Capítulo 38 (Parte 2)
Un ruido me despertó, me removí adormilada entre las sábanas intentando ubicarme en mi realidad. Fui abriendo los ojos poco a poco encontrándome en una habitación a oscuras. Las cortinas cerradas no pudieron ayudarme a hacerme una idea de qué hora sería, asumí por la falta de sol que temprano. Solté un suspiro girándome sobre el colchón. Estrujé mi rostro esforzándome por recordar los detalles de la noche.
—Shu. Shu. Shu. Duerme...
Reconocí aquel susurro. Me enderecé deprisa buscando su origen , hallé a Lucas frente a las puertas abiertas de su armario. Llevaba puesto la pijama, pero daba la impresión de llevar buen tiempo despierto porque se veía despabilado. Quise levantarme al recordar estaba en su cama, pero él se adelantó antes siquiera bajara un pie.
—Son las seis de la mañana, vine por unas cosas. Debo salir temprano —me explicó. Asentí antes de dejarme caer, enterré de nuevo la cabeza en la almohada a la par de un resoplido. La verdad es que entendí apenas la mitad, cuando dijo seis me desconecté. No entendía por qué la noche pasaba tan deprisa, por qué la vida siempre te obliga a vivir otro día sin dejar acostumbrarte al anterior.
Escuché como cerró las puertas del armario después de encontrar su ropa. Intenté seguir sus pasos, pero el cansancio me venció un segundo hasta que sentí como el colchón se hundió por su peso. Decidí no moverme al notar sus dedos dibujar garabatos en mi brazo. Creyéndome dormida imprimió un suave beso en mi mejilla. Una sonrisa se me escapó por su muestra de cariño. Sin contenerme me giré, atrapándolo. Choqué con esa mirada que entorpecía mi sistema, tan dulce que gustaba como la miel.
—Descansa... —me aconsejó dispuesto a marcharse, pero se lo impedí alzando los brazos y enrollándolos alrededor de su cuello, obligándolo a quedarse conmigo. De la sorpresa una risa se coló en las paredes de su habitación. Estaba segura que pensó estaba loca cuando lo halé para abrazarlo.
—Isabel... —pronunció mi nombre contra mi cuello. Imaginé su sonrisa, esa misma que aparecía tan pocas veces cuando era joven y ahora me resultaba irresistible. Terminé dibujando otra igual al reconocer lo que había extrañado la calidez de su cuerpo junto al mío. Parecía una eternidad desde la última vez que nos fundimos en un abrazo.
Cerré con fuerza los ojos grabándome aquellos sentimientos que me servirían de medicina para el futuro. El ritmo lento de su respiración agitó algunos mechones, me hizo cosquillas al igual que las mariposas recorriendo mi estómago. La tela de su camisa no estorbó para sentir su corazón junto al mío, siempre habían sonado tan bien juntos, como si fueran una canción.
Mis dedos escalaron memorizando ese recorrido hasta su cuello, se enredaron en su cabello oscuro.
—¿Por qué me haces esto? —preguntó Lucas a mi oído. Contuve el aliento con el corazón latiendo con frenesís en mi pecho, intentando hallar una respuesta.
—Porque te quiero —escupí con mi honestidad, sin darle más vueltas. Escondí la cara aspirando su aroma. Temí hablar de más, pero no logré silenciarme. El tema de la noche anterior me daba la sensación que no podía posponer para mañana una resolución—. Supongo que intento no decírtelo para que no te veas obligado a decir que tú también, pero a veces soy débil y aunque mi voz calle todo lo demás habla.
Cualquier persona con dos dedos de frente se hubiera dado cuenta estaba perdida por él.
—¿Tú crees que no te quiero? —preguntó de pronto apartándose, mirándome directo a los ojos. Los míos siguieron clavados en ellos, me encantaba ver cómo brillaban con la escasa luz de la madrugada. La confusión inundó su rostro. No era eso, yo podía sentirlo, solo que a veces pensaba que me había ganado su rechazo y que intentar arreglarlo era egoísta. No contesté, las explicaciones me enredarían. Lucas también tardó un instante en acomodar su mente. Fue un silencio incómodo. Estuve a punto de disculparme por haberlo presionado cuando él me tomó de la barbilla para que no le huyera—. Isabel, si tú supieras lo mucho que te quiero... Dios, ojalá te hicieras una idea de lo que siento cada que te veo...
—Lucas...
—Si lo supieras entenderías porque me cuesta estar cerca de ti. No porque no quiera, todo lo contrario, lo deseo tanto que sé que cuando te bese no podré detenerme. Y no quiero que esto tenga un mal final. Por eso me marché, porque antepondría lo que tú sentías a lo que yo espero —confesó dando junto en el centro de mi corazón—. Sé que hay en el mundo gente que no vería mal mantener en secreto a su pareja, pero no es mi caso. No cuando yo te quiero con cada parte de mí, con toda mi voz.
—Lamento haberte herido. Yo nunca quise... Yo... —titubeé sin ordenar mis ideas. «Tenía miedo, miedo a Lorenzo, a la prensa, a la crítica, a envolverlo en mi mundo que estaba de cabeza»—. Estaba asustada.
—Lo sé. No te juzgo. El miedo me ha acompañado toda la vida, sé lo poderoso que puede ser —dijo comprensivo—. De hecho, parte de querer saber a dónde vamos se debe a ese sentimiento.
—No pienses que no te quería, que me importó más lo que otros pensaran, que me avergonzaba de ti —intenté explicarle atropellando mis propias palabras—. Solo no quería mezclarte en toda la basura en la que estaba envuelta cuando no era capaz de salir por mí misma. Tenía que ver conmigo, no contigo. Perdóname...
—Oye, no me pidas perdón por eso. Isabel, tú no tienes que hacer nada por mí, nada que no sea algo que tú quieres para ti.
—Yo te quiero a ti. No quiero herirte... Solo quiero...
La maldita puerta se abrió sobresaltándome, dejando mis palabras a medias. La luz del pasillo me cegó momentáneamente, eché la cabeza a un lado cerrando los ojos antes de distinguir una tonelada de ropa moviéndose en mi dirección. Lucas de puso de pie de inmediato para que ella pudiera esparcirse en el colchón. «Oh, por Dios».
—Buenos días —me saludó a mí. Le regalé una sonrisa sin saber cómo corresponderle. Lucas carraspeó incómodo. Susana pasó su mirada de él a mí esperando siguiéramos la conversación, pero los dos preferimos el secreto—. ¿Qué pasa?...¿Hice algo malo? Oh, no, no. Los interrumpí —se alarmó cubriéndose la boca—. Lo siento, lo siento. Es que son las seis de la mañana, no pensé que... Ah, no pasó nada, aquí hay ropa —se alivió señalando la camisa de Lucas.
No pude evitar soltar una carcajada.
—Ya veo que mucha. ¿Para qué está todo esto aquí? —curioseó.
—Quería prestarle ropa a Isabel para que se cambiara —contó emocionada. Su lindo gesto enterneció mi corazón—. Traje la más bonita que tengo para que tú escojas la que más te guste. Como soy de la misma altura pensé que te quedaría bien —continuó charlando sin parar. Lucas negó con una sonrisa siendo testigo de como revolvía la montaña de tela para mostrármela.
—Será mejor que me vaya —opinó Lucas sin hallarse. Susana apenas le prestó atención.
—Sí. Ya estorbas, Lucas.
—Técnicamente yo estaba aquí primero —argumentó.
—Técnicamente eso no importa. Adiós —lo despidió pasándome una falda muy bonita para que le diera su opinión. Me encogí de hombros riendo, despidiéndome con una sonrisa—. Esa la compré aquí. Me encanta porque es hasta la rodilla, pero muy fresca —añadió contándome todo lo que sabía. Asentí revisándola. Tenía razón, era preciosa. Solo la usé una vez, si te gusta te la regalo —propuso ilusionada, aunque pronto se retractó—, aunque tú deber tener miles mejores que esta, ¿no?
—Deberías ver mi maleta, es un desastre —confesé. Susana sonrió como si le hubiera dicho que había ganado un premio. La verdad es que analizando todo su guardarropa gozaba de buen gusto. Mamá siempre me decía que me falta peinarme los rizos, maquillarme, lucir como si se me importara mi imagen, no solo atarme la falda al costado y andar descalza por todos lados.
—Debes pensar que estoy loca. Es que soy tu fan número uno en todo el mundo. No creo que a ti te pase. Cuando ves a tu ídolo delante de ti sientes que estás en un sueño —comentó con ternura, como si no pudiera contenerse. La entendía perfectamente, al comenzar a ir a premios y toparme con gente que admiraba no podía disimularlo. Todo se reían de mi expresión, siempre me formaba para las fotografías—. Nunca he ido a uno de tus conciertos, ni tengo tus discos, pero eso no fue por falta de interés —se exentó como si le estuviera pidiendo cuentas. Ahogué una risa por su boba preocupación—. Es que son costosas. No digo que no puedas cobrar por tu trabajo —aclaró creyendo me ofendería—, solo que no teníamos para esos lujos.
—¿La pasaron mal? —pregunté despacio, solo por curiosidad.
—No. Es decir, nunca me faltó nada que comer. Estábamos bien, estoy agradecida por eso, pero las cosas mejoraron mucho cuando Lucas terminó la universidad. Al principio teníamos para lo básico. No es fácil pagar los estudios en este país —admitió haciéndome consciente de una realidad de la que no me sentía parte—. Tengo suerte, él ha ahorrado desde que se graduó para que yo pueda entrar. Pienso aprovechar la oportunidad.
—Has tenido buena suerte —la felicité con una sonrisa—. Deseo que te vaya muy bien.
—No creo que tuviera suerte, más bien fue tener a alguien que se preocupara por mí. Creo que nunca me pesó la muerte de papá porque él ocupó su lugar —confesó, aunque tuve la impresión de que hablaba para ella. Planchó una pieza recorriéndola con una mirada nostálgica—. Estoy segura que por él hubiera hecho más, pero pensándolo a fondo nunca me faltó nada. Mamá y él siempre se preocuparon mucho por mí. Incluso en tonterías. Siempre que quiero enfadarme con Lucas me acuerdo las veces que lloré siendo una niña por estupideces y en lugar de darme un zape siempre me consoló.
Sí, eso era muy Lucas. Una sonrisa nació en mis labios al ser testigo del cariño que intentaba esconder. Yo sabía que a Lucas nadie le haría más feliz que saber ella lo amaba. Deseé tener un hermano, alguien que se hubiera preocupado un poco por mí. Me crie en la calle, con un montón de extraños. Desde que tenía trece años me soltaron la rienda y no pude sostenerla.
—Pero no se lo digas, eh. Luego se pone pesado —me pidió divertida, despertándome.
—Será un secreto —le prometí agradeciéndole su confianza. Susana volvió su atención a su experimento. Observar como se esforzaba por ayudarme me impulsó a hablar—: Gracias por todo esto, Susana.
—Ni lo digas, no es nada. Solo ropa que encontrarías en cualquier otro lado.
—Hablaba por tu cariño —confesé. Había extrañado que alguien me viera como alguien a seguir y no una chica podrida sin futuro. Para mí significaba mucho. Susana solo sonrió sin cargarse un mérito, modesta y generosa, tal vez imaginándose estaría acostumbrada a las muestras de afecto.
Aunque quise abrazarme resistí los deseos para no parecer una loca sentimental. Al oírla hablar me percaté que parte de la profunda soledad que me abrumaba se debía a que nunca tuve una amiga sincera. Tal vez en parte era mi culpa, tampoco puse de mí lo necesario, sin embargo, me abracé a la esperanza de que siempre hay múltiples oportunidades de cambiar. Era posible que si empezaba a llenar mi vida de cosas importantes, el vacío comenzará a equilibrarse. No me faltaban cosas materiales, pero carecía de los que le daban sentido a sonreír.
Susana tenía una cualidad peculiar: hablaba hasta por los codos. Entre tantas anécdotas tardó una eternidad antes de que me permitiera meterme a bañar. Cuando al fin pude cerrar la puerta oí sus parloteos desde la regadera. Admiré su capacidad de improvisar charla tras charla que no terminaron hasta que atravesamos el pasillo y al entrar a la cocina no nos hallamos solas. En la mesa estaban Lucas y su madre que parecían tener una plática muy amena que murió justo cuando aparecimos.
El silencio caló. Lucas me recibió con una dulce sonrisa, su madre en cambio apenas me dio un vistazo antes de volver a concentrarse en su plato.
—Perdón que me adelantara, es que tengo el tiempo justo para salir —se excusó Lucas abandonándose su asiento para lavarse las manos—, pero hice el desayuno para todos.
—Siéntate a mi lado —me pidió Susana.
No lo pensé, el otro lado estaba al costado de Lucas, en el punto exacto donde su madre podía estudiarme. Su mirada me ponía tan nerviosa que las manos me temblaron al tomar el tenedor. Le di un gracias tan bajo que ni siquiera yo me escuché.
La que llevó la conversación fue Susana. Que girara la mayor parte en torno a mí era lo suficientemente incómodo, pero cuando Lucas se puso de pie anunciando su partida, porque se estaba haciendo tarde, quise huir detrás de él. Había intentado esperarme, pero el reloj le exigía tomara de una vez una decisión. Yo quise imitarlo, mas la voz de su madre me obligó a volver a sentarme de manera involuntaria.
—Déjala terminar de desayunar. Además, si no me equivoco pensaba salir con Susana —comentó casual. La menor me mostró su pulgar arriba.
Yo quise golpearme contra la mesa cuando Lucas lo recordó. Le siguieron minutos tensos que tuvieron un corto descanso cuando llegó a despedirse antes de acudir a su compromiso.
—Estaré aquí temprano, cualquier cosa puedes llamarme. También pasaré a ver a Manuel, dijo que tiene un problema. —Su madre asintió sin ponerle mucha atención—. Susana, por favor, intenta no asustar a nadie —agregó.
—No te prometo nada —contestó. Lucas negó antes de centrarse en mí. Quise corresponder a su sonrisa, pero se me escapó una mueca rígida.
—Cuídate, Isabel —añadió atreviéndose a dejar un casto beso en mi cabello. Fue tierno que no temiera mostrar le importaba.
—Saluda a Manuel de mi parte —mencioné. Él me agradeció con una sonrisa. No lo conocía mucho, pero Lucas le quería muchísimo.
Eso fue lo último que pronuncié antes de verlo desaparecer por puerta, al menos hasta que Susana volvió a cuestionarme sobre un dato que se le había escapado.
—¿Para qué iremos al DIF? ¿Vas a regalar algo? —intentó adivinar tirando lejos del centro.
—No, todo lo contrario. Quiero que ellos me ayuden. Estoy trabajando en un proyecto. Ahí creo que pueden facilitarme unos datos —dije sin entrar en muchos detalles. Aún era una sorpresa.
—Entonces hay que apurarnos —comentó enérgica, sin querer perder tiempo, levantandose con su plato en mano. Yo hice lo mismo, pero ella me lo arrebató—. Yo lo lavo, no te preocupes.
—Yo puedo hacerlo —aseguré, pero no me escuchó. Quise seguirla, demostrar que no era una inutil, mas reparé que su madre seguía ahí y no creí que dejarla sola fuera una buena opción. Titubeé, comencé a bailar sin saber a dónde ir. —. Yo puedo hacerlo —repetí para aclararlo—. Sé hacer eso y muchas otras cosas —dije en un ataque de nervios intentando limpiar mi imagen.
Imaginé me ignoraría, pero esta vez no calló.
—¿En serio? —se mostró interesada, aunque más bien parecía curiosa por saber con qué saldría. La madre de Lucas a primera vista parecía una mujer de carácter tranquilo, pero tenerla enfrente imponía.
—Sí... Bueno, quizás decir mucho es ser demasiado optimista —reconocí prefiriendo la sinceridad. No se mostró sorprendida—. Estoy en el proceso de pasar de nada a mucho. Sé hacer tés, desayunos... Y pasta —murmuré con las ideas escaseando—. Esa última me la enseñó Crisalda, antes de venir hasta aquí ella me estaba dando clases. Aprendo rápido, a veces una vez basta para que se me quede en la cabeza... —intenté echarme porras—. Otras sí un par. Pero hago muchas preguntas, eso ayuda, creo...
La madre de Lucas, que se había mantenido seria, dejó escapar una risa. No supe cómo sentirme al respecto, porque mi intención no fue hacerla reír.
—Perdón, perdón. Es que pareces que me estabas vendiendo algo —comentó. Suspiré aliviada, verla más relajada era un avance—. Te seré sincera, porque no me gustan los rodeos, desde que se inició el rumor de que habías visitado el pueblo sabía que terminarías aquí —soltó sin tapujos, desconcertandome.
—Lamento mucho haberla incomodado, no volveré a darle problemas...
—Me refería a la familia, a que Lucas terminaría trayéndote a casa, que tendríamos la conversación que tuvimos hace un rato —interrumpí mi disculpa. Asentí sin saber si eso era bueno o malo. Ignoré la charla—. Y no me agrada la idea —se sinceró—. Es decir, no tengo nada contra ti —aclaró—, pero una madre siempre quiere lo mejor para sus hijos.
«Auch».
—No te estoy juzgando —quiso poner sobre la mesa—. Solo que tienen una vida distinta en todos los sentido. No sé cómo explicarlo sin lastimar a ninguno de los dos —aceptó en un dilema.
—No tiene que explicarlo. Sé perfectamente lo que quiere decir —la tranquilicé con una débil sonrisa—. Supongo que tiene razón, somos muy distintos. La vida es un poco extraña a veces...
—Aunque tampoco es como si fuera a oponerme. De nada serviría. Lucas nunca me ha pedido mi opinión sobre sus relaciones, no comenzará a hacerlo ahora. Cuando él quiere algo no hay voz que lo detenga —opinó—. A ti te quiere, te quiere como no ha querido a nadie. Aunque a mí me hubiera gustado otra chica, siendo honesta, nunca ha sonreído como cuando está contigo. Y parte de querer lo mejor para los hijos es desear que sean felices.
Quise decirle algo, aunque supe qué. Eran muchas cosas. Tal vez contestarle que sabía porque dejé de agradarle, pero que no había cambiado, que no era la persona que mostraban en televisión. Isabel, la muchacha que estaba en su casa, era distinta a la que mujer que aparecía en la pantalla siguiendo órdenes de otros. Ya no quería ser dos personas.
—Supongo que tendré que aceptarlo. Hace un momento descubrí que no importa lo que otros digan, él está enamorado de ti, lo noté por la manera en que te tocó, la manera en que habla de ti.
—Y yo le quiero. Le quiero de verdad —repetí sin saber qué pruebas poner a mi favor. Ella no podía ver lo que estaba en mi corazón. Nadie, ni siquiera Lucas.
Eso me golpeó fuerte. La vida se resume en acciones que plasman lo que sentimos, mientras no son más que palabras huecas que no dejan huella. El viento que solo agita, pero desaparece antes de darnos cuenta. Yo amaba a Lucas con todo mi corazón, pero esa voz solo resonaba en mi interior. Necesitaba que hiciera eco para superar la barrera.
—Supongo que no fue casualidad que se encontraran. Hay cosas que no pueden cambiarse, llamemosle destino. No importó cuantos años o kilómetros le separaron, ambos caminaron al lado contrario, tocaron los extremos y terminaron aquí.
Eso fue una ayuda del destino. Aun no sé qué hubiera sido de mí sino hubiera visto a Lucas caminando por esa plazoleta aquella mañana. Estaba tan envuelta en mis líos, que consideré un milagro volver a sonreír. Y cuando mi corazón, que daba la impresión haber muerto hace años, palpitó con fuerza supe que era ahí donde debía ir. No quería perderlo.
—Me recuerdan un poco a mí y a mi marido, aunque yo no me parecía nada a ti —comentó en confianza. No me ofendí, agradecí quisiera hablar conmigo.
—¿Y Lucas sí se parecía a él? —pregunté con una sonrisa, ante su comentario, porque entonces entendía porque nadie logró olvidarlo.
—Un poco, tenían el mismo carácter —admitió—. Era testarudo. Sin embargo, lo que lo hacía especial del resto era su capacidad de amar. Él daba la vida por los que quería —reveló nostálgica.
Sonreí porque aún sin conocerlo podía imaginarlo.
Que Lucas estuviera con nosotros era la prueba más grande de su entrega.
—Isabel, no soy quien para darte consejos... —comenzó despertándome de mi ensoñación. Me tensé un poco al escucharla sin saber a dónde se dirigía. Ella miró a un punto sobre la mesa sin adelantarme nada—. Aún eres joven y tienes todo lo que otros solo pueden desear, pero en unos años descubrirás que la buena fortuna no es eterna, cuando llegan los malos ratos lo único que vale la pena son las personas que amamos de verdad.
—El amor es la mayor de las riquezas, ¿no? —me pregunté a mí misma, reflexionando. Lo que más se ansía, lo único que no puede comprarse. Todo lo que tiene precio carece de valor a su lado.
Viéndolo de esa forma aquel concepto explicaba muchas cosas. Era sencillo entender porque cuando tenía diecisiete años me enamoré de Lucas, porque años después ese sentimiento no había cambiado. Una gota de amor es capaz de despertar a cualquiera que lo ha olvidado. Y después de un largo sueño el corazón me latió con fuerza adelantando cuál sería la próxima locura de mi nuevo despertar.
Isabel hará algo grande ♥️😱 Ya veremos qué pasará en el próximo capítulo. Gracias a todos por su cariño, les quiero mucho. En este capítulo agradezco a @isaloo45 por un hermoso comentario que dejó en capítulo anterior ♥️♥️♥️. Gracias a todos los que domingo a domingo están aquí.
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