Capítulo 35
Capítulo 35
Lucas
Apenas logré dormir, desperté en la madrugada deseoso de aprovechar el tiempo, tenía tanto que hacer que sentía los minutos no bastaría. Me di un baño y aproveché la hora para preparar el desayuno a la par del ascenso del sol que se coló por la ventana que daba al comedor. Gustaba de ese reloj natural que nunca cedía al cansancio, ni se retrasaba.
—Vaya, alguien se levantó temprano —chifló Susana apareciendo por el pasillo, haló la silla sentándose a la mesa, aún había rasgos de sueños que intentó despabilar tallándose los ojos. Mi madre, que la seguía adormilada, dibujó una sonrisa—. Ya tenemos cocinero. Empezó la buena vida —bromeó contenta al clavar su tenedor.
—Susana... —la reprendió mamá severa—. Lucas, pensé que después del viaje dormirías hasta tarde —asumió mamá cuando terminé de servirles y me senté con ellas a la mesa.
—Quiero hacer una visita hoy —confesé impaciente. Desde que puso un pie en Tecolutla no pude callar la necesidad de encontrarme con mis tíos. Ellos eran el alma de ese pueblo—. Por cierto, pensé que Manuel llegaría en cualquier momento, preparé comida para él, la dejaré por si aparece más tarde —avisé cuando estuve a punto de marcharme. Otro día hubiera esperado, pero en aquella mañana sentía que el tiempo se escapaba entre mis dedos.
Me despedí de una Susana, que no dejó de hacer preguntas repetitivas, y de una madre, luchando por callarla, antes de sonreír al chocar con el amanecer. El aire alborotó mi cabello, lo culpé del sentimiento de ligereza que me invadió frente a ese esperanzador panorama, tuve la corazonada de que con su roce barría gramos de rutina y desasosiego. La gente que andaba despreocupada por sus calles inyectó en mí una inusual motivación, como si sus sonrisas fueran el eco de que todo seguiría su curso. El concreto entregó su poderío a la suave arena que anunciaba la entrada a la playa después de un par de calles.
La playa era el recuerdo más vivo en mi cabeza, el sonido del arrastre del mar se convirtió desde joven en mi sonido favorito, en el recordatorio de la incertidumbre, el agua mansa puede dar prueba de su bravura con apenas una caricia del viento.
Tenía una extraña relación con el mar, adelanté que nuestro encuentro no me dejaría indiferente, a cada paso que acortaba la cercanía la expectativa iba en aumento. Y cuando al fin pude verlo de frente tuve la impresión de que me reconoció como yo lo hice. Los años pasaron por ambos, pero lo que se hallaba en el fondo permaneció intacto. Fue sencillo dar con un viejo conocido, más allá del escenario, lo que concentraba el océano: los recuerdos, la esencia, los caminos invisibles para los ojos, fue lo que lo hizo tan familiar. Tecolutla me robó y dio tanto. Cuando algo te ha marcado tan hondo resulta imposible olvidarlo.
Esa suave canción de bienvenida se repitió a la par del baile del océano. Sonreí sin evitarlo, enamorado de esa imagen, de lo vivo que me sentí.
Alejé la nostalgia acercándome a otro punto memorable. Lo que había cambiado de punta a punta fue Bahía Azul. Otra sonrisa brotó en mis labios al topar con aquel sitio que se transformó sin perder su estilo. Un vistazo bastó para hallar notables diferencias, empezando porque aquel sencillo local ahora tenía un aire más contemporáneo. Las antorchas colocadas en las esquinas de los cimiento por la noche debían resaltarlo a lejos. Las lámparas circulares colgando del techo de palma impedían quedara un minuto a oscuras. Las mesas, ahora de madera barnizada, se hallaban cerca una de otra dejando un espacio en el centro. Asumí debían armarse buenas fiestas los fines de semana gracias al sistema de sonido que distaba de aquella vieja grabadora de casetes.
Tantos puntos distintos, que daba la sensación ser un sitio extraño, se borraron al encontrar con una sonrisa del otro lado de la barra al fondo. Mi corazón en mi interior se agitó con violencia al corresponder a ese gesto que gritaba estaba en casa. Adoraba mi hogar, con la misma intensidad a mi madre a la que le debía más que la vida, pero mis tíos eran un capítulo aparte. Fueron mi única familia en los peores años, los que me amaron cuando nadie lo hizo, capaces de aceptarme en el momento en el que ni siquiera yo lo sabía. Y por eso mi cariño hacia ellos era infinito.
—Lucas. Lucas —celebró mi tía abandonando la barra para abrazarme con fuerza, sin aviso o pedir permiso, teniendo claro que jamás rechazaría su afecto. Era extraño que tuviera un lazo tan fuerza con aquella mujer con la que no compartía una sola gota de sangre. Fue ella quien sustituyó el cariño de mi madre cuando quedé huérfano. Jamás encontraría forma de pagárselo y ella nunca me lo exigiría—. Estás hecho todo un hombre —dijo alejándose para apreciarme—. Tan grande y guapo.
—Tú luces maravillosa. No sabes la alegría que me da volver a verte —me sinceré de corazón. El teléfono no podía igualar la felicidad de verla a la cara—. Llegue apenas anoche, me pareció una eternidad —conté.
—¡Amelio! ¡Amelio! —gritó contenta mi tía llamado a su marido que se hallaba en el cuarto trasero donde solían ver la televisión lejos de los clientes.
Disfruté volver a ver aquel gesto tosco que no se trataba más de una faceta. Detrás había un hombre que se convirtió en mi ejemplo durante los años donde la neblina volvía complicado avanzar. Esta vez el camino resultó corto antes de que le ofreciera mi mano para abrazarlo.
Yo sabía que mis tíos tendrían suficiente con Damián, pero ambos pasamos tanto tiempo juntos por años, que formamos un particular equipo que se entendió sobre las dificultades. También conocía que mi tío después de la muerte de papá sintió el deber de no dejarme a la deriva, intentó por todos sus medios cuidarme para que su hermano quedaran tranquilo. Yo no tenía contacto con el cielo, pero estaba seguro de que mi padre le estaría agradecido como yo lo haría hasta el último día de mi vida. Estaba ahí por él.
—Me sacas una cabeza —bromeó. Noté algunas canas nuevas en su cabellera oscura y arrugas que surcaban esa sonrisa que siempre aparecía con bromas difíciles de digerir—. Tienes la mirada de mi hermano —comentó para sí mismo, pero yo sonreí por ayudarme a recordar que él seguía aquí—. O más o menos —añadió de buen humor.
—Esa es una sorpresa, aunque nada comparada a todo esto. Un cambio en toda la extensión de la palabra —opiné felicitándole por la remodelación. Los clientes amarían sentirse en el año presente.
—Idea de Damián —me contó sin muchos ánimos, debía extrañar la música del Flaco de Oro como banda sonora de su vida. Mi tía se encogió de hombros siguiéndolo pidiéndome no le hiciera caso. A ella sí le agradaba la transformación—. A este paso en unas semanas nos cambiará hasta a nosotros —protestó—. Entre él y el Hacienda van a terminar de enterrarnos —se quejó molesto.
No entendí a qué se refería. Busqué la mirada de mi tía para mayores detalles, aquello era una novedad. Ella quiso explicarlo, pero él necesitaba liberarse.
—Para lo único que se acuerda el gobierno es para exigir dinero, no se ha aparecido por este pueblo desde que nací.
—Hace ya bastante tiempo —murmuró mi tía.
—Pero necesitan reunir dinero y aquí andan. Dinero. Dinero. Dinero. Parece que cobrar es para lo único que viven —protestó enfadado. Asentí dándole la razón, sin saber exactamente de qué—. Están amenazando a todo aquel que tenga un negocio que deben pagar, no importa que ganen lo que ellos se surten por solo respirar. Ahora vamos a tener que empezar a soltarles dinero.
—Declarar —corrigió mi tía juiciosa.
—Soltar dinero —repitió.
—Suena mal... —admití sin dejar de ser consciente era lo mejor, por experiencia personal sabía que Hacienda no era compasiva—. Al menos les han advertido con tiempo.
Supongo que el objetivo era reunir personas a la buena antes de exigir. Ese método pasivo agresivo que muchas veces funcionaba, cada año se ponían menos amables.
—Que considerados. Llevo tres años esperando el colchón que me prometieron, para eso no se acuerdan. Me voy a quedar sin espalda antes de que se aparezcan.
Apreté los labios para no reír. Eso no tenía nada que ver con los procedimientos fiscales, cada organismo tenía una función, pero era divertido verle cargar los problemas a todo lo que relacionaba con el gobierno.
—Yo puedo comprar el colchón... Y ayudarles en todo lo que necesiten —propuse intentando darles una mano. Ellos sabían lo que significaba, declarar era un proceso complicado para principiantes—. No tengo problemas en llevarles la contabilidad para que realicen sus declaraciones sin problemas.
No era mucho, pues el dinero que entregarían saldría de sus bolsillos, pero se ahorrarían unos pesos. Esa voz de mi profesor recordando no debía regalar el trabajo apareció, pero no aplicaba en este caso. Después de todo, gran parte de lo que tenía era gracias a ellos, les debía tanto que ningún favor igualaría mi deuda. Gracias a su labor pude costear el examen que me dio acceso a la universidad.
—Te dije que nos saldría gratis —festejó mi tío recuperando un poco su humor. Solté una risa al reconocer ese cinismo divertido que contrastó con la desaprobación de su esposa. Ella era mucho más prudente.
—Amelio, por favor —se avergonzó.
El regaño quedó a medio terminar porque el elemento faltante llegó. Damián estaba igual como la última vez que le vi, aunque su cabello rizado ya no necesitaba atarlo. Un segundo bastó para reconocer esa energía desbordante que lo convirtió en un fenómeno en su juventud.
—¡Lucas! —me saludó con una estruendosa risa. Esa alegría que no podía contenerse escapó a la par de una de mis sonrisas. Damián me dio la mano con fuerza—. ¿Al fin te decidiste a aceptar el puesto de botarga?
—Pensé que ya lo habías ocupado tú —respondí contento.
—Oye, eso fue un golpe bajo —me acusó divertido cruzando del otro lado—. Pero para que veas que no soy rencoroso, te invitaré algo —dijo haciendo gala de su buen servicio cruzando del otro lado. Me alegró verlo moverse tan confiado en aquel negocio que por años intentó evitar por responsabilidad.
Observé aquel viejo fregadero donde pasé las tardes de mi adolescencia, la barra que hace poco debió pintarse. Ese sitio tenía tanto del pasado, detalles invisibles que despertaban la nostalgia.
—No sabía que vendrías, aunque sí que un día llegarías. Pasa por aquí siempre tu hermana y también el loco de tu amigo —mencionó sin recordar su nombre. Posiblemente él pensara lo mismo de mi primo.
—Manuel —aclaré con una sonrisa.
—Ese mismo, no parece un hombre cuerdo —opinó. Nunca le dio buena espina, incluso con su evidente cambio. Supongo que una charla cambiaría su percepción.
—¿Lo dices por experiencia? —bromeé—. Aunque primero debo felicitarte, esto es un gran descalabro —le reconocí con honestidad feliz por su éxito.
—Y me lo dices tú. ¿Qué tal la capital? —preguntó entusiasmado por su tema favorito. Era un poco irónico que él quien siempre estuvo seducido por la gran ciudad jamás abandonara el pueblo y yo que nunca logré desprenderme de él lo dejara.
—Es un terremoto, las sorpresas nunca se detienen. Te encantaría. No hallarías qué hacer cada día entre tantas opciones, apenas da tiempo de respirar. Creo que sería el lugar perfecto para ti. Deberías visitarlo —le animé a sabiendas le encantaría.
—Pues no es mala idea —admitió meditando la idea—. Nada que no ate, un fin de semana de soltera sin rendirle cuentas a nadie —expuso siendo libre de cadenas—. ¿Si seguimos solteros o tú ya andas perdido por otra? Lo último que supe es que terminaste con Diana, hace como un año. ¿Nada nuevo qué quieras presumirme?
Ladeé la cabeza guardando silencio, hallando más interesante lo que sea que me ofreció. A menos que los fracasos fueron motivos de triunfo no había mucho qué agregar. Lo de Isabel me lo guardaría por el bien de los dos. Nada bueno resultó de ese capítulo, más que hacer más profunda la herida que estaba por convertirse en cicatriz.
—No... ¿Tú has decidido sentar cabeza? —cambié de tema poniéndolo en un aprieto.
—Olvídalo. Las mujeres son muy complicadas, me parece que traen más problemas que glorias —admitió encogiéndose de hombros. Yo no compartía esa visión—. Dudo encontrar una con la que pueda comprometerme, me llevó como siete años acostumbrarme a esto —comentó alegre.
—Y lo hiciste bien —lo halagué—. Te lo digo de verdad, me hace muy feliz ver que no solo cuidaste el patrimonio de tus padres, sino que hiciste el tuyo. Este lugar grita tu nombre y lo hace fuerte, tal como tú.
—Me costó, no creas. Espero no todo se vaya por la borda —murmuró en confianza para que no pudiera escucharlo él que atendía a los primeros clientes—. Papá casi se muere al enterarse de lo de Hacienda —contó escondiendo una sonrisa.
—Me lo contó. Lo siento, debe ser una situación complicada —asumí porque su padre no lo tomaba con tanto optimismo—. Aunque ya me he ofrecido para llevar la papelería, espero que no te moleste —especifiqué.
—¿Piensas cobrar? —Negué sin darle importancia, arrebatando esa preocupación—. ¡Ese es mi primo favorito! Lo que se te ofrezca, ya sabes que para ahí andamos —me agradeció dándome una palmada en el hombre.
—De igual manera creo que todas los dueños de locales en el pueblo deben estar preocupados por la situación —sospeché. Damián no lo negó, aunque tuve la impresión de que era la primera vez que lo consideraba—. Supongo que si alguien los orientara les quitaría un pendiente de encima, ¿no? —comencé a divagar frente a la mirada desinteresada de Damián—. Además podría conseguir una buena lista de clientes en este momento —pensé en voz alta.
—Sí, seguro que a alguien se le ocurre —me dio la razón entretenido—, siempre hay un loco que saca provecho de todo.
—¿Gracias?
—No estarás pensando ser tú ese loco —dijo entendiendo mi punto.
—Solo pienso que es una buena oportunidad —justifiqué. Y esa clase de oportunidades no se presentan todos los días, están ahí para que las atrapen los que fueron capaces de percibirlas.
—¿No tienes trabajo en la capital? —curioseó Damián pensando que era producto de la desesperación.
—Sí... Uno muy bueno —acepté recordando la propuesta de Damián, el trabajo fijo en Xalapa. Dos buenos puestos seguros, pero plagados de una rutina que me aletargaba—. Me dije que no los dejaría... a menos de que se presentara una mejor opción —confesé con una débil sonrisa.
—Tú estás loco si piensas que eso será una mejor opción —escupió sin deseos de pisotearme, solo hacerme abrir los ojos—. Piénsalo, Lucas, ¿qué puedes encontrar interesante en este pueblo? Quedará en el olvido cualquier día —argumentó.
—Mientras habite gente duda eso suceda —expuse. A mí me parecía que esa tierra estaba más viva que cualquier otro lugar. No creí en la decadencia a causa de los años. Si la gente seguía creyendo en la zona los daños se reparaban—. Es solo una idea al final —concluí fingiendo no le daría más vueltas.
No porque me desinteresara, todo lo contrario. El proyecto había logrado colarse en mi cabeza, y no quería comenzar a dudar por las voces de otros. Lo meditaría en solitario, estudiando las posibilidades junto a sus consecuencias. Era un salto arriesgado. Por una parte tenía la vida segura, un trabajo estable y dinero para intentar callar esa insatisfacción. En el otro extremo se presentaba una tierra empinada repleta de caídas y oportunidades. Cualquier persona con dos dedos de frente no miraría la borda, pero yo jamás fui de ese grupo de personas.
La idea de permanecer en donde sentía debía estar, haciendo lo que quería, ayudando a otros y beneficiándome de manera justa de ese trabajo me seducía. No pude arrancarme esa duda de la mente durante la tarde que pasé en Bahía Azul, aunque intenté apartarla centrándome en las anécdotas de Damián. En ninguna era protagonista. No entendía cómo conocía a tanta gente, admiré como lograba aprenderse los nombres y vidas del pueblo entero.
Fue agradable hallarme de nuevo en esas paredes, en las bromas de mi primo, en el humor de mi tío y los regaños de su esposa. Esa tarde me hizo consciente que no volvería a ser como antes y me alegró. El pasado no podía cambiar y el futuro era tan inmenso que quería pensar hasta en las ideas más extrañas. En Tecolutla casi me sentía obligado a volver a encontrarme.
Con las manos en los bolsillos, recorriendo la plaza principal, admití que en algún punto perdí el rumbo de mi vida junto al entusiasmo. Tal vez me acostumbré al vacío en el pecho o el golpe de realidad me durmió, no sabría identificar el detonante, pero volver a sentir mi corazón latir con tal frenesís me invitó a olvidar el camino recto que dicté al salir de la universidad para curiosear otros horizontes. Lo peor que podía suceder era equivocarme, el miedo constante en mi cabeza, pero lo hice el día que decidí dejar de soñar para conformarme con sobrevivir.
Necesitaba una nueva meta, un nuevo motor.
Y mientras pensaba en el ambicioso futuro que podía crearme con esfuerzo y fe, otra pregunta sobre los días que vendrían exigió respuesta, al chocar con esa mirada oscura que en medio de la multitud destacó. Tardé un instante en procesar esa familiar imagen, la misma que tantas noches robó mi sueño convirtiéndolo en realidad. La lógica gritaba que era imposible, mas el corazón, para el que no existía los límites, no se sorprendió cuando la sonrisa de Isabel volvió a encontrarse con la mía.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro