Capítulo 21 (Parte 2/2)
Debo reconocer que la primera vez que acudí a esa plaza comercial dediqué un largo tiempo a contemplarla bajo la excusa de revisar los letreros de los negocios. Nunca había admirado un diseño arquitectónico similar, el infinito cielo oscuro colándose por el cristal que sustituía el tejado, la luz alumbrando amplios pasillos donde las personas tejían nuevas historias, con un centenar de voces resonando sobre la suave música que viajaba por un sitio que parecía no tener fin. Como un chiquillo me encandilé por el centenar de tiendas que exhibían toda clase de productos que pocas veces había visto en Xalapa, muchos de ellos incontestables por su calidad y renombre, en un establecimiento que había nacido para ser centro de fascinación.
Pude quedarme la noche entera siguiendo sus caminos, grabándome el puente que conectaban ambos extremos de la planta alta, intentando descifrar cómo existen tantos mundos dentro de uno solo, lo insólito que era sentirte fuera de una parte de él por una razón tan vana como un trozo de concreto.
Al fin di con lo que buscábamos. "La casa del disfraz" era un negocio con un frente angosto, comparado con sus colindantes que eran compañías importantes en el sector de venta de ropa, pero sabía disimularlo con un amplio y cuidado escaparate que exponía algunas llamativas piezas que servían de imán para cualquiera. Detuve mi recorrido contemplando de arriba a abajo el traje negro que usaba un maniquí.
—Es aquí —la llamé en voz alta riendo al verla pasar de largo sin percatarse. Isabel a mi costado que había mantenido la cabeza abajo, siguiendo únicamente el avance de mis zapatos, frenó de golpe.
—Ah, es que yo estaba buscando los baños —improvisó regresando.
—¿Los baños? Los pasamos hace un buen rato —contesté con una sonrisa ante su excusa—. Están al costado de...
—Uy, tenemos aquí al mapa. Deberían contratarte como guía de turistas —interrumpió divertida dándome un suave empujón para jalar la puerta—. En una de esas...
Enmudeció al toparse con el paraíso de colores que desfilaban sobre sus paredes, un arcoíris de telas de toda clase en los colgadores metálicos que se extendían uno tras otro dando apenas espacio para moverse. Isabel sacudió entre sus dedos mi chaqueta para que admirara una pared repleta de estrafalarias pelucas y máscaras a las que con la ayuda de la iluminación se les podían apreciar cualquier detalle. El interior era un universo de fantasía, cualquier punto donde se fijara la vista daba la impresión de ser una página apartada de la común historia. Quien fuera el encargado no se había conformado con crear una tienda que generara ingresos, sino que decidió dotar al mundo de unas pinceladas de magia que hacía falta en una realidad que cada día se olvidaba de su imprescindible existencia.
Isabel giró maravillada por cada rincón hasta que una inusual figura se atravesó en su camino. Soltó un grito al compás de unos pasos en retroceso que se detuvieron cuando mi mano recayó en su espalda. Otro respingo que me provocó una risa que no pude retener. Un suspiro de alivio se coló entre sus labios al percatarse que no que la máscara blanca solo era parte de un disfraz que usaba el chico que nos interceptó en la entrada. Admito que a primera vista sí era normal el asombro, sobre todo por que era imposible verle a los ojos por las pequeñas rendijas debajo de una cejas arqueadas. Reconocí que era el empleado del local porque de su sudadera negra colgaba un gafete, que tampoco ayudaba en mucho porque carecía del nombre de identificación.
—Bienvenidos a Casa del disfraz. ¿Buscan algo en especial?
—No... No... Creo que no —buscó mi ayuda. Agudizó un poco su voz. Isabel hizo una mueca al verme tan relajado por lo que ella misma le tendió la mano al muchacho que la aceptó amable. Esa fue su primera sorpresa—. Lamento haber gritado como una desquiciada. Piensa lo positivo, en una de esas todos los que han escuchado afuera les pica la curiosidad por saber qué pasa y entran a chismear. Eso puede aumentar la clientela —susurró apenada intentando ser optimista. Aún con la máscara el chico tenía dificultad por sostenerle la mirada, Isabel era un reto para los tímidos, sobre todo cuando ella podía tanto interés en buscarla.
Yo negué con una sonrisa acariciando su espalda antes de alejarme para curiosear por mi cuenta mientras ella preguntaba sin parar sobre el significado de su misteriosa vestimenta. Sin tapujos o vergüenzas le cuestionó con esa habilidad única para ganarse a las personas.
Aprecié al grupo de personas que salían de los vestidores al fondo probándose algunas prendas. No sabía si toda la gente estaba destinada a acabar en la misma fiesta, pero tenía la impresión que no era una coincidencia que la tienda estuviera tan concurrida. Había de todo: desde un chico que le hacía un buen homenaje al famoso detective inglés Sherlock Holmes (fingiendo firmar en su pipa), otro que se atrevía con John Contastine, un piloto de fórmula 1 que ajustaba su casco, una Hermione Granger practicando con su varita de la popular saga del mago, una chica que ajustaba su máscara de una conocida villana de los comics famosa por su locura, una pirata probándose sus botas de cuero, hasta un león. Sí, un león.
—¡Lucas, ven acá, tienes que oírlo! Este tipo sabe un montón de cine —me alcanzó contenta Isabel, distrayéndome en la lucha de una chica con un elaborado atuendo de la época victoriana. Acomodó sus lentes con cuidado—. Él sí valora mi amor por Buscando a Nemo. Sabe que es arte. Arte, Lucas.
—Arte —repetí divertido por la pasión que usaba—. En este lugar la palabra tiene un significado peculiar —agregué haciéndome a un lado para que también disfrutara de la vista.
—Ya lo sé. Vaya... Lucas, Lucas, Lucas. ¿Qué será eso? —cuestionó mirando a un chico con una túnica oscura y alas en el mismo tono—. Parece un ángel... Lucas, tu nombre aparece en la Biblia, si alguien lo sabe eres tú, es momento que uses todo tu conocimiento en descifrarlo —soltó haciendo reír llamando la atención. Era solo que pese a que el atuendo era increíble estaba seguro que no tenían relación—. Mira ese par —señaló un par de chicas que jugueteaban con sus botargas de hamburguesa y hot-dog—. Van a juego. ¿Te imaginas que..?
—Yo creo que no —frené con una sonrisa antes de que terminara de formarse esa idea.
—Uy. Perdón por ser simples mortales con un conflicto de identidad por la comida —se quejó con esa expresión alegre que tanto me gustaba—. Y eso es lo que yo digo ser una diosa —chifló a mi oído admirando a una muchacha que tenía la imponente personalidad para personificara. Ella sí vivía el personaje.
—También es una diosa, aunque no sabría distinguir la historia de cada una —confesé pese a que adelantaba que el cuerno de la abundancia que cargaba era una pista.
—Lucas, mis conocimientos sobre mitología griega se reducen a la película de Hércules. No me pidas más de eso...
—Tique.
—¡Mamá! —escupió Isabel al escuchar la voz de alguien a nuestra espalda. El chico de máscara blanca le pasó algo que ella le había encargado—. Dios mío, en otras circunstancias esto sería una gran broma. Tienes que contarme cómo haces para vivir todos los días aquí —suspiró cruzando sus brazos sobre un escaparate apoyando su cabeza—. Llevo veinte minutos y creo que esa chica tiene derecho de demandarme por acoso porque no dejó de verla con su hermoso atuendo hindú o esa muchacha que lleva su vestido de Cenicienta, parece una princesa salida de un cuento. Y esa persona parece que irá a una peregrinación...
Aguanté una risa por como platicaba con el chico como si fueran amigos de toda la vida.
—En realidad es un personaje importante en los carnavales.
—Hasta tienen a Chihiro. Si la tienen a ella no hace falta nada. Debe sentirte en una fiesta a diario.
—No voy a muchas fiestas. Siempre que termino en una es acompañando a un amigo —platicó agradable.
—Lo ves, Lucas. es de los tuyos. Oh, mi Dios, ¿ya lo viste? — preguntó entusiasmada recordando lo que traía entre manos, mostrándome la clásica capa azul colgada en una esquina. Guardé mi sarcasmo para otra ocasión porque estaba realmente feliz—. ¿Puedo probármelo? Será apenas un vistazo.
Él asintió levemente, me pregunté qué expresión tendría su rostro porque no podía ver más que sus manos trigueñas. Supongo que a Isabel no le preocupó, todo lo contrario, estar en iguales condiciones le dotó de cierta confianza. Hablaban el mismo idioma.
—Sí, claro que sí. Los...
La frase murió a medias cuando Isabel comenzó a desvestirse frente a nosotros, sin previo aviso, quitándose la bufanda seguida de la enorme chaqueta para intentar meterse en aquel largo abrigo que le llegaba debajo de la rodilla. Quiso coger el sombrero, pero lo descartó recordando la funcionalidad de su boina.
—Me pondría a cantar, pero tengo un problema en la laringe —mintió girando. Un problema de garganta que no afectaba su lengua.
—Nada tiene que ver que no conozca la letra —murmuré divertido excusándola.
—No le hagas caso. No sé ni quién es, me lo tope en el estacionamiento —le dijo en voz alta cubriéndose la boca cerca de su oído.
Isabel se despojó del abrigo mientras hablaba alegre con el vendedor que poco a poco fue dejando su timidez para charlar con mayor fluidez. Tuve la impresión que tomando confianza resultaría más hablador que ella.
Negué con una sonrisa. Mi celular vibró en mi bolsillo. Lo revisé distraído asumiendo que se trataría de Susana o Manuel, solía llamarlos los fines de semanas sin falta, pero la teoría murió al releer el nombre del contacto. Graciela. Desde la última vez que me escribió no había tenido noticias de ella y honestamente no consideré que lo haría pronto. No por ella si no por mí. Por inercia me alejé de Isabel para revisar el número. Supongo que ganando o perdiendo tiempo para decidir qué era lo mejor. «No haber sido un imbécil desde el inicio, Lucas». Mi buen amigo el cerebro era bueno viendo las fallas cuando era difícil arreglarlas. No quería ser grosero, pero tampoco seguir alimentando falsas ilusiones.
—¡Buuuu! —Escuché a mi espalda sorprendiéndome, casi solté el celular, mucho más cuando reconocí su voz en esa botarga celeste con manchas moradas—. ¿Te asusté? —se burló al verme acomodarme incómodo el cuello de la camisa. No hacía nada malo—. ¡Sí, funciona! —celebró a lo lejos con su nuevo amigo que levantó los pulgares—. ¿A poco no está genial? Hace un calor de los mil infiernos aquí adentro —se quejó abanicándose. Yo apreté los labios para no reírme de lo difícil que era procesar su voz en semejante atuendo—. Quizás es para que vaya practicando... Ahora, tiraré un volado entre Maléfica o Sullivan, pero me encanta este porque me veo más alta y fuerte—me platicó moviendo sus brazos de un lado a otro. Sonreí—. Y si tú decides usar el de Mike...
—Maléfica te quedaría espectacular.
—Listillo —me empujó con su garra de algodón—. Aunque al final tendré que elegir algo que no se tan llamativo para salir del departamento, pero con un antifaz para cubrirme la cara... ¿Y qué hay de ti?
—Escogeré el primero que vea.
—Ya te lo ganaron, Lucas. Ese de Jasmine te hubiera quedado espectacular —bromeó traviesa señalando a una linda chica. Entrecerré los ojos. Isabel quiso apoyar su cabeza en mi hombro, apenas pude hacerme a un lado me encajara el cuerno en el ojo. Ni siquiera se dio cuenta—. Lo digo de verdad. Tú tienes suerte, cualquier cosa que escojas te quedará bien. Eres tan alto y guapo. De esos que voltearía a ver en la calle y me tropezaría. Lo cual sería bastante catastrófico.
—Vaya, qué manera de cambiar la conversación. Lo siento, pero... —No aguanté la risa porque era imposible tomarla en serio con esos ojos tejidos—. Es la primera vez que una botarga intenta seducirme.
—Lucas, mis ojos están en la boca —protestó dándome otro golpe—. Y tú te lo pierdes. Ahora, debes escoger un disfraz antes de que cierren o tendrás que comprar uno de fruta que encuentras en una papelería. Piensa. Piensa. Piensa.
Honestamente no me preocupaba el vestuario. Cualquier cosa por mí estaría bien. Entendía la magia de los disfraces, pero no le daba muchas vueltas. Me entusiasmaba más la idea de ir a una celebración juntos sin importar lo que llevaremos puestos. Supongo que era el pensamientos enemigo para la pareja de un artista.
—¿Puedes darme una mano? —llamó al encargado que tenía una paciencia infinita—. Confía en él, sabe lo que hace. Y si no pues se lo va inventar.
—Lo conoces de hace media hora —argumenté divertido por su seguridad. Yo también tenía la misma impresión, una mano nos vendría bien.
—Tú relájate. Escoge lo que más quieras. Piensa lo positivo, nos perderemos con el resto de personas, ¿quién se interesaría por nosotros?
Me sorprendería la respuesta.
—¡Será una locura! No puedo esperar a mañana —gritó emocionada caminando de espalda. La afluencia había bajado, por lo que podíamos movernos con mayor facilidad—. Estoy tan feliz que quiero ponerme bailar. No literalmente. Este piso es mortal, eh. Ay, Lucas, hice bien al escucharte, hubiera sido un error irnos. Ahora me siento tan diferente, aunque sea por una tontería. Por una tontería que no había hecho en años. Gracias, gracias, gracias —repitió sin parar—. Sé que debes creer estoy loca por emocionarme con esto pero es que fue una gran noche. Y estás aquí conmigo. No sabes cuánto te quiero... Muero de ganas por llegar a casa.
—¿Hacía calor dentro de la botarga? —bromeé.
—Tonto —escupió divertida.
La sonrisa traviesa se esfumó frente a un escaparate. Fue un milagro esquivarla sin que chocáramos, pero ni siquiera así se movió. Su mirada permaneció en aquel centenar de zapatos expuestos. Me coloqué a su costado intentando hallarle lo fabulosos a unas piezas iguales entre sí. Isabel tenía más de los que usaría en la vida. La primera vez que abrió su guardarropa creía que vendía en secreto.
—¿No tienes suficientes? —intenté relajarnos al verla pensativa. No me escuchó.
—¿Sabes? Cuando vine la primera vez a la capital solía visitar las tiendas e imaginar qué se sentiría tener dinero suficiente para comprar todo lo que quisiera, como esas artistas que antes veía en las revistas. Cerraba los ojos creando una película en mi cabeza. Y al volverlos abrir no había nada en mis manos, pero me sentía feliz —susurró para sí misma. Observé su expresión abstraída en el reflejo—. Qué ironía, ¿no?
—A mi hermana le pasa igual —admití, recordándola. Susana también soñaba a diario con esa vida que le causaba admiración—. Aunque ella es más intensa. No se conformaría con comprarlo, necesitaría indagar quién los hizo, cómo se le ocurrió, la fecha exacta y diez curiosidades de cada par.
—Podría trabajar como detective. He oído que pagan bien —aconsejó. En respuesta me encogí de hombros. En desventaja tenía su dificultad para conservar un dato interesante sin divulgarlo.
—Le pasaré tu consejo.
—¿A quién se parece, Susana? —curioseó. La pregunta del millón.
—Depende de a quién le preguntes. Mamá dice que a papá. Cuando él vivía le daba la responsabilidad a mamá. Yo pienso que no existe nadie en el mundo similar. Manuel, en cambio, apostaría que se trata una criatura fantástica capaz de alimentarse de su alma.
—Una mezcla de todo eso sería épico —opinó dándome un codazo. Catastrófico era la palabra adecuada—. ¿Ella lo sabe? —cambió de tema sin esconder el interés. Me costó un instante entender a lo que se refería—. Hablo de nosotros.
—No —contesté. Sentí su mirada analizándome—. Nadie de mi familia.
Una verdad a medias porque Manuel, sin poseer absoluta certeza, debía hacerse una idea. Cualquiera que me conociera como él lo hacía podía adelantarlo con facilidad. Isabel era mi debilidad. Podía luchar por caminar en dirección opuesta, pero cada que la vida volvía a cruzar nuestros senderos terminaba perdiendo la cabeza.
—Lo entiendo —murmuró distante. Fue confusa su desilusión porque creí que a ella le convenía que menos personas lo supieran. No comprendía por qué ahora parecía triste cuando le beneficiaba.
Quise preguntarle qué sucedía, pero ella agitó su cabeza como siempre que deseaba olvidar un tema y darlo por sentado antes de girarse para dedicarme una sonrisa. Volvió a mirar en el interior de la tienda, se acercó en unos pasos para acariciar con sus dedos la superficie transparente.
La conocía, algo había llegado a su cabeza para quedarse. Una idea se tejía en secreto convencida a cumplirse. No imaginaba qué.
El sábado la mañana pasó volando. Apenas me percaté de la hora de la comida entre el intenso trabajo y la ansiedad porque el reloj diera el banderazo de salida. Román dijo que los últimos días me había visto recompuesto, algo difícil de creer teniendo en cuenta los problemas con Julián. Cierto era que cada día mi jefe intervenía menos en mi labor, empezaba a ser optimista por las próximas reuniones y mi vida personal se tornaba menos confusa. No lo llamaría un balance, porque aspiraba a uno real, definitivo, pero sí a un pequeño avance. Nunca se me dieron bien los cambios, pero cuando los aceptaba podía trabajar con ellos. La confusión inicial tras la mudanza se fue asentando a medida que me acostumbré a mi nueva rutina. Empecé a tomar con calma el ritmo acelerado de la ciudad, adaptarme a sus calles, encontrar su encanto.
La capital era una caja de sorpresas. Tenía la impresión que todo aquel que la pisara terminaba convirtiéndose en una. Quizás por eso me entusiasmaba descubrir qué me depararía el destino esa noche. No me predispuse a los desastres, ni pensé demasiado en cómo me gustaría resultara.
Así que por la noche terminé en su departamento para encontrarla con los disfraces en la puerta. Borré cualquier duda absurda, quitándome algunos kilos de vergüenza para lograr entrar en el traje negro y las botas.
—Es extraño —reconocí riéndome de mí mismo—. Me siento demasiado viejo para esto —le confesé a Isabel mientras me colocaba los guantes.
—Pues no era precisamente un chaval —respondió en voz alta terminando con ella. Isabel había dejado sus novedosas ideas por unas más convencionales que no levantarán sospechas en curiosos que por suerte terminaran presenciando su escapada. Y sin embargo, a mí se me quitaron la ganas de salir cuando la vi caminar hacia mí para cederme la capa. Estaba preciosa con ese vestido negro, sus tacones altos resonaron en las paredes—. Mira, es fácil —aseguró arrebatándomela para anudarla en mi cuello. Sonreí distraído en su rostro. Con sus pestañas largas batiéndose como alas de mariposas —. Listo —celebró orgullosa dándome una palmada en el pecho. Asentí mirando la curva de sus labios cuando hablaba—. Te falta solamente el sombrero y la máscara. Ya puedes ser un justiciero. Y la primera regla es... No distraerse —me regañó alejándose para lanzarme la espalda que estaba sobre la cama. Apenas pude atraparla entre mis manos—. A ver si peleas tan bien —me retó tomando la suya.
—¿Quieres que peleemos?
—Obvio. Oye no las rentamos para tomarnos fotografías —respondió con simpleza—, sino para darnos con todo —insistió.
Volví a reírme como hace mucho que no lo hacía. No solo porque era gracioso ver a Isabel con ese estilo comportándose como una chiquilla, sino porque no entendía cómo podía ser tan feliz con algo tan sencillo.
—No sabes cuánto te quiero, Isabel.
—Eso fue tan tierno, Lucas —dijo sin entender qué tenía de divertido un duelo—. Pero no te servirá para distraerme —mencionó. Quién sabe si Isabel era la mujer perfecta, lo era para mí. La perfecta arma para quitarte el aliento, por su belleza y personalidad. Negué aún con una risa en mis labios antes de tomarla de la cintura para atraerla sorpresivamente hacia mí. Su pecho chocó con el mío—. Eso sí, un poco. Al menos di que te rindes —susurró al verme perdido en sus labios.
—Me rindo —respondí en voz baja antes de besarla para saborear el dulce sabor de la victoria.
—Terminaré de arreglarme en el vehículo —me dijo terminando de cerrar el largo abrazo que le llevaba hasta debajo de la rodilla, cogiéndome de la mano para correr. En esta ocasión las dudas no alcanzaron espacio en el estrecho elevador donde nuestras risas llenaron cada rincón. Embragado de sus miradas risueñas, cargadas de la emoción de una aventura desconocida, me dejé guiar por esa adrenalina que te empuja hacia adelante.
De nuevo escogió los asientos traseros, colocándose unas gafas, arrojando la bolsa que guardaba con recelo. Otra despedida casual con el guardia que no reparó en Isabel, seguida de unos minutos de silencio antes de que ella se ocupara de colocarse el antifaz oscuro y recogerse el cabello. Por el ceñido del vestido no pudo ocupar el lugar a mi lado, decidió conservar su puesto en la parte trasera. Fue un buen trayecto, colmado de bromas y comentarios que hicieron se sintiera corto. Casi me sentí decepcionado cuando Isabel indicó el sitio donde se originaba una larga fila de vehículos. Habría más gente de lo previsto.
—Oh, Dios mío, eso es lo que yo digo hacer un gran maquillaje —alagó Isabel sorprendida por una chica con su rostro pintado de calavera que resaltaba. Otro chico en su papel de zombie con moretones, sangre en el rostro y con el cabello despeinado sí daba aire de ser un muerte viviente—. Te falta los toques finales —añadió. Isabel me asombró por la espalda cuando me puso el sombrero.
—¿Ya llevas el tuyo?
—Claro que sí. Oh, Lucas, ves a ese par de chicas vestidas de Bob Esponja y Patricio, si tú hubieras querido seríamos igual de memorables —me acusó adorable. Aceptaba parte de la responsabilidad—. Al menos nos animáramos como esa atrevida reina de corazones y esa Alicia con su bello vestido celeste. Ojala corten algunas cabezas.
—Bastante agresividad la tuya, ¿no? —bromeé detenidos en el tráfico, avanzando poco, entreteniéndonos con las personas que llegaban a por al recinto.
—Me hubiera dedicado a ser reportera. ¡Tenemos a Pucca con sus rodetes y Rosy Gilmore usando su uniforme de Chilton! —suspiró nostálgica. Asentí. Estaba hablando en una lengua extraña—. Y entre tantas maravillas ningún dinosaurio, qué mal servicio.
Admiré la paciencia de la mayoría para adecuar los detalles, desde el peinado de una chica que lucía un peinado de los años setenta a juego con su vestimenta, una Cenicienta de cabello oscuro que destacaba con su voluminoso vestido, hasta una mujer de rulos con enormes aros y corsé.
Seguía contemplando a la concurrencia cuando sentí que se obstaculizó mi visión. Pronto descubrirá que era la máscara que Isabel intentaba colocarme a mi espalda. Reí antes de sus manos descendieran despacio por mi cuello hasta mi pecho para abrazarme. Acaricié sus brazos y busqué su mirada apoyando su mejilla en el asiento. Ya tenía puesto el antifaz que le cubría parte importante del rostro. Compartímos una sonrisa que sin palabras decía que todo iría bien.
En verdad lo creí cuando encontramos un lugar disponible, bajamos deprisa del vehículo, con un montón de planes, pero frenamos de golpe al divisar en la entrada un gentío.
Afilé mi vista para distinguir las figuras hasta que reconocí a una decena de fotógrafos y reporteros buscando el mejor ángulo, practicando con quien cruzara la entrada. Una camioneta con la leyenda de una televisora reconocida aguardaba en la esquina. No serían los únicos, el resto debían estar mejor ubicados. Reunidos, esperando atrapar a su presa. Un grupo de personas ajenas al hecho los miraban asombrados abriéndose paso a su interior, pero ellos apenas les prestaron atención. No habían terminado ahí por casualidad. Buscaban a alguien en específico.
¡Hola a todos! ❤️ Lamento no actualizar la semana pasada, los que están en el grupo se enteraron que tuve unos problemas de tiempo, pero ya vuelven las actualizaciones a la normalidad ❤️. Espero les gustara el capítulo. Es en parte un regalo para todos los que participaron en la dinámica, ¿se encontraron? ❤️ ¿Qué creen que pase? Nos vemos la próxima semana. Los quiero mucho ❤️. Gracias por su apoyo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro