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Capítulo 16

La primera vez que vi a Isabel debí escuchar el susurro del viento que me advirtió que la lógica y mi corazón nunca se pondrían de acuerdo con ese nombre. Aunque de ser así me hubiera perdido de todo lo que vino después, honestamente me resultaba complicado imaginar mi vida sin ese primer choque. Sintiéndome incapaz de renunciar a la felicidad que despertaba cada que mi corazón reconocía el ritmo de sus latidos.

Tal vez el acto de amarla era la locura más egoísta de mi lista de errores o aciertos.

El tiempo sería el único que tendría respuesta.

Pasara lo que pasara no me lamentaría la dicha dormida que despertó cuando mis manos recorriendo su cuerpo con nuevas caricias. Deseándola de pies a cabeza, desde el lunar en su espalda hasta las pecas que pintaban el lienzo canela de su piel como gotas de pintura. Perdiéndome en la curvatura de su cuello hallé el puerto donde la tormenta amainaba. Sus labios acallaron viejas dudas entre sus besos que aceleraban el corazón que ansió tenerla conmigo. Mi alma reconoció la suya en el vaivén de su pecho. Los límites de la gloria se volvieron difusos en la curva de su cintura, en la oscuridad de su habitación donde nuestros nombres escaparon entre suspiros. Isabel era una mezcla de pasión que encendía la piel, pero con la ternura capaz de arrullar al corazón. Una peligrosa combinación que hacía resultará imposible decirle adiós. Adoré cada uno de sus roces que estremecían los sentidos, la manera en que consumió los minutos con sus miradas, la entrega en cada beso que hablaban sin palabras lo que el interior quería gritar, esa mágica forma de lograr que el mundo dejara de ser prioridad en la unión que iba más allá de la piel. La quise como si el mañana no existiera, como si el amor no tuviera restricciones.

Admiré su cuerpo a contraluz creyendo que era una especie de sueño, a sabiendas que era real. Deposité con cuidado un beso en su cabello, esparcido en la almohada, a sabiendas que no estaba dormida. Su dedo dibujó un garabato en mi pecho antes de buscar mi mirada con una enorme sonrisa que me pareció el mejor regalo. Admiré sus facciones que me daban la impresión de ser el punto de reencuentro de la belleza.

—Lamento ser tan latosa —se disculpó apenada por centésima vez creyendo que podía molestarme porque se había puesto de pie hace un momento. Estaba equivocada, sabía que eran cosas que escapaba de sus manos—. Siempre paso mas tiempo despierta que dormida, no es adrede, pensé que tendrías el sueño más pesado. Hago demasiado ruido buscando mis zapatos y abriendo el grifo del agua. A la próxima intentaré ser más...

Mis manos la sostuvieron del mentón antes de buscar su boca. Un beso lento que detuvo el paso de los minutos, que abrió la puerta a un mundo donde la felicidad no necesitaba motivos para brotar.

—Siento que es un sueño, Lucas —murmuró recostándose a mi lado, me abrazó con fuerza cerrando los ojos—. Ya no quiero volver al mundo real.

—Nos conocimos en él, Isabel.

—También en él te irás. Ese es el problema, nunca se da nada que no vayan a quitarte —argumentó en un susurro.

Yo pensé cómo debatir. Fallé porque de inicio no podía negar que me marcharía. Me había hecho una promesa, no podía fallar a ella por más que mis deseos interfirieran, pese a que todo los caminos que tenía memorizados se tornaron confusos. Irse era la parte segura del trato, regresar se agregó de última hora en la cláusulas.

Isabel lo entendió, no podíamos hacernos promesas aún, necesitaba tomar una decisión sobre a qué renunciaría. Y necesitaba usar la cabeza para idear un plan. No me juzgó, ella me regaló una sonrisa comprensiva.

—Ahora que te tengo aquí quiero hacerte unas preguntas. Tengo muchas dudas contigo —me confesó divertida acomodándose para poder mirarme directo a los ojos, apoyándose en su codo. Mordió su labio al sonreír. Esperaba algún entender lo fácil que le era hacerme perder la cabeza—. Señor, cuando terminaste la universidad que fue lo primero que pensaste —me interrogó como si estuviéramos en una encuesta, empuñando su mano para fingir que era un micrófono. Sonreí por sus locuras, pero evidentemente me sumergí en ellas.

—Después del recorrido de rodillas que hice con mi tía cuando se salvó el ojo de aquel borracho en Bahía Azul, este fue el segundo agradecimiento más grande que hice —bromeé ganándome un golpe en el brazo de Isabel que dejó escapar una risa que me hechizó por su sonido.

—Nunca dejaste de ser un bobo, Lucas.

—Eso fue justo lo segundo que me dije —comenté contagiado por su buen humor. Ella entrecerró sus ojos—. La verdad es que tuve suerte —retomé la conversación, hablando en serio—, Don Ernesto me permitió seguir trabajando con él, aprendí con su experiencia y me ahorró mucho de los problemas de los recién egresados. Si no fuera por...

—Espera un segundo —me interrumpió—. No creas que no debes ser agradecido, pero el crédito también es tuyo, te mereces lo que tienes, incluso más —dijo con una seguridad que caló hondo en mi interior. Valoraba su confianza—. Te admiro mucho, Lucas. No cualquiera termina sus metas teniendo todo en contra.

—Yo no...

—Naciste en un lugar donde estudiar era una utopía, en una familia que buscaba otra cosa, sin una posición acomodada, abandonaste tu ciudad, estudiabas a la par que tu trabajo para costearla por tu cuenta —enumeró con una ceja alzada. Yo la miré con una sonrisa mientras acariciaba su brazo.

—Tienes una fascinación por la universidad —la acusé para cambiar el foco de atención.

—Eso parece —soltó una carcajada que se fue apagando poco a poco hasta que una emoción que me fue imposible descifrar ensombreció su expresión. Quise hablar, pero Isabel adelantando mis intenciones colocó su dedo sobre mis labios—. ¿Te cuento secreto? Pero no lo andes platicando por ahí. Siempre me arrepentí de no haberlo intentado —me contó divertida en un susurro tan confuso como su propio significado, como si fuera una travesura. Yo no entendí—. Me refiero a la universidad, Lucas.

—¿La universidad?

—No me mires así —me señaló con la cabeza cuando se me escapó una sonrisa incrédula. Había recreado muchos universos alternativos, siendo honesto ninguno implicaba a Isabel estudiando—. Sé que hay que pedir un deseo de solo imaginarlo. Aprovecha.

Fingí que iba a seguir su consejo cerrando los ojos. Isabel me dio otro golpe en el hombro.

—Dijiste que eso no era para ti —le recordé en mi defensa.

—Sí, ya sé —admitió tirándose al colchón y cubriéndose la cara—, era demasiado tonta, pensé que no serviría de nada, no me importaba el futuro, ni las consecuencias, no me veía en una universidad cuando ni siquiera destaqué en la educación básica. Honestamente, aquí entre nos, antes de ese golpe de suerte no me veía en ninguna parte. Jamás fui muy lista, supongo que mis padres entendieron que su hija no sería un genio y se conformaron con que al menos tuviera otra gracia. Por desgracia en todas las que destaco son ilegales —se burló de sí misma. Yo hubiera reído de estarle prestarle atención—. Tampoco es que me rompa la cabeza —comentó ante mi silencio—, solo que a veces me imagino cómo sería mi vida si hubiera tomado otro camino. A todos les pasa. Quizás no esla universidad, solo querer probar otras cosas.

—¿Por qué no lo haces ahora? —le pregunté sin responderle. Ella me dio un vistazo por encima de su hombro—. Matricularte en una universidad.

—¿Tú bromeas, Lucas? Primero, nunca aprobaría el examen —dictó como si hablara para sí misma. Estaba en desacuerdo con ese punto—. Necesitaría de un milagro para colarme. Aunque está la opción de anotarme en una institución privada... —consideró con una sonrisa que se borró enseguida—, pero el resultado sería el mismo, terminaría reprobando antes de acabar el semestre. Y como están las cosas quizás aparezcan mis calificaciones en panorámicas de las principales avenidas o en uno de esos especial molestos de televisión. ¿Los has visto? Esos donde tres o cuatro conductores se dedican a criticar a una persona. Los odio. Lo único más vergonzoso de no ser brillante, por no decir otra cosa, es que todo mundo se entere —murmuró apretando los dientes.

—Isabel, no digas esas cosas. Las personas no son más o menos por sus promedios. No todo se resume en números. Ni tampoco no es mejor por tener o no un título. Tampoco creas que cualquiera que saca la carrera se va con la boleta repleta de dieces. Un día te contaré como se vive en una universidad, es diferente a lo que piensas. Si no quieres quedarte con esa espina deberías dar ese paso —la animé.

Ella se lo pensó un segundo, dudando.

—Isabel Bravo da su salto más arriesgado —pronosticó levantando sus manos para ejemplificar un anuncio—. ¿Una medida desesperada de encaminar lo que no tiene arreglo?

—Una mujer decide intentar algo que quiere. Me gusta mucho más como suena —opiné porque todo ese amarillismo asqueaba. El mundo afuera podía agregar cien palabras al par que uno pronunció, pero no por eso dejaban de ser solo dos—. Sincero, real —añadí ante su análisis severo.

Volvió la vista al infinito de concreto como si buscara las respuestas escritas en tinta invisible. Podían estar ahí, pero éramos incapaces de dar con ellas. La entendía, era inevitable pensar un centenar de veces en lo mismo teniendo el mismo resultado. La mente es nuestro peor enemigo, también en muchas ocasiones el único consuelo.

—Eres demasiado bueno. Eso lo dices porque me quieres —reflexionó antes de examinar sin disimulos mi mirada—, porque me quieres, ¿verdad?

Las respuestas sobraban. No estaría a su costado sino nos uniera aquel sentimiento.

—Te quiero, Isabel —afirmé.

Había olvidado la infinidad de ocasiones en la que ella había protagonizado esa frase, en mi boca o en la de otros, pero nunca antes aprecié ese brillo peculiar en su mirada al escucharla.

—Repítelo una vez más, por favor.

—Te quiero —confirmé con total honestidad, dejando que hablara mi corazón.

Isabel me abrazó aferrándose a mí como si temiera que el barco de un momento a otro se quedara sin timón. El silencio reinó durante unos minutos, donde el eco de la ciudad colándose fue lo único que rompió el ritmo acompasado de nuestra respiración. El cansancio empezó a vencerme cuando escuché su voz adormilada. Aún con su cabeza en mi pecho extendió su mano hacia lo alto, al techo como si buscara rozarlo.

—¿Te cuento otra tontería en la que siempre pienso? —me preguntó. Asentí, quería escuchar todo lo que quisiera compartirme—. ¿Puedes creer que pese a que no las veamos hay un centenar de estrellas sobre nosotros? En Tecolutla las veía, aquí es casi imposible verlas, así que a veces cierro los ojos y las imagino. Es como si el cielo te sonriera. Las noches siempre son más bonitas con estrellas, ¿no te parece?

La miré con una sonrisa que ella pasó por alto.

—Te creo.

—Estoy empezando a creer que estoy aquí para ser tu cocinero —bromeé observándola sentada frente a la barra de la cocina, apoyando su barbilla en sus brazos cruzados. El cabello negro húmedo le caía por su bata roja y sus ojos me estudiaban con una sonrisa.

—Me atrapaste, te seduje porque quería conseguir quien me hiciera el desayuno. ¿Quieres saber cuándo fue la última vez que comí picadas? Pues ni siquiera yo me acuerdo, Crisalda es una mujer muy responsable, cuando le entregaron el listado de cosas que alimentos prohibidos literalmente los sacó de este departamento. En una de esas también me aventaba a mí.

—¿No te hará daño?

—No, es por la manteca, el chorizo o lo que sea que le vayas a proponer arriba —dijo señalando el sartén que estaba calentándose. «Era toda una maestra de la cocina», pensé, riendo por su terminología.

—Si quieres puedo quitárselas —propuse.

Ella se horrorizó por la opción.

—No, no, no —me detuvo poniéndose de pie para acompañarme en la cocina. La vi lavarse las manos deprisa como si temiera cometiera tal locura—, si van a anotarme el pecado entonces que valga la pena. Preparemos un poco más para Crisalda, estoy segura le gustara probarlas, le encanta comer de todo. No creo que las conozca. Ella viene de Guerrero, específicamente de... Espera un minuto, sé que puedo hacerlo... Tla-coa-chis-tla-huaca —pronunció despacio seguido de un aplauso de victoria—. Tardé una semana en aprender a decirlo completo.

—Tiene su ciencia —acepté, sin recordar más allá de las primeras sílabas.

—Quiero escuchar si puedes repetirlo —me retó con esa actitud infantil que nunca perdía. Me gustaba verla tan feliz.

—Soy malísimo, pero aquí vamos. Tlaca...

—El intento es lo que importa —me interrumpió contenta abrazándose a mi cuello para robarme un beso que me hizo sonreír entre su boca.

El tiempo se esfumaba entre sus brazos que diluían la incertidumbre. «Podía acostumbrarme a esa rutina», me dije disfrutando sus sonrisas y besos. Isabel soltó una ligera risa al chocar embobados con el refrigerador. Nuestra alegría palpitante se convirtió en una sola cuando volvimos a besarnos. Me inundé del olor a manzana de su cabello, de su piel aún fresca por la ducha. Mi corazón se sirvió una porción de felicidad esa mañana, de esa que nos hace sentir menos normales, pero más humanos que nunca.

Entonces en medio de nuestra fantasía un par de toques a la puerta nos regresó al mundo. Isabel me dio una mirada fugaz y se separó despacio con expresión confundida.

—Que raro, nunca dejan pasar a nadie sin autorización —dictó extrañada caminando deprisa a la puerta.

Yo preferí retomar mi tarea antes de que la cocina se encendiera en llamas. Desde donde estaba pude verla a ella, su expresión molesta, pero no a quién estaba del otro lado cuando abrió. Aunque por la manera en que le habló supuse que no era agradable.

—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no avisaste? —le reclamó molesta cerrando de un portazo.

—Qué humor, ni siquiera tus vacaciones te quitan el mal carácter, mujer. ¿Qué? ¿Te interrumpí algo? —se burló un hombre en voz alta, su risa murió cuando se encontró conmigo. Eso fue incómodo—. Oh, ya entiendo, te fastidié la mañana. Lo siento, pero lo que vengo a decirte es importante, el domingo tiene muchas horas —añadió. Supongo que no pude esconder el asombro por su confianza.

Isabel tomó un respiro colocando sus manos en su cintura, lo dejó atrás mientras él esperaba en la sala.

—¿Qué quieres?

—Tranquila, es trabajo —mencionó sin evitar una risa. Yo decidí no distraerlos—. ¿Será que podemos hablar o la estrella le es imposible robarle cinco minutos?

—No seas tonto. Díme a qué viniste. Él se queda, es de confianza —anticipó. Alcé la mirada porque se referían a mí. La atención se centró en mí contra de mi voluntad. Isabel nos presentó—. Lorenzo Naira, Lucas Morales.

—Como tú quieras —respondió ignorándome, se lo agradecí—. Tienes que firmarme unos documentos para que ese tema salga esta misma semana. Mira, los de la disquera se están fastidiando con Aldo y si tú te pones igual de pesada van a cargarlos a los dos.

—Yo firmé todo lo que me correspondía hace más de un mes, de los trámites legales tú te encargarías —le recordó.

—Muñeca, ¿tú qué crees que estoy haciendo? No puedo trabajar si no tengo tu nombre en este papelito —le explicó cómo si tuviera dos años antes de cederle el legajo—. Léelo, no es nada del otro mundo. Odiados trámites burocráticos que soportarás hasta el día que te mueras.

El silencio se adueñó de la habitación por unos minutos hasta que la voz de Isabel volvió a adueñarse del espacio.

—¿Tienes una pluma? —preguntó distraída en las líneas.

—Soy tu representante, no tu gato —contestó desganado—. Si quieres algo tienes que ir a buscarlo.

Isabel respiró para no perder la paciencia, dando un último vistazo antes de marcharse para conseguirla por su cuenta.

Lorenzo no tenía apariencia de un hombre de negocios, camisa negro, pantalones deslavados, pero el reloj en su muñeca contradecían esos elementos. Pocas personas eran las que podían hacerse de uno sin generosos recursos. Debía ser mayor por unos años, pero su expresión despreocupada hacía imposible calcularlo con exactitud. Moreno, de cabello castaño y ojos oscuros que daban la impresión de ser temperamentales bajo esa apariencia de apacibilidad.

—Así que Lucas Morales —comenzó Lorenzo acercándose hasta donde estaba, justo a donde no quería que llegáramos—. Tú sí tienes nombre —bromeó intentando ser amable, pero sin entender cuál era el propósito de su comentario—. No te pareces en nada a los chicos con los que antes salió Isabel.

Esa frase la había escuchado tantas veces. No supe sí tomarlo como una ofensa o halago. Supuse que un poco de ambas.

—Eres su representante —mencioné por educación sin saber cómo continuar la conversación.

—Sí, desde hace años —respondió apático como si ese detalle no le causara gracia. Tanto cariño por parte de ambos me sorprendía—. Yo no pregunto quién eres tú porque me hago una idea. Mira, pareces un buen tipo por lo que te daré un consejo —adelantó sin que nadie se lo pidiera, pero sin poder ocultar el interés que me causaba escuchar lo que tuviera por decir—, no te entusiasme mucho con Isabel, no vale la pena.

—No vale la pena... —repetí sin comprenderlo.

—Tiene una vida muy conflictiva —siguió indiferente—. Ya sabes lo que digo, no es precisamente la mujer que uno aspiraría para algo serio. No creas que te quiero arruinar el momento, todo lo contrario, aprovecha que le gustas, pásala bien. Se ha acostado con cuanto hombre se le pasa enfrente. Aunque eso no te debe sorprender, ni siquiera les das importancia.

—¿También contigo? —le pregunté directo sin entender su advertencia. Él frunció las cejas y se irguió en respuesta.

—Yo no mezclo mi vida personal con la profesional —contestó ofendido.

—Es bueno aclararlo, parecían celos —mencioné encogiéndome de hombros. Fallaba si creía que caería en su provocación.

—A eso me refiero. Te estás ilusionando, creyéndote especial —se burló con una sonrisa socarrona—. Entiendo el morbo que genera todo esto, liarte con una chica inalcanzable e imaginar que eres su punto débil, pero el único que la pasará mal serás tú. He visto rondar muchos tontos con ese pensamiento. Sé que es fácil perder el juicio, Isabel es una mujer tentadora, buena en lo que hace, pero también es cruel cuando tiene que serlo. Tiene mucha cola que le pisen —siseó malicioso. Negué sin creer su cinismo, conteniéndome por no perder el temple—. Enrédate con ella todo lo que puedas, pero no lo tomes en serio, es el tipo de chicas perfectas para una aventura.

—¿Sabe que hablas así de ella? —lo encaré para que no fuera un cobarde.

Él sonrió seguro, un inmutarse, ni echarse para atrás. La contestación estaba clara.

—Ella sabe perfectamente quién es.

El gesto ni siquiera se esfumó cuando Isabel regresó. Yo tomé un respiro para mantenerme cuerdo sintiendo el enfado acrecentarse en mi interior.

—¿Qué sucede? —preguntó dudosa ante la clara tensión, mirándonos de uno a otro.

Yo no me atreví a decírselo, al menos no con él presente. Conté hasta cien para no arruinarle la mañana, para no meterla en problemas, tampoco encontraba cómo decírselo sin lastimarla. Todas esas palabras la herirían de una u otra manera. Dato que poco le importó a su compañero.

—Nada, le advertía a tu amante en turno que se anduviera con cuidado contigo —dijo señalándome con desfachatez. Isabel abrió los ojos incrédula, procesando su declaración por un instante que pareció una eternidad hasta que reparó en mi presencia, buscó mi mirada asustada de mi reacción—. Parece que tu chico pasaba por alto muchas cosas tuyas. Mal de tu parte. Al menos dile en que se va meter.

Isabel tensó la mandíbula, chasqueó la lengua hastiada y me dio la espalda para arrojarle las hojas.

—Ahí está lo que buscabas —escupió—, ahora fuera de mi casa.

—Te alteras muy rápido, en esta carrera hay que tener aguante, te lo dije desde el primer día —se quejó indignado de su manera de tratarlo. Yo negué sin creer su cinismo. Resoplé indignado al presenciar cómo le hablaba—. Que no se te olvide que esto que tanto odias es lo que te da de comer.

—No te equivoques. Lo que tienes es porque lo trabajó —mencioné importándome poco que les molestara mi intromisión. Isabel giró para contemplarme, un instante de confusión antes de regalarme una sonrisa débil.

—Vas a tenerla difícil con este chico, Isabel —añadió él al recomponerse disfrutando de mi conflicto. Estaba llegando a mis límites de la paciencia—, parece que ni con toda tu experiencia lo has dejado contento.

Eso fue la gota que derramó el vaso.

Isabel intervino, impidiendo que diera un paso cuando mis impulso me gritaron que tenía que callarlo. Alguien tenía que ponerle un alto. Colocó su manos en mi pecho para detenerlo. Me rogó sin palabras moviendo los labios que lo dejara pasar. Yo fruncí las cejas sin comprender por qué no me dejaba le rompiera la cara. Él no escondió su victoria mientras caminaba a la salida.

—Sigue mi consejo, muchacho —me gritó divertido, haciendo un ademán como si quitara el sombrero, antes de dar un portazo.

—¿Qué fue lo que te dijo? —me preguntó enseguida. Yo apreté los labios aguantando los deseos de soltarlo, el coraje retenido. Ella buscó en mis ojos una respuesta impaciente. Tal vez a él le importaba poco su bienestar, pero a mí no—. Ya me hago una idea —dedujo por sí sola, conociéndonos a ambos.

Los dos guardamos silencio ordenando nuestros pensamientos, intentado escoger el orden exacto de palabras para romper esa horrible tensión. Lorenzo había sido cruel por gusto personal y quizás lo era desde mucho tiempo atrás. Comencé a preguntarme qué sentía para no encerrarme en ese lugar peligroso. Ira por su forma de expresarme, por la sarna que utilizó. Enfado conmigo mismo por no callarle la boca a tiempo. Ninguna de las dos emociones estaban destinadas a Isabel así que no tenía que pagar por ellas.

—Isabel...

—La próxima vez no solo firmaré el contrato, sino que además le haré de desayunar —comentó, sorprendiéndome mientras se alejaba para frotar sus manos con jabón—. Lo único que necesito es averiguar dónde venden amoniaco y cuánto tarda en hacer efecto, porque si tengo que soportarlo más de un minuto voy a buscar algo más efectivo —chistó para ella en voz baja. Yo sonreí sin que ella me mirara, más ocupada picando de un tajo una cebolla a mitad—. O quién sabe, capaz que logro envenenarlo con cualquier cosa que cocine. Hasta que sirvió de algo no saber hacerlo.

Guardé silencio oyéndola quejándose en voz alta. Luego elevó la mirada para que nuestras miradas se encontraron un segundo.

—No sé qué dijo exactamente, pero lo conozco, puedo imaginar que advirtió cómo vas a perderte con una mujer como yo —rio sin ganas dando en el clavo—. No merecías agarrarte a golpes con él, y terminar en graves problemas, por decir la verdad, Lucas. —aclaró encontrándose un instante con mi mirada para dejar claro que hablaba en serio—, sino te lo dije antes no fue por engañarte sino porque creí que ya lo sabías.

No entendí cómo Isabel podía estar radiante de felicidad, haciendo planes a futuro, sacando su lado más luminoso y después tirando el primer golpe ante el primer arañazo. Como un animal acorralado que da la primera mordida sin detenerse. Y por la manera en que hablaba no era contra mí, sino con ese enemigo que la acechaba en cada rincón.

—Sé que un chico como tú debe estar con otra clase de chica. Te lo dije una vez. Debería ser fuerte, menos egoísta—retomó la conversación—. Lamento no serlo.

—He venido aquí de todos modos, porque sé quién eres —reconocí.

Isabel balbuceó con torpeza antes de negar confundida.

—Además —mencioné para no dejarla en el olvido. Era importante. Esta vez hablaría claro—, no sé qué exactamente podría reclamarte. Siendo honesto considero más oportuno aclarar nuestra situación.

—En español, Lucas —dijo Isabel escondiendo una sonrisa al escucharme hablar con tanta diplomacia.

—¿Qué somos? —solté de golpe.

La alegría de su rostro se esfumó con ese par de palabras, pero no retrocedí. Necesitaba una respuesta, darle un nombre. ¿Su novio? ¿Su amante? ¿Un recuerdo pasajero? ¿Una noche del pasado? La primera resultaba lejana, las otras prefería saberlas ahora, tener la información para saber a qué me enfrentaría.

Isabel abandonó su labor, incapaz de concentrarse. Comenzó a caminar por la cocina, de un lado a otro con las manos en la cintura, volviendo sobre sus pasos enredándose en un reducido espacio. Cada tanto frenaba su acelerado recorrido, me dedicaba una mirada indescifrable, abría su boca para hablar, pero ninguna palabra escapaba de sus labios antes de volver su impaciente andar. Hasta que dejó de darle vueltas. Tomó un enorme respiro antes de encararme porque de nada servía retrasar lo inevitable.

—Lucas, necesito mostrarte algo —adelantó cuidadosa. Pasó saliva nerviosa, aclarándose la voz—. Voy a entender si quieres marcharte después.

Por la manera en que la tensión se coló entre nosotros, y sus ojos oscuros se llenaron de angustia mientras los míos intentaban reconocer algún rastro de la alegría que nos embargaba hace un momento me hice una idea de que no se trataría de nada bueno. 

¿De qué creen que se trate? ♥️😱
¡Hola! Gracias de corazón a todos por el gran apoyo a esta novela, estoy muy agradecida y sorprendida ♥️. Mil gracias. En esta temporada cuidense mucho, quédense en casa. Los invito a unirse al grupo de Facebook, seguir esta cuenta o darle un vistazo a mis otras historias. Quizás encuentran otra que les guste. Un enorme abrazo. Los quiero.

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