Capítulo 44 (Parte 1)
—¿Cómo lo harás?
—Es justo lo que estaba preguntándome —revelé pensativa revisando la lista.
Susana soltó una carcajada como si le hubiera contado un chiste, no tuve el valor de decirle que hablaba en serio. Es decir, tenía una idea general, nunca me detenía a pensar a detalles porque mantenía la creencia que sobreanalizar nos roba muchas oportunidades. Es natural perder algunas, pero el miedo es adictivo, primero te devora un sueño y cuando te das cuenta ya ha terminado con la alacena. Te pasas la vida entera preguntándote qué tanto te quitó.
—Les daré un tarjetón a todos los que se presenten, con la fecha que les corresponda. Los calificaré y, después de una semana, llamaré a los que más me gusten —hablé en voz alta ordenado mi idea.
—Suena bien —me felicitó Susana creyendo era una afirmación. Eso bastó.
—Lo difícil será elegirlos —admití pasando la hoja—. No me creo capaz de decirles que no. Posiblemente utilicé la típica estrategia de "le llamaremos". Es una respuesta mucho menos dura, aunque igual de decepcionante.
—Puedes tirarlo a la suerte —propuso Susana.
—No. El objetivo de las audiciones es seleccionar a alguien en especial. Todos pueden entrar, pero debe haber una razón para estar dentro —le expliqué paciente. La suerte no debe meter mano. Susana me sonrió al entender lo importante que era para mí.
Esa fue la manera en que me brindaron la primera oportunidad. Mi historia cambió gracias a ese concurso. Su decisión me ayudó a creer en quien era. Por una vez la gente pensó que había algo especial en mí. Al fin sentí que servía para algo.
—Por cierto, gracias por darme una mano con los tarjetones —recordé el detalle, levantándolos, me había ahorrado mucho drama al tener que ir a buscarlos.
—En realidad, fue mi madre —me explicó divertida. Asustada alcé la mira, pero Susana permaneció tranquila, más concentrada en acomodar una silla. De solo imaginar a Marisela haciéndome el favor quise morirme. Seguro pensó que la novia de su hijo era una maldita inútil—. Debe ser muy difícil no poder salir ni a comprar un lápiz, ¿no? —me despertó su hija con una sonrisa antes de suspirar dramáticamente—. El precio de ser una celebridad.
—No, no. En realidad, yo compro todas mis cosas. El lío es que la dueña de la papelería es mi madre —le conté sin ánimos, torciendo los labios—. No mantengo una relación amistosa con mi familia, la única persona que no me odia es mi abuela.
—Y Manuel —me recordó.
—Sí, Manuel, él es... —Mordí mi lengua sin encontrar la palabra. No hallé una definición—. Técnicamente mi tío. Compartimos sangre, pero no lo conozco más allá de lo que Lucas me cuenta. Él lo adora con locura.
—Yo también le quiero —reveló.
—Eso me reafirma que es un buen tipo. Tampoco tenía dudas —aclaré. Al conocer su historia era imposible no sentir admiración por ese hombre—. No sé... Creo que sería raro intentar convivir a estas alturas del partido. Dudo llegáramos a entendernos.
—Deberías intentarlo. Yo pienso que ambos se llevarían muy bien —dictó optimista. Me gustaba que para ella la vida era sencilla—. Él está loco, igual que tú —comentó alegre, hablando para sí misma—. Quizás es de familia.
Susana meditó lo que acababa de decir, tuve la impresión que quiso disculparse, pero la detuve. No me enfadaba el concepto, todo lo contrario. Sonreí ante la curiosa descripción reconociendo tenía parte de razón. ¿Cómo refutaba su argumento estando a punto de cometer otra locura?
Es verdad que la magia se encuentra en el sitio menos esperado. Había pasado los últimos años buscando en todo lugar esa corazonada de la que otros tanto hablan, esa sensación en el pecho que te hiciera creer has nacido para cumplir una misión. Subía a escenarios, sonreí a la cámara imaginando lo que otros pensarían. Muchas veces me entretenía recreando las voces de la gente que gritaba me amaba sin ni siquiera conocer mi nombre. Me recostaba contemplando el techo, preguntándome cómo se llamarían, si serían felices.
Entonces cuando me encontraba en el abismo, casi olvidando la razón por la cual respiraba, Lucas me llenó con una llama que encontró calor en mi corazón. El fuego revivió e iluminó todos los rincones de mi vida.
Sentada en aquella silla, mientras los escuchaba hablar con tanta ilusión de su talento, el barco que se había extraviado en el mar tocó la arena. La sonrisa se mantuvo en mi rostro durante sus presentaciones. Tenían mucho que ofrecer, un rayo luz que agradecería el mundo. Descubrí que en todas las personas que entraron a esa bodega había algo que lo hacía destacar: habilidad, simpatía, carisma, sencillez. Cada una brillaba a su manera. Me hicieron sentir tan querida que me pregunté cómo por años creí que apartarme me mantenía segura, aquella estrategia lo único que logró fue adelantar mi muerte. Entonces recordé porque siendo una chiquilla disfrutaba tanto el contacto con la gente.
Sabía que llegado el momento sería una odisea seleccionar a unos cuantos, pero en ese instante no quise pensar en el futuro, sino disfrutar del encuentro con caras conocidas que me recibieron como si el tiempo no pasara y desconocidos que me abrazaron con familiaridad. Más allá del dinero o reconocimiento, su cariño era la recompensa después de un largo camino. En Tecolutla la gente te adoptaba como si fueras parte de tu familia sin que ni siquiera lo merecieras. Hice un montón de promesas esa tarde que intentaría cumplir.
El corazón enloqueció de alegría, dolía por la intensa felicidad que me invadió después de pasar una eternidad sumida en la tristeza. Casi sentí pena cuando acabé con los números de esa tarde y tuve que despedirme de Susana para que volviera temprano a casa. Pese a tener una personalidad distinta a la de su hermano mayor, ambos eran bondadosos, supuse que era una característica de su familia. Esperaba correr con la misma suerte y haber heredado la valentía de un elemento de la mía.
No me gustaba darle vueltas. Mis decisiones eran impulsivas. Lo demostré cuando se me ocurrió invitar a Lucas a mi departamento el primer día que nos topamos, o al mandar a Lorenzo al diablo sin avisarle. Claro, mencioné un par de aciertos entre tantos errores. De todos modos se trataba de mi método favorito así que no me lo pensé demasiado antes de tomar ese inusual sendero. Caminé confiada por la calle, igual que el resto de los habitantes de la zona. Adoraba la libertad que corría por mis venas en esa clase de paseos. Una sonrisa se pintó en mis labios soñando con que esa paz durara para siempre.
Para mi desgracia, lo bueno tiene final y mi agradable humor es esfumó al chocar cuando reconocí a una mujer a unos pasos de mí. No pensé jamás volver a verla. Estaba idéntica, su único cambio sería que ahora llevaba ropa ejecutiva que revelaba trabajaba en una oficina. Ninguna de las dos pensó que esa tarde nos toparíamos, de saberlo ni me hubiera levantado.
Deseé con todas mis fuerzas que ambas nos hiciéramos las ciegas, que continuáramos fingiendo que nos desconocíamos. Lamentablemente al rodearla Maya se atravesó, impidiéndome huir. Ella sí tenía ganas de hablar.
—Isabel, no pensé volver a verte —comentó tímida. Afilé mi mirada. Yo también tenía el mismo deseos—. He querido charlar contigo desde que me enteré estabas en Tecolutla —confesó. Ni siquiera me salieron las palabras. No quería ser grosera, pero no improvisaría ninguna mentira amable. Maya esperó mi contestación, una que no llegó—, para pedirte disculpas.
Eso me desconcertó. No escondí el asombro. La sangre empezó a correr rápido por mis venas.
—¿Pedirme disculpas? —repetí fingiendo extrañeza. Maya calló al notar me encontraba a la defensiva—. ¿Por qué? ¿Por ser una mentirosa? ¿Por poner a mi novio en mi contra? ¿O quizás fue porque de no ser por su ayuda hubieras permitido abusaran de mí? —lancé sin guardarme nada. Yo tampoco tendría consideración.
—Te he dicho muchas veces que eso fue por miedo. Jamás quise te hicieran daño —mintió. Quizás esperó que el discurso ablandara mi corazón, no le funcionó—. Si tú...
—Maya, por favor, deja todo este cuento —frené su falso arrepentimiento, desesperada por esa fachada de niña buena que siempre generaba lástima—. ¿Tú crees que yo soy tonta? —la encaré furiosa—. Por Dios, ese invento puede comprártelo cualquiera que no te conozca. Yo no. Sabías perfectamente que te hubiera creído, siempre te creía todo. Te confié mis secretos imaginando eras mi amiga. Sigue repitiéndole al mundo que estabas asustada, tan asustada que seguiste metiendo a ese asqueroso tipo a todas tus reuniones, que lo invitando a tu casa como si fueran grandes amigos y le permitiste estar cerca de todos nosotros —reclamé con el corazón atorado en la garganta—. A veces lo pienso, Maya. Te juro que intento recordar un momento en que tú parecieras temerosa, pero durante todos estos años no lo he encontrado.
Maya evadió mi mirada al notar su tarea de engañarme no era sencilla. Lucas podía creerle su teatro de redención, pero a mí no me compraría con un falso lo siento.
—Yo te hubiera perdonado todo, que me traicionaras, contaras mis secretos, te metieras con mi novio, pero jamás que guardaras silencio cuando estaba en peligro —escupí con la voz entrecortada por la impotencia—. ¿Te das cuenta de lo que pensaba hacerme? —pregunté cansada. Resistí los deseos de tomarla de los hombros obligándola a reaccionar—. Me drogó para tocarme en contra de mi voluntad. Ese maldito enfermo iba a llevarme a su casa y después me haría creer que accedí a estar con él. ¿Cómo te limpias las manos, Maya? Tú lo sabías —repetí convencida—. ¿Sabes qué es lo que más me molesta? Puedo apostar que a la mañana siguiente cuando amaneciera en la cama del tipo que más asco me provocaba y corriera a contártelo sintiéndome una basura tú me hubieras consolado alimentando esa mentira. Si Damián no los hubiera descubierto, si Raúl no te hubiera delatado, tú seguirías cómodamente en silencio —la acusé.
Ella no me llevó la contraria, ¿para qué? Las mentiras nunca llegan lejos, las dos lo sabíamos. Tampoco importaba qué se hubiera inventado, no le hubiera creído. Fuimos tan cercanas que nos conocíamos bien.
—Eres muy dura, Isabel —me echó en cara haciéndose la víctima—. Todos cometemos errores, merecemos una segunda oportunidad —argumentó.
—¿Le llamas error a lo que me pensaban hacer? —repetí para que tuviera el valor de repetirlo. Ella tomó un profundo respiro irguiéndose—. Definitivamente pensamos distinto.
—Isabel, no puedes ser tan egoísta —continuó. ¿Me estaba retando? Claro que sí—. Solo piensas en lo que tú sientes, pero no en lo que yo pasaba por ese momento. Estaba confundida...
—Tienes razón, soy egoísta y muchas otras cosa —confesé sin orgullo—, pero yo jamás hubiera permitido te tocaran un cabello, o hicieran daño, no importa quién fueras. Detente a pensar un segundo, si Lucas no me hubiera llevado a casa, ¿tú estarías aquí pidiéndome perdón? Tal vez pienses que exagero porque no sucedió nada, pero no fue por ti, esa es la diferencia. Así que por más que me esfuerzo no puedo perdonarte.
—Pensé que los años te habían vuelto más sensible —se indignó. Caminé de espaldas, alejándome, conociendo lo fácil que los problemas se me salían de las manos—. Todo lo contrario, se te ha subido la fama a la cabeza y te crees perfecta, capaz de juzgar a todos. Me equivoqué respecto a ti —mencionó decepcionada.
—Maya, ambos nos equivocamos —aceptando parte del problema. Me hubiera gustado darle la vuelta a la hoja, pero me resultaba complicado. Ese capítulo no—. Que al final cada una pague por sus errores.
Doble capítulo ♥️.
Capítulo dedicado a @Geregii por estar aquí desde la primera parte ♥️♥️♥️.
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