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Capítulo 38 (Parte 1)

Capítulo 38

Isabel

Muchos sueños terminan convertidos en pesadillas. Estaba suspirando como una primeriza, admirando la mirada de Lucas recorriendo mi rostro hasta que apareció una mueca de horror al toparme a los lejos con los ojos de Lorenzo. Lo escuché preguntarme la razón de mi cambio, pero no lo entendí concentrada en hacerle frente al huracán. Lorenzo recorrió en un par de zancadas el negocio, estudiando todo el equipo y soltando maldiciones a su paso. Estaba rabioso porque no lo consideré para el cambio de planes.

—¿Qué demonios estás haciendo? —me reclamó.

Pensé tardaría más en dar conmigo, o eso quise, porque conociendo lo aprensivo resultaba una novedad no mandara un detective a seguirme. Empezaba a considerar el tipo estuviera loco.

—Trabajando —respondí fingiendo seguridad aunque el ritmo de mi corazón revelara mi mentira. No podía titubear, eso le daría poder sobre mí.

—Isabel, deja esta estupidez de una vez por todas —me exigió.

—A los de las disquera no les pareció una estupidez, ellos lo aprobaron —contraataqué. En esto no se podía meter, me importaba un bledo si le agradaba.

—Los amanezaste con dejar todo tirado —me recordó al tanto de esa cita—. Te falta profesionalismo.

—Bueno, cada uno tiene sus métodos para lograr lo que quiere. Tú siempre lo decías —repetí mordaz. Yo había aprendido de él. Con los grandes no puedes tener consideraciones.

—Te advierto que conmigo no se juega. Tú no vas a echar a perder mi negocio —se hartó apretando los dientes, clavando su mirada en la mía. Me tomó del brazo para halarme con fuerza—, así que más te vale abandones este circo que armaste si no quieres...

—Cuidado de como le hablas —intervino Lucas a mi espalda. Pegué un respingo, me solté y coloqué mi mano en su pecho para que no se metiera en problemas por mi culpa.

—Tienes tu propio guardaespaldas —se burló Lorenzo, caliente por la rabia, deseando sacar toda esa frustración—. Este es el culpable de que tu carrera se vaya al caño —le señaló furioso—. Desde que apareció en tu vida no hace más que meterte estupideces en esa cabeza.

—Tengo cerebro, puedo pensar ideas por mi cuenta —me defendí para que dejara de acusarlo.

—Tú estás aquí para obedecer, no para pensar —escupió fastidiado.

—Imbécil —chistó Lucas cuando su paciencia terminó. Yo me interpuse en medio de ambos adelantando su siguiente paso. Lorenzo se mofó consiguiendo su objetivo, le motivó con un ademán a romperle la cara, provocándole.

—Hay mucha gente aquí, no quiero líos —le pedí. Lo último que faltaba era que su riña se convirtiera en noticia—. Están los niños, sus padres, todos afuera —le recordé a Lucas que era el más consciente. Titubeó ante mi súplica, entre seguir mi petición o su instinto—. Por favor.

—Déjalo, que te defienda. Ahora está idiotizado contigo, cuando descubra la fichita que eres va a arrepentir —adelantó—. Te doy un consejo, no vale pena mancharse las manos por mujeres que solo sirven para un acostón...

Eso fue la gota que derramó el vaso. No lo pensé. Mi mano se estrelló con su mejilla propinándole una bofetada que nos dejó a todos sin palabras, me dolió, aunque por su expresión supuse que más a él. Sabía que algún día agradecería tener la mano pesada. Mi respiración se aceleró a la par que la gente a mi alrededor dejó sus tareas para centrarse en mi locura. «Lo que gustaba, llamar la atención».

—Escúchame bien, es la última vez que me llamas de esa forma —le advertí. Me había cansado me tratara como se le pegaba la gana.

—Eres una malagradecida, que no se te olvidé quien te llevó a dónde estás. No eras más que una pobre fracasada cuando yo te di una oportunidad.

—¿Y qué esperabas, Lorenzo? Que te rindiera honores toda la vida para agradecértelo. Ya trabajé y ganaste mucho dinero por ello así que vete con tus discursos lastimeros a otra parte. —Lorenzo no le gustó como le hablaba, chasqueó la lengua—. Todos están felices, por qué demonios siempre tienes que arruinarlo. ¿Qué clase de placer te da verme mal? —le reclamé harta.

No contestó sin tener una respuesta. Sin nada más que hablar decidí dejarlo atrás, que se ahogara con su propio veneno. Desde que coincidimos lo único que había hecho fue arruinar mi vida.

—Atrévete a tocarla y te vas a arrepentir —le advirtió Lucas cuando quiso halarme del brazo porque para él la conversación no había terminado. Lorenzo se hizo el desentendido, pero yo le conocía. No era la primera vez que usaba la fuerza.

Un silencio incómodo se instaló en el ambiente, la tensión se incrementó y yo supe que era la única que podía detenerlo.

—Voy a trabajar. Haz publicidad o algo, sino vete al diablo —solté molesta deseando se esfumara. Todo él me ponía mal. Tenía muchas cosas que hacer para perder el tiempo con sus estupideces.

Él gritó en su mirada que no se rendiría, pero no me importó. Uno de los dos tenía que perder y esa no sería yo.

No sé a qué horas se marchó Lorenzo, tampoco me encargué de preguntar. Las grabaciones me absorbieron al grado que las horas pasaron volando entre cambios, retoques y tomas. Eran pasada las diez de la noche cuando la directora dio por terminado el día de trabajo. El resultado en Bahía Azul me encantó, parecía mágico y Damián se esforzó por transmitir lo mejor de su negocio. Ya casi parecía el director. Las lámparas que colgaban del techo, la palma, la madera, el alcohol y el cristal, formaron un conjunto me llevaron a buenas anécdotas. Eso era lo que quería destacar.

Después de casi dieciocho horas lo único que deseaba era irme a la cama y olvidarme del mundo. No estaba en las mejores condiciones para volver a atender al público y ellos no pensaban marcharse sin algunas palabras. Yo sabía que lo merecían, también conocía que bloquearían la entrada sin consideración. Les agradecía su cariño, me daban tanto amor sin pedir nada, pero siendo honesta, me hacían sentir un poco extraña. Ellos no tenían la culpa, les debía todo, sin embargo, costaba arrancarme esa impresión de que me estaba convirtiendo en una atracción.

Había algo mal en mí, me odiaba.

Mañana podría hablar con quien quisiera, esa noche todos deseaban ir a descansar. Damián al descubrir que no se marcharían, después de haber salido unas cinco veces a charlar con ellos, le sugirió a mi equipo una descabellada idea. No sé por qué dejé que lo hicieran a sabiendas no era ningún experto y amaba el escándalo. Aún así Beatriz se ofreció de carnada abandonando el local por la parte trasera, y tan rápido se corrió el rumor que se trataba de Isabel Bravo, la gente cambió de dirección.

Un rato después no quedaba nadie en la entrada, más que quienes trabajamos en el vídeo, aunque asumí no tardarían mucho en descubrir la mentira. A estas alturas la mayoría debía saber dónde estaba hospedada, y conociendo la información, esperarían mi llegada. Era el puerto seguro.

—No puedo ir a la posada —reflexioné—, puedo buscar un hotel esta noche y mañana regresar temprano. Con una mejor cara seguro puedan disculparme.

No quería me odiaran, pero de verdad estaba muerta. Rechacé el trago que me ofreció Damián, ni siquiera una fiesta reviviría mi energía.

—Puedes quedarte en mi casa —propuso Lucas, sorprendiéndome. Lo había dicho el primer día, pero no consideré lo repitiera.

—O en la mía —también apoyó Damián bebiéndose algo que había sobrado. También era una buena idea, estaba a unas calles del local, con su camioneta llegaríamos en minutos. Además, los Morales eran buenos tipos, nunca desconfíe de sus intenciones—. Pero te advierto que están mis papás —me informó para que estuviera al tanto. Eso cambiaba las cosas, me giré con Lucas que agregó enseguida:

—En la mía, Susana y mamá.

—Genial, hace un minuto tenía dos propuestas y ahora ninguna —mencioné buscando otras opciones.

Lucas negó con una sonrisa.

—Yo no tengo problema. Hay mucho espacio, puedes dormir en mi cama —propuso. No debí emocionarme por la mención, ni imaginar sería una reconciliación—, yo en el sofá.

«Ya decía que era demasiado bello para ser verdad». Me lo pensé, de todas maneras estaba cerca y si en un lugar podía sentir en paz era cerca de él. Asentí aceptando su invitación. Mañana volvería a la mía, solo necesitaba unas horas y prometí no causarle mayores problemas.

Lucas le restó importancia, no me cobró el favor, sino que se mostró amable indicándome dónde había dejado su vehículo. Tendría que atravesar un poco de la playa, no parecía una mala idea, me daría la oportunidad de disfrutar del paisaje.

Al menos esa era mi idea, no la de su primo.

No pude evitar soltar un grito de terror cuando algo me cubrió la cabeza, el panorama se oscureció. Palmeé mi cara intentando arrebatarme el trozo de tela que me encerraba. Mi corazón se detuvo un segundo, imaginando lo peor, creyendo estaba en una pesadilla. La risa de Damián me reveló era cosa suya. No estaba en peligro.

—¿Qué demonios...?

—Así la gente no te reconocerá. Mi teoría es, si no puedes verlos, ellos tampoco a ti —se exentó divertido.

—¿Te parece normal andar con una bolsa en la cabeza? —protesté.

—Es un rebozo, se usó mucho.

—Hace casi cien años —escupí colocando mis manos en mi cintura.

—Imagínate lo útiles que son para que aún sigan vigentes —argumentó sin perder la gracia. «Como él no parecía momia de Guanajuato»—. ¿Qué? ¿Me vas a decir que no puedes caminar con una venda en los ojos, Isabel? Es como andar borracho —me animó.

A estas alturas dos copas ya me jugaban una mala pasada. Ladeé la cabeza. Solo para seguir su juego me di la vuelta y caminé unos pasos. Choqué con una columna ganándome su sonora carcajada y la risa discreta de Lucas. Me acaricié la frente con disimulo. La estaban pasando lindo viendo cómo jugaba a la gallinita ciega.

Resoplé, pero testadura seguí caminando para demostrarle que sí podía. No tenía ciencia, solo debía seguir derecho y extender los brazos para que me advirtieran de los peligros. Claro que eso lo aprendí cuando me di en la rodilla con una mesa y tumbé un par de sillas. Ignorando esos pequeños tropiezos ningún otro obstáculo se me atravesó.

Damián chifló felicitándome en tono de broma, debí suponer estaba a nada de darme un buen trancazo y que eso solo era la introducción de su burla, pero antes del desastre una mano, que reconocí al toque, se colocó con cuidado en mi espalda, sus dedos me tomaron del brazo.

—Aquí hay un escalón, con cuidado —me advirtió Lucas. Su voz erizó mi piel. Siempre se preocupaba por mí, hasta por tonterías. Extendí mi pie tanteando el terreno, di con el filo del negocio—. Eso, muy bien —me felicitó cuando mi sandalia se enterró en la arena.

Damián me deseó suerte, asegurándome que si llegaba con vida a la próxima me invitaba algo.
Pude quitarme esa prenda de la cara, pero me gustaba jugar y los retos. Además, no perdería la oportunidad de que Lucas me tocara. Dejándome envolver por mis otros sentidos caminé a su vehículo que estaba a unos metros, a la orilla de la playa. El aire de la noche despeinó mi cabello, la temperatura había descendido hace unas horas, el frío viento acarició mi piel contrastando con la calidez de sus manos que me acompañaron. Percibí el sonido del arrastre del mar cerca, me encantó la manera en que se mecía el agua. Imaginé el paisaje, frené para memorizar esa melodía. La canción de cuna de mi pueblo. Aspiré hondo, en un intento de grabarme en el corazón todos esos elementos. Lucas, la noche, la playa, mi casa, un cóctel dulce para mi corazón.

—Creo que puedo hacerlo sola —le indiqué animada a Lucas.

Ahí no había peligro, con él no existían. Me dio el gusto, liberándome para que diera algunos pasos por mi cuenta, permitiendo mis pies me enseñaran otra cara de ese lugar. No existían cadenas.

—Sí, creo que sí puedo hacerlo —festejé como una chiquilla.

—Isabel, estoy del otro lado —me avisó riéndose por mi confusión.

—¿Dónde? —pregunté extendiendo mis manos con violencia. Sin medir mi fuerza sentí como mis dedos se estrellaron con algo, mejor dicho, con alguien—. Perdón, perdón —me disculpé deprisa al percatarme lo había golpeado sin querer. Siempre me pasaban esas cosas.

—Creo que me has sacado sangre —murmuró, borrándome la sonrisa.

—No, no, no, no. Perdón, perdóname de verdad —repetí avergonzada por lastimarlo. Él se esforzaba porque no me hiciera un rasguño y yo le pagaba rompiéndole la cara.

—Era una broma, Isabel —me tranquilizó de buen humor, al verme entrar en pánico. Torcí los labios molesta por su tontería. Quise darle un golpe en el hombro, para que tuviera motivos para reírse, pero ni siquiera lo rocé. No sabía ni dónde estaba y su risa reveló que cerca no—. Disculpa, no volverá a pasar —se justificó volviendo a enredar sus dedos a los míos. Bastó un toque para que mi enfado se esfumara.

Obediente dejé que me enseñara el camino. Lucas me pidió un segundo. Escuché el sonido de la manija, él me tomó con cuidado de la mano. No entendía por qué si Lucas conocía quién era, todos mis errores, me tratara con tal delicadeza, como si fuera una chica inocente a la que debía cuidar. Me ayudó a ingresar para que no me golpeara en la cabeza, luego él ocupó el asiento a mi lado. Me enteré que estaba conmigo por el portazo. Recordando un paso importante busqué el cinturón de seguridad, sabía que estaba ahí, porque tronó al jalarlo, pero estaba enredado.

Lucas rio ante mi ridícula batalla, seguramente temiendo lo rompiera  decidió ayudarme. Él lo alcanzó sin problemas, lo atravesó a mi cuerpo y se encargó de ajustarlo. Contuve la respiración por su abrupta proximidad. Mis manos buscaron la suya. A ciegas subí por sus brazos, sin prisas, hasta llegar a su rostro. Acuné su rostro entre mis manos al descubrir estaba sonriendo. Imaginar su sonrisa alborotó las mariposas en mi interior. Mis dedos recorrieron despacio sus ojos, sus cejas, su nariz y sus labios. Mi corazón se paralizó repasando su forma, conociéndola de memoria.

—Debe ser una experiencia romántica que te acaricie una mujer con una tela en la cabeza —solté para aligerar la tensión. Lucas dejó escapar una risa. Amaba ese sonido. Eso estaba entre las cinco cosas que más me gustaban de él, una hazaña teniendo en cuenta había un centenar, podía embriagarme de ella. No me importaba hacer el ridículo a cambio de hacerlo reír. De pronto la luz fue reinando a medida que fue despojándome con cuidado de la pieza. Mi mirada chocó con la suya, con esa sonrisa dulce que sabía sacar mi lado romántico.

—Creo que ya no la necesitas. Nadie te reconocerá ahora —me animó. Sonreí embobada por sus ojos. Lucas acomodó un mechón del estropajo que tenía de cabello. Sus dedos pasaron por mi mejilla. Dios, era ridícula, sintiéndome como una adolescente cada que él hacía esas cosas.

—¿Sabes que podrías tener todo lo que quieras de mí? —pensé en voz alta. Estaba enamorada de ese hombre. Él era el único tipo al que mi corazón le decía sí a todo.

—Tú sabes lo que quiero, Isabel.

Apreté los labios ante el golpe de realidad. Sí, debí imaginar que esa era su respuesta. Lucas no pediría un beso conociendo podía tener los que quisiera, ni una noche apasionada que se improvisa en unos minutos. Él quería compromiso y honestidad, la certeza que esto iría hacia un lado. Eso me pidió al salir de la capital y eso era lo único que aún no podía darle. Lucas no me hizo reclamo, solo me sonrió adelantando mi respuesta, tampoco me forzó a darle un plazo, se limitó a acariciar mi mejilla antes de encargarse del volante.

—Será mejor que vayamos a casa.

Asentí pensativa. Lucas puso el automóvil en marcha, me gustaría decir que me aproveché el camino para reflexionar, pero siendo honesta fue tan rápido que ni siquiera me dio tiempo de procesar la idea, apenas descansé la cabeza en el asiento
cuando  ya estábamos frente a su casa. Esa pequeña construcción me llevó al pasado.

—¿A tu familia no le molestará que me trajeras? —dudé percatándome que nadie me invitó. De solo imaginar que ahí estaría su madre me arrepentí. Lucas negó despreocupado cerrando mi puerta. Peiné mi cabello intentando verme decente.

—Es casi medianoche, te aseguro que estarán dormidas, pero no te preocupes por eso. Yo hablaré con ellas —dijo aunque posiblemente solo lo hizo para calmarme. Asentí confiando nadie me vería porque la otra posibilidad me pareció imposible, que a su familia le alegrara verme—. ¿Sucede algo? —notó Lucas al verme perderme en la pared mientras él sacaba las llaves.

—Nada. Solo recordaba cuando venía a buscarte. ¿Te acuerdas? Siempre me recargaba aquí y tocaba la puerta como cien veces. Esperaba uno o dos minutos antes de que salieras —me conté a mí misma nostálgica. En aquellos años todo era diversión, amor, sueños y alegrías. Yo era muy feliz. Estaba cumpliendo mis ambiciones, la gente me apreciaba, las personas que amaban me correspondían.

—Sí. Cada vez que te veía pensaba que estaba soñando —confesó divertido. Una sonrisa débil se me escapó, en ella se coló una pizca de tristeza—. En realidad, sigue pasándome. Imagino que de un momento a otro voy a despertar y tú estarás en un concierto en otro país mientras yo me reclamo por no poder sacarte de mi mente —se sinceró, aunque me pareció estaba hablando para sí mismo.

Repetí sus palabras en mi cabeza. No supe cómo sentirme al respecto.

Lucas se hizo a un costado para cederme el paso. Asentí atontada, pero el sueño se me despabiló de golpe al identificar un par de mujeres tomando té en el comedor. Quise salir corriendo, mas cuando me di cuenta que una de ellas había reparado en mi presencia. No le agradó lo que encontró.

—Lucas, al fin llegaste... —Esa otra voz era joven, pero no pude ver que expresión tenía porque me daba la espalda. Empujó la silla, su quijada cayó cuando giró. Quise disculparme por molestarlas, pero ella se adelantó provocándome pegara un respingo—. ¡Oh por Dios, por Dios, por Dios, por Dios, es Isabel Bravo! —comenzó a gritar emocionada saltando en un pie. Se abanicó con su mano.

—Sí, eso parece —murmuró la mujer unos pasos atrás. Le di un sutil vistazo, la madre de Lucas no mostró alguna expresión en su rostro, parecía ajena al hecho. Comencé a sentirme incómoda. Nunca debí venir a darles problemas.

—Este es uno de los mejores días de mi vida —comenzó la hermana de Lucas, volví a dirigir la atención a la adolescente que sin aviso me abrazó con fuerza. Era fuerte—. Y pensar que la pasé toda la tarde llorando porque no pude ir a la grabación —confesó en mi hombro. Me llenó ternura la manera en que me recibió. Susana había cambiado por completo, no quedaba nada de esa niña adorable, ahora con mi misma altura era una chica efusiva que seguía pareciéndome muy tierna—. Soy tu fan número uno, me sé todas tus canciones, el nombre de tus discos, he visto todos tus vídeos en la televisión, siempre te sigo en los premios, guardo en una libreta anotado todos los datos que...

—Susana, la vas a asustar —la frenó Lucas abochornado por su parloteo. Le resté importancia, a mí me alegró saber le agradaba un poco.

—Perdón, perdón, perdón, es que estoy muy emocionada. Muy emocionada —repitió. Le di una sonrisa en agradecimiento, estuve por decírselo, pero era muy rápida. No solo en hablar, sino en usar su imaginación—. ¿La trajiste a vivir aquí? —preguntó de pronto, como si fuera la temperatura. El resto abrió los ojos asustados por la posibilidad.

—No. Isabel necesitaba un lugar donde pasar esta noche, le ofrecí quedarse aquí —le contó rompiendo su sueño. Su madre asintió comprensiva ante la explicación que le dedicó especialmente a ella. Intenté sonreír, pero otro salto me pegó de sorpresa.

—¡Que duerma conmigo! —propuso su hermana.

—Yo creo que no. Contigo no dormiría en toda la noche y está cansada —le cortó Lucas, sin dejar la opinión a debate. Susana hizo un puchero infantil, me pareció que insistiría.

—Tengo una idea, ¿qué tal si mañana me acompañas al DIF, quiero hacer una visita y me vendría muy bien tu ayuda? —comentó. Susana cubrió su boca con la palma—. Claro si tu madre te da permiso —aclaré deprisa. Ella se encogió de hombros sin dar respuesta, aunque su hija lo tomó como un sí.

—Será mejor que todos nos vayamos a dormir. Ya es tarde. —Fue lo único que pronunció. A mí nadie me estaba preguntando, pero asentí por si fuera una pregunta. Susana me hizo prometerle que mañana no me marcharía sin ella, lo hice antes de seguir a Lucas. Estar ahí me ponía ansiosa.

Era evidente que a la madre de Lucas no le molestaba que trajera compañía a casa, sino que fuera yo. Respiré tranquila cuando él me cerró tras nosotros.

La habitación estaba a oscuras, Lucas encendió la lámpara que iluminó tenuemente la cama. Todo estaba tal cual como lo recordaba, el orden exacto de los muebles. Caminé tímida tras sus pasos, lo observé mientras él acomodaba las almohadas. En aquella habitación me sentí un poco extraña, fue como hallar un capítulo perdido en mi historia. Ahí fue el primer sitio donde le conté a Lucas sobre mis sueños, que él me apoyo. En esas paredes descubrí su pasión por dibujar. Para ese momento, pese a mi negación, ya no podía ocultar le quería.

—Todo está limpio, no te preocupes —me explicó mostrándomelo, las aclaraciones sobraban con el olor a suavizante inundando cada rincón. En la capital era igual, admiré esa cualidad. Él se encargó de que todo quedara perfecto para que pudiera meterme a la cama antes de ofrecérmela. Gateé en el colchón hasta el centro. Lucas abrió el armario—. Te prestaré ropa por si quieres cambiarte, así puedas descansar bien —me avisó teniendo esa clase de detalles que me gustaban, preocupándose por mí.

Me cedió una de sus camisas y un pantalón que me quedarían enormes. Le agradecí con una sonrisa. Reí extendiendo la camiseta que sobre mí luciría como una sábana. Mis manos buscaron los extremos de mi blusa, la retiré de un tirón. Tal como pensé al ponerme la otra resulté una carpa. Quise abrazarme al aroma de Lucas cuando recordé que eso se vería estúpido. Sobre todo porque él seguía ahí, aunque acomodando los zapatos al borde de la cama.

—¿Qué es esto? —pregunté intrigada cuando al colocar la ropa al costado de la almohada casi tiré unas carpetas de su mesita de noche—. Parece que tienes mucho trabajo.

—Es un plan de negocios —me explicó. No entendí a qué se refería. Era una completa ignorante. Pasé de una o otra repasando las líneas de su caligrafía.

—Parece difícil —admití sorprendida. Había números, cálculos y párrafos que me costó entender—. ¿Qué significa esto? —curioseé.

—Un presupuesto inicial para la apertura de un negocio —contestó. No oculté el asombro ante la respuesta—. Estoy analizando qué tan viable sería abrir uno en la zona. Necesito estudiar a detalles las posibilidades. Es un trabajo laborioso antes de tomar el riesgo.

—¿Abrir un negocio en esta zona? ¿En Tecolutla? —repetí incrédula. No pensé que Lucas tendría planes de asentarse en este pueblo. Fue un golpe que me desconcertó. Parpadeé sin procesar la idea—. Yo... Pensé que tenías un trabajo en Xalapa —confesé aletargada.

—Sí. En realidad tengo una oferta en la capital y pensé en aceptarla porque era lo mejor, lo mejor para todos, excepto para mí. Lo tomaría por el dinero, por mi familia, por ti —confesó. Eso tampoco lo sabía. Eran demasiadas noticias para un minuto. «¿Lucas pensaba quedarse?» No pude evitar confundirme, una parte quería que Lucas volviera, eso nos permitiría estar juntos, pero era claro que aquello no le hacía feliz—. Cuando puse un pie en este pueblo me di cuenta que deseaba estar aquí. Llegó una oportunidad y no quiero perderla.

—Pareces emocionado —opiné en voz baja. Mucho más de lo que lo vi en mucho tiempo.

—Sí. Estoy trabajando muy duro con esto, espero funcione —admitió. Una sonrisa débil se me escapó, pese a mi tristeza, al reconocer su alegría. Lucas en verdad deseaba quedarse aquí, trabajar en su tierra, ayudar en la zona. Supongo que dentro de mí siempre lo supe, solo intenté engañarme porque si él se enamoraba de la capital las cosas serían más sencillas—. Aún tengo mucho por hacer, pero creo que voy en términos generales bien.

—Seguro será un éxito —pronostiqué. Cuando algo entraba a su cabeza siempre lo cumplía. Lucas asintió esperanzado.

Algo se agitó en mi pecho al percibir su creciente ilusión que contrarrestaba con mi realidad. Yo pensé que en unos meses Lucas regresaría a la ciudad, que podríamos retomar el ritmo que llevábamos antes de la presentación. Veía mi vida a su lado en otro sitio, donde pudiera seguir con mi carrera y él con la suya. Sin embargo, por su mente ni siquiera pasaba regresar. Él sabía a dónde pertenecía y nunca fue aquel sitio. Si lo soportó fue por lealtad a su jefe, por su cariño hacia mí, por todos, menos por él. Por primera vez Lucas estaba pensando en su felicidad, independientemente si los demás teníamos espacio en ella o no.

—Cuentas con todo mi apoyo —confesé tomándolo de la mano. No importaba cómo, solo quería que él fuera feliz, daba igual el lugar o las circunstancias. Ya era hora que hiciera lo que amaba—. Yo sé que todo saldrá bien.

—Gracias, Isabel. No sabes lo que significa confíes en mí —reveló con agradecimiento sincero. Yo creía con los ojos cerrados en su persona.

—Cualquier cosa que pueda ayudarte solo tienes que decírmelo, aunque no sé si yo sea muy buena con esto. Los números y negocios no son mi fuerte —me sinceré sin orgullo. De ser inteligente le sería de mayor ayuda—, pero si un día estás cansado, quieres hablar o tienes miedo, no sabes quién puede escucharte, yo estoy aquí. No importa la hora. Para los días buenos y malos... Yo estoy segura que serán muchos más buenos —le animé de corazón. No necesitaba demostrarlo con proyectos, yo conocía su capacidad. Lucas me dedicó una auténtica sonrisa apretando mi mano entre la suya—. Siempre puede haber un té y un plática en mi casa. Yo... sé que no soy nadie para decírtelo, pero estoy orgullosa de lo que eres ahora, y mucho más de que busques superarte. Y no importa si las cosas no salen como planeas, la admiración que siento no va a cambiar.

Lucas sonrió antes de besar mi mano con ternura. Esa era su manera callada de decirme que me quería. Yo le amaba incluso con sus victorias, y esos que él llamaba fracasos.

—Debes descansar, Isabel. Ha sido un día cansado —me recomendó cariñoso—. Yo voy a estar en el sofá, cualquier cosa que necesites sólo llámame.

Asentí con una sonrisa deseándole buenas noches con un tímido ademán antes de dejarme caer en el colchón. En la soledad suspiré abrazándome, siendo consciente que aquella camisa alguna vez estuvo en su piel. La felicidad se me escapó de los poros al identificar su aroma, su colonia, sus letras, su ropa en cada rincón. Observé mi mano justo donde sus labios se posaron. Cada una de sus miradas gritaba que me quería, y cada latido de mi corazón repetí que yo más. Sin embargo, al recordar sus planes, me pregunté si habría un punto de encuentro entre los dos sin que ninguno tuviera que renunciar a sus sueños.

¡Muchísimas gracias por todo su apoyo! Hoy la historia superó las 40k lecturas. Gracias por todos sus votos y comentarios. Como mencioné el capítulo anterior estaré agradeciendo a las personas que siempre leen la historia. Este está dedicado a Anonymouss_723 por todo su apoyo a los personajes. Gracias a todos, los quiero mucho.

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