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Capítulo 34 - Un cumpleaños diferente.


Aquí el capítulo de hoy, espero que les guste, es súper divertido a mi parecer :D

Caí rendida esa noche, bueno... más bien esa mañana, porque eran las siete de la mañana cuando llegamos a casa, y entre que nos desmaquillamos y todo... dieron casi las ocho.

Cuando me desperté se escuchaba mucho jaleo en el salón, así que salí, observando allí a los chicos.

- Venga, dormilona – me llamó Óscar – ponte el bañador que nos vamos a la playa. El último día de playa del verano.

- Vamos, tío, no exageres – le cortaba Sergio – seguro que sigue haciendo buen tiempo durante toda la semana.

- ¿Qué hora es? – pregunté a Marisa, quitándole un par de uvas de las que estaba desayunando, metiéndolas en mi boca.

- Las 1.30 – aclaró, con dificultad, pues tenía la boca llena de comida – deberíamos comer ya, antes de ir a la playa, ¿no?

- Sí que tiene razón la chispas – añadía Isaac. Me di cuenta en ese momento de que mi amiga le miraba con cara de pocos amigos, y yo no lograba entender por qué. ¿Se habían peleado?

- ¿La Chispas? ¿Por qué la llamas así? – quise saber.

- Porque echa chispas cuando se enfada – contestó. Sí. Se habían peleado.

Comimos unos sándwiches de salmón con queso que mi chico nos preparó, estaban deliciosos, no tengo ni que decirlo. Y luego nos fuimos a la playa. Fue agradable, pasar el día todos juntos.

Los amigos de Marisa se marcharon después de ducharse, nosotros seguimos disfrutando del día, en la piscina, hasta cerca de las nueve de la noche.

Hugo y yo nos duchamos juntos, en las duchas de fuera, mientras Marisa hablaba con Isaac, un poco apartados del resto.

- ¿De qué crees que estarán hablando? – pregunté hacia Hugo, él se encogió de hombros, y luego beso mi frente – No quiero que tu amigo le haga daño, ella se encariña pronto con los chicos.

- Eso es algo entre ellos, Blanca – me dijo, cerrando con la mano el grifo, agarrando la toalla del alfeizar de la ventana del baño – ven aquí – me llamó, abriendo la toalla, para luego abrazarme con ella, por detrás.

- ¿Te quedas esta noche? – pregunté, él negó, sorprendiéndome, pues pensé que lo haría - ¿Es porque se queda Marisa? – insistí, él volvió a negar.

- Mañana trabajas, quiero que estés a full en el trabajo. Nosotros podemos vernos luego – asentí.

- ¿Vendrás a recogerme? – volvió a negar. Pero ... ¿qué le pasaba hoy? Que no dejaba de decirme que no a todo - ¿por qué no?

- Tengo que ayudar a mi hermano con el bar.

Lo entendía, no creáis que no, pero me cabreaba, sobre todo porque yo me moría por estar con él, por volver a hacerle el amor. Le añoraba, mi cuerpo lo hacía.

- Tíos – comenzó Isaac, haciendo que todos mirásemos hacia él - ¿nos vamos ya? Ya casi es la hora de comer.

Se marcharon. Marisa y yo nos quedamos solas, ella no habló mucho durante la cena y nos marchamos pronto a dormir.

Al día siguiente, cuando me fui a trabajar, aún dormía. Y para cuando volví ya se había ido, dejándome una nota en el salón, así que no pude saber sobre Isaac.

Susana me envió un mensaje, justo cuando terminaba de recoger la cocina, después de comer.

.-.

Susana:

Preciosa mía, no te olvides que el 6 de octubre es la boda, tráete al bombón y así nos lo presentas oficialmente, que el día en que salimos de fiesta desapareciste con él, y no te volvimos a ver, cabrona.

Yo:

No me acuerdo de nada sobre esa noche, tía. Puta amnesia post borrachera.

Susana:

Por cierto, ¿sabes quién ha vuelto a la ciudad?

Juan Carlos, tía. Me lo ha dicho tu hermano.

Yo:

¿Y eso? Pensé que se quedaría aquí.

Susana:

Ni idea. Tu hermano se lo encontró en la tienda y estuvieron hablando, pero a mí no me ha contado mucho, ya sabes lo mucho que él odia los cotilleos.

Tu prima por el contrario... es la reina del drama.

Yo:

Total.

.-.

La semana pasó sin altibajos, apenas la vi, aunque hablamos por teléfono, pero me tenía frita con la reforma en el bar de su hermano.

El viernes llegó a mi casa, con los 3 mosqueteros, entrando en mi casa, sin darme cuartel, obligándome a hacer la maleta, porque nos íbamos de viaje improvisado. ¿A qué venía aquello? No lograba entenderlo.

Nos fuimos los 5 por ahí, conducía él, mientras el resto cantaba reguetón a pleno pulmón, ignorando mis preguntas sobre a dónde íbamos.

A las cinco horas de viaje ya empecé a sospechar. Pero me desesperé a las diez de la noche, y me quedé dormida, justo después de comerme el bocadillo de atún que me habían preparado. Ni siquiera querían parar para no estropear la sorpresa. Habían pensado en todo, los muy cabrones.

Cuando desperté el sábado, estaba en una cama, en una habitación que no reconocía en lo absoluto. Hugo dormía a mi lado, haciéndome sonreír, como una idiota. Estaba guapísimo.

Me levanté de la cama, me refregué los ojos, y salí al salón. Reconocí la casa en seguida, era la misma en la que ellos se quedaron aquella vez cuando vinieron a verme a Valencia.

Espera un momento.

Me asomé a la terraza, quedándome perpleja. Estábamos en Valencia.

¡Ahhhh!

No podía creérmelo.

No cabía en sí de felicidad, me habían traído a Valencia, y sabía perfectamente por qué era. Él quería que pasara mi cumpleaños con mi familia, sabía cuánto los añoraba y lo importante que eran para mí.

¿Era o no era un novio diez? Por mucho que dijese que no había tenido novia nunca y que no sabía ser uno. ¿Qué pensáis vosotros?

Estaba igual de loco que yo. ¿Cómo no iba a estar enamorada de él?

¿Enamorada?

¿Acabo de decir enamorada?

¡Joder! ¿A tanto llegaba ya? Pero... sí ni siquiera había pasado demasiado tiempo.

Sentí unos pasos justo detrás, era él. Me abrazó por detrás, besándome en la mejilla, para luego mirar hacia la ciudad que teníamos delante.

- ¿Qué te ha parecido la sorpresa? – preguntó, mientras yo me daba la vuelta, y le abrazaba, pegando un pequeño gritito de euforia – veo que he acertado ¿no?

- Me encanta, Hugo – aseguré, separándome, apoyando mis manos en su rostro, con una enorme sonrisa que él compartía conmigo – es el mejor regalo de cumpleaños que podías haberme hecho jamás.

- Este no es tu regalo – me contradijo – ni siquiera puedes imaginarlo aún, pero te va a gustar.

- Gracias – le dije, volviendo a abrazarle, mientras él reía – muchas gracias por todo, por aparecerte en mi vida, por fijarte en mí, por quererme, por todo esto...

- No tienes que darme las gracias, Blanca – insistió, mientras yo me separaba y volvía a mirarle. Estaba feliz, no podía evitarlo – te quiero – le besé entonces, dejándome llevar por aquello, por el momento, hasta que él interrumpió el beso - ¡Dios, ni siquiera puedes imaginarte cuánto te quiero!

- Y yo a ti – contesté, volviendo a besarle.

- Romeo y Julieta ya están despiertos – bromeó Sergio, haciéndonos reír, interrumpiendo el beso - ¿qué te ha parecido la sorpresa?

- Me ha encantado – aseguré, aceptando la mano de mi novio, para volver al interior de la casa.

Me senté sobre la encimera de la cocina, cogiendo un par de galletas de avena para desayunar, mientras Hugo preparaba una macedonia de frutas y las repartía en dos boles, uno para cada uno. Él siempre ha sido demasiado naturista a la hora de elegir la comida que ingerir.

Puso el mío en mi mano, y se sentó en el taburete, justo en frente de mí, mientras yo probaba aquel mejunje. Estaba rico, tenía un poco de frutos rojos, naranjas y plátano, yogurt y semillas.

- Está muy bueno – aseguré, haciéndole sonreír. Apoyé los pies sobre sus rodillas, y ambos seguimos disfrutando del desayuno, hasta que Óscar llegó a la cocina.

- ¿Eso qué es? – preguntó, mientras yo se lo mostraba y le hacía una seña para que lo probase - ¿alpiste? No, gracias

- Está rico – insistí, pero él abrió la despensa y cogió un paquete de donuts de chocolate que habían comprado en la gasolinera la noche anterior, al igual que el resto de las cosas con las que Hugo había cocinado ese delicioso desayuno, a excepción de las semillas, que se las trajo directamente desde casa.

Dejamos los boles vacíos sobre la encimera, y nos miramos, con una sonrisa en nuestros rostros, sintiendo su mano sobre mi pierna, fijándome en ese punto. Me mordí el labio en cuanto comenzó a subirla hacia arriba, estremeciéndome.

- Dejaros de juegos – se quejó Óscar, que aún seguía allí, haciéndome reír, como una tonta – aún tenemos que ir a eso que ya sabes – le dijo a su hermano, siguiendo con el secretismo.

- ¿Por qué seguís así? – me quejé, mirándolos, molesta - ¿Estáis en una misión secreta o algo?

- Se le podría llamar así – aseguró Hugo, para luego ponerse en pie y ayudarme a bajar de la encimera.

Aquel día hacía frío, había refrescado bastante, parecía que iba a ponerse a llover en cualquier momento. Ya lo había previsto, pues el tiempo estaba loco últimamente. Me puse una falda de media pierna y una camiseta de mangas largas para salir a la calle, con un gorro marrón que adoraba. Lo había usado poco aquel verano.

Fuimos al puerto a dar una vuelta, incluso nos hicimos fotos en el club náutico. Justo caminábamos por el paseo cuando vi a Hugo entrar en una tienda.

¡Oh no!

¡Oh mierda!

¿Acababa de entrar en la tienda de mi hermano?

Salió con él, tan amigos, sin dejar de reír, reparando entonces en el resto de nosotros.

- ¿Qué pasa, enana? – me llamó, sonreí, como una niña, y corrí hacia él, para luego abrazarle, con fuerza, justo como solíamos saludarnos él y yo. Era mi hermano pequeño, pero desde siempre me decía enana, quizás porque cuando creció se puso enorme, y parecía casi un armario empotrado. Nos soltamos, y saludó al resto de personas, chocándose las manos - ¿Qué pasa, chavales? Hugo ya me ha hablado de vosotros – justo iban a presentarse cuando María le llamó, desde dentro – esperarse, que tengo clientes, ahora vuelvo.

- ¡Venga ya! ¿Qué vende tablas de surf? ¡Qué puta pasada, chaval! – comenzó Óscar, asomándose, entrando en la tienda seguido de los otros dos.

- ¿Qué te traes con mi hermano? – pregunté cuando nos quedamos a solas. Él puso cara de no haber roto un plato.

- ¿Yo? Nada.

- Eres un tramposo – me quejé, haciéndole reír.

- Pero pasad – salió mi hermano, haciéndonos señas con las manos para que entrásemos al local – no os quedéis en la puerta.

- ¿Queréis un poco de cerveza? – preguntó mi cuñada, reparando luego en Hugo y en mí – Blanca – me abrazó, con fuerza. Ella me quería mucho, era normal, cuando vino a la familia yo fui la única que la apoyé, a parte de mi hermano, a abrir la tienda. Le presté todos mis ahorros para que comenzase con aquel proyecto, y me los devolvió más tarde, eso ni lo dudéis - ¿Cuándo has llegado?

- Al parecer anoche, estos me han hecho el lío – me quejé, encogiéndome de hombros – estoy aquí en una misión secreta, parece – ellos rompieron a reír, incluso mi hermano lo hizo.

- ¿Queréis una cerveza? – preguntaba mi hermano, haciendo que todos mirasen hacia él, sin comprender. Abrió la puerta de la trastienda y les invitó a entrar. Tenía allí montado todo un laboratorio con barriles y otros chismes – cosecha propia.

- Probémosla – lanzó Sergio.

Mi hermano era tan polifacético como yo, eso ya lo habréis deducido ¿no? Pues en sus ratos libres, además de ser un fanático del surf, dar clases de vez en cuando, plantar maría y escuchar música hippie, también le flipaba hacer cerveza.

Él era así, siempre entretenido con algo.

Los chicos compraron una tabla cada uno, por lo que mi hermano estaba altamente encantado, les regaló la cera para cuidar la tabla y la funda para que pudiesen llevársela.

- ¿y qué os ha traído hasta aquí? – preguntaba María, mientras mi hermano y Hugo hablaban con un secretismo bastante sospechoso - ¿Blanca? – llamó mi atención.

- Pues no tengo ni idea, estos no sueltan prenda – me quejé.

- ¿No le has dicho nada a tus padres?

- Bueno, ¿nos vamos o qué? – se quejó Isaac, haciéndose notar.

- Sí, ya nos vamos. Ha sido un placer volver a veros – aseguraba, nos despedimos y salimos de la tienda.

- Venga, Hugo, nos vemos luego – dijo, mientras yo me quedaba de nuevo en plan... ¿perdona?

- ¿Luego? – pregunté hacia Hugo - ¿cómo que luego?

- No seas tan preguntona y déjate llevar.

Fuimos a almorzar a un restaurante del centro, no recuerdo su nombre, si no os lo pondría, y luego nos fuimos de sesión de fotos parque de la Albufera, porque novio opinaba que había que seguir creando recuerdos.

Me reí mucho aquella tarde, y a eso de las ocho nos marchamos a la casa. Nos detuvimos en la puerta, pero no entramos, él me besó en la mejilla, sacando del maletero del coche un pañuelo.

- ¿Qué...? – comencé.

- No digas nada – pidió, para luego colocarme el pañuelo en los ojos, anudándomelo detrás, para que no pudiese ver nada – confía en mí – instó.

Agarró mi mano y caminamos calle abajo, doblando a la derecha, saliendo al paseo. Lo conocía bien, a pesar de que no podía verlo, era mi casa, mi hogar. Así que cuando torcimos a la izquierda, y subimos la calle, ya sabía exactamente a dónde íbamos. Atravesamos la puerta, y escuché pasos, ruidos varios, murmullos y hasta gritos de dolor de alguien que se había dado algún golpe, haciéndome reír, divertida.

Hugo se puso justo detrás de mí, quitándome la venda.

Cuando abrí los ojos quería gritar de alegría.

- ¡SORPRESA! – Gritaron todos. Yo no podía dejar de sonreír, de alegría, emocionada de verlos a todos allí. A mis padres, mi abuela, mis primos, mis tíos, mi sobrino Juanito, mis amigas, todas, hasta Marisa, Mou, mi hermano con su novia, sus amigos, y, por supuesto, él.

- ¡Ahhhh! – comencé a gritar, lanzándome contra todos, abrazándolos, uno a uno, con unos llevándome más tiempo que con otros.

No podía dejar de reír, de sonreír, de... era feliz, completamente feliz, porque el hombre más maravilloso del mundo había aparecido en mi vida, porque me había dado el mejor regalo que alguien podía darme para mi cumpleaños, poder celebrarlo con mi familia, con las personas que lo significaban todo para mí.

Los saludé a absolutamente a todos, pero el abrazo con mi hermano fue mucho más intenso, me sentía muy agradecida de que estuviese allí. Siempre estuvimos muy unidos, desde niños, y eso que no teníamos la misma edad, nos llevábamos seis años de diferencia, justo lo que me llevaba con Hugo. Justo acababa de darme cuenta de que tenían la misma edad.

- No lo dejes escapar, Blanca – me dijo, justo cuando nos separásemos – este tío vale la pena. Ha movilizado a todo el mundo para que estuviese aquí, eso no lo hace todo el mundo – asentí, en señal de que tenía razón. En aquel momento sentí un leve cosquilleo en el corazón y mis ojos se llenaron de lágrimas. Era tan feliz, me sentía tan agradecida de que estuviese en mi vida, que quería hasta llorar – Juan Carlos no hizo algo así por ti ni una sola vez en doce años – me recordaba. Rompí a llorar, como una puta magdalena, mientras él limpiaba mis lágrimas – Ey, basta de lágrimas, es un día para disfrutar. Felicidades, enana.

- Bueno ¿cenamos ya o qué? – preguntaba mi abuela, haciéndonos reír a todos.




¿Qué os ha parecido el capítulo?

Me encantan estos chicos!!! Soy muy fan de los 4 fantásticos, y del chico limón y la chica menta.

¿Qué le habrá pasado a Marisa con Isaac? ¿Estáis tan intigrados como lo estoy yo?

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