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Capítulo 41 (Parte 1)


Lucas

La felicidad puedes encontrarse en los momentos más simples, en las acciones cotidianas. Tal vez esa es la razón por la que es tan difícil alcanzarla. Está escondida en casi todas partes, dando un buen vistazo alrededor podrías hallar cientos de sus escondites. Ni siquiera es egoísta, lo único que necesitamos es notarla. Es una ironía que pasemos la vida entera ignorando sus regalos en nuestra búsqueda por dar con ella.

En aquel momento era feliz, con la cabeza de Isabel reposando en mi pecho, escuchando los latidos, mientras su dedo dibujaba algo en el centro. Sus negros rizos comenzaban a tomar forma tras la ducha que nos dio el cielo. El suave golpeteo de las gotas y su respiración tranquiliza me arrulló. Juro que no recordaba otro día donde hubiera tanta paz, donde tuviera la corazonada ya nada malo podría pasar.

—Podemos ir a casa a cambiarnos —propuse. Estábamos en el suelo, recargados contra la pared esperando la tormenta diera tregua. Predije, por la luz tenue que se asomaba, no faltaría mucho. La comparación encajó perfecto con nuestra vida. Isabel negó despacio.

—Quiero estar aquí contigo —respondió en un susurro cerrando los ojos. Yo también, esa tarde, mañana, toda la vida. Aunque marcharnos no lo cambiaría. Ya nada lo haría—, los dos solos, en paz —suspiró con pesar. Sabía a lo que se refería—. ¿Puedes creer que mañana este lugar estará lleno de reporteros? —me informó sin emoción.

Lo sabía. Cuando Damián me mostró la noticia, en mi cabeza, aparecieron muchos escenarios. Pude concentrarme en uno, estudiarlo de punta a punta, pero mi problema era que pasaba mucho tiempo pensando en lo que debía hacer dejando de lado lo que quería. En ese instante solo deseaba verla.

—¿Quieres que conteste algo en específico? —pregunté. Lo último que deseaba era perjudicarla. No me entusiasmaba enfrentarme a sus cuestiones, pero conociendo que el tema la tenía intranquila intenté mantenerme cuerdo por ambos.

—La verdad. Solo la verdad —contestó en un susurro acurrucándose conmigo. La cobijé en mis brazos, se veía tan pequeña y vulnerable. No quería que nada la lastimara—. Les pedí no te cuestionaran, pero sé que harán justo lo contrario. Siempre lo hacen. Era más sencillo que les pidieran: acosen a Lucas, por favor. Te aseguro que se lo pensaría dos veces.

Reí por su suposición, aunque yo también era de la idea que ignorarían su petición. De todos modos me consolaba saber que al no hallar nada interesante en mí se marcharían.

—Será un momento, ten un poco de paciencia —me pidió preocupada—. Después de que se termine la novedad ellos desaparecerán —me prometió.

—Nunca he hablado ante un micrófono —le confesé divertido—. Ahora que lo recuerdo, la única vez que lo hice fue en el discurso final de la universidad. Fue una mala decisión.

Isabel soltó una suave risa que adoré. Cuando era joven reía a diario, era casi su sello distintivo. Estaba recuperándose poco a poco. En verdad me alegraba ser testigo de su ascenso.

—Podemos practicar. Seré una reportera —propuso una locura digna de ella. Tal como siempre lo hacía, le seguí el juego. Isabel se acomodó para poder mirarme, suspiró antes de fingir seriedad, acercó su puño para darle realismo—. ¿Es verdad que mantiene una relación con Isabel Bravo?

Lo pensé un segundo, Isabel se alarmó ante mi duda, una sonrisa me delató. Era malo mintiendo.

—Ni siquiera la conozco.

—Eres un bobo, Lucas —protestó dándome un empujón en el hombro. Atrapé su mano entre la mía antes de besarla. Isabel diluyó su enfado.

—Al menos no he titubeado al responder. Es un buen inicio para dedicarme a la comunicación —añadí robándole una carcajada—. Ahora lo necesito. Esta semana le he prometido al profesor Nicolás ayudarlo con unas cosas que implican hablar en público.

—¿El profesor Nicolás? —repitió incrédula. Reí por su expresión. Ella nunca escondía nada en su cabeza.

—Exacto. ¿Lo recuerdas? Fue nuestro tutor en la preparatoria. Te confieso que a mí también me sorprendió cuando Damián me comentó seguía dando clases en la preparatoria. Pasé a visitarlo, sigue siendo un gran profesor.

—Eso supongo, siempre fue un desastre en su materia, pero aclaro no fue su culpa. Me ganaba sus reproches. No tengo ninguna queja de él —añadió jovial volviendo a buscar refugio en mis brazos.

—En la preparatoria le estiman mucho. He trabajado durante años y sigue haciendo una labor excepcional —conté.

Ella asintió atenta mi opinión. Eso era una de las cosas que más me gustaban de estar a su lado. A mí me costaba expresar en voz alta lo que sentía, pero con Isabel sucedía de manera natural. Jamás conecté con alguien para darme libertad de hablar de todo, sin tapujos, a excepción de ella.

—Me ha pedido un pequeño favor, pienso ayudarlo en todo lo que me pida.

—De ti no me sorprende —mencionó con una dulce sonrisa. Se equivocaba—. Es sorprendente el tiempo que ha pasado desde que estuvimos en esa escuela, ¿no te has preguntado qué habrá pasado con todos nuestros compañeros? Posiblemente uno será presidente y nosotros ignorando esas importantes influencias, Lucas. Yo sí pienso aprovecharlas.

—Sí lo creo. Damián está al tanto de todo. Si quieres una agenda con la información de cada uno, él es la persona indicada —comenté. Ni siquiera él sabía de dónde sacó los datos. Isabel lo tomó en cuenta—. El día que visité al profesor me encontré con Maya trabajando en las oficinas —le platiqué para no olvidarlo.

Isabel se alejó un poco. La confusión la invadió, pareció no recordar de quién se trataba. Me miró como si le hablara en otro idioma.

—¿Maya?

—Tu amiga —quise aclarar su memoria. Isabel frunció las cejas molesta por la descripción. Torció los labios en una mueca de disgusto.

—Ella no es mi amiga, Lucas —especificó ofendida.

—¿No se arreglaron?

—No. Ni lo haremos —escupió fastidiada. Levanté los brazos en señal de paz. Tema delicado, era mejor andarme con cuidado. Isabel suspiró con pesadez—. Dejemos de hablar de ella. Su nombre no me trae buenos recuerdos. Estoy demasiado feliz para que el pasado lo estropee en este momento... Quiero quedarme aquí para siempre.

—¿En una bodega húmeda? Es un escenario poco prometedor, pero bastante accesible —admití de buen humor. Isabel me dio un débil golpe junto a una sonrisa que admiré.

—En tus brazos.

—Eso es incluso más accesible —añadí en un murmullo. Me incliné para besarla, pero antes de rozar su boca ella colocó su dedo sobre mis labios. No entendía a qué jugaba.

—Espera —me frenó—. No quiero olvidar esto, es muy importante: voy a renunciar con Lorenzo.

—¿Qué? —Mi voz apenas se escuchó. No lo esperaba. Fue una sorpresa.

—Sí, la disquera quedó de seguir trabajando conmigo —me puso al tanto. Mantuve la misma expresión—. Lorenzo no mintió, te confieso que sí apliqué un poco de presión. Tenía que verme mala para que me hicieran caso —se justifiqué. Sonreí por su enredo—. Un pago justo por mi libertad. Con tal de librarme del condenado de Lorenzo era capaz de protagonizar una escena estilo Soraya Montenegro.

—Sí te creo —admití rememorando sus aventuras. Ella sonrió encogiéndose de hombros.

—Faltan unos meses para que termine el contrato, solo estoy ganando un poco de tiempo o que se harte de mí y me mande al diablo. Lo que pase primero —consideró—. Estoy preparada por si quiere irse a juicio... Con lo que me gustan las leyes. Desde tu experiencia, ¿algún consejo para cuando acabe en prisión? —bromeó.

—Consigue a alguien que te saque —apunté divertido.

—Gracias a Dios estás aquí —dijo fingiendo alivio. Eso era contraproducente—. Después voy a manejar yo misma mi carrera. No me importa si no gano un peso. El dinero es lo de menos —comentó decidida.

En silencio reflexioné sobre esa noticia, era un cambio importante en la vida de Isabel. Sin embargo, parecía estar segura del paso que debía tomar.

—¿Tú que opinas? —quiso saber, angustiada ante el pesado silencio.

Isabel no debía preocuparse por lo que yo pensara, era su vida, ella era la única capaz de tomar el mando, pero fue significativo me tomara en cuenta.

—Isabel, yo apoyo lo que tú creas es lo correcto —respondí con honestidad—. No me gusta intervenir en tus decisiones profesionales, pero te confieso que me alegra mucho escucharlo. Lorenzo no parece alguien que te haga bien. Estoy seguro que puedes lograr grandes cosas por tu cuenta —aseguré. De hecho, creo que su guía la limitaba. Ella era capaz de más.

—Gracias por tu confianza, Lucas —susurró con una sincera sonrisa. No tenía por qué agradecerme.

—Isabel, así funcionan las cosas entre los dos: yo confío en ti y tú en mí. No importe lo que pase —prometí—. Eso hemos sido desde que nos conocimos.

Desde que Isabel apostó por mí cuando quise ingresar a la universidad, me ayudó a salir del caparazón, en el nuevo negocio, con mi residencia en la ciudad. Cuando yo lo hice con su talento, su voz, su verdadera esencia sin importar lo que otros contaran. No recordaba un capítulo de nuestra historia donde el otro se encargara de contener los sueños del otro, todo lo contrario. Sin importar los errores que resultaron, nos motivábamos a saltar. Estaríamos ahí para curar las heridas del otro.

—Sí —aceptó ella con una sonrisa. Nos miramos un instante que me pareció eterno antes de buscar mis labios. Unas semanas lejos de ellos habían bastado para extrañarla como si una eternidad nos hubiera distanciado—. Tengo una idea —me confesó sin apartarse, dejando que su respiración se mezclara con la mía.

—¿Puedo saberla?

—Es una locura —reconoció traviesa.

—Eso viene incluido en el paquete de Isabel Bravo —mencioné. Las sorpresa estaban a la vuelta de la esquina. Ella no lo negó, se mordió el labio antes de ponerse de pie. Eso no lo esperé, pero la imité—. ¿Qué estás planeando? —pregunté divertido por su misterio.

—Mañana este lugar estará plagada de reporteros, tendremos que contestar muchas preguntas, será un día muy pesado... Por eso hoy quiero olvidarme del mundo, de cosas que aún no pasan. Lo único real en este momento somos tú y yo —dijo halándome del brazo. Yo me dejé arrastrar por ella, siempre lo hice.

—¿A dónde vamos?

—¿Tienes las llaves de tu automóvil? —contestó sin dar respuesta. No tenía idea de su objetivo, pero asentí mientras ella abría. Afuera aún llovía, aunque con menos intensidad, parecía que pronto pararía.

Isabel cerró con llave la bodega, yo sostuve la puerta para que pudiera refugiarse en el interior del vehículo. Sonrió contenta, abrazándose a sí misma por el descenso de la temperatura.

—Nadie pronosticó que el cielo se caería —protestó sacando su celular de la bolsa que colgaba de su cadera. La vi teclear deprisa, luego lo apagó. Alcé una ceja sin comprender—. Le escribía a tu hermana para decirle que no se echara la vuelta en vano. Esto es que no estoy disponible para nadie —comentó agitándolo antes de echarlo en la guantera.

—Hoy solo quiero estar para ti —mencionó con dulzura, acariciándome con su mirada—. Como si fuera a acabarse el mundo y solo quedáramos los dos.

—¿Y dónde quieres que acabe?

—¿Conoces Costa Esmeralda?

—Isabel, todo mundo aquí conoce Costa Esmeralda.

—Entonces sabrás que es perfecto, ¿no? Está cerca de aquí, no demasiado lejos para regresar hoy, pero lo suficiente para recordar que estamos en el punto de inicio —enumeró sus ventajas como si necesitara convencerme—. ¿Qué te parece?

—Que estoy loco por creer es una gran idea.

Después de todo había terminado mis obligaciones y unas horas fuera no matarían a nadie. Estaba tan contento de tenerla conmigo que lo único que quería era hacerla feliz. Isabel sonrió del modo que me encantaba. Podía pasarme la vida entera mirándola sino fuera porque mi necesidad por besarla me vencía. Lo único que superaba apreciarla, era poder sentirla. Convertir el sueño en realidad.

—Será mejor que nos vayamos —nos recordé. Isabel asintió con una sonrisa, rozando su nariz con la mía.

Decidí concentrarme en el volante porque sino jamás saldríamos. Conocía el camino de memoria, Costa Esmeralda era la franja entre Tecolutla y Nautla, una belleza natural al alcance de todos. Estaba entusiasmado, salir a carretera siempre me llenaba de optimismo. Tal vez era la vista del paisaje, la libertad que se respiraba o la tranquilidad que regalaba una línea interminable a la vista que abre ante ti un sin de posibilidades.

—Solo hay una manera en que esto mejore —soltó Isabel rompiendo el corto silencio. Estaba abierto a escuchar lo que su ingeniosa cabeza propusiera. La vi abrir la guantera para sacar su celular.

—Eso se llama convicción —me burlé porque hace quince minutos aseguró ni siquiera lo voltearía a ver. Isabel me golpeó al encenderlo.

—Un mensaje de Susana y diez de Lorenzo que ya debió enterarse de la noticia de mañana —murmuró para sí misma—. Que se vaya al diablo. Lorenzo, no tu hermana. A ella sí que la quiero  —aclaró. Solté una carcajada ante la especificación. Le di un nuevo vistazo, la observé preocupada devorando las líneas.

—Isabel, tal vez no sea un gran consuelo —comencé, despertándola. Sentí su mirada profunda analizarme—, pero quiero que sepas que cualquier problema voy a estar contigo.

Ya no estaría sola.

—Eso es lo único que necesitaba escuchar —reveló.

Quiso abrazarme, pero no era lo más sensato con el volante. Ella se disculpó con una sonrisa antes de buscar en su aparato lo que había anunciado desde un inicio.

—Esto me recuerda la vez que hice te escaparas de casa a Tuxpan. Inventé a mi mamá que había salido con una amiga, cuando se enteró de la verdad quiso matarme —contó divertida. Sí, me acordaba bien de esa noche—. Pensó que me habías manipulado para acostarnos juntos. Como si necesitara que me convencieras —se burló de buen humor. Una media sonrisa nació—. Ese fue uno de los mejores días de mi vida. Igual que este... —calló después de un suspiro—. Solo falta algo para que sea perfecto.

Volvió a concentrarse en su celular. Desde la primera nota identifiqué de qué se trataba. No olvidaría esa canción ni volviendo a nacer.

—Siempre la tengo en mi celular —reveló con una sonrisa nostálgica—. Es lo único que queda cada que cambio de celular. Es una grabación de la cinta original que me regalaste. Pensaba que era como llevar un pedazo de ti conmigo a donde fuera. Así nunca me sentía sola. No te puedes hacer una idea de todas las veces que la escuché. Cada que me consumían los nervios al subir a una escenario o acudir a una entrevista, después de discutir con Lorenzo o al no poder dormir en la oscuridad de mi cuarto. Me ha acompañado a todas partes. Si fuera el casete se hubiera roto hace años —soltó para sí misma, dándome un fuerte golpe sin notarlo.

Por años creí que Isabel había olvidado todo sobre nosotros, y muchas veces me sentí estúpido por no hacer lo mismo. No podía entender cómo era imposible borrar su recuerdo de mi corazón. Viéndola en los panorámicos, en las entrevistas o sobre un escenario me preguntaba si recordaría mi nombre. Sin embargo, desde el choque en aquella gran ciudad, cuando recordó hasta mi apellido, profesión y sueños, cada día que rememoraba a detalle muchas de nuevas anécdotas, descubrí que pese a la distancia y los días habíamos impedido la llama se apagara.

—Es mi canción favorita. Me gusta pensar que es como la banda sonora de nuestra vida —añadió divertida para aligerar la tensión. Sonreí por la mención. Tampoco podía escucharla sin relacionarla con nosotros.

—Esa fue la primera vez que bailé... Si a ese mal intento se le puede llamar bailar sin ofender a nadie —me corregí.

—No lo hiciste mal. Puedes superarlo.

—¿Bailar? ¿En Bahía Azul? —La sola idea me robó una risa—. No, gracias, muchas cosas han cambiado, pero sigo teniendo dos pies izquierdos. Aún quiero salvar un poco de mi dignidad.

—La dignidad está sobrevalorada, Lucas.

Sus dedos buscaron el botón del volumen para subirlo a su máxima capacidad. La canción resonó a lo largo de la desolada carretera. Bajó el cristal para que el viento acariciara su rostro, despeinara sus gruesos rizos. Una espontánea sonrisa reveló la felicidad que la invadió. La fuerte emoción me contagió.

—Procura coquetearme más y no reparo de lo que te haré... —cantó animada, con el corazón resonando como en un coro—. Procura no mirarme más y no sabrás de que te perderás. Es un dilema del que tú, ni yo podemos escapar.

Una sonrisa se pintó en mi rostro, se tatuó en las fibras de mi corazón, sintiéndome pleno con ella a mí costado. Libres, con muchos planes y queriéndonos como lo hacíamos. Sin límites, ni egoísmos, con toda la fuerza y pureza con la que pueden amarse dos personas. Y aunque era cierto había un centenar de senderos, la vida es un laberinto de opciones, estaba seguro que ese era el correcto, porque en él era inmensamente feliz.

¡Hola a todos! Este capítulo está dividido en dos partes, era muy largo. Intentaré, pero no quiero prometer nada para no quedar mal, publicarlo este miércoles, jueves o viernes, junto a una sorpresa ♥️. Estoy muy emocionada por todo lo que se viene. Gracias de corazón por todo su cariño.

Capítulo dedicado a @FreakAngy por siempre apoyar tanto a esta pareja y recomendarla. Mil gracias a cada una de las personas que leen el libro y la llenan de cariño. El siguiente capítulo tiene sorpresas ♥️. Les quiero.

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