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IV

Sofia

Contaba sobre una chica que era observada por un chico en silencio, era descrita como una persona tímida, con una luz apenas perceptible, pero él aseguraba que podría ser de las más brillantes que había visto a la vez, alguien única que el chico miraba esperando algún día ver brillar hasta cegar, tal como suponía que podía, ella parecía perdida en su mundo, aparentemente invisible a todos, menos a él.

Llegue al final de la hoja, picada en saber que pasaría ahora con la chica pero no había nada a la vuelta, se quedó en puntos suspensivos la historia.

Fruncí el ceño hojeando un poco más con la estúpida esperanza de leer la parte faltante donde la chica brillaba como decía el protagonista, era lo que debía pasar, era el tipo de finales que parecía gustarle a quien sea que escribió en mi cuaderno, pero no había nada, solo más hojas en blanco esperando ser llenadas.

Yo quería que esta persona lo acabara, merecía su final.

Las ideas comenzaron a aglomerarse en mi mente, ¿será que ese chico fue quien tomo el cuaderno?

No, imposible, tiene más bien apariencia de deportista, no de gustarle escribir cosas tan bonitas.

Y río, río sin pena por mi pensamiento fugaz de que ese chico perfecto fuera el culpable de los cambios en mi historia, sin pensar en cómo me verá la gente por estar sola, riendo como si acabara de pasar la cosa más tonta del mundo y realmente lo disfruto, hace mucho no reía de esa forma, hace mucho no tenía razones para hacerlo.

Pero toda clase de felicidad pasajera se ve cortada cuando un par de chicas se paran a unos pasos de mí a cuchichear sin importarles las escuche.

«Bicho raro»

«De que se ríe, ¿acaso se vio en el espejo?»

«Rara»

«No sabía que una persona podía verse tan horrible solo existiendo»

«Seguro es gorda y por eso usa el uniforme de talla grande»

Y siguen de esa forma echándome ojeadas cada tanto, no sé en qué momento comenzó.

¿Cuándo la gente dejo de verme con lástima y pasaron a disfrutar romperme más y humillarme?

¿Cuándo la persona que veía como mi mejor amiga se unió a todas esas burlas y malos tratos centrados en mi apariencia?

¿Cuándo de tener una familia aceptable y en varios momentos feliz acabe sola?

No otra vez —suspiro intentando ignorar esas voces crueles y guardar mis lágrimas— no vale la pena, me repito una y otra y otra vez, pero no logro calmar las ganas de llorar que me embargan.

Soy tan débil.

Me levanto en tropiezos de la banca guardando en mi mochila el cuaderno y camino hasta la oficina de la única maestra que me agrada y se me apoyara en lo que pediré, pero una sombra se coloca frente a mí impidiéndome el paso.

— ¿Qué ocurre? —me cuestiona el mismo chico que del salón de clases intentando atrapar mi mirada pero no lo permito bajando la cabeza.

—Nada.

—Sofía... —comienza confundiéndome, ¿sabe mi nombre?

Pero una segunda voz se une tensándome.

—Elián, déjala en paz, dudo necesite la molesten estando mal —una mano se posa sobre mi hombro y siento que voy a morir.

Odio la atención.

Me quedo inmóvil sin saber bien cómo reaccionar, esperando que como él dijo, me dejen sola.

La respiración se me atasca y por mi bien me quedo con la cabeza gacha, no soportaría encontrarme con la mirada de cualquiera de ellos, soy muy expresiva con mis emociones, si levanto el rostro será obvio que si está pasando algo.

—Sofía, ¿te hicieron algo? —cuestiona peinando detrás de mi oreja un mechón, intentando verme pero lo regreso a donde estaba.

—No —murmuro negándolo de nuevo intentando irme

—Si te hicieron algo podría acompañarte con algún profesor o...—niego repetidas veces.

Sería peor, la primera y última vez que las acuse me gane un golpe sofocante por ella, quien era mi amiga.

Las suspendieron y si antes me trataban mal, bueno, lo empeore.

—No, no, no puedes, no podemos —respondo atropelladamente levantando la cabeza de golpe poniendo mis manos en sus brazos.

En cuanto me doy cuenta de mi movimiento doy un paso atrás quitando mis manos de sus brazos avergonzada.

Pero él toma mi mano apretándola en apoyo, ¿por qué es bueno conmigo?

—Adelántate Adam, me quedaré con ella, matemáticas esperará.

Me mira con una sonrisa amable y me jala con él despidiéndose de su amigo.

Me obligo a seguirle aun desconfiada de que sea con buena intención su repentino acercamiento, pero a pasos torpes le permito jalarme hasta sentarnos en el pasto.

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