Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 43

Fue un trayecto tan corto que me pareció una eternidad. Bloqueé mis oídos, y sin darme cuenta también mi respiración, hasta que se cerramos las puertas detrás de mí. Entonces, el murmullo quedó atrás y lejos del peligro dejé escapar el aire que retuve en los pulmones. Suspiré aliviado, pero a mitad de mi nueva tranquilidad alguien me tomó de los hombros agitándome con fuerza.

—¡Lucas, estuviste fantástico! —celebró Isabel, brincando. El movimiento llamó atención de la recepcionista, la única persona en la habitación, al verse descubierta volvió a su computadora. Reí nervioso, ambos con manifestaciones diversas del mismo sentimiento—. Dios, ¿cómo respondiste a todos sin titubear? —preguntó sorprendida—. Me quedé con la boca abierta.

En realidad había practicado mis diálogos la noche entera. Mientras Isabel dormía repasé, de principio a fin, respuestas que resultarían útiles en cualquier situación. Claro que no pensaba contárselo esa mañana, necesitaba alguien en quién apoyarse. Tenía que ser yo, así tuviera que recordar a marchas forzadas el curso de oratoria de la universidad.

—Si te soy honesto no recuerdo ni la mitad de lo dije —admití en confianza. Su sonrisa iluminó el lugar, conociéndome debía hacerse una idea de lo que significaba—, pero eso no importa creo que ha salido bien —reconocí optimista—. Por cierto, parece amables tus amigos de la prensa —opiné. Tenía una imagen distinta de ellos, o tal vez festejaba con anticipación.

—Sí, la mayoría —susurró a la nada. Agitó su cabeza intentando disipar dudas—. Te juro que me temblaron las piernas cuando los vi a todos reunidos ahí, pero al oírte contestar sentí cayó una piedra de mi espalda —confesó. Cuando hallé mi voz sucedió lo mismo—. No porque necesitara escuchar algo en especial —dijo acunando mi rostro—, sino que me di cuenta que no importa lo que pase, lo que digan o puedan inventar... Un malicioso titular jamás va a importar más que tú, ningún rumor superará lo real que somos.

Sonreí al escucharla hablar de esa manera. Si teníamos confianza y paciencia la mayoría de los problemas encontrarían solución. Me prometí no perderlos durante el camino.  Estaba seguro que el amor no se marcharía, pero para llegar al final de una historia se necesita más.

—Bien, eso sonó intenso. Puedo usarlo para una canción —apuntó de buen humor—. Tú me inspiras, Lucas —me acusó divertida antes de darme un golpe en el hombre en una extraña demostración de afecto.

Reí ante su efusividad, aunque mi risa murió cuando se colgó de mi cuello atrayéndome a su boca. Ansiosa, apasionada y con una pizca de travesura que tenía el efecto de acelerar mi corazón. No podía describir lo mucho que me gustaba.

—Me haría ilusión que vieras las audiciones, aunque teniéndome a mí al frente seguro serán un caos. Por cierto, en un rato iré a la bodega, debo arreglar el desastre de ayer —murmuró con un mohín.

—Me gustaría quedarme —reconocí—, pero hoy tengo algo muy importante que hacer. He quedado con alguien —mencioné, sin entrar en detalles. Isabel no escondió la curiosidad.

—¿Es una sorpresa? —preguntó alzando una ceja.

—No —negué sonriendo por su interés. Acomodé con cuidado uno de su mechones, eso suavizó su gesto—, un paso. Uno que no seguiré postergando.

—Estás loco, muchacho.

—Eso no es nuevo —admití. Hacer esa clase de locuras era lo que le daba sentido a mi vida. 

—No sé por qué demonios me convenciste de acompañarte en esta estupidez —protestó malhumorado Manuel,  que era mucho más razonable, mientras me veía colocando la llave en la cerradura.

Tampoco entendía cómo lo hice, pero se lo agradecía más que nunca. Sabía que no era un enfrentamiento sencillo, posiblemente la recuperación costaría trabajo. Sin embargo, consideré importante él debía estar presente, no solo por el significado, sino porque no confiaba en nadie más que en ese hombre. Él me diría la verdad, sin tacto, directo a la cara. Necesitaba crudeza. La honestidad era uno de las cosas que más valoraba en la vida.

La puerta cedió dándonos acceso al temido capítulo. No fui capaz de empujarla sin meditarlo. ¿Estaría haciendo lo correcto? No podía permitir dañar a otro por mi egoísmo. Tal vez me equivocaba pensando que la herida estaba cerrada cuando aún quedaban partes sensibles. ¿La abriría convirtiéndola en incurable? Manuel se puso ansioso por mi titubeo, no entendió por qué prolongó la agonía, o quizás lo comprendió mejor que nadie así, deseaba un golpe certero.

—No quiero que se sienta obligado —reconocí. Aún estaba a tiempo de arrepentirse—. Sé...

—Abre de una vez —me apuró dejando el sentimentalismo. Obedecí por el bien de los dos.

La oscuridad nos invadió de lleno al poner un pie dentro, al igual que un profundo sentimiento de melancolía, por suerte di con el interruptor al primer intento. Se iluminaron los rincones de la habitación. Desierta, sin ningún mueble u objeto, con paredes recién pintadas que revelaban su mantenimiento.

—Ha cambiado —murmuró con voz pesada. Creí en su palabra.

Nada queda intacto en el tiempo, ni los propios humanos que somos los que más nos resistimos al cambio. Sus pies se movieron por voluntad propia, acercándose a aquellos lugares donde un centenar de recuerdos se reprodujeron sin pedir permiso. Los ojos negros, siempre cargados de emociones, se inundaron de sentimientos que luchó por no salir a flote. En el fondo estaba seguro. Manuel era un hombre fuerte, me atrevería a decir, el más resistente que conocía. Si querías aprender a salir adelante, a superar obstáculos, no podías tener mejor maestro. Pero antes de eso era un ser humano, con partes vulnerables que ni siquiera intentaba esconder. Mostraba orgulloso las grietas. 

—Pensé que era un buen sitio —revelé. No deseaba pensara se trataba de una falta de respeto, todo lo contrario. Si lo había buscado fue precisamente por conocer la historia, para unos se trataba de una zona olvidada, para otros pocos un precioso tesoro. Cuando regresé al pueblo y topé con esa esquina sentí una intensa corazonada, de esas que es imposible callar—. Quería saber qué opina.

—¿Me viste cara de arquitecto? —escupió. Sonreí, me eché las manos en los bolsillos dándole un vistazo. Ese era el banderazo de inicio, su aprobación para convertirlo en la tinta de una nueva historia que se entrelazaba en la anterior.

—Tiene experiencia y da buenos consejos —dije honesto.

—Aquí escribí mis fracasos, muchacho, con eso te digo todo. Debe estar maldito —bromeó ácido. Sí, bueno, no era un gran indicio—. También los mejores momentos de mi vida —añadió pensativo—. Si hiciste esto para hacerme un favor te digo que...

—En realidad, necesitaba una oficina —contesté con una sonrisa. No me creyó. Hizo bien, había parte de verdad en mi mentira—. Tengo fecha definida, apenas aprueben los últimos trámites —le conté antes que a nadie—. Haré todo lo posible para que sea antes de que regresen a Xalapa.

Era una decisión trascendental. Había decidido quedarme a vivir en Tecolutla, emprender mi propio negocio en la zona. Trabajaría en contacto con negocios locales e incluso tenía apoyo de varias instituciones gracias a la ayuda del profesor Nicolás que me había facilitado con una lista de contactos. Se lo comunicaría a Don Ernesto y a Julián a la brevedad, no antes que a mi familia. En especial a Isabel, tenía planes de llevar nuestra relación a otro nivel y estos pasos se daban en conjunto.

—Siempre fuiste testarudo —comentó Manuel. No pude contradecirlo, se trataba de mi mayor defecto—. Sabía que no te quedarías en paz hasta lograr lo que tenías en la cabezota. No sé si felicitarte o mandarte al diablo por ello —escupió robándome una carcajada.

—Si me dice que está de acuerdo lo tomaré como la primera.

—¿Por qué te importa tanto? No te pienso prestar ni un quinto —me advirtió.

—¿Le confieso algo? Siempre que sucede un hecho importante me pregunto qué pensaría papá —me sinceré con una sonrisa melancólica—. Me consuelo imaginando me apoyaría. Él era la clase de personas que aplaude todas tus tonterías, pero hay veces que daría todo por escuchar su voz.

—¿Ahora quieres que finja serlo? —dudó.

—Nada de eso. Pienso que él me hubiera aconsejado no quedarme callado. Sé lo qué significa este sitio, le perteneció —le recordé. Manuel tomó un profundo respiro. Era el local de su familia, el mismo que tuvo que abandonar cuando sus deudas lo asfixiaron. Compromisos que adquirió por darle apoyo a quienes no le correspondieron. Un mal castigo a su generosidad—. Nunca debió quedar en otras manos —expuse—. Voy a cuidarlo, por ellos —prometí.

Por la mujer que amó, por el hijo que aún vivía en su corazón.

—Creo que les hubiera gustado —me sorprendió de pronto, con la mirada clavada en la nada—. Ella odiaba que las cosas se estropearan por abandonarlas. Decía que la vida no necesitaba pausas. La hubiera decepcionado saber cuanto tardé en aplicar de sus consejos. Era valiente, nunca se lo aprendí —confesó.

—¿En serio? No la conocí —dije—, pero imagino que ella iniciaría un debate.

—No sé por qué haces todo esto, pero no pienso pagarte nada —argumentó tosco con una sonrisa. Entendiendo el objetivo—. Ya que lo tienes decidido, felicidades —comentó sin mucho adorno. Era lo que necesitaba escuchar—. Te advierto desde hoy que cuando estés en prisión te visitaré por mera gratitud —pronosticó tan optimista como era su costumbre.

No importaría, más allá del fracaso, parte de la vida, lo intentaría. Sonreí entusiasmado ante la cercanía de la meta. Manuel tenía razón. Era testarudo, me esforzaba por lograr lo que deseaba y me había propuesto no fracasar.

—Ya sabía que uno de tus descalabros terminarían cobrándote factura —se burló de mí cuando le platiqué el evento de esa mañana, con ganas y sin pena, como si mis líos fueran para una novela.

—El descalabro es la mujer que quiero, por cierto, su sobrina —recordé contento por la peculiar descripción.

—¿Qué quieres que te diga? Con mayor razón. Los Bravos somos el error en la vida de cualquiera —comentó. Negué con una sonrisa. Tenía una opinión distinta, pero de todos modos, si el pecado de la mía fuera Isabel aceptaría la condena—. Tu novia es mi sobrina parcialmente —aclaró como si eso fuera posible—. Cuando se trata de presumirlo a los idiotas fanáticos de la televisión, sí.

—Qué conveniente.

—Además, si lo fuera no me haría mucha gracia que anduvieras con ella —se sinceró mientras recorríamos la plaza principal. Debo reconocer que eso llamó mi atención. Frené, intrigado ante la confesión.

—¿No soy de fiar?

—Todo lo contrario. Los Bravos somos un caso peculiar, aún puedes huir. Estás a tiempo, muchacho —aconsejó. Reí por su inusual advertencia.

—Creo que exagera —dije. Cierto era que se trataba de gente complicada, hablaba de su otra familia, pero no eran hijos del demonio.

—A ver si cuando ves lo que viene allá dices lo mismo —chifló divertido Manuel levantando la barbilla, señalando a unos metros una pareja que borró mi sonrisa y confianza.

Una mala broma del destino provocó que terminara en el mismo punto que los padres de Isabel. Por las bolsas que cargaban supuse vendrían del mercado. Me costó un instante reconocerlos, uno tan fugaz que borró las dudas. Aunque los años habían pintado de blanco algunas de la hebras antes oscuras y en su cara identifiqué nuevas marcas del tiempo sus miradas seguían intactas.

La sorpresa fue de ambas partes.

La madre de Isabel no se contuvo, abrió los ojos sorprendida al toparnos frente a frente. Tal vez también se arrepintió de no cambiar de acera. Era demasiado tarde para echar vuelta atrás, sucedería tarde o temprano. Sonreí intentando aligerar la tensión, agradecí que fuera Manuel el que hablara.

—Paseando en plena tarde —los saludó. Su hermana asintió, tuve la impresión que hablaría, pero Manuel prefirió "echarme la mano"—. ¿No le dicen nada a su yerno? —escupió disfrutando ponerme en aprietos.

—Lucas, hace mucho que no te veíamos —admitió su madre. Años. Cuando estuvimos juntos Isabel y yo siempre fueron educados conmigo, más no amistosos. He de reconocer era mi culpa—. Claro, sin contar la entrevista de esta mañana —añadió dando directo en el punto y sin esconder el reproche. Supongo que a nadie le hace gracia enterarse por las noticias de algo que está a unos metros.

—Eso habla mal de ustedes —intervino Manuel—, si el chico no sale de la posada de su hija.

Carraspeé incómodo ante la mala broma, sobre todo teniendo al padre de Isabel presente, que no le pareció nada divertida la referencia.

—Un día de estos deberían reunirse —propuse aprovechando el tema, pero desviándolo al que deseaba tocar. Los dos se miraron entre sí—. Isabel tiene muchas ganas de verlos.

—Se nota —masculló su madre molesta—. Sin llamar desde hace años, andando de aquí para allá desde que llegó sin poder tocar a la puerta de su casa —expuso irritada. Suspiró con pesadez—. Igual no esperaba lo contrario de su parte. Está claro que ella siguió su vida.

—Es natural lo hiciera. Los hijos deben caminar —argumenté.

—Pero no haciendo todo lo contrario a lo que le enseñaron —protestó sin dar su brazo a torcer. Había olvidado, o quise hacerlo, lo difícil que era su carácter. El hombre guardó silencio, zapateó impaciente conociendo el final de la conversación. No entendí esa actitud a la defensiva, hablábamos de su hija. En silencio agradecí que Isabel no heredara más que algunas características físicas. Ella no cargaba rencores que no servían de nada.

—A las personas se les quiere por lo que son, no porque obedecen nuestros deseos —expuse sin guardármelo. Sentía injusto no dejarán atrás un hecho que los lastimaba.

—Escucha, Lucas, no tengo nada contra ti —soltó sin ganar de oírme—, pero no te metas. Tú solo puedes suponer lo es la ausencia de un hijo. Isabel eligió hace años lo que prefería —dictó dándole fin a la discusión. Nada la haría cambiar de opinión. Avanzó, haciéndose espacio entre los dos. Su marido la siguió, le dedicó una mirada de desaprobación a su cuñado.

—Y ustedes también pueden hacerlo —sostuve, elevando un poco la voz, para que pudiera oírme, sin importarme si estaban de acuerdo. Tenía el defecto de decir siempre lo que pensaba cuando consideraba era lo correcto.

Imaginé pasarían de largo, pero la madre de Isabel frenó encarándome.

—¿Qué pretendes esta vez? —cuestionó, dudando de mi terquedad.

—Quiero que Isabel sea feliz —revelé—, y sé que no puede serlo hasta que arregle las cosas con ustedes. Les quiere, piensa mucho en cómo hacerlo pese al miedo a su rechazo —confesé sin importar si me arrepentía.

La madre se Isabel me miró extrañada. Manuel se mantuvo al pendiente de la confrontación.

—Tiene razón, quizás yo no puedo entenderlos —reconocí despacio—. Solo sé que están perdiendo tiempo con una hija maravillosa por hechos del pasado, teniendo en el presente la solución. Señora, no soy quién para decirles qué hacer o no —admití mi imprudencia—, pero no busque personas perfectas, sino gente que les quiere. Isabel lo hace —aseguré—. Dele la oportunidad de demostrárselo.

Cuando la escucharan la entenderían, igual como lo hice yo. Me había negado a ver a Isabel por años, evitando su recuerdo, y bastó una de sus palabras para descubrir que los medios vendían una imagen opuesta. Reconocí su esencia en su mirada, pero necesitaban abrir los ojos.

El silencio caló en nuestros oídos, porque aunque alrededor la vida continuaba su sendero cotidiano, plagado de sonidos y vivencias ajenas, el mundo se encerró en esas miradas que sin estar en duelo permanecieron fijas una en las otras. Sabía que no debía intervenir, pero aún recordaba lo inflexible que eran con sus reglas y lo fácil que dañaba su severidad. Suspiré aceptando no lograría nada. El perdón y la compasión no se obliga, nacen por voluntad propia, de ahí viene su fuerza.

—Espero tengan un buen día —me despedí sin saber qué más hacer. La mujer asintió compartiendo la idea. Me di la vuelta intentando no pensar en mi imprudencia, recordándome qué era la verdad.

—No sé si felicitarte o sentir pena por ti —mencionó Manuel a mi costado. Miró hacia atrás negando con la cabeza—. Si yo hubiera soltado eso hace más de veinte años las cosas hubieran sido distintas —habló para sí mismo, reflexivo.

Lo observé sin comprender. Quise preguntarle a qué se refería, pero el sonido de un nuevo mensaje robó mi concentración. Dejé la cuestión en el aire pensando que de trataría de algo rápido. Tal vez recordatorios de Isabel o me preguntaría si no reuniríamos por la noche. Con la cabeza dándome vueltas aún en la conversación, saqué distraído el celular de mi bolsillo. El número me resultó familiar, la información no. Mis ojos recorrieron las líneas enredándome de una noticia que no tenía prevista en mis planes. Una inesperado visita estaba en camino.

¿De quién creen que se trate? Estaré leyendo sus comentarios ♥️.

Mil gracias de corazón por todos sus comentarios ♥️. Se vienen sorpresas. Les quiero mucho.

Capítulo dedicado a @AlterJimena6732 que fue de las primeras personas en apoyar esta novela y después de tanto tiempo sigue aquí :'3♥️

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro