Capítulo 29
Era aquella inusual paz antecesora de cualquier tormenta, que pasa desapercibida hasta que convierte en un recuerdo.
Había sido un día pesado, con mucho trabajo, nada fuera de lo normal teniendo en cuenta que se aproximaba el fin de mes, pero sin ningún sobresalto que me hiciera considerarlo malo. Todo lo contrario. Ahí estaba, cansado, pero con una sonrisa esperando que la leche terminara de calentarse.
—Debo ser la única loca que toma chocolate en pleno verano —se burló de sí misma Isabel recostando su cabeza en mi espalda al abrazarme por detrás. Nos habíamos topado en el estacionamiento, después de que me llamara para que pasara a verla.
—Es un día fresco, raro para la temporada —admití, aunque la capital tenía un clima templado. No era difícil que la lluvia refrescara el ambiente, así como tampoco sus cambios en el termómetro.
—A ver quién de los dos adivina a cuántos grados estamos —me retó alejándose para buscar el control del televisor. Adoraba ese juego, en realidad le gustaba cualquier actividad similar—. Gana el que quede más cerca...
—Veintitrés —solté distraído apagando la mecha. Llegando a Veracruz iría por un café. En Xalapa preparaban la mejor bebida que había probado en mi vida.
—Lucas, siempre dices el mismo número —protestó.
—Y las treces veces fueron veintitrés —alegué divertido, encogiéndome de hombros.
—Uy, el meteorólogo —dijo sacándome la lengua antes de encender el televisor para rebuscar el canal de noticias—. Yo apuesto por veintidós.
—Vaya, Isabel, hoy te arriésgate, eh. Una mujer que toma riesgos —bromeé.
Isabel rio ante mi acusación, pero su alegría desapareció en un segundo, fue transformando su expresión poco a poco ante el brillo de la pantalla. Me extrañó su silencio hasta que el eco de las voces que salían del aparato me dieron la respuesta. Dejé la bebida para curiosear por mi propia cuenta lo que le había robado la tranquilidad. Fue una suerte que dejara la taza en la barra, de lo contrario, por la sorpresa, hubiera terminado rodando por el suelo.
—Tal parece que todo el tema de Aldo fue una estrategia de publicidad o una más de sus aventuras fallidas —comenzó la voz de una conductora, conocida por disfrutar de los líos—. Aunque por todo lo alto se comente su romance y ninguno de los dos lo ha negado hasta el momento, tal parece que para su propio beneficio, apenas ayer nos llegaron unas interesantes fotografías publicadas en una revista donde se puede ver a la cantante de lo más apasionada con un desconocido. Así que los fans de la pareja ya pueden irse desilusionando.
—¿Tú qué dices? —preguntó otro que ocupaba un sitio a su costado. Contemplé mi imagen en televisión con la ropa empapada y una sonrisa, aunque en mi caso sería difícil me reconocieran, Isabel no corrió con la misma suerte. Despojarse de sus lentes permitió apreciar con claridad su rostro—. ¿Todo fue un show para atraer gente o sí le pintó los cuernos?
—Si fuera un engaño no andaría exhibiéndose en público, menos en un lugar así, donde todo mundo los puede ver —expuso la mujer. Pasé mi mano por el rostro. Excelente idea, Lucas, exhibirte en un lugar con decena de personas—. Aunque, no sé, a Isabel no se lo conoces por ser precisamente la maestra de la fidelidad —añadió con malicia—. Habrá que buscar la opinión de Aldo, por ahora solo sabemos que Isabel ya anda bastante contenta con este chico —indicó. La pantalla me enfocó. Apreté los labios, incómodo—. ¿Quién? Hay que empezar a investigar, si la memoria no me falla es el mismo que la acompañó al centro el día anterior, así que un desconocido no es para que anden juntos a todos lados —señaló astuta. Genial, sabía que alguien me notaría, cuando no quería que lo hicieran.
Los comentarios siguieron, pero Isabel silenció el aparato a la par del timbre de su celular que resonó en la mesa del centro. Lo levantó sin quitarle los ojos a su imagen reproduciéndose una y otra vez. Una tortura.
—¿Sí? Sí. Sí. Lo estoy viendo —contestó en voz baja. Su mirada vagó en la nada, pero pronto se concentró en su discusión— . Ya sé. Ya. Sí, pero... Deja de gritarme, ¿de acuerdo? Con esa actitud no vas a solucionar nada. Ya sé, Lorenzo —mencionó fastidiada—. Me equivoqué, ¿contento? No sé, si supiera ya lo hubiera hecho. ¿Qué? No... Sabes qué, hablamos cuando... Vete al diablo —escupió furiosa colgando. Quise acercarme, pero el celular volvió a sonar. Isabel lo apagó antes de arrojarlo al sofá—. No dejarán de molestar.
Y no solo él, sino que después empezó la inundación de llamadas al teléfono fijo del departamento. Soltó un resoplido frustrada antes de desconectarlo. Se acostó en el sofá cubriéndose la cara, su pecho estaba agitado por la molestia o preocupación. Quise estar dentro de su cabeza para entender lo que pasaba por ella, pero al no tener ese poder no quedaba otra solución más que hablar.
—Isabel...
—No me digas que me calme —adelantó extendiendo su mano—, porque estoy tranquila, Lucas —soltó alterada.
—Ya lo veo —comenté sentándome en el lugar disponible. Ella torció la boca, sin humor para bromas—. Sé que esto no es positivo, pero...
—Claro que no lo es. ¿Tienes idea de todos los problemas en los que estoy metida ahora? —dijo acomodándose para mirarme a los ojos. No conocía la respuesta. Volví a recostarse suspirando ante mi silencio. No pude evitar sentirme responsable. Jamás debí exponernos—. Soy una estúpida. Lo arruiné todo. Tan cerca, estuve tan cerca —repitió. Quise tocarla, pero ella rechazó mi contacto—. Por favor, no intentes hacerme sentir bien. Esta vez no quiero dulces engaños, necesito ver la realidad con la crueldad que implique.
—Lamento mucho todo esto, Isabel —expuse con sinceridad.
—No te culpes. Tú no hiciste nada malo —respondió suspirando—. Fue mi culpa. Nadie me puso una pistola en la sien, fui descuidada. Parece que tengo el cerebro de adorno, siempre me dejó llevar por las estúpidas emociones y ahí está el precio a pagar. Pude quedarme en casa, libre de tantos líos, pero tenté mi propia suerte y el trabajo de un mes se fue a la basura —comentó odiándose. Lo último que hubiera deseado era perjudicarla, pero no medí el alcance de mis acciones. Era tan difícil equivocarse en este juego.
—Isabel, quiero decirte tantas cosas... —admití, me dolía haber tomado malas decisiones. Guardé silencio—, pero si puedo ayudarte en algo...
—Lorenzo está que se muere, pero no puede hacer nada. Lo hecho no tiene arreglo —concluyó sin escucharme, o al menos eso pensé hasta que volvió a referirse a mí, sin verme a la cara—. ¿Estás listo para soportar que se adueñen de tu vida? —preguntó al aire, levantándose y planteando distancia—. ¿Para tener que soportar sus interrogatorios, para las críticas? De nada sirvió intentar protegerte de esta basura. Los quería fuera de nosotros, Lucas, pero ahora todo mundo lo sabe. Te convertirás en el nuevo tema de conversación. Un pequeño spoiler, ninguno de los dos será el bueno.
—¿Y qué importa lo que digan otros? A mí eso no me mortifica. Me dueles tú, haberte puesto en esta situación, pero escúchate —le pedí señalando la manera en que sus manos se lastimando—. Estás perdiendo tu voz, dándole el control a gente que no le importas —indiqué sin afán de ser grosero, solo honesto, aunque no sonó tal cual imaginé.
—Tú no entiendes nada, Lucas —escupió ofendida—. Este es mi trabajo.
—Un trabajo que te está matando, Isabel —alegué. Ella evadió mi mirada sin darme la razón. Jamás pasó por mi mente esto terminaría acabando con ella—. ¿Esta es la vida que algún aspiraste? —Conocía la respuesta. Isabel no nació para estar en una jaula. Nadie lo hacía—. Ni siquiera puedes salir a tomar el sol...
—Pues aunque suene exagerado, se hará realidad, Lucas. A partir de aquí no van a dejar de molestarme hasta que diga tu nombre —comentó desesperada, contra la pared—. La canción es pasado, ya no importa. Todo girará en torno a mi nueva aventura. Olvídate de mi trabajo, de...
—Primero tienes que respirar —insistí, deteniéndola. La tomé con cuidado de los hombros para que no siguiera dando vueltas. Repetir lo negativo, no la llevaría a ningún lado—. Isabel, por experiencia te digo que muchas de las cosas que estás imaginando no pasarán. La mente es traicionera. Por favor, siéntate —le pedí despacio. Ella titubeó, pero se rindió ante mi sugerencia. La guie hasta el sofá—. Sé que esto está mal, que arruina tus planes, también sé que tengo parte de culpa. No, debo aceptarlo —reconocí antes de un discurso que me deslindara—. Lo lamento, Isabel. Nunca fue mi intención complicarlo —acepté honesto.
—Yo sé que sólo intentas ayudarme... No debo desquitarme contigo, perdóname. Es solo que esto se sale de mi control —confesó a su pesar—. Le siguen unas semanas espantosas de acoso en cada esquina. Ojalá pudiera desaparecer de la tierra.
Entendía ese absurdo deseo. Lo único cierto es que no existía la posibilidad. Las cosas saldrían tarde o temprano, porque los desaciertos siempre tienen sus consecuencias, pero cierto es que el tiempo es un buen consejero, ayuda a disipar las emociones y el interés. Eso último me dio el impulso que me faltaba para proponerle la idea que venía rondándome desde hace días.
—Escápate conmigo —solté de la nada. Isabel alzó una ceja sin comprender. Me dio la impresión de que me tomaría la temperatura para comprobar no estuviera delirando.
—¿Qué?
—Este fin de semana vuelvo a Tecolutla, acompáñame —planteé entusiasmada. Cambiar de aire le daría libertad y espacio para pensar y reencontrase consigo misma ahora que sentía tan perdida—. Vámonos juntos.
—Te vas... ¿No hay una manera en que te quedes? —preguntó. Negué con una sonrisa, sin dejarlo a debate. Adoraba a Isabel, pero cuando tomaba una decisión no dejaba que alguien interviniera, sobre todo porque este viaje era importante.
—Lo siento, Isabel, es una promesa, no sólo con Susana, sino conmigo mismo —respondí—. Hay suficiente espacio para ambos.
—Es una locura, Lucas.
—Lo sé. Curiosa manera de llamar a una invitación. Te haría bien despejarte de este encierro. Volver a ver a tu familia, desconectarte de los medios... Aunque no sé qué tipo de líos pueda ocasionarte —reflexioné porque ella era la única que contaba con esa información.
—Tampoco lo sé, supongo que ninguno, mi único compromiso hasta ahora es la presentación. No puedo fallar, Lucas —dijo. Hablaba en serio.
—No lo harás. Estoy seguro de que será maravillosa —admití optimista, confiando en su talento. Ella era mucho más que chismes de pasillo. Nada de esto opacaría sus esfuerzos.
—¿Y después unos días en Tecolutla? ¿Lejos de todo? —dudó escondiendo una sonrisa, considerándolo. Al menos era un buena señal—. Lorenzo dice que siempre conviene aprovechar los chismes para levantar nuestro trabajo, que es un anzuelo. Siguiendo esa instrucción debería sacar una canción, anunciar un nuevo dueto, escribir algo, pero... Suena tan tentador —susurró para sí misma—. Tú. La libertad. Mi antiguo hogar... ¿Luego qué, Lucas? Enviciarme para volver a la dura realidad.
—Usar unos días para reflexionar, ajena a todo este ruido. Con la cabeza fría siempre es más sencillo decidir —planteé para que no se privará la oportunidad de ser feliz bajo la excusa que sería temporal. Tal vez ese concepto sí, pero había muchas de serlo. A veces las pequeñas acciones dan paso a grandes cambios.
Isabel sonrió de lado meditándolo antes de buscar mis labios para darme una respuesta. Conocía el significado. Estaba tan feliz por su sí, que ni siquiera recordé decirle que pasara lo que pasara, independientemente de su conclusión, estaría a su lado.
Eché hacia atrás el cabello húmedo para que no obstaculizara mi vista del cuaderno que reposaba sobre mis piernas. No es una obra maestra, pero servía para ir tomando práctica, admití estudiando la forma de la cómoda que se iluminaba tenuemente por la luz que se colaba por la ventana. Debí cerrarla, pues comenzaba a percibirse el frío, pero me gustaba el efecto que regalaba la luna. Al final resultaba más sencillo buscar una camisa.
—¿Qué haces, Lucas? —curioseó adormilada Isabel removiéndose a mi costado. Después de la ducha yo no pude conciliar el sueño, pero ella cayó rendida. Me alegraba, últimamente dormía mucho, según ella significaba que el insomnio no dominaba sus noches.
—Buscando inspiración —respondí concentrado en sombrear, ese siempre fue mi dolor de cabeza. Ella enterró la cabeza en la almohada disimulando una sonrisa.
—Lucas, llevo años de conocerte, años, y nunca me has pintado a mí. Empezaré a ofenderme —expuso girándose hacia un lado. Sonreí conociendo que algún día haría esa mención—. ¿No te parezco una buena modelo? ¿Por qué prefieres un mueble?
—Nada de eso —admití riendo, volviendo mi atención a mi trazo—, todo lo contrario. Me pareces demasiado hermosa para hacerte justicia —me sinceré. Esa era la razón por la que me negaba a plasmarla a grafito.
—Eres un romántico, Lucas —me acusó. Sonreí sin proponérmelo, aceptando la culpa—. Debe ser cosa de artistas idealizar a los simples mortales.
—Me pediste lo mismo cuando tenía diecisiete años —recordé sin borrar la alegría de mi cara—, han pasado bastante de aquella vez y aún me siento como aquel inocente crío cada vez que te veo —confesé reflexivo, burlándome de mí mismo. No entendía la magia que esa mujer, el poderoso efecto que tenía sobre mí. Había dormido con varias chicas, pero en Isabel había algo que me hacía entregarme de modo distinto—. Siento que arruinaría tu imagen —admití crítico—, aunque podría intentarlo solo para reírme un rato —comenté aún embragado de dicha. Ella mordió su labio para no reírse antes de intentar alcanzar mi hombro.
—Eso, hombre. Al fin podré decir: Dibújame como a una de tus chicas francesas —bromeó, o eso quise creer, porque no entendí. Supongo que no disimulé la confusión porque Isabel se alarmó—. Lucas, no puedes decirme a estas alturas que no has visto Titanic.
—Pues no —respondí riendo ante su clara indignación, casi pensé que me arrojaría del colchón—. Cuando fue el auge de la película no iba al cine. En realidad, a ninguna parte.
—Pero la han pasado cien mil veces en el canal cinco —protestó. No pude evitar sonreír por la pasión que imprimió a su argumento—. Tenemos que arreglar eso. A la próxima tenemos que verla, Lucas. Voy a prepararme para llorar como siempre —suspiró—, y haré una olla enorme de palomitas.
Sonaba a un buen plan. Me gustaban esas sencillas promesas del día a día.
—¿Sí vas a pintarme o te echaste para atrás? —me retó sin rendirse. Negó, seguía en pie, tal vez en una excusa para aprovechar un largo rato observándola—. Tú dime la pose, algo humanamente posible —agregó juguetona.
—Quiero pintar tu rostro, Isabel —la frené antes de que se descubriera. Ella frunció las cejas extrañada por mi propuesta. Sonreí disfrutando de su confusión.
—¿Mi rostro? —dudó como si no terminara de convencerse.
—Esa es la parte que más me gusta de ti —reconocí, tenía una debilidad por su sonrisa.
—Debes ser el único hombre que piense eso.
Estaba seguro de que no, era imposible serle indiferente. Mis dedos acomodaron un mechón detrás de su oreja, enmarcando su rostro. Lo aprobé alcanzando la lámpara, encendiéndola para no perder detalles. Isabel entrecerró los ojos por la repentina luz, me disculpé antes de levantarme de la cama y arrastrar una silla de la esquina al borde.
—Voy a... Si te incomoda que te toque solo dímelo —le pedí para que me permitiera buscarle un mejor ángulo. Ella se echó a reír ante mi torpe titubeo cuando con cuidado le sugerí como recostarse en su almohada. Quería recrear el despertar con ella. Isabel permitió que le hiciera toda clase de indicaciones sin protestar, gozando de mis dilemas antes de sentirme listo de sentarme para comenzar a trabajar.
Flexioné el cuello y agité los hombros intentando espantar la tensión. Respiré hondo antes de deslizar la punta despacio por el papel poroso dibujando la forma de su rostro, líneas que después borraría antes de perfilar tenuemente alguna de sus facciones. Perdí una cantidad significativa de tiempo concentrado en sus cautivadores ojos, el punto más fuerte. Transparentes, capaces de compartir un abanico de sus emociones, con una luz viva que atestiguaban el fuego que habitaba su interior, oscuros como la noche que te refugia después de un largo día. Isabel se sonrojó sutilmente al verme estudiarlos a detalle, maravillado por sus tupidas pestañas que resaltaban su belleza. Encontré una constelación en las pecas que pintaban su piel morena que contrarrestaba con su brillante sonrisa cuando delineé la forma de sus labios, aquello que había besado por noches enteras y aún seguía buscando con la misma necesidad. Seguí trazando los detalles, oscureciendo otras. Maravillado por la naturaleza humana. Sonreí al percatarme de algunas ondas que se formaron en su cabello. Admito la culpa, tardé unas horas más de lo esperado intentando mejorarlo tanto como fuera posible, de acuerdo con mis capacidades, antes de firmarlo. Siempre que creía que había llegado al final volvía a encontrarme con otro particularidad que había pasado por alto. Era sorprendente todo lo que podía encontrar en una misma persona.
—Creo que con unas correcciones puede... —susurré para mí darle un primer vistazo. Isabel ya estaba quedándose dormida, pero el sonido de mi voz la despabiló de golpe.
—¿Ya lo terminaste, Lucas? —celebró antes de arrebatármelo impaciente para contemplarlo por sí misma. Ojalá hubiera grabado su expresión. Eso fue el mejor pago que pude recibir. Calló durante un rato, mientras sus ojos recorrían cada línea. Pensé que no hablaría, pero sí lo hizo—. Lucas, es precioso, te quedó hermoso —mencionó con la voz entrecortada. No me sentí orgulloso haciéndola llorar, aunque me reconfortó saber que no era negativo—. Es mi favorito de todos. Lo amo. Lo amo —repitió abrazándolo contra su pecho. Cuando puliera más mi estilo le daría uno que sí le hiciera honor. Uno realista más que una especie de caricatura—. Divino. Perfecto para lo que tengo pensado... —añadió para ella. Quise preguntarle lo que pasaba por su cabeza hasta que la alzó para sonreírme limpiándose las mejillas—. Quiero mostrarte algo, pensaba hacerlo después, pero ahora es el momento indicado.
No tenía enormes expectativas de lo que se trajera entre manos, sobre todo porque asumí no debía estar muy lejos al solo buscar una bata para cubrirse, ni siquiera me dio tiempo de hacer preguntar antes de halarme fuera de la habitación. Supuse que me guiaría al balcón que daba a la ciudad, pero frenó sin dar un paso por el pasillo.
—Seguro que te has preguntado qué hay detrás de esta puerta —comenzó intentando sonar misteriosa, pero sin esconder la emoción. Se refería al cuarto que estaba del otro lado de su alcoba.
—Honestamente no podía dormir pensando en la respuesta —bromeé porque nunca le presté atención. Isabel afiló su mirada—. Asumí que era de tu trabajo —reconocí.
—En parte... Aquí va una sorpresa. Primero, tienes que cerrar los ojos —me pidió uniendo sus manos. Obedecí con una sonrisa antes de sentir un golpe en el hombro—. Haces trampa, Lucas —me acusó.
—No lo hago —me defendí en la oscuridad.
—Bien, eso era una prueba —bromeó divertida al son de una perilla girar. Sus manos me tomaron de los brazos para jalarme al interior en un par de torpes pasos. Reí porque aunque lo intentaba no era una chica delicada—. Ahora sí puedes abrirlos, Lucas.
Lo hice sin esperar nada, quizás por eso fue doble el asombro, no supe ni qué decir cuando me encontré con esa pared. Balbuceé, sin comprender la imagen frente a mí. Busqué la mirada de Isabel que me dio respuestas, era tan real como nosotros. Extendí mi mano para rozar con los dedos el cristal que protegía el primer dibujo que pinté en su balcón la segunda noche que estuve ahí, cuando estaba tan perdido en la ciudad. Ese día no imaginé lo que se vendría, seguía sin hacerlo. Enmarcados se hallaban todas las piezas que le había regalado, expuestas como si se tratara de una galería, debajo con una cintilla estaba escrito, en una caligrafía que reconocí, la fecha de creación de cada uno. Perdí la voz al igual que las ideas.
—¿Qué es esto?
—Mi pequeña colección. Lamento que no pueda dedicarla toda a ti, pero haré más espacio —prometió indicando uno de los discos o reconocimientos que colgaban de la pared, unas camisetas y peluches. Seguro se trataban de regalos de sus seguidores—. Es diminuto mi departamento y aquí guardo lo que me interesa. Sé que es un poco vanidoso, pero adoro las cosas que me entregan, son mi consuelo, mi única alegría durante estos años. Hay gente que es demasiado linda conmigo. No creas que los olvido, solo que a veces pienso que recibo mucho de gente que ni siquiera me conoce realmente.
—Hay gente que te quiere —le recordé.
—Sí. Tú lo haces. ¿Cómo no sentirme feliz por ello? Estás a mi lado... Aquí expongo lo significativo para mí, así que también estará todo lo relacionado contigo ahora que eres parte de mi vida... Si es que hubo día en el que no lo fuiste —murmuró nostálgica en los tonos grises de la bicicleta—. Nunca te fuiste realmente... Quiero que estés presente en cada rincón. No vuelvas a marcharte, Lucas —me pidió—. No sabes lo mucho que te extrañé, ni cuanto deseo ver tus camisas en mi armario, tomar tu café en la mañana, pelear por una serie y esas cosas cursis que solo son divertidas si son contigo...
Y aunque adoré escucharlo de su voz no le di tiempo de seguir hablando antes de capturar sus labios entre los míos. Era lo que necesitaba escuchar. Es una mágica fortuna que una persona corresponda a tu afecto con la misma intensidad. Inusual sentir que un corazón lata al son de otro, la emoción desbordante ante cualquier sonrisa o roce, una paz que te inunda al estar en su compañía. La dualidad de paz y revolución que despertaba.
—Te amo, Isabel —susurré entre besos, deseoso de que lo supiera. No podía imaginarse lo que me provocaba, lo mucho que la quería. Agradecía al destino la bendición de encontrarla para tenerla de nuevo entre mis brazos. Ojalá se lo hubiera dicho.
No se pierdan los próximos capítulos. Yo sé lo que les digo 💗💗
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro