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Capítulo 17

Definitivamente no quería verlo.

Cuando Isabel volvió de la recámara traía consigo una de esas computadores portátiles que parecían una alucinación de los últimos años, perfectas para cargar a todos lados y lo suficientemente potentes para contener todo lo que desearas. Pude maravillarme por los avances tecnológicos si no hubiera estado más ocupado observando la manera en que sus hombros se tensaron al colocarla sobre la mesita del centro.

Le dio un golpe al sofá para invitarme a sentarme a su lado, con una expresión nerviosa que se transformó en una risa cuando al encenderla dejó a la luz una imagen de un gato sacando la lengua.

—Toda una profesional —opinó en voz alta.

Compartimos una mirada divertida, de esas que me motivaban a quedarme, pero que murió casi al instante al verla hurgar entre sus archivos. Comprendí sin palabras, siendo testigo de sus movimientos y nerviosos monosílabos que lo que estaba por mostrarme no formaría de mis recuerdos favoritos.

Ahora, con la cabeza fría, admito que imaginé peores escenarios, aunque en aquel instante la carencia de una emoción positiva complicó sentirme aliviado. No me produjo orgullo dejarme dominar por un sentimiento irracional, pero aun así fue imposible eliminar mis inseguridades de golpe. El mundo tiene muchas preguntas que nunca te interesas por responder hasta que la vida te obliga a darles una contestación. En ese momento me repetí que todo lo que veían mis ojos era un montaje, cuestión de madurez separar la profesión y personal, solo necesitaba un poco de tiempo para procesarlo. «Quizás, sería más sencillo si no tuvieran tanta química en pantalla», me justifiqué.

Me fue complicado asimilar la imagen de la dulce chica que se robó mi corazón siendo adolescente, la misma que me tentaba a volver a entregárselo a voluntad, con la sensualidad arrasadora de la artista. Al final la misma persona, la prueba fueron algunas sonrisas que eran su sello personal perdidas entre una decena de secuencias que parecían interpretadas por un ser con el compartía solo el cuerpo. Pese al cambio parcial de color en algunos mechones de cabello que ahora se tildaban plateados, reconocí su espalda, aunque me fue imposible apreciar los lunares que escalaban por su cuello, esos que la noche anterior me había perdido besando. Sin necesidad de quitarse una sola prenda, seduciéndolo al oído, con sus brillantes miradas y roces, a un desconocido al que me fue imposible hallarle un nombre. Ojalá no lo conociera nunca.

—Entonces... —comenzó Isabel ante el profundo silencio cuando acabó de reproducirse el vídeo. Acaricié incómodo mi cuello buscando alguna palabra, congruente e inteligente, mientras sus ojos negros me analizaban.

—La canción es pegajosa —fue lo único que atiné a comentar con sinceridad.

—Gracias, eso espero —mencionó con una sonrisa tímida—. Se invirtió mucho dinero que debemos recuperar, pero esas cosas nunca se saben. Hay un poco de suerte en todos los éxitos —admitió encogiéndose de hombros. Sí, tenía razón, pese el trabajo duro era el centro, no podía pasarse por alto que la buena estrella servía de gran ayuda—. Y... Y sobre el vídeo... —retomó cuidadosa el tema para que no escapáramos—. Yo quería saber si puedes con él.

La miré sin comprender a dónde se dirigía su pregunta. Isabel se acomodó en el sofá. Esta vez nos hablaríamos sin rodeos.

—Lo grabé mucho antes de que nos encontráramos, pero incluso ahora volvería hacerlo. Es mi trabajo, Lucas. Yo me dedico a actuar una realidad que no existe. Sé que no puedo obligarte a entenderme, por eso ahora quiero ser sincera contigo. También tú conmigo, por favor —me pidió buscando mi mirada—. No importa si duele. Entiendo que no es fácil ver a la chica con la que te acuestas con otro tipo, pero aunque no lo creas había como cien personas ahí escondidas —aclaró. A mí me preocupaba más que se refiriera a ella misma como la que chica con la que me acostaba—. Y la idea es que se vea en todas partes —continuó cuando estuve a punto de replicarle el detalle—. En todas partes.

Asentí para mí, meditando el alcance. Durante varios años mantuve el nombre de Isabel en pausa, llevando dentro mí nuestra historia hasta que comencé a toparme con sus fotografías en cada esquina. Ahí empezó el reto, la verdadera travesía de superarla, de aceptar que aún quedaba algo pendiente entre los dos. El consuelo fue volver a encontrarla, pero si volvía a sumergirme en ese océano, ¿quién me aseguraba que saldría completo?

—Y viene lo peor... —comenté en un susurro.

—Lo peor... —repetí. Sí, debí esperarlo, después de todo el vídeo era un gaje del oficio, todas las parejas de artistas tenían que vivir con ello. Yo también podría, analizándolo a fondo dejó de preocuparse su actuación a cambio de lo que tuviera que decirme.

Asintió tomando un respiro antes de ponerse de pie. Su vacío temporal pesó.

—¿Recuerdas cuándo creíste escuchar que no podía tener una pareja? Te dije que habías entendido mal. Bien, te mentí. Buen oído, eh... No puedo tener una pareja, una pareja pública —se corrigió para ser más específica. Yo la seguí con la mirada en su enredado recorrido—, eso arruinaría su estrategia de marketing.

—¿Estrategia de marketing?

—Sé que suena horrible, pero en esta industria se hacen cosas horribles todo el tiempo —se justificó ante mi confusión. Desaprobé que eso fuera suficiente para replicar malas acciones—. No voy a hacer nada malo ni ilegal, a las personas les gusta que la ficción traspase a la realidad. Y para los que trabajo consideran que no podemos desperdiciar ese anzuelo para vender. El romance, el flirteo, las entrevistas cómplices, los guiños, hacerles creer que pueden entrar a ese mundo que tanto desean.

—Venden una mentira —los acusé.

—Entretenimiento. Soñamos con historias que no vamos a protagonizar, que se ven hermosas desde afuera hasta que tienes que entrar. Yo también lo hice un montón de veces cuando era una chiquilla. Dedicar parte de nuestro tiempo en armar novelas que no dañan a nadie —frenó de golpe su explicación y su caminar apurado para darme un vistazo—, o al menos hasta hace unos días no...

—Entiendo, estorbo en tus planes —concluí. Yo era la pieza que sobraba en su ascenso.

—No, para ser más específica, la promoción estorba en los míos —mencionó para sí misma. Guardó un silencio eterno hasta que se decidió a hablar—. Escucha, Lucas, tú sabes que el romanticismo no se me da, eso no cambió, que todo lo bello viene de tu boca y no de la mía. Tengo muchas cosas que quiero decirte, pero no esperes que suenen lindas, porque soy malísima expresando mis sentimientos. Antes de conocerte ni sabía que los tenía. Cuando te reconocí en esa calle hace una semana camino a casa fuiste una especie de milagro que tal vez no merecía. Lo supe al instante que escuché tu voz y te abracé, quería estar contigo. No hablo de vernos un fin de semana, terminar en la cama, fingir que no significa nada. Es imposible estar contigo y que algo no cambie. Eres diferente, ese es mi problema contigo. Si fueras otro tipo del montón me importaría poco lo que sucediera, ni siquiera te daría explicaciones, ¿para qué? Todo lo contrario, desearía que ahí encontraras un motivo para marcharte. Si lo fueras no me interesaría ese vídeo, incluso te pediría que lo promocionaras en tu tiempo libre, pero eres Lucas.

—Te pesa mi nombre —reconocí porque era claro el dolor al pronunciarlo.

—Claro que sí, porque no quiero arruinarlo de nuevo. Sé que mi trabajo tuvo mucho que ver la primera vez, pero por más que quiera no puedo simplemente irme, decir adiós, desobedecer a mis jefes, ni romper cláusulas —enumeró enredándose con su propia lengua. Tomó un respiro—. No puedo, no soy dueña de mi vida en este momento... Mi firma está en muchos contratos, Lucas —especificó en un susurro para que solo yo pudiera escucharla—. Trabajo con gente que mueve mucho dinero, al que no puedes dejar botados así como así. 

—Y tienes que renunciar a algo, eso es lo nuestro —comenté, comprendiendo la disyuntiva. La respuesta era sencilla. Isabel no frenaría su carrera, tampoco sería tan egoísta para pedírselo.

—No, no —aclaró enseguida aproximándose en un par de zancadas hasta a mi costado. Se dejó caer—. Solo dame un poco de tiempo para resolverlo, Lucas. Un poco de tiempo nada más, mientras pasa todo el revuelo de la canción, después voy a solucionarlo —propuso con una firmeza que daba indicios de desesperación.

—¿Cómo lo harás? —le pregunté deseoso de una certeza. Ella bajó la mirada por un instante, comprendí que no tenía la respuesta clara.

—Tengo una idea, pero necesito pensarla bien. Sé que puede funcionar, voy a intentar rescatar una parte de esa vida. Si tú quieres intentarlo, yo te prometo que pondría de mi parte para que funcionara.

¿Qué quería? Yo sabía la respuesta desde antes de poner un pie dentro de este departamento, tal vez incluso antes de tomar ese avión, lo que estaba sobre la cuerda floja era la manera. Dudé si podría soportar no hablar de Isabel más allá de lo que otros conocieran, callarme lo que sentía a sabiendas que no existía parte de mí que no lo gritara. ¿Un incendio puede esconderse? Si no son las llamas, será el calor, las cenizas o el humo lo que encienda las alarmas.

Por otra parte entendía el conflicto. Para ser honesto me emocionaba la idea de estar involucrado en los medios, ese mundo no era el mío. No había pensado en esa posibilidad antes de terminar a su lado. Nunca me tentó el dinero, ni las apariencias, el ruido, el concepto de éxito que significaba estar en boca de todos. Quizás mantener la vida personal de Isabel fuera de pantalla no solo la protegía a ella.

—Lucas, no voy a engañarte, ya no soy la misma chica que conociste —admitió con pesar, luchando por sonreírme—. La vida cambió. No diré que fui la víctima, soy consciente que cometí graves errores, que me dejé tentar por las voces que prometían una vida que no resultó como pensé, que cedí a las presiones. Estoy intentando arreglar el rumbo, no es fácil cuando ya se está hundida. Sé que es un trato injusto, porque te pido paciencia dándote a cambio solo amor, pero los trozos que quedan de esa muchacha pueden quererte con todas sus fuerzas. Quizás no soy la chica que tú esperarías, la mujer que soñaste, mas puedo amarte tanto como antes o incluso más —me dijo acunando mi rostro entre sus manos. Quise ver a través de sus ojos algún indicios de mentiras o engaños, encontrar una prueba que me advirtiera que no debía confiar. No hallé nada más que el brillo de su mirada.  

—¿Cuál sería tu idea? —curioseé acomodando uno de sus mechones.

—No puedo hablar de ti en medios de comunicación porque me amonestarían —dictó con una mueca de desagrado. Soltó un suspiro que borró cualquier indicio de felicidad—. Además, más allá de eso, tampoco quiero que la prensa interfiera. Sé de lo que hablo, destruyen mucho de lo que tocan. Te acosarían todo el maldito tiempo, perseguirían a tu familia, te seguirían a tu trabajo, buscarían una nota con tu nombre que les trajera dinero. No serías la primera vez que meten a las personas que quiero en toda esta basura. También está la gente... —consideró con una pizca de cansancio—. Nadie puede privarles de opinar, estamos en un país libre, no es delito decir lo que piensan de la vida de otros, van a hablar mucho. No los culpo, abrir la boca no requiere un gran esfuerzo. Te lo digo yo que se me da tan bien...

—Pensé que las opiniones no te afectaba —dicté porque siendo joven parecía ser indiferente a las críticas.

—Yo también creí lo mismo —aceptó con una débil sonrisa—. No puedes comparar los chismes del pueblo a la atención mediática a la que te puede someter un país. Lucas, pocos están listos para soportar que le destruyan la vida de un momento a otro —confesó distraída en su propia voz—. Tengo esperanzas en que si lo mantenemos solo para nosotros o para los que sí nos conocen será más fácil de sobrellevar. Podrías decírselo sin problema a tu familia o...

—Isabel, yo también seré claro —la detuve con dolor por romper sus ilusiones. Me miró temerosa de la condición. Esta vez no saltaría del barco con los ojos cerrados, por el bien de los dos—. No puedo mantener esto oculto para siempre.

No quería quererla en secreto, como si fuera un delito. Yo sabía que lo que me pedía era lo mismo que muchas celebridades hacían, mantener su vida privada al límite, pero no recordaba ninguno. Susana tendría una lista de varios casos. Tampoco deseaba que se convirtiera en una novela, simplemente ser como los demás. Quererla a la luz del sol con la misma intensidad que con la luna de acompañante. 

—Unas semanas, solo unas semanas. Dame ese plazo —repitió determinada.

Sería una prueba que me serviría para también arreglar parte de mis problemas, porque también tenía que poner en orden mi futuro. El reloj de arena dio la vuelta, el tiempo comenzaba a correr para una fatídica o memorable historia.

—¿Es una relación sin compromiso? —dije recordando lo que propuso la primera vez. Quería tenerlo claro, porque había una diferencia abismal entre los dos conceptos.

Isabel frunció las cejas ante la cuestión. Hizo una mueca confundida y me fue soltando de a poco para dar un paso atrás.

—Oye, Lucas, hablé de una relación privada, no de invitar también a parte del público —soltó. Isabel no disimuló que le molestó que me echara a reír por su manera de pronunciarlo. Titubeó al verme tan feliz cuando ella mal actuaba tranquilidad—. No. No. No. Es decir, si tú quieres... No. No. Lo siento, Lucas, pero no —balbuceó intentando sonar abierta, pero claramente negada por la opción.

—Ya quedó claro que no —me burlé de su arrebato. Isabel me dio un golpe en el brazo ante mi sonrisa.

—Yo voy a estar solo contigo porque así quiero y comprometida a hacerlo bien. Esta vez sí. Confía en mí. No necesito a nadie más si tú estás conmigo —señaló con una sinceridad que movió algo en mi interior. Sus dedos acariciaron mi rostro despacio y sus ojos negros me miraron como si intentaran grabarse mi imagen. Nos sonreímos en complicidad—. ¿La pregunta es una clase de permiso oculto? Porque si es así, quién lo diría, te veías más seriecito, Lucas —dictó traviesa.

—No, gracias, ya hay una persona que me da suficientes dolores de cabeza —le seguí el juego. Ella escondió una risa, pero la alegría llegó a sus ojos, contagiándome. Apoyó su frente en la mía. Sentí su respiración cálida, el tacto suave de sus manos. Cerré los ojos dejándome envolver por su cariño.

—Me amparo de ti.

—No lo hagas, no quiero estar con nadie más que no sea ella —admití hablando con honestidad antes de robarle un beso que disfruté como si fuera el primero. Quizás algún día me cansaría de sus labios, pero no sería pronto porque aún sentía fascinación cada que nuestras bocas se encontraban.

Isabel era la brisa y el fuego. La dulzura que me hacían pensar en un futuro, el deseo para alimentar el presente. Las emociones que se transformaban con un soplo. Me sentía tan vivo entre sus brazos que parecían que estaban dispuestos a abrazarme con la misma fuerza que yo a ella. 

—¿Eso significa que vamos a intentarlo? —me preguntó en un susurro esperanzador. No me moriría con la espina del hubiera. No cuando la vida me susurraba que había una razón para volver a encontrarnos.

—Sí, vamos a ver como resulta —acepté con una sonrisa que borró entre sus besos que despertaban en un viejo amor, en un corazón conocido nuevas emociones. Si el sol no volvía a salir mañana, al menos no olvidaría su calor.

—Lucas Morales, cuando te dije que no deberías llegar tarde no me refería a que te esperaras hasta que amaneciera al día siguiente para aparecerte —me reprendió de buen humor Jimena tras la recepción cuando aparecí.

—Lo siento, en mi defensa, debiste ser más específica —respondí contento. Jimena se mostró ligeramente sorprendida porque me dedicara a dar más un par de palabras adicionales a las necesarias.

—¿Dónde andabas? Al menos deberías darme algo de material para entretenerme, aunque por tu sonrisa me hago una idea. Te envidio, aquí detrás de este escritorio no pasa nada emocionante.

—¿No tienes novio? —le pregunté. Ella alzó una ceja. Carraspeé y reformulé la duda—. O tal vez amigos o compañeros.

—Que buena táctica para desviar la atención. No, no muchos. Culpa al tiempo, administrar las cuentas deja más penas que recompensas. Además, mi tía no es precisamente buena celestina. Los ahuyenta —confesó entre divertida y resignada. Las cosas estaban más claras después de esa información. Era normal se anduvieran con recelos aunque ella fuera una gran chica. No es que Hilda fuera un obstáculo, pero sus preguntas no a todos les caerían en gracia—. Y ahora me dirás algo de tu nuevo romance —insistió jugueteando con la pluma que le servía para llenar los registros—. Aunque no lo creas me gustan las historias de amor y aquí no hay mucho material.

Según lo que había escuchado, la pareja del piso tres, con una canción de Pedro Infante de fondo, serían perfectos para una película memorable.

—Nos topamos en la ciudad después de mi llegada, hace poco —le conté la parte que no me comprometía—. Si quieres uno de estos días puedo ayudarte con las cuentas —propuse, sorprendiéndola.

—¿Eso sería el pago a cambio de que no te haga más preguntas? —quiso saber desconfiada, afiló su mirada chocolate para analizar qué tan bien mentiroso estaba delante o mis maliciosas intenciones.

—No. Eso sería un favor de amigos.

Había visto como se le iba la vida en cuidar de ese negocio. Era demasiado joven para matarse del estrés o de responsabilidades. Nada costaba darle una mano teniendo un poco tiempo libre. Sabía que ignoraría una de las condiciones que mis maestros remarcaron todo el tiempo, que de enterarse me matarían porque jamás debería regalarse el trabajo, pero ella no había buscado aprovecharse. Yo me había ofrecido a hacerlo.

—Bueno, ya que somos amigos, como tú mismo lo dijiste —repitió por si me echaba para atrás. No, me gustaba como sonaba—, te daré un consejo. Cuídate de mi tía Hilda porque si te atrapa va querer sacarte hasta el tipo de sangre de esa mujer —susurró en complicidad para que no pudiera escucharnos si andaba rondando cerca.

—Gracias por la advertencia... —le dije antes de que el sonido de mi celular me interrumpiera.

No pude evitar sonreír al leer quién estaba del otro lado de la línea. Me disculpé levantando el celular antes de contestar deprisa al llamado encaminándome a mi recámara para que no colgara.

—¡Lucas! Sabía que me contestarías. Digo, a Manuel bien que lo llamas todo el tiempo y de tu hermana del alma ni te acuerdas —dramatizó en voz alta.

—La última llamada que tuvimos fue el viernes, Susana —me burlé de su argumento. Reí al saber como le gustaba exagerar—. Además de reclamarme por ser el peor hermano del mundo, ¿me contarás cómo van las cosas por allá?

—Maravillosas. Pero primero tu debes contarme qué tal la capital, imagino que mucho mejor. Estás literalmente en la ciudad donde se graban la mayoría de los discos, las novelas y películas —suspiró ilusionada—. Debes sentirte como el protagonista de una gran aventura —dijo. Evité reírme porque nada estaba más lejos de la realidad—. ¿Ya te encontraste a Brandon Faeth, Lola Vera, Verónica Castro, Emmanuel?

—Ninguno de ellos.

—¿Seguro que viajaste a la ciudad de México? —me interrogó dudando de mi versión.

—Eso decía el boleto, quizás me engañaron. Deberíamos presentar una queja con la aerolínea.

—No sería una novedad. Don Tito dijo que no son de fiar, que nada supera el autobús. Aunque Manuel respondió que eso lo decía quien no se había subido a uno. Deberías ver como pelean, en una de esas les dan un programa de comedia —contó en una carcajada. Me alegró mucho oírla feliz, cada vez que hablábamos la escuchaba más animada. Esperaba que el viaje le sirviera para olvidar los malos momentos, que el presente fuera tan cautivador que no permitiera dar una vista atrás, al menos hasta que la herida se hubiera vuelto cicatriz.

—¿Y tú cómo estás? —le pregunté interesado particularmente en ella. Ya quería verla, el teléfono era una gran herramienta, pero no se comparaba con presenciarlo con mis propios ojos. 

—Bien. He conocido a mucha gente —me contó con una risita. No me sorprendió, tenía gran facilidad para hacer amigos y que esos le tomaran cariño—. Tecolutla es más lindo de lo que creí —confesó con una suspiro—. No me acordaba que tuviera tanto lugares tan bonitos. En realidad lo poco que imaginaba era por lo que decían mamá y tú. 

—Eras pequeña —la justifiqué. Una niña que tenía pocas memorias que no iban más allá de algunas vacaciones. Ella había vivido una corta parte de su infancia en ese pueblo, yo los años más significativos. Nunca se olvida el lugar donde tu vida cambió.

—Cuando vengas te enseñaré mis lugares favoritos —me prometí. Sonreí porque era una gran idea—. Ay, Lucas, la que se está encariñando es mamá, no sabes cuanto le va costar al terminar estas vacaciones regresar a Xalapa.

La sonrisa se fue borrando de mis labios al escuchar la realidad. La entendía mejor que nadie. Me repetía la misma pregunta todas las noches. 

Gracias de corazón por todo su apoyo a esta novela ♥️♥️. Los adoro, amo cada uno de sus comentarios ♥️. Gracias de verdad por todo el cariño que le dan a Lucas. Yo los quiero mucho.

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