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Capítulo 13 (Maratón 2/2)

La primera vez que visité su departamento no tuve la oportunidad de comprobar lo silencioso que podía llegar a ser. Desde la sala escuché a la perfección el choque de las cucharas, el agua hirviendo y los pasos veloces de Isabel. Le di un vistazo, estaba demasiado concentrada para prestarme atención, quise ayudarla, pero apenas me puse de pie se giró para frenarme. Eso sería romper la promesa que me obligó a hacerle de no moverme ni siquiera el edificio estuviera en llama.

—Lucas, cuando te dije que podías venir siempre que quisieras, incluía llamarme antes —dictó en voz alta para que pudiera oírla a unos metros.

—Lo siento, yo...

—Estoy hecha un desastre —me interrumpió acercándose con algo en mano. Yo no usaría esa palabras para describirla. Se veía guapa al natural con su cabello atado en un moño, la cara lavada deslumbrando su piel tostada y una pijama de pantalón holgado oscuro. Debía estar a punto de irse a la cama, eso sí me pesaba—. Toma esto, es bueno para los nervios —dijo tendiéndome con cuidado una taza de té que acababa de preparar. No creí que funcionaría, pero lo acepté por ser de ella—. Crisalda siempre me prepara unos antes de dormir para combatir el insomnio o el estrés, incluso en semanas cuando no trabajo —me contó, sonriendo orgullosa cuando le di un primer sorbo. Parecía un gran paso no lo arrojaran por la ventana—. Aunque ella varía uno por noche, dice que así mi cuerpo no se acostumbra.

—¿Tienes problemas para dormir? —curioseé porque no creía fuera normal que necesitara de ayuda para conciliar el sueño con frecuencia.

—Señor, la de las preguntas aquí soy yo —cambió de tema divertida clavando su dedo en mi pecho. Imité su sonrisa sin proponérmelo. No sabía si culpar al calor de la bebida o la calidez de su compañía de comenzar a sentirme menos agobiado—. ¿Un mal día de trabajo?

—No diría que fue un mal día —intenté mejorarlo, pero ella entrecerró sus ojos negros sin creerme una palabra—. Tampoco bueno —admití.

Al menos con ella sería completamente honesto. No perdía nada, Isabel conocía tanto de mí que mis facetas no le resultarían una sorpresa.

—¿Quieres contarme qué sucedió? —preguntó despacio.

—Solo discutí con mi jefe. Quiere que renuncie, tenemos eso en común —susurré para mí—, pero no puedo hacerlo. Aún no.

Isabel me escuchó atenta, deseosa de los detalles, pero al no hallarlos de mi boca dio por hecho el final.

—Ya entiendo... Le diste un puñetazo y te despidió —concluyó tomando el camino más arriesgado. Reí por su idea, tan descabellada como todas las que imaginaba, antes de negar de buen humor—. Bien, Lucas, las confrontaciones no son buenas, traen muchos problemas —me felicitó palpando mi brazo—, pero yo soy el peor ejemplo, hasta podría ir en tu lugar. ¿Te imaginas? Así como me ves, delgada y todo, tengo fuerza —comentó mostrándome su puño. Lo tomé entre mi mano para bajarlo poco a poco.

—Te creo, pero con escucharme haces más que suficiente —reconocí agradecido por la oferta.

Nos miramos un segundo a los ojos en silencio. A veces sin necesidad de un testamento, un simple vistazo era suficiente pata calamar la tempestad. Era extraño como Isabel lograba calmarme con una sonrisa, hacerme feliz con un comentario, olvidarme del mundo entre sus ojos. Me pregunté cuándo dejé de quererla. Recordaba el inicio, pero nunca daba con el momento exacto del final.

—¿Por qué se puso tan histérico? —curioseó ajena a mis líos. Yo dejé la taza de lado para no quemarla con la bebida.

—Atendí a una mujer. Acepto que no era parte de mis obligaciones —admití a su favor. Isabel asintió—, pero Don Ernesto siempre ha dicho que el cliente es importante, que si está en nuestras manos debemos ayudarlo. Los problemas internos no deben llegar hasta él. ¿Qué tendría de malo?

—Ya me cae bien ese hombre —comentó con una sonrisa.

Estábamos de acuerdo en ese punto. Era un jefe inteligente, pero sobre eso un buen hombre, ahora lo valoraba más que nunca. Cuando volviera a Xalapa se lo diría, si es que seguía conservando mi puesto. Sus virtudes no restaban que sabía cómo lograra que sus empleados siguieran a su voluntad las órdenes. Era evidente que Julián tenía más voz ante él, me pregunté qué tanto afectaría nuestras fricciones para su padre. No lo culpaba si se ponía de su lado.

—Es por él que no puedo renunciar. Me confío una responsabilidad, necesito cumplirla.

—¿Cuestión de honor?

—Gratitud.

Me parecía más sencillo romper promesas, olvidar reglas, pero no pagarle mal a alguien que había confiado en mí, que antes me había dado la mano. Isabel conociéndome asintió con la cabeza antes de colocar su mano sobre la mía.

—¿Al final la mujer solucionó su problema? —me preguntó cuando aún tenía la mirada clavada en sus dedos. Alejé los pensamientos que le daban importancia.

—En realidad no había ningún problema. Era un poco extraña, pero sus monólogos eran divertidos. Incluso me hizo una amable invitación al final. Ojalá pueda volver a verla. No me arrepiento, lo haría de nuevo aunque eso me generara problemas —admití—. Me sentí como un scout ayudando a un anciano a cruzar la calle con el semáforo en verde. No fuimos a ninguna parte, pero es un logro haber sobrevivido.

Isabel se echó a reír por la comparación. Ojalá no me agradara tanto ese sonido, siempre lograba resonar en el fondo de mi corazón.

—Estoy muy orgullosa de ti, Lucas.

Disfruté del suave roce de sus manos sobre mi piel, de la dulzura con la que sus ojos me observaban. Me gustaban esos momentos en los que las palabras sobraban. Otra vez le sostuve la mirada porque el mundo parecía más esperanzador a través de ellos.

—Sé de algo que puede hacerte sentir mejor, a mí siempre me funciona —dijo emocionada de pronto, como si la idea acabara de aparecer, antes de ponerse de pie y halarme para que siguiera su ejemplo. La última vez que lo había hecho fue cuando me despedí de ella en el hotel de Puebla. Fue como viajar en el tiempo, la misma electricidad recorrerme al entrelazar sus dedos con los míos.

Isabel me arrastró con torpeza por la sala hasta llegar al ventanal que en esta ocasión estaba cerrado. Empujó el cristal hacia un lado con la mano libre para darme acceso al balcón. El viento frío caló, contrastando con la temperatura al interior, pero no tanto como el vacío que distinguí al soltarme. Miré hacia la imponente ciudad que titubeaba entre dormir o empezar sus horas más despiertas entre las luces que atravesaban algunas nubes. Eran un bello paisaje que enamoraría a cualquiera.

—Te diré cómo puedes mejorarlo —me sacó de mis pensamientos Isabel al colocarse frente a mí, tomarme por los hombros y darme un pequeño empujón para que retrocediera. Reí porque no sabía qué se proponía haciéndome caminar de espaldas—. Confía en mí —dijo escondiendo una sonrisa al verme tropezar cada tanto hasta que choqué con algo.

Entonces Isabel me dio un último impulso, distinguí entonces que en aquella una esquina había una especie de sofá largo. Creí que Isabel se sentaría conmigo, pero negó para sí misma antes de entrar a su departamento. Desapareció de mi vista sin dar razones mientras yo me quedaba con el eco de la noche de acompañante. El sonido de los automóviles en el fondo, el viento meciendo las hojas del bosque que estaba frente a mis ojos, crearon una nueva canción que sirvió para despejar mi mente. Allá afuera el mundo seguía su curso, yo debía seguir el mío.

—Esto era lo que faltaba —anunció Isabel cuando regresó con algunas cosas entre sus manos. Guardaría esa imagen por un tiempo en mi cabeza—. Cuando siento que nada tiene sentido empiezo a dárselo —comentó entregándome una hoja blanca y un lápiz. Una sonrisa en su rostro contrarrestó con mi expresión confundida—. Dicen que de artistas todos tenemos un poco. ¿Por qué no lo intentas, Lucas? He querido pedírtelo desde que nos vimos la primera vez, dibuja algo para mí. Sería bueno tener un recuerdo cuando te marches.

No me permitió olvidar que no dudaría para siempre. Esta historia tenía escrito el final desde antes que naciera.

Observé el papel en mi regazo. Había dejado ese pasatiempo cuando me dediqué a trabajar y estudiar, en esos años los minutos se escapaban entre mis dedos, el mundo real mataba de a poco las ilusiones que no tenían futuro. Nunca me convertiría en un pintor, ni en dibujante, sentía que debía destinar toda mi energía en lo que sí significara éxito. Comencé a preocuparme por lo que en realidad valiera la pena, por seguir el sentido. Todo lo que no se veía en mi mañana quedaba atrás.

—No se me ocurre qué podría dibujar —reconocí nervioso con una sonrisa. Isabel llevó su mano a su barbilla, pensándolo. Chasqueó los dedos—. No tengo mucha práctica —me adelanté divertido. Conociéndola tal vez me pediría replicar algún cuadro de Rubens—. Estoy algo oxidado.

—Empieza con algo sencillo —recomendó, aunque por su expresión impaciente aposté que ya tenía algo en mente. Mordió su labio antes de soltarlo—. Una playa o una bicicleta, si estuvieran juntas sería fabuloso.

—¿Una bicicleta?

—Y después firma con tu nombre en una esquina —indicó—. El primer paso para que otros reconozcan tu trabajo es que tú lo hagas.

—Honestamente no creo que quiera que asocien mi nombre a lo que vaya a salir —bromeé.

Sería más bien un boceto sin reglas porque me faltaba una fotografía que me sirviera de base. Saberlo lo que impulsó a colocar la primera línea, mi mano tembló en su avance. Imaginé el claro atardecer al fondo, el sendero que las ruedas marcaban en la suave arena. Se coló la caricia del viento, las voces a lo lejos, el calor del sol, la sensación de libertad. Todo ese mundo en mi cabeza pareció real hasta que volví a abrir los ojos para toparme con el nuevo espectáculo que había ante mí. La bella ciudad comparada con la magia de ese pueblo perdió el brillo. Entonces recaí en la compañía de Isabel, ella seguía ahí. 

—Será un desastre —comenté honesto, siendo autocrítico. Bastaría con que quedara bien la bicicleta, olvidaría el fondo—. Un verdadero desastre.

—Eres demasiado duro contigo mismo —replicó Isabel con una risa al verme borrar y divagar—. Espera un segundo —frenó mi millonésima corrección—, solo dibuja tal cual, no importa si es una basura.

—No quiero regalar una basura.

—Entonces me quedaré con todos tus intentos. Lucas, no espero un cuadro digno de una galería, aunque sé que con práctica puedes lograrlo, como si no te conociera, solo quiero que esté hecho con tus manos. Todo mundo empieza poco a poco. ¿Te cuento algo? La primera vez que subí a un escenario con el grupo me caí de cara frente a todo mundo. Gracias a Dios no había tantas cámaras, ni nadie le interesaba lo que le pasaba conmigo, porque de ser ahora seguro estaría en un panorámico —murmuró para ella con la quijada apretada. Agitó la cabeza—. Lo que quiero decir es que tienes derecho a hacer un verdadero mugrero las primeras veces, incluso después. Nos asustan tanto con el fracaso que preferimos no hacer nada, pero el que nada hace creyendo que en todo fallará cometió el primer error desde ese momento.

—Eso fue muy profundo —comenté reconociendo lo atinado de su consejo. Isabel pegó un respingo, recordando que estaba conmigo. Golpeó levemente mi hombro.

—Sí, la noche y tú me ponen a filosofar. Aunque estoy casi segura que tú me lo dijiste antes. ¿Por qué lo dejaste? —curioseó ladeando la cabeza para mirarme a la cara. Aguardé en silencio, meditándolo. Creí que el tiempo bastaría para distraerla, pero cuando volví a mirarla seguía con sus ojos puestos en mí—. No tienes que decírmelo si no quieres...

—Quizás porque durante mucho tiempo fue mi consuelo. Ya sabes, cuando estaba solo siempre dibujaba, no necesitas charlar con muchas personas al entrar en este mundo, pero cuando empecé a vivir pareció no ser suficiente. Y cuando quise retomarlo después, siempre lo asociaba con negarme a vivir, a solo soñar. Era volver a encerrarme entre cuatro paredes. Supongo que esa época dejó algunas secuelas. No quería volver a estar solo...

Analizándolo a fondo comprendí gran parte de mis errores, de mis actuales miedos.

—Ya no estarás solo, Lucas —comentó deteniendo mis pensamientos que empezaban a amontonarse en mi interior. Asentí para mí—. Eso quedó atrás.

—Lo sé, es un miedo absurdo —acepté encogiéndome de hombros.

—No hay miedos absurdos. Bueno, algunos, una vez leí que hay gente que le teme a las cáscaras de cacahuate —me platicó ocasionado soltara una risa. No entendía de dónde sacaba tantas ocurrencias en un momento serio—. Dibujar en compañía, ¿qué te parece esa idea? Yo puedo quedarme aquí.

—Te vas a aburrir —le advertí.

—No tienes idea de cuanto aguante tengo, Lucas Morales —aseguró levantándose del asiento.

—Bueno, fueron menos de treinta segundos.

—Bobo —escupió divertida antes de desaparecer por el ventanal que daba a la sala.

Volví la vista a la hoja en blanco. Tomé un minuto para liberarme de mis propios juicios. Sonreí cuando mis manos comenzaron a trazar despacio el lienzo, sin pretensiones, ni expectativas. Necesitaba tropezar un par de veces antes de aprender a andar. Manuel y Damián también habían mencionado antes el tema de dibujar, aunque el segundo más en son de broma, pero siempre terminaba posponiéndolo. «Paso a paso», me dije porque lo único que sabía de enfrentarme al mundo era que el primer empuje era el más pesado, después la cuesta abajo era cuestión de inteligencia y paciencia.

No me engañaría, nada bueno resultaría de mi experimento, pero me abracé a la esperanzadora verdad de que todo puede mejorar, los malos primeros intentos tienen la capacidad de transformarse.

Estaba tan concentrado en mi mundo que ni siquiera reparé en el regreso de Isabel que permaneció en silencio bebiendo de su taza. No hizo preguntas, ni sugerencias. Su compañía no me incomodó, terminé acostumbrándome a su mirada después de un rato, y agradecí ese instante en que nadie exigió respuestas. Por primera vez nuestras voces se apagaron y me sentí cómodo sin nada qué decir. Me cuestioné qué significaría.

—Creo que ya he terminado —dije para mí. «Al menos tiene una forma», pensé con una sonrisa.

—Déjame verlo —me pidió Isabel emocionada. Yo lo alejé rápido, escapando de sus dedos, considerando que tampoco estaba al nivel para tener espectadores, necesitaba antes hacerle unas recomendación—. ¿Me dejarás darle un vistazo?

—No esperes nada —le pedí cediéndole la hoja.

—Oh... Es el burro que te pedí. Sabes que es mentira, Lucas —aclaró enseguida, conocía que era una broma—. Te quedó muy bien, muy bien de verdad. Me ha encantado. Para estar oxidado no lo haces nada mal. Yo no soy nada de arte, pero para mí es un sí  —chifló, la sentí sincera.

Sonreí agradeciéndole sus palabras. Ella dejó de prestarme atención, sus ojos recorrieron las sombras con aire nostálgico. Fue un minuto en el que ninguno habló, cada uno perdido en su mundo.

—Sé porque estás aquí, Lucas. Soledad —habló de pronto acariciando el papel. Era una verdad dolorosa—. Es horrible. Te entiendo más que nadie. Al llegar a la ciudad también pasaba la mayor tiempo afuera. No podía estar una noche en el hotel, creyendo que enloquecería en ese silencio. Necesitaba voces, ver gente de un lado a otro, sentir que el mundo me obligaba a despertar. No te hallas en ningún lado, no perteneces a un sitio... Verás que cuando regreses a Xalapa valorarás mucho más tu cama, sé lo que te digo. Todo te parecerá más hermoso —suspiró con pesar. Me hubiera darle un consuelo, a ambos, pero en ese tema ella tenía más experiencia Isabel me dedicó un vistazo antes de regalarme una sonrisa—. ¿No tienes frío? —preguntó de pronto abrazándose a sí misma. Se puso de pie, recomponiéndose, antes de entrar al departamento.

Yo me quedé ahí esperando un momento a ordenar mis pensamientos. Había algo que le faltaba , no tenía dudas, porque aunque seguía hablando tanto como hace años y sonriendo con la misma fuerza su mirada pocas veces lograba capturar ese brillo vivaz que la caracterizó. Me pregunté qué ocasionó su cambio. Era como una chimenea que amenazaba con apagarse. «¿Qué le sucedió? ¿Dónde estaba esa chica?» Le di un último vistazo a la ciudad, «¿cómo era posible que perdiera tanta luz en un lugar que nunca se quedaba oscuro?»

—Ya es tarde, Lucas —me informó Isabel a mi ingreso. Busqué el celular en mi bolsillo para comprobarlo. El tiempo había pasado rápido—. La ciudad es peligrosa. Puedes quedarte aquí si quieres. Quedarte aquí, no a dormir conmigo —aclaró divertida ante mi rápida negativa—. Tengo una habitación de huéspedes. Está en perfecto estado. Te la enseñaré, ven acá.

—No creo que sea una buena idea. Isabel —la frené. No era un tema puesto a discutir—, debo irme. Tengo que trabajar mañana.

—Claro, lo entiendo. Cuídate mucho de vuelta. Recuerda detenerte en los semáforos y conducir por calles alumbradas. Sé que es un poco egoísta de mi parte, pero si puedes llámame o mándame un mensaje cuando llegues para saber que todo salió bien.

—Eso haré, gracias por preocuparte, Isabel.

—Lucas, quería decirte algo... —comentó en un susurro caminando hacia la puerta. Esperé, por su tono, algo fuerte—. No dejes que tu jefe tenga poder sobre ti, sigue defendiendo lo que crees correcto, pese a lo que otros digan. Estás ahí porque lo mereces, nadie te ha regalado nada. Vi como te esforzaste por salir adelante, que nadie te haga la vida imposible, demuéstrale quién manda —dijo dándome un suave golpe en el hombro.

—Gracias por el consejo —le dije con sinceridad.

—Otra cosa —me detuvo de nuevo antes de salir. Apreté mis labios para no sonreír, a ese paso me quedaría toda la semana—. Es una tontería, pero al menos escúchala antes de reírte —adelantó con una sonrisa nerviosa. La escuché atento, intrigado por su inquietud—. Crisalda está enseñándome a cocinar, más allá de la sopa de pollo...

—Esa es tu especialidad —repliqué.

—Sabes que sí. Deberías venir mañana a cenar, para juzgar que tal voy. Seguro hago algo de pollo para no perder la costumbre. Sé que estás ocupado, pero quizás mañana viernes tienes un rato libre... 

—Trabajo el sábado temprano —le expliqué sin afán de ofenderla. No podía cancelar las horas laborales, tampoco quería comprometerme a sabiendas que fallaría. Primero era las responsabilidades—, pero podría pasar por la noche.

—Sábado por la noche —repitió para ella con una sonrisa—. No lo olvidaré. Voy a estar esperándote.

«Ahí estaría», me dije cuando subí al elevador, olvidando por un momento mi ansiedad en esa máquina. Honestamente mi mente permaneció en las nubes durante todo el camino de vuelta, los minutos se consumieron deprisa entre las calles solitarias.

Saludé de vuelta a Hilda en la recepción, tuvimos una plática de apenas unos minutos, pero descubrí que podía ser más agradable de lo que imaginé al inicio. 

Ya en la soledad de mi departamento, con alguna canción de Agustín Lara de fondo que provenía del piso superior, recordé la promesa que le había hecho. Dudando ante la hora decidí mandarle un mensaje para no despertarla en caso estuviera dormida. La respuesta llegó en minutos. Ni siquiera había terminado de sacarme la ropa cuando el celular anunció una llamada entrante que iluminó la oscuridad. No dejé que el sonido se prolongara, al instante disfruté del sonido de su voz al otro lado de la línea.

—Gracias, Lucas. Me alegro estés bien —dijo ella. Sonreí pese a que no podía verme—. Ahora me iré a la cama. Llámame cualquier cosa que necesites.

—Cuídate. Descansa, Isabel.

Un momento de silencio en el que solo resonaron los pasos de mis vecinos. Imaginé que podría haber colgado, pero antes de comprobarlo Isabel volvió a hablar.

—¿Puedo pedirte un favor antes de colgar? No implica un gran esfuerzo físico, eh. No quiero decir que no estés capacitado para un esfuerzo físico, claro que sí... —adelantó ante una negativa. Reí por su explicación. Isabel no contestó hasta que aguardó—. Repite lo de hace un momento.

—¿Tu especialidad es la sopa de pollo? —bromeé ante la tensión. Isabel soltó un resoplido.

—Lucas, eres un...

—Descansa, Isabel —dije tomándolo en serio. Ignoré si era importante para ella, hablaría por mí—. Espero verte pronto.

Sin embargo, pasé por alto el importante detalle que dictaba: asegurar los planes, desear se realicen al pie de la letra, incrementaba las posibilidades de estropearlos.

¡Hola! Doble capítulo esta semana por dos razones. La primera agradecerles todo su apoyo, ya superamos las 10k lecturas. Gracias de corazón ♥️♥️♥️. Además, sé que muchos países están en cuarentena (algunos también en actividad laborales), es una situación difícil y quería publicar para que puedan leer y entretenerse un ratito. De corazón les deseo lo mejor. Cuidense mucho, ustedes y toda su familia.

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