Capítulo 12 (Maratón 1/2)
El resto del domingo la pasé encerrado entre cuatro paredes. Después de que un larga ducha no sirviera para despejar mi mente decidí intentarlo con un libro que cargaba en la maleta. Estoy seguro que era una buena novela, aunque no puedo comprobarlo, ni siquiera recuerdo su nombre. Me fue imposible concentrarme en sus páginas. Cada dos frases mi mente dejaba el suelo hacia otro lugar más cercano al cielo.
Estrujé el rostro entre mis manos sin saber cómo arrancarla de mis pensamientos. Debía existir una fórmula de olvidarme de la felicidad que despertaba estando a su lado. La hubiera o no me resultó complicado encontrarla. Ese era el problema con Isabel, siempre aparecía cuando más la necesitaba, cuando me sentía más perdido, por eso siempre su presencia impactaba con tanta fuerza en mi vida. En medio de la oscuridad me aferraba a la luz del faro, al arrullo de las olas para sobrevivir en el profundo silencio.
Tenía que grabarme en la cabeza que Isabel era un recuerdo, uno que debía permanecer en el pasado pese a lo me hiciera sentir, porque no era para mí. Una chica como ella no estaba destinada a terminar en una vida como la que yo podía ofrecerle. Lo sabía, lo repetía cada que intentaba olvidarlo. Estaba dolorosamente claro antes de esa noche, no entendía qué avivó la confusión, provocando que la sintiera más viva que nunca. Era como si quisiera engañarme con el argumento que ni siquiera los años habían desaparecido esa chispa que se encendía apenas nos mirábamos. Resoplé cansado, no podía olvidar que las llamas que carecen de un buen combustible se apagan al primer soplo.
Seguía enredándome en mis dilemas cuando alguien tocó a mi puerta. Fruncí las cejas extrañado por la repentina visita. No había razones para que alguien apareciera, empezando porque nadie en la ciudad, a excepción de mi jefe, sabía dónde estaba hospedado. «A menos que Don Ernesto tomara un avión esta mañana para comunicarme algo que podía charlar por teléfono».
Preso de la curiosidad me levanté para buscar una respuesta. Ni siquiera me di tiempo de armar suposiciones, al empujar la madera encontré a Jimena. Por el aspecto impecable di por hecho debía seguir en su turno.
—Lucas, ¿estás ocupado? —me preguntó dándome un curioso vistazo.
—No... Solo estaba intentando leer —justifiqué el ejemplar que traía en la mano.
—¿No te enseñaron bien en la escuela? —bromeó al verme tan aletargado.
—Parece que no —admití para mí en un susurro. «Debí brincarme la lección de comprensión lectora».
—¿Puedo pasar?
—Claro que sí —contesté despabilándome ante su directa cuestión. Después de todo era su casa.
—Necesito hablar contigo de algo importante. Una tontería importante —se corrigió caminando por la habitación. Verla ansiosa me contagió, su tacón golpeteó el piso. Frenó en seco antes de volver su atención hacia mí—. No debería decírtelo, pero prefiero advertirte. Es sobre mi tía...
—¿Hilda?
—Gracias a Dios solo tengo una como ella, con dos no podría sobrevivir —reconoció en voz baja—. Ella está preocupada por ti —me comentó, señalándome, diciendo lo último que imaginé. Me pregunté si me había perdido algún capítulo.
—¿Preocupada? —repetí.
—Sí. Mejor dicho, preocupada por tu situación —aclaró para ser más específica. «Siendo honesto, en lugar de darme tranquilidad lo empeoró»—. Como llegaste tarde anoche pensó que te perdiste en la nueva ciudad, como todo un primerizo. O también consideró que seas de esos huéspedes revoltosos que traen problemas desde el primer momento.
—¿Revoltoso?
—En este edificio son algo pesados. No tienes que preocuparte, eres libre de hacer lo que quieras, pero preferí advertirte para que no te tomen por sorpresa los comentarios a la hora de la cena. La pareja del tercer piso deben estar rezando por tu alma —comentó analizando la condición de mi dormitorio. Agradecí haberme obligado a ser ordenado.
—Es la primera vez en mi vida que yo soy el problemático de mi familia —me sinceré divertido por la posibilidad—. Admito que se siente mejor de lo esperado.
—¿Tienes más familia? —curioseó sin disimulos, encaminándose a la salida después de aprobarlo.
—Sí. Me refería a mi hermana que es un torbellino o a mi primo que es todos los fenómenos naturales juntos. Lo amarías —le platiqué recordándolos. Eran lo que necesitaba ahora. Apunté entre mis planes llamarlos esa misma tarde.
—¿Por que estás tan seguro?
—Todo el mundo lo hace —respondí. Jimena asintió sin estar convencida de tan simple argumento. Pensándolo a fondo tal vez estaba equivocado—. Iré a visitarlos cuando termine mi estancia aquí. En aproximadamente un mes.
—Bueno, solo intenta no imitarlo cuando los mayores estén cerca —me pidió asomándose al pasillo para marcharse. Fue una plática rápida.
—Trataré mantener mi moral alta durante este mes —prometí en voz alta.
Jimena entrecerró los ojos, estudiando las posibilidades de que mintiera, pero terminó creyéndome. Negó con un intento de sonrisa antes de cerrar de un portazo.
«Nada de locuras, ni sobresaltos. Fuera escándalos. Una vida tranquila. Fácil para Lucas Morales», me dije retomando mi fallida lectura. Lamentaría mi atrevimiento, ignorando que el corazón no sería lo único que me robaría esa ciudad.
La mayor parte de la siguiente semana logré mantenerme sin problemas. No tuve ningún altercado memorable con Julián, se había dedicado a ignorarme con maestría todo el tiempo. Era como si fuéramos invisible uno del otro. Descubrí que entablar conversaciones de unas líneas, estrictamente necesarias, nos beneficiaba a los dos y conservaba mi salud mental.
Jueves. Fue una mañana tranquila que gritaba el cierre ideal después de un pequeño tropezón. Si mantenía la misma actitud por dos días más terminaría anotándome la primera victoria, una que interrumpió su camino en la cuerda al fondo por el ruido de una campanilla resonó hasta mi escritorio. La alarma que adelantaba que vendría un cambio importante de dirección.
Lo pasé por alto, creyendo que de un momento a otro mis compañeros se encargarían del asunto. Sin embargo, después de media hora acompañado de esa melodía interminable sentía que la cabeza me explotaría en mil pedazos. Abandoné mi escritorio para asomarme por la puerta hasta el mostrador. No encontré personal, solo hallé detrás a una mujer. Debía tener uno sesenta años, de cabello gris esponjoso, piel morena y ojos oscuros. Su mano no dejaba de golpear el aparato sin detenerse, fue como si se hubiera repitiera el movimiento de manera automáticamente. Di un vistazo al local, ni pista de Román o no jefe.
—¿Puedo ayudarla en algo? —le pregunté a la mujer para tranquilidad de ambos. Fue un segundo de silencio que agradecieron mis oídos cansados. Ella también compartió mi semblante de alivio. Su técnica tuvo buenos resultados.
—Necesito hacer una devolución —me explicó cuando me acerqué a atenderla.
—¿Una devolución?
—¿Usted trabaja aquí? Sino para no aventarme toda la explicación —dijo precavida y desconfiada. Escondí una sonrisa por su abrupta sinceridad. Extendí mi mano para presentarme.
—Sí. Lucas Morales.
—Margarita Rodríguez —se presentó aceptándola primero con cautela y luego agitándola con exagerada confianza—. Mira, mijito, hace unos días vine a comprarles un candado para mi casa y me vendieron uno que no puede abrirse —añadió. Esperé más información, porque aquellos datos no aportaban mucho—. Vendiendo cosas defectuosas, eh —me regañó como si fuera su nieto. Me costó mantenerme serio cuando poco le faltaba mandarme a la esquina reflexionar.
—¿Me lo permite? —se lo pedí cuidadoso.
Ella me entregó una bolsa de plástico donde estaba el paquete abierto. El candado estaba cerrado con la llave colgando del aro. La miré sin comprender qué podía estar mal, todo parecía estar en orden, incluso daba la impresión de no haber sido usado nunca. Para no quedarme con dudas desprendí la llave para probarlo. Tal como imaginé abría perfectamente a la primera.
—¿Cómo hizo eso? —me preguntó deprisa antes de que pudiera hablar. Repetí el proceso despacio para que pudiera imitarlo. Pensó que le estaba tomando el pelo—. No, eso no, mijo. ¿Cómo sacaste la llave del arco ese?
—Oh, fácil. Solo las colocan juntas para que no se pierdan —le expliqué despacio mostrándole pieza por pieza. Luego uní la llave a la argolla para que le fuera mas fácil portarla. La mujer siguió cada uno de mis movimientos con los ojos bien abiertos hasta que se lo entregué en sus manos.
—Y pensar que para esto agarré el camión. Mínimo debería venir con con dibujitos. ¿Cómo quieren que uno esté adivinando? —alegó en una sugerencia que me provocó una sonrisa. Incluso en un estado malhumorado parecía una anciana agradable—. Es la primera vez que compro una cosa de estas, pero como están las cosas mejor prevenir. A ver si el que se roba mis macetas escarmienta —platicó. Asentí compartiendo su opinión, la inseguridad no daba tregua—. Véndalas separadas, así no gastan más y le quitan problemas a uno que es un completo ignorante. ¿Qué, creen que uno trabaja en la cárcel? No encuentro ni mi zapato en las mañana para que te hagas una idea.
—Sí, sería más práctico —admití encogiéndome de hombros—. ¿Puedo ayudarla en algo más? —curioseé al verla probar fascinada por si misma el método, una y otra vez.
—Nada más. Gracias, muchacho. ¿Me harán una de esas encuestas para servicio al cliente? —me interrogó distraída echando el contenido en la bolsa. Yo hice una mueca, porque no había pensado en la posibilidad.
—¿Quiere que le haga una? —le pregunté porque aunque no era parte de mi trabajo podría intentarlo.
—No, era para salir corriendo por si se le ocurría. Correr dentro de lo que cabe, ya a mi edad uno no puede andar muy rápido porque se parte toda la mandarina en gajos —me contó relajada.
Yo escondí una risa por la manera en que decía lo que pensaba, sin tapujos, al acompañarla a su paso para abrirle la puerta. Julián había comprado una de cristal, costaba empujar a menos que fueras un tráiler.
—Que buen muchachito eres —me halagó agradecida por el gesto. Ya estaba un poco mayor, pero no me ofendí, todo lo contrario—. Si me vuelvo a topar contigo un día de estos te invito unos tamales.
—Estaré encantado.
Margarita tomó con fuerza sus cosas antes de empezar su lento camino. Esperaba que el viaje de regreso no le fuera cansado. En la calle se topó con mi jefe, que se dirigía en sentido contrario. Este la miró curioso, siendo consciente que había salido del negocio durante su ausencia. Hizo una mueca con los labios que no adelantó qué emoción lo dominaba.
—¿Qué hacía esa mujer aquí? —preguntó directo cuando entró. Mi respuesta lo puso más inquieto, volvió asomarse al exterior como si deseara comprobar cuánta distancia había recorrido.
—Era una clienta que deseaba una devolución.
—¿Entonces por qué se va?
—Porque ya la he atendido. En realidad, no sucedía nada grave, se confundió...
—Espera un momento... —Frenó con un ademán mis palabras—. ¿Tú la atendiste? A sabiendas que ese era mi trabajo. ¿Quién te dio la autoridad para usurpar mis funciones? —me reclamó molesto. Consideré que tal vez se había golpeado en el cristal porque no entendía cómo eso le preocupaba.
—Llevaba más de media hora esperando —alegué. Quizás deseaba que pasara la mitad de su existencia frente al mostrador. «¿Qué más da quién atienda al cliente mientras se vaya satisfecho?»
—¿Dónde está Román? —interrumpió indiferente de los detalles.
—No sé, quizás en el baño —supuse desconociendo su ubicación—. Tampoco es que me avise todo lo que hace —respondí. Mi compañero no me dirigía la palabra por temor a echarse de enemigo a mi jefe. Era una ridícula batalla que obligaba a tomar bando.
—Claro que no, faltaría más, a mí es al que debe rendirme cuentas —argumentó severo, remarcando que tenía el poder—. Escucha, Lucas, seré claro contigo. No me interesa mantener una relación laboral cordial, ni tener a papá contento tratando con pinzas al hijo que deseó. Esto es trabajo. Y te recuerdo que estás aquí mientras conseguimos a alguien más.
—¿Por qué no se lo dices a tu padre? Pídele que me despida, nadie te detiene. Te aseguro que soy el primero que quiere irse —me sinceré cansado de sus reclamos.
—Díselo tú —escupió altanero. Lo miré sin entender del todo su actitud—. ¿Qué? ¿Piensas que soy tan tonto para no darme cuenta que te envío para vigilar mis pasos? Vamos, Lucas, sé perfectamente qué haces aquí. No te equivoques, no eres la mano derecha de mi padre, eres solo su informante. Cuéntame, ¿le dirás esto? ¿Así piensas escalar? Piensas que hablando mal superior que soy, de mi pésimo servicio, lo convencerás que no puedo hacerlo. Pues noticia de última hora, Morales, tú tampoco.
—No he hablado con Don Ernesto desde que llegué —comenté. Entendía su desconfianza, pero se estaba armando una película.
—¿Y qué te detiene?¿Necesitas un teléfono? Ahí tienes uno —se burló indicando con la cabeza el aparato—, pero te advierto que no me voy a callar, también voy a contar mi versión. Te aseguro que te perjudicar más a ti.
Podría decirle que no tenía sentido pelear por un puesto que nadie le arrebataría. Hacerle saber que llevaba una semana sin hablar con Don Ernesto, que mi intención no era ponerlo en su contra, que ser conocido de su padre no me convertía en su enemigo. Si existía algo que me importaba menos que su éxito personal era su fracaso. Nunca perjudicaría a alguien por gusto, ni siquiera si ese alguien lo hiciera conmigo. Las venganzas eran un ciclo sin ganador. Una opción inútil porque sabía que no me escucharía, estaba convencido de su versión.
Julián dejó de prestarme atención para tomarla contra Román. Negué antes de volver a la soledad de esas cuatro paredes que repetían una y otra vez que era cuestión de resistencia, solo de resistencia.
Pegué mi cabeza al volante. Tomé un enorme respirando buscando mi paciencia, intentando encontrarla en algún rincón de mi cuerpo. El estrés tensaba mis músculos, nublaba mi mente. Las voces, las quejas, los problemas estaban agobiándome a menos de siete días en la ciudad. No llevaba ni una semana bajo el cargo de Julián, pero podía compararla con el agobio de los cinco años de Universidad. «Tres semanas más, Lucas. Aguanta tres semanas más».
El sonido de mi celular se burló de mi mal intento de ser optimismo. Volví a cerrar los ojos al reconocer de quién de trataba. «De nada servía hacerme el tonto», me dije antes de contestar.
—Lucas, ¿cómo van las cosas por allá? —La voz de Don Ernesto sonaba amigable. Imaginé que allá las cosas iban en calma, era una temporada tranquila. Envidié su suerte—. ¿Todo bien?
—Las cosas están resultando más complicadas de lo que pensé —acepté, dudando qué tantos detalles y sinceridad serían oportunos.
—¿La empresa tiene problemas?
—La empresa está perfecta.
Don Ernesto aguardó el primer ataque, no lo hallaría en mi boca. Estaba claro el lío.
—Oh... Lo dices por Julián. Tal vez debí advertirte que tiene un carácter un poco difícil —mencionó un poco apenado. «Sí, hubiera sido de gran utilidad», pensé aguantando una risa—. No le hagas mucho caso, te aseguro que con el tiempo empezará a confiar en ti...
—Yo pienso que lo mejor sería que regresara a Xalapa —solté mi conclusión.
—¿Qué?
—No tiene sentido. Julián conoce sus intenciones. Nunca va a confiar en mí, para ser más exacto es posible que mi presencia en lugar de beneficiarle lo está perjudicando. Don Ernesto, contrate a otra persona. Yo puedo volver esta misma semana a Veracruz, le será de mayor provecho en...
—No, no, hijo, ¿cómo vas a irte tan rápido? Intenta ser razonable —dijo—. Recuerda que no solo estás ahí para ayudarlo, también para encargarte de la contabilidad. Además, aceptaste el trato, imagina tus vacaciones...
—Entonces renuncio al trato —resolví. Creí aún estar a tiempo de dar marcha atrás. ¿Lo estaba?
—Rechazo tu renuncia —contradijo, obstinado. Me apoyé en el asiento dispuesto a escuchar sus argumento, sabía de antemano que encontraría la manera de mantenerme en esa situación. Empezando porque era mi jefe—. Lucas, es un favor personal. No hay maldad en ocupar un puesto, en decirme cómo van las cosas cuando yo como el dueño del negocio necesite información. Mejor ahora que mi hijo lo sabe, que sepa que cuido mi patrimonio. Probaré otra estrategia, hablaré con él.
—No —contesté tajante, eso solo le demostraría que tenía razón—. Yo puedo arreglarlo.
—¿Una mano para un viejo amigo? —insistió contento para asegurarse de mi afirmativa—. Piensa que un mes pasa volando, tres años es una eternidad, muchacho.
Sabía lo que significaba.
Nada cambió cuando colgué esa llamada.
Me pareció un buen plan conducir por la ciudad un par de horas. Tal vez podría llamar a Susana para charlar o buscar algún borracho, menos sobrio que despierto, dispuesto a escuchar las quejas de un empleado frustrado.
Había llegado al punto en que me sentí deseoso de desahogarme sin reparos, sin detenerme a pensar si era lo correcto o no, solo quería dejarlo ir. Después de pasar casi una semana con menos de diez palabras diarias me sentía menos Lucas que nunca. Luchando por seguir siendo él, pero cansado de comprobar que se estaba perdiendo en la rutina.
Entendí la razón de Isabel para decirme lo desesperante que sería encontrar un amigo. Eché de menos a Manuel, lamenté rechazar su oferta de acompañarme. Podría llamarlo, pero lo haría temprano, a esa hora le arruinaría la noche. Además tendría que contarle sobre Isabel, no mantendría nuestro encuentro en secreto, al menos serviría para reírnos de mi mala suerte, de lo ridículo que era pensando en su sobrina.
Podría escribir un libro sobre mis dilemas. Una parte de mí me arrastraba a la cordura, lejos de su locura, esa que agitaba las calmas aguas de mi río. El corazón, a su favor, pedía una oportunidad solo para comprobar que todo no estaba perdido. No quería rendirse. Mi problema era que, como decía Manuel, el mando de mi vida lo llevaba el segundo. Tal vez no habíamos nacido para estar juntos, probablemente el romance estaba destinado al fracaso, pero entonces consideré por primera vez la otra opción que planteó.
Quizás desde el inicio sabía que esto pasaría, tal vez ella también sostuvo sus sospechas porque el guardia no hizo preguntas cuando crucé la barrera del juicio, esa que ella misma había ordenado estuviera abierta para mí.
Y cuando Isabel atendió a mi llamado, con los ojos abiertos y soltando por la sorpresa lo que traía entre sus manos, lo entendimos: había caído en su juego.
Doble actualización ♥️
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro