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Capítulo 7 - Día de playeo.


La semana pasó sin altibajos. Con alguna que otra llamada de Juan Carlos, mensajes de Marisa y de Hugo.

El viernes por la noche trabajaba, o así me lo dijo en un mensaje, tenían evento en el club, y terminaron súper tarde, aun así, me estuvo mensajeando a cada rato.

Hugo:

A mi hermano le caíste bien, y eso viniendo de él... es raro, no le suelen caer bien las tías en las que me fijo.

Estoy deseando verte mañana.

Yo:

Yo no te he dicho aún que sí.

Hugo:

Te apetece, así que deja de hacerte de rogar.

Yo:

No creo que sea buena idea.

Hugo:

Solo somos dos amigos haciendo planes, nada más. ¿No confías en mí?

Yo:

Podríamos hacer planes entre semanas, ¿por qué tiene que ser un finde?

Hugo:

Porque tu trabajas entre semana.

Yo:

Tengo libres las tardes.

Hugo:

La semana que viene quedaremos entre semanas, quiero ir a Portugal a surfear un rato. ¿Te apuntas?

Yo:

¿Yo rodeada de chicos guapos? ¿Dónde tengo que firmar?

Hugo:

Jajaja

Tengo que dejarte, mi hermano me reclama. Te recojo mañana a las once, y así almorzamos por ahí.

Y no acepto un no por respuesta, tienes que dejarte llevar y dejar de pensar tanto las cosas. Sigo siendo el mismo chico que conociste en el hospital, Blanca.

No me tengas miedo.

.-.

Juan Carlos me escribió algunos mensajes después de eso, cosa sospechosa, pues él no era de mensajes, prefería las llamadas.

.-.

Amor:

¿Qué haces despierta tan tarde?

Yo:

Ya me voy a la cama. Estaba hablando con un amigo.

Amor:

¿Qué amigo?

Yo:

Un chico que conocí en el hospital, cuando estuve allí. Es de aquí del pueblo, es un buen tío.

Amor:

No lo conoces, ¿Cómo puedes decir que es un buen tío? Ten cuidado, eres demasiado confiada.

Yo:

Se cuidar de mí misma, Juanca.

Mañana me iré a pasar el día a la playa.

Amor:

¿con él? ¿los dos solos?

Yo:

Me voy a la cama ya, buenas noches.

.-.

Abrí la conversación que tenía con Hugo.

.-.

Yo:

No deberíamos quedar mañana, no sé si es buena idea que haga planes con un chico que no es mi novio.

La gente puede malinterpretarlo.

Hugo:

Estaremos en La Antilla, nadie nos conoce allí.

Además, ya te he dicho que no voy a aceptar un no por respuesta.

Yo:

No es que no quiera... sólo que pienso que es arriesgado.

Hugo:

Sé que tienes novio, lo tengo muy presente, Blanca.

Deja de tenerme miedo y confía en mí. No entiendo por qué tienes miedo, en el hospital no me tenías miedo, no entiendo por qué aquí sí.

Yo:

No te tengo miedo. Soy la chica que conociste en el hospital.

Hugo:

Lo sé. Por eso quiero ir mañana a eso contigo.

.-.

.

.

Al día siguiente me preparé, tuve que depilarme entera, ponerme el bikini y coger una muda, todo eso en un tiempo récord, porque me levanté tarde. Cuando estaba a punto de llegar, caí en la cuenta de que él nunca me había visto en bikini. ¡Mierda! Debería haberme puesto un bañador, así me daría menos vergüenza quedarme medio desnuda frente a él.

Llegó en un descapotable blanco, haciéndome sonreír. Metí la bolsa con la muda en el maletero, y me senté junto a él, escuchándole.

- Isaac se ha portado – me dijo, dejándome claro que ese coche era de su amigo.

Tardamos media hora en llegar, nos paramos en la gasolinera a comprar unos regalices y todo, y luego continuamos el camino hacia la playa.

Os podéis imaginar cómo fue cuando llegamos ¿no? Todas las chicas de la playa, incluso las mayores, le comían con los ojos cuando se quitó la camiseta, y no era para menos.

Yo me senté en la toalla que había traído, y justo cuando lo hice me quité el vestido, tumbándome boca arriba después, sin tan siquiera mirarle, terriblemente abochornada, apoyándome en el brazo izquierdo, mirando hacia el otro lado.

Él también se tumbó, y durante una larga media hora ninguno de los dos dijo nada, hasta que mi teléfono comenzó a sonar. Era Juan Carlos, el muy pesado.

- Dime – me ahorré el cari, porque no quería hacer sentir incómodo a Hugo – Estoy en la playa, te lo dije ayer – me quejé, ante la atenta mirada de Hugo, aunque ni siquiera me volteé para mirarle – ya te he dicho que tendré cuidado, no soy una niña pequeña. ¿Qué tal te fue la semana? – pregunté, intentando cambiar de tema. Se puso a contarme detalles súper aburridos, hasta que él se levantó, Hugo, guardó las gafas de sol en la bolsa y miró hacia mí.

- Voy a bañarme, ¿vienes? – preguntó. Asentí.

- Tengo que dejarte, Juanca – le dije, para luego enervarme, sentándome en la toalla – hace mucho calor, voy a darme un baño – colgué sin esperar respuesta por su parte, y acepté la mano que Hugo me daba, para ayudarme a levantarme.

Caminamos juntos, el uno junto al otro hacia la orilla, rozando nuestras manos, al detenernos en la orilla, sintiendo aquel espasmo que invadía todo mi cuerpo.

Seguimos andando, hasta que el agua nos llegó por la cintura, y entonces nos sumergimos. Él no dijo nada durante unos largos minutos, hasta que nadamos hasta el fondo, y ambos nos miramos, deteniéndonos dónde no dábamos pie, manteniéndonos a flote.

- ¿Seguís teniendo problemas? – Me preguntó. Asentí, incómoda, porque no quería hablar de eso con él. Aún no entendía cómo pude hablarle la primera vez. Ah, sí, ya recuerdo, iba hasta el culo de calmantes esa vez. Podría haber confesado hasta mi más oculto pecado en ese estado - ¿por qué no lo dejáis si no estáis bien?

- Supongo que aún tengo la esperanza de que se arregle – respondí – llevamos mucho tiempo juntos, Hugo y le quiero – tragó saliva, y asintió.

- Óscar dice que cuando llevas tanto tiempo con alguien el amor se desgasta – aseguró. Asentí, en señal de que era cierto.

- Durante un tiempo, cuando vinimos aquí... - comencé, algo dudosa sobre si debía contarle aquello o no – sentía que volvía a enamorarme de él cada día.

- ¿Y qué pasó para que dejaras de hacerlo? – me encogí de hombros, sin saber qué responder ante aquello – Quiero decir, dijiste que él era guapo, que era un buen tío, entonces... no entiendo...

- La convivencia y la monotonía desgastan las relaciones – contesté – tratas de que no sea así, pero que tu pareja viva para trabajar, verle solo en las noches, no ayuda en lo absoluto.

- ¿Y los fines de semana? – quiso saber. Volví a encogerme, sin saber qué responder – ese hombre tendrá algún día libre ¿no? – me reí de la forma en la que lo decía, y luego respondí.

- Se pone con sus hobbies, a cambiarle cosas al coche, a ver series en Netflix y a veces follamos – contesté, sin más, haciéndole reír.

- ¿A veces? – preguntó, divertido - ¿sólo a veces? – tragué saliva, algo incómoda - ¿y no habláis? ¿no hacéis cosas juntos?

- Claro que hacemos cosas juntos – me quejaba – vamos al cine, a cenar, a la playa, ...

- ¿y? ¿no habláis? – negué, sin saber bien que responder a aquello - ¿no habláis? – repitió.

- No mucho, no tenemos mucho que decirnos – contesté.

- Se pasa la semana fuera de casa, apenas le ves, y llega el fin de semana y ... ¿no tiene nada que decirte?

- Yo tampoco lo entiendo, pero es así. Él dice que estamos bien, que sólo es una etapa, que tengo que tener paciencia – me quejaba, cada vez más molesta con todo aquello, cansándome incluso de mantenerme a flote - ¿podemos volver? Me duelen las piernas – asintió, y nadamos un poco, de vuelta a la zona que no cubría.

- ¿te dice que te quiere alguna vez? – preguntó, de nuevo volviendo a ese tema.

- Claro que me lo dice – me quejé, pensando en ello detenidamente, al mismo tiempo que él insistía.

- ¿Cuándo fue la última vez que te lo dijo?

- Una semana antes de irse – aseguré – la última vez que follamos.

- Espera, espera – me detuvo, acercándose un poco más a mí, pero sin tocarme aún - ¿sólo te dice qué te quiere cuando folláis?

- No siempre, a veces también lo dice en otros momentos – contesté, molesta porque estuviese insistiendo tanto en aquello – Hugo, ¿podemos dejar-

- ¿y tú? ¿sueles decirle que le quieres? – insistió. Asentí, tragando saliva, algo incómoda.

- Se lo digo más veces que él – contesté – y no sólo follando.

- Eres una romántica en el fondo ¿no? – sonreí, divertida, al fin podríamos cambiar de tema.

- Todas las chicas somos románticas, aunque digan lo contrario, lo que no me gusta nada son las ñoñerías – le dije, haciéndole reír.

- Define ñoñería – pidió.

- Hacer algo obvio delante de mucha gente, por ejemplo.

.

.

No hablamos mucho más sobre ese tema, pues comencé a salpicarle agua, y él me siguió, intentando alcanzarme, hasta que lo consiguió, cogiéndome en brazos, hasta haberme sumergido.

Almorzamos pescado frito en uno de los chiringuitos, frente a la playa, ante las insistentes miradas de todo el mundo. Era normal, él estaba muy bueno, y él opinaba que yo también.

Tenía el pelo muy enredado, incluso algún tirabuzón que hizo que él sonriese, sujetándome el mechón para luego tirar de él hacia abajo, soltándolo, observando como volvía a su posición original.

- Se me riza un poco el pelo con el agua del mar – le dije, para luego devorar las fresas que me había pedido de postre.

- Sólo por curiosidad – comenzó, dejando la cascara de melón en su plato, observándome con detenimiento - ¿vas a lamer tus dedos cuándo termines? – reí ante aquello – Eres más sexy de lo que piensas, Blanca.

- Lo hice sin darme cuenta – me quejé, como defensa. Cogí una servilleta y limpié mis manos, evitando lamerlos, para luego volver a prestar mi atención a la siguiente fresa. Estaban deliciosas. Me terminé la última, lamiéndome el dedo gordo, al verlo manchado, sin tan siquiera percatarme de ello, mientras él me observaba, con detenimiento – perdón – dije en cuanto me di cuenta, agarrando otra servilleta, para limpiar el resto de mis dedos.

- Lo dicho, eres demasiado sexy – admitió, mientras yo negaba con la cabeza, sin poder creerle, bajando la mirada un momento – vamos a tomar el sol otro rato.

- Voy a bañarme primero – aseguré. La cuenta del restaurante ya estaba pagada, le invité yo, a pesar de que él no quería. Pero me invitó él la última vez a las copas en la discoteca de Sevilla, y no me dejó poner nada de gasolina. Así que era lo mínimo, ¿no? – Hace calor.

Volví al agua, él sólo se tumbó boca arriba a tomar el sol, y cuando volví me tumbé boca abajo en la toalla, ante su atenta mirada.

- Pensé que ibas a llenarme de agua en cuanto volvieses – bromeó. Negué con la cabeza, en señal de que no era tan mala. Agarré el teléfono y comencé a mirar las notificaciones del móvil, en un momento estaba absorta en la lectura de los comentarios que me habían escrito en algunas de mis historias de wattpad.

Pasamos el resto de la tarde allí tirados, charlando, tomando el sol y tomando regaliz, hasta que a las siete de la tarde el propuso irnos a dar una vuelta.

Nos duchamos en las duchas, primero lo hice yo, y luego él, porque la otra ducha estaba estropeada, y ... ¡Dios! Tuve que luchar conmigo misma para no quedarme mirándole y babear, estaba tremendo.

Caminamos al coche, agarró las bolsas con la muda y miró hacia mí.

- ¿Prefieres cambiarte a la antigua usanza, con la toalla? ¿o aún me tienes miedo?

- No pasa nada, Hugo – le dije – podemos cambiarnos dentro del coche, echa la capota y listo.

- Me gusta como piensas – bromeó – pero no quiero llenar de agua la tapicería del coche de Isaac.

- Vale – acepté, admirando como él cogía su toalla, que era la más amplia de las dos, y me rodeaba con ella, para luego ladear la cabeza, algo incómodo – sujétala bien – pedí, para luego bajarme las bragas, y desabrocharme la parte de arriba, dejando que esta también cayese al suelo. La gente seguía mirándonos, pero no era por mí, si no, por él. Él sabía que estaba desnuda debajo de la toalla, pues no dejaba de mirar al suelo, justo donde estaba mi bikini. Agarré la bolsa de encima del capó, busqué el sujetador y me lo coloqué, luego el vestido de flores, de tirantes que me llegaba por la rodilla, y colocármelo.

- ¿Y las bragas? – preguntó con incredulidad - ¿o es que te gusta salir sin bragas por ahí? – insistió, divertido, haciéndome sonreír, tenuemente. Me gire, observándole detrás de mí, mientras mi cabello se me pegaba a la cara. Levanté las manos, ante su atenta mirada, y me cogí un moño alto, alejando mi cabello de mi piel. Tragó saliva, y entonces respondí, pero no con palabras. Cogí las bragas de dentro de la bolsa, me agaché y me coloqué las coloqué, ante su atenta mirada – Unas bragas de transparencias, luego dices que no eres sexy.

- Transpira mejor – contesté, en mi defensa – ahora es tu turno.

Agarré la toalla y la puse alrededor de su cintura, pero él agarró mis manos, quitándome la toalla, se la atoró con un nudo, y luego se quitó el bañador él solito.

- Yo no necesito ayuda, Blanca – aseguró, para luego coger los calzoncillos negros de la bolsa y colocárselos debajo de la toalla, con soltura. Sacó entonces los pantalones, apoyándose en el coche para colocárselos. Se quitó la toalla, y se los abrochó con calma, mientras yo miraba a otra parte, algo incómoda. Agarró la camiseta blanca de la bolsa y se la colocó, para luego mirar hacia mí - ¿nos vamos? – asentí, en señal de que estaba lista.

A las ocho y media llegamos al bar, había música y fiesta ibicenca, yo no sabía nada, así que no llevaba nada blanco, pero él sí, por lo que se le veía de lejos con las luces ultra violetas.

- Voy a ir a saludar a un colega – aseguró, mientras yo me adentraba entre la multitud, completamente sola, sintiendo mi cabello aleonado en mi cara.

- Hugo, tío – saludó su amigo, con un abrazo a este - ¡Cuánto tiempo! ¿Cómo estás? ¿Óscar ya salió de la trena?

- Si, hace ya un mes que está conmigo – aseguró – Isaac me ha pedido que te traiga esto – le dijo, sacando de su bolsillo un sobre blanco con dinero, que el otro aceptó.

- ¿Sigues haciendo trabajos para él? – quiso saber.

- Ya no, hace tiempo que lo dejé – declaró – no quiero volver a saber nada de esa mierda – miró hacia la pista, justo dónde yo bailaba, dejándome llevar por el ritmo suave de la canción de Morat.

- ¿Quién es? – preguntó, mientras él otro negaba con la cabeza - ¿te has echado novia?

- Es una amiga – le cortó él, para luego caminar hacia mí, acariciándome el brazo, haciendo que me detuviese, y me quedase muy quieta, entrelazando su mano con la mía después.

Me di la vuelta y miré hacia él, me agarró de la cintura y me atrajo hasta él, bailando aquel reguetón lento que acababa de comenzar, mientras yo apoyaba mis manos en su pecho, arrepintiéndome en cuanto mis dedos palparon este. Miré hacia ese punto, la camiseta le quedaba tan apretada, que podía ver perfectamente cada detalle.

- Una copa – dije de pronto, con el corazón acelerado – debería de pedirme una copa – ni siquiera me escuchó, tan sólo apoyo su frente sobre la mía, mirando hacia mi boca, mientras yo aferraba mis manos a su camiseta, levantando la vista poco a poco, hasta toparme con sus apetitosos labios.

Mordí los míos, para luego sentir su nariz, acariciando la mía, cada vez más cerca. Cerré los ojos, porque no podía ver lo que sucedería, a pesar de que no quería irme a ninguna parte, quería seguir allí, con él.

Mi corazón iba a salírseme del pecho, me sentí por un momento como los dibujitos de ese conejo que comía zanahoria, que veía de niña. Aquella sensación seguía embargándome, se extendía por cada rincón de mi piel. Era una sensación cálida que me encantaba.

No hicimos nada, ambos sabíamos que no podíamos, simplemente nos gustaba la sensación que sentíamos cuando estábamos juntos. Ni siquiera sabía cómo acabaría aquello, pero nos provocábamos mutuamente, sin atrevernos a más. En algún momento arderíamos en el infierno, eso lo sabía bien, porque era imposible no hacerlo.

Las canciones eran demasiado, ya podrían volver a poner algo de Morat, y no aquel reguetón, que nos incitaba a tanto.

Apoyé mi mano derecha en su cuello y mi brazo en su hombro, mientras él acariciaba mi mejilla con su nariz, llegando hasta mi oído, haciendo justo lo mismo, respirando con su boca justo en ese punto. Me mordí el labio inferior, con fuerza, pues me estaba haciendo sentir mucho con todo eso.

Casi le hice una alabanza al dj cuando puso una canción de Beret, y ambos nos separamos. Me agarró de la mano y tiró de mí hacia la barra.

Me sentía como mantequilla junto a él, su roce en mi piel, incluso en mi mano, me hacía derretirme como el chocolate. Y eso era malo, era perfectamente consciente de ello, porque yo tenía novio.

- ¿Qué quieres? – preguntó, haciéndome salir de mis pensamientos, mirándome con calma, haciendo que me diese cuenta de que estábamos en la barra, y el camarero miraba hacia nosotros.

- Una cerveza – pedí, él asintió, y miró hacia el tipo, para pedirle nuestras bebidas, sin soltar mi mano aún, mientras yo me fijaba en ella, en la forma en la que sus dedos se aferraban a los míos, incapaz de separarlos.

Me pasó la cerveza, y me la bebí entera, entre la sed y el calor que sentía dentro en aquel momento, no pude evitarlo. Él rompió a reír, mientras yo dejaba la cerveza sobre la barra, y le hacía una señal al camarero para que me pusiese otra, sintiendo su respiración a mis espaldas, acercarse a mi oído.

- ¿te pongo nerviosa? – preguntó, poniéndome los pelos de punta, por allí por donde la respiración de su boca pasaba.

- No – mentí, dándome la vuelta para mirarle, haciendo que él se echase un poco hacia atrás – sólo hace calor – aseguré, mientras él levantaba una mano, agarrando la cerveza que el camarero acababa de traerme y me la pasaba, reparando luego en mí.

Tiró de mi mano hacia la pista, haciendo que me diese cuenta de que aún tenía su mano entrelazada a la mía.

Sonaba una canción de Morat cuando empezamos a bailar, de nuevo, despreocupados, con tan sólo nuestros dedos de una mano entrelazados, sin acercarnos demasiado. Me reí mucho con él haciendo el tonto por un rato, y luego tan sólo sonreí. Él era increíble, no sólo era guapo y tenía un cuerpo de escándalo, además era más divertido y bromista de lo que la gente podía llegar a pensar.

Saltaba, dejándome llevar por la canción, cantando el estribillo.

- "¿a dónde vamos? Aunque la historia no estaba prevista, y aunque la gente a veces se resista, somos la prueba de que existe amor a primera vista" – me encantaba aquella canción, era súper animada.

La canción terminó y empezó una de Abraham Mateo, él no soltó mi mano, al contrario, tiró de ella para guiarme y seguir bailando conmigo. Le sonreí, divertida, observando como él también lo hacía, como si tuviésemos una conexión o algo. Me sentía bien, era demasiado agradable estar con él. Me encantaba.

Esa canción también era agradable para bailarla con él. Me di la vuelta para soltarme y dar un par de vueltas, pero tiró de mí, haciendo que me enroscase sobre mi propio cuerpo, hasta que mi espalda chocó contra su pecho.

¡Oh Por Dios! Iba a darme un maldito infarto.

Meció mi cintura con su mano libre, mientras yo me dejaba llevar por el ritmo de la canción, para luego voltear la cabeza, y observarle, a escasos centímetros de mi rostro, sonriéndome con calma.

Tiró de mi mano, dándome la vuelta, para luego seguir bailando esa canción él uno frente al otro, escuchando los últimos acordes.

- Uh, me encanta esta canción – aseguró una chica, era de Feid y Justin Quiles, era bonita. Un reguetón lento precioso. Él la cantaba, parecía sabérsela a la perfección.

Agarró mi cintura, soltando mi mano, atrayéndome a él. Enrosqué mis brazos a su cuello, y me atreví a bailar aquella bonita canción junto a él.

- "Te pido por fa no te vayas, quédate conmigo. Perdí la cuenta de los días que no te he comido. Me tienes como un loco buscándote, no te consigo. A ninguna quiero tocar por estar contigo..." – eso decía el estribillo, pero el ritmo me encantaba. Supe en seguida que esa canción se convertiría en una de mis favoritas, y no sólo porque era preciosa, sino por la forma en el que él la cantaba, con esa voz tan sexy.

Imaginaos cómo me sentía, escuchando aquella canción tan cerca, siendo cantada por él, incluso tuve que tragar saliva varias veces, a pesar de que no podía hacer desaparecer esa sequedad de mi garganta.

- Sí me lo pides así, con esa voz, me quedo – bromeé, haciéndole reír, escondiendo su cabeza en mi cuello, acariciando mi piel con su nariz, para luego volver a mirarme, con una sonrisa en su rostro, justo cuando la canción de Camilo comenzaba – Me encanta esta canción – aseguré, para luego comenzar a cantar, mientras nos separábamos – "Eran pasadas las doce, no me dijiste tu nombre, pero recuerdo que te conocí" – él cantó una parte de la canción, junto a mí – "Yo sé que tú, te mueres por mí, ¿por qué no me diste tu celular cuando te lo pedí?"

Nos reímos a carcajadas, para luego mirarnos, justo cuando la canción hablaba sobre temblar al mirarse. Justo era cierto, temblaba cuando él me miraba, y en aquel momento también soñaba con sus besos, aunque estuviese terriblemente mal.

Fue especial, bailar con él, cantar con él, nuestras miradas, nuestros roces... La playa estuvo bien, pero lo que vino a continuación estuvo mucho mejor.

La canción terminó, y empezó una de Arcángel, que me pareció muy bonita, hablaba sobre una chica que tenía novio, pero estaba tonteando con otro, justo lo que estaba yo haciendo con él.

¿No sabéis de esas veces en la que todas las canciones que escucháis sentís que de alguna manera están definiendo una parte de vuestra vida? Pues era justo lo que me estaba sucediendo en ese momento.

La forma en la que bailábamos, la complicidad que había entre ambos, nuestras miradas, nuestros toques, los pasos, ... todo eso me encantó. No lograba entender cómo podíamos tener esa conexión de aquella manera cuando bailábamos, era cómo si perteneciésemos al mismo todo, como si fuésemos una sola cosa cuando estábamos juntos.

Él sabía perfectamente cuál iba a ser mi siguiente movimiento incluso antes de que yo lo diese, estaba allí, esperándolo, complementándolo con uno suyo. Así de perfecto era estar con él.

Una canción de Cotti, Julieta Venegas y Paulina Rubio comenzó, una que me encantaba. Se titulaba, nada de esto fue un error, seguro que la conocéis.

Me hizo reír, mientras él me cogía de la mano y me guiaba, en pasos libres, cantando el estribillo, como dos locos, sin dejar de reír a cada rato. Nos sabíamos la canción entera, es una canción antigua, así que diré eso en mi defensa.

Y con esa bonita canción me despido, hasta el próximo capítulo, muchas gracias por leerme. Un beso, y nos vemos pronto.


https://youtu.be/snFtbbMj4Pg

¿Qué os ha parecido el capítulo?

Espero que os haya gustado :D

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