momento—. Me sorprendió enterarme que vendrías. ¿Cómo está Hilda?
—Ella quería sumarse, pero como no la lleva bien con Julián preferí ser yo la que tomara el descanso —susurró. En parte la entendía. La mención me hizo fijar la atención en el conductor que cerró de un portazo. Parecía un poco fastidiado por todas las horas de carretera. Le dediqué una sonrisa antes de ofrecerle mi mano.
—Una sorpresa, Julián.
—No lo es, quería hablar contigo de algo importante —me puso al tanto—, pero será otro día, hoy solo quiero encontrar un lugar para quedarnos. Tomar carretera debe parecerse a la muerte —se quejó. Sonreí entendiendo su hartazgo. Decidí centrarme en lo más importante, sin darle rodeos, giré encontrándome con una impaciente y cohibida Isabel que no quería intervenir sin invitación. Reí enternecido por sus dudas antes de tomarla de la mano.
—Primero, aunque dudo mucho que no la conozcan, quiero presentarles personalmente a Isabel Bravo —mencioné colocando mi mano en su espalda. Jimena se mostró familiarizada, Julián solo se despojó de los lentes oscuros.
—Tarde, fuimos compañeros de viaje —comentó él refrescando mi memoria—. Estás más guapa que nunca, Isabel. Un gusto volver a verte —comentó mostrando que sí podía ser amable.
—Igual, Julián. Lo de verte, no lo guapa —aclaró deprisa. Jimena negó con una sonrisa observando a su primo. Isabel clavó sus ojos en los de ella—. Tenía muchas ganas de conocerte. Es decir, hablamos unas palabras una noche, pero llevaba un disfraz y a la mañana siguiente unos lentes enormes. Lucas me comentó le guardaste el secreto. Gracias de verdad por salvarme el pellejo.
—No fue nada —dijo Jimena restándole importancia—. Me da gusto que las cosas salieran bien para ambos. No me sorprendió cuando lo declararon en televisión. Se ven bien juntos —opinó amable como siempre. Isabel le regaló una entusiasta sonrisa.
—¿Nos recomendarás un sitio dónde quedarnos? —preguntó Julián deseoso de acabar con los protocolos.
—Pueden quedarse en la posada donde me hospedo. Hay habitaciones. Los dueños son encantadores, mientras que no los molestes en su siesta de las cuatro, ni los levantes antes de que salga el sol, ni después de las siete —los puso al tanto acordándose de las reglas—. Pero te invitan de su café los domingos —apuntó.
—Vaya, el paraíso —murmuró Julián.
—Después podemos pasar por Bahía Azul—propuse.
—Eso me encantaría, hoy por la mañana hicieron un reportaje y ha despertado mis ganas de conocerlo —confesó Jimena feliz por los planes encaminándose a la puerta. Isabel alzó una ceja intrigada por el dato.
—¿Un reportaje? —curioseó mirándome. Yo tampoco tenía ni la menor idea de lo que hablaban.
—Se los contaremos en el camino —dictó Julián poniendo a la disposición su vehículo.
Sospechaba que tenía que ver con Damián, aunque conociendo su imaginación las posibilidades eran infinitas.
—¿Sabes qué encuentro curioso? —me preguntó en voz baja Isabel cuando nos acomodamos en los asientos traseros—. Que siempre que me presentas prefieres improvisar un poema sobre lo mucho que me amas antes de usar la palabra novia —comentó acusatoria con una sonrisa.
Quise responderle, pero la platica de Jimena la distrajo haciéndola olvidar el tema. Pensándolo a fondo, no me gustaba mucho ese término, demasiado simple para lo que deseaba, estaba en planes de cambiarlo.
Julián se mostró un poco indeciso a unirse al plan de Bahía Azul, pero la psicología inversa que usó Isabel logró convencerlo de salir de esa habitación. Jimena se mostró entusiasmada por conocer el negocio de mis tíos. Mantuvo su sonrisa durante todo el camino, pero esta se esfumó con el grito de mi primo que le sacó un susto.
—Ustedes son los responsables de este milagro —soltó eufórico antes de abrazarme. Reí por su actitud—. ¡Bendito el día que te decidiste a volver! —se dirigió a Isabel estrechándola con fuerza entre sus brazos hasta levantarla del suelo. Ella soltó una carcajada que murió cuando la dejó para tomarla de los hombros—. Te juro que si no fuera porque eres la novia de mi primo me casaba contigo en este momento, aunque sea en la feria de la escuela —declaró exagerando como siempre.
Jimena nos vio horrorizada, sin comprender qué demonios le sucedía.
—¿Qué te pasa? ¿Borracho a las siete? —cuestionó Isabel sacándoselo de encima.
—Una reportera estuvo aquí esta mañana —nos puso al tanto de algo que ya conocíamos. La verdadera sorpresa fue encontrar a reventar el sitio—. Gracias por hablarles de mí —añadió con una sonrisa que no cabía en su rostro—, te devolví el favor...
—Damián.
—Nada grave. Me guardé las exclusivas más jugosas para otra edición —dijo. Isabel se cubrió la cara sin creerlo, aunque yo supe que se trataba de una broma. Al menos eso esperaba—. No hay espacio para un alma y planeo mantenerlo así hasta el final de mis días.
—Tus padres deben estar orgullosos.
—Un poco quejones por el trabajo, pero al final de la noche me lo agradecerán. Por cierto, no sabía que traerían invitados—notó al final de todo su parloteo.
—Julián y Jimena, son amigos de la capital —le expliqué haciendo una rápida presentación. Damián tomó la mano de mi exjefe con una familiaridad que lo confundió, hizo lo mismo con Jimena que seguía un poco desconcertada ante la enérgica personalidad de mi primo.
—Les demostraré que todo lo que dicen es verdad —mencionó refiriéndose a lo que él mismo había inventado. Negué sin disimular la sonrisa siguiéndolo hasta la barra—. Y cuando des ese famoso concierto esto va a explotar. Voy a poner sillas en el océano con tal de perder clientes —dictó determinado.
—Sí te creo —opiné, conociéndolo.
—¿Vas a dar un concierto? —curioseó Jimena atreviéndose a hablar.
—No un concierto, un verdadero concierto —remarcó Damián que seguía soñando con las oportunidades. Jimena asintió sin entender la diferencia—. ¿Ya tienes fecha?
—En un mes —reveló Isabel. Julián no escondió el interés. En una de esas se decidía a quedarse—. Por cierto, ¿cómo vas con el tema de la fotografía? —recordó. Yo también quería los detalles de ese capítulo.
—Empezando —respondió sin dar muchos detalles. A él le costaba más abrirse—. Trabajando en en algunas secciones.
—Deberías contratarlo para tu publicidad —propuso Damián chasqueando sus dedos—. Imagina una sección en Bahía Azul para promocionar el concierto —planteó sin quedarse afuera. Era una gran idea—. Aquí todos hacemos negocio.
—No suena mal —admitió Isabel después de meditarlo—. ¿Tú qué dices, Julián? ¿Te animas? —preguntó con una sonrisa. Mi exjefe, al que toda la vida le habían dicho que su pasión era una pérdida de tiempo, titubeó un instante. Uno que desapareció para tomar un importante reto.
—Por mí no hay ningún problema.
—A eso digo hacer un buen trato —comentó Damián celebrando su nuevo acierto como si fueran socios. Ni siquiera entendía cómo lo hacía, pero siempre lograba salirse con la tuya. En verdad, me alegraba, trabajaba duro para crecer. No le tenía miedo al éxito.
Para ser feliz es necesario tomar riesgos, pensé al contemplar a una persona en la entrada. Su rostro reflejaba no tenía idea qué sucedía. Me disculpé para ir a recibirlo.
—¿Quién se murió? —preguntando Manuel con las manos en el bolsillo observando extrañado la concurrencia.
—Nadie por ahora. Idea de Damián —reconocí—. Una buena idea de Damián.
—Qué bueno que lo aclaras porque de diez que tiene, nueve parece sacadas de una película —murmuró sin perder el humor—. De una mala película.
—Y la otra es lo suficientemente buena para hacernos olvidar del resto —apunté optimista. Manuel se encogió de hombros—. Me da gusto verle hoy porque quería pedirle un favor.
—Bueno para pedir, muchacho —protestó—. A ver, ¿qué quieres esta vez? Te advierto que dinero no tengo y de conseguirlo tampoco te lo prestaría...
—¿Podría acompañarme este fin de semana a Xalapa? —lo interrumpí. Me miró como si hubiera perdido un tornillo—. Necesito comprar unas cosas y me haría bien su consejo —me sinceré. Él era de mi absoluta confianza. Además, me ayudaría su experiencia en el tema.
—¿Y qué vas a comprar allá que no puedas encontrar aquí? —curioseó tosco, sin entender qué podía valer un par de horas fuera del pueblo. Una inusual sonrisa, producto de los nervios y la incertidumbre, me delató.
—Un anillo.
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