Capítulo 26 - Acelerar el proceso
Muy buenos días
Me adelanto un día y os traigo el primer capítulo de la semana. Espero que os guste. Ya viene lo bueno. Me encanta Hugo, es tan mono! <3
*Atención Spoliers de la casa de papel xD
¿Por dónde íbamos?
¡Ah sí! Las piscinas naturales, pues sí, estuvimos bañándonos en ellas, pero nada volvió a ser igual entre nosotros después de la noche anterior, lo que había entre nosotros en aquel momento era incluso más de lo que ambos esperábamos en un principio.
Estábamos sentados, en la roca, tomando el sol, justo después de habernos bañado, con él abrazándome por el lado, mientras apoyaba su frente sobre la mía.
Besó mis labios, y luego miró hacia el mar, yo hice justo lo mismo, sintiendo aquella agradable brisa en mi rostro, sintiendo como tiraba de mí hacia arriba, metiéndome entre sus piernas, abrazándome por detrás.
- He quedado con unos amigos para luego – me dijo, haciéndome salir de aquella burbuja en la que me encontraba – hace tiempo que no los veo, y había pensado que estaría bien verlos.
- Claro – contesté, sin más – podemos hacer eso, y ya mañana vamos a la playa.
- Exacto. Ir el mismo día a las piscinas y a la playa, no pega mucho – proseguía, para luego mirar hacia la derecha, donde un padre fotografiaba a su hija pequeña, feliz de poder chapotear en aquel lugar - ¿deberíamos hacernos una foto? – preguntó, alargando la mano para sacar su teléfono de mi bolso – Ven aquí – pidió, besándome en la mejilla, levantando el móvil, captando el momento. Me reí, divertida, al darme cuenta de lo que estaba haciendo, mientras el captaba ese momento también – quiero crear esos recuerdos de los que hablamos – me dijo, haciéndome sonreír – y quiero que quede constancia de ello – añadía, miré hacia él, con una mezcla de agradecimiento y empatía. Miró las fotos que había sacado, y luego me las mostró - ¿cuál te gusta más? – preguntó – esta, o esta – señalé la segunda, y él hizo algo sorprendente, algo que nunca jamás imaginé que hiciese, no aún.
Abrió el Instagram y subió la foto, ni siquiera me dejó mirar cuando escribía, quería saber que estaba poniendo de pie de foto, pero él parecía tremendamente intimidado.
- Lo voy a ver igual – me quejé, alargando la mano para coger mi bolso, sacando entonces el móvil – te recuerdo que te tengo agregado a Instagram.
- ¡Mierda! – me hizo reír con su cara de "pillado"
"De vacaciones, pasando unos días en la isla que me vio crecer, el lugar que me define, donde tan buenos momentos he vivido... creando recuerdos con mi chica menta"
Le di a me gusta a su publicación y luego miré hacia él, que no sabía dónde meterse.
- Te quiero – dije, casi sin pensar, dejándome llevar por el momento, por lo que sentía, sin ningún tipo de filtro, haciéndole sonreír, cayendo en la cuenta. Ambos caímos en la cuenta en ese justo instante.
- Y entonces va ella y acelera todo el proceso, de golpe – bromeó. Reí, divertida, porque tenía razón, yo había dicho aquello que los dos sentíamos, aquello que nos negábamos a admitir, aquello que aún era demasiado pronto para sentir.
- Soy demasiado intensa – me quejé, en mi defensa – a veces digo las cosas que siento sin filtro alguno, sin darme cuenta...
- Y es precisamente eso lo que más me gusta de ti – aseguró, haciéndome sonreír
- ¿Tan malo es que lo haya acelerado? – pregunté, dubitativa, mirando hacia él. Negó con la cabeza, completamente en calma.
- No – contestó – ya quedó claro anoche – me calmó – que daba igual si lo acelerábamos o no, porque ya lo sentíamos, ambos sentimos lo mismo, Blanca.
Besó mis labios, dulcemente, y luego miramos juntos hacia el mar, dándonos cuenta de que aquello se había transformado. Ya no éramos solos él y yo, en aquel momento éramos nosotros. Y lo más sorprendente, es que no estábamos ni un poquito asustados.
Cuando volvimos al alojamiento, cogidos de la mano, con una tonta sonrisa en el rostro, parecíamos dos idiotas enamorados, no podíamos dejar de mirarnos, de sonreírnos, sintiendo aquello que nos encantaba, que nos conectaba de forma sobrenatural.
- ¿Con quién te identificas más? – preguntó, refregándome el pelo con jabón, para quitarme la sal – con Estocolmo, con Tokio o con Lisboa – me quedé pensando en ello, con el detrás de mí, aclarándome el cabello, cuidándome como si fuese una niña pequeña, con tanta ternura. Sí, a vuestra pregunta que no podéis hacerme porque no estamos en la misma habitación, nos duchábamos juntos.
- Con Estocolmo – contesté. Él estaba esperando mi respuesta, pero tardó en llegar, porque tuvimos que cerrar el grifo, ponerlos el albornoz y salir de la ducha antes de que eso llegase – también soy secretaria como ella, aunque en vez de en la casa de la moneda, yo trabajo en un banco – aclaré, mientras me secaba el cabello con la toalla, logrando que quedase algo ondulado.
- Entonces ¿dónde entro yo? – preguntó – Estás cambiando el guion, porque en vez de fijarte en el atracador del banco, te has ido a fijar en el camarero estríper – reí a carcajadas, divertida, mientras él se echaba la crema en la cara, era un tío que se cuidaba, ¿qué os pensáis? – Deberías ser Tokio.
- Yo no soy como Tokio – me quejé, aclarándole los hechos – Tu ex novia Sara es como Tokio – pensó en ello un momento, y entonces asintió, al darse cuenta de que tenía razón, Sara y Tokio eran muy impulsivas e indomables – Yo soy como Estocolmo, muy pacífica, con don de gentes, con mundo, toda una señora en la calle y un verdadero torbellino en la intimidad.
- En eso estoy de acuerdo – apoyó, agarrándome de la cintura, justo cuando me echaba la crema del pelo, esparciéndola con los dedos. Besó mis labios, y luego siguió acicalándose
Claro que, si no habéis visto la casa de papel, esta conversación no la entenderéis. Pero era muy nuestra, tenía que compartirla con vosotros.
Cuando llegamos al bar, él soltó mi mano, pero no porque se sintiese avergonzado o algo, sólo fue para saludar a sus colegas, chocando manos con unos y con otros. Eran tres chicos y dos chicas.
- Hugo – le llamó el de las rastas, dándole un medio abrazo de colega, para luego mirar hacia mí - ¿de qué me suena? – preguntó, para luego mirar hacia él, dándole un codazo – Ah ya, pero si es la chica menta de la foto de esta mañana – ambos reímos, divertidos.
- Hugo con novia – añadió una chica, con el pelo rizado, que le llegaba hasta los glúteos, dándole un par de besos, para luego cogerse a los hombros de aquellos dos – nunca pensé que viviría para ver esto – él estalló a carcajadas, sin tan siquiera desmentirlo.
- ¿Podemos saber el nombre de la chica menta? – preguntó la otra chica, con el cabello rapado, por un lado, mientras por el otro lo tenía en plan coreano del kpop teñido de colores, como si fuese un maldito arcoíris.
- Blanca – contestó él, sin más, mientras ellos se presentaban y me saludaban amablemente. La chica del arcoíris era Ruth, la del pelo rizado Silvia, el chico moreno era Osir, el del cabello rubio Micky y el de las rastas Ángel, pero de cariño le decían Gito, aseguraba que le venía de niño, de Angelito.
- Y yo tengo una pregunta – comenzó Osir, con un acento de la isla muy marcado – Chica menta... ¿por qué?
- Porque le gustan los helados de menta – contestó él, haciendo que él asintiese, divertido.
- Vaya dos – añadía Gito – el chico limón y la chica menta – todos nos reímos de su gracia, lo cierto es que lo era, muy gracioso.
- ¿Y dónde os conocisteis? – quiso saber Ruth - ¡No me lo digas! ¡No me lo digas! Ella también baila en la discoteca contigo.
- Con ese cuerpazo no me sorprendería – añadía Micky, haciéndome reír, mientras negaba, con la cabeza.
- ¡Qué va! – respondía él – Trabaja en el banco, secretaria del director – aseguraba, dejándolos a todos bastante sorprendidos – nos conocimos en el hospital – añadía – ella por haber detenido una bala que iba a darle a un policía y yo porque mi hermano es un gracioso y por poco no me rompe el brazo.
- ¿En serio? – preguntó Silvia, sin dar crédito - ¿paraste una bala? ¡Joder, es como una heroína de película! – todos volvimos a reir.
Fue una tarde de lo más agradable, hablaron de muchas cosas entre ellos, sobre todo de sus días en la isla, de cómo a Hugo le encantaba escaparse de casa para irse a conquistar a alguna chica, que era un ligón empedernido y que le encantaba jugar con unas y con otras. Yo ya sabía todo eso, le conocía bien, ¿recordáis? Pero se suponía que lo que había entre nosotros era diferente.
Luego hablaron un rato conmigo, se interesaron por mi vida, y les conté que yo era valenciana, pero que por trabajo me fui a vivir a Punta y que allí le conocí. También le conté que él había conocido ya a mis padres, y todos se sorprendieron cuando aseguré que vino a verme haciendo ocho horas de viaje. Era una puta locura, ni yo misma sabía cómo podía haberlo hecho. Sí, bueno, me hacía una idea. Él estaba loco por mí, ¿no es cierto?
.
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Fue una gran tarde, y él aseguro que les caí muy bien, que parecían adorarme por el simple hecho de haberme cazado. Me reí mucho con sus comentarios, os lo aseguro.
Estar con él me hacía sentir bien, me sentía como en una nube todo el tiempo.
Dormimos abrazados, pero no hicimos nada, ambos estábamos agotados después del palizón que nos pegamos en la mañana, nadando en la piscina, como dos locos.
Y al día siguiente fuimos a la playa, me aseguró que iríamos a las discotecas el jueves, para que las conociese, ya que el viernes teníamos que irnos por la tarde.
- Hay una que es una puta pasada – aseguraba, emocionado. Lo vivía, él era así, le encantaba la idea de enseñarme la isla, cada maldito lugar que él conociese, como si fuese algo mágico, algo nuestro, como si se estuviese tomando en serio lo de crear recuerdos – te va a encantar, y mañana podemos ir a la laguna, ese lugar es lo más – proseguía, mientras nos bañábamos, con mis manos apoyadas en sus hombros, sintiendo como las olas nos mecían aquí y allá – lo mejor es ir al atardecer, porque se llena de cormoranes y es realmente digno de ver.
- Me encantas – le dije, porque no quería volver a asustarle al confesarle aquel "te quiero" que me moría por decirle, en aquel justo momento – estás tan entusiasmado con la idea de enseñármelo todo.
- Perdona – se disculpó, dándose cuenta de que era cierto, tanto que apenas me había escuchado hablar por largo rato, pues él era el único que lo hacía, hablándome de todos los lugares a los que quería llevarme – Me he emocionado un poquito – añadió, haciéndome reír – pero es que me encanta que estés aquí, conmigo – añadió, haciendo que mi corazón palpitase, con fuerza, expandiendo ese sentimiento cálido que nos conectaba – quiero que conozcas cada lugar de la isla, quiero enseñártelos todos. Es como si de alguna forma, me estuvieses conociendo a mí.
- Eso me gusta – contesté, dándome cuenta de que había sido super bonito, eso que acababa de decirme – quiero conocer cada parte de ti – sonrió, entusiasmado con la idea, haciendo que sus ojos brillasen de forma especial.
- Vas a hacer que me enamore de ti antes de tiempo – se quejó. Reí, divertida, para luego acariciar nuestros rostros, con la mejilla, haciéndome cosquillas con la barba.
- Ah, pero ... ¿no lo estás ya? – bromeé, haciéndole reír, con más fuerza, echando la cabeza hacia atrás, para luego fijarse en mí, de nuevo.
- Tramposa – me dijo, para luego besar mi mejilla, mi nariz, mis ojos, mi frente y mi boca – siempre corriendo.
- No corro – me quejé, él asintió, con calma.
- No quiero correr – aseguró – contigo no. Quiero que esto dure mucho tiempo – añadió, mientras yo dibujaba una tonta sonrisa en mi boca – quiero tomarme todo el tiempo del mundo, disfrutando, viviendo el momento, para que dure incluso más.
- Por mí no hay problema – contesté – ya te lo dije el otro día, no tengo prisa.
Fue un día especial. Todo el viaje fue especial, a decir verdad.
Caminamos por la orilla cogidos de la mano, nos hicimos fotografías, algunas de ellas las publicó en su Instagram después, tomamos el sol hasta ponernos morenos, nos bañamos muchas más veces, y a la hora de comer nos marchamos a almorzar a un bonito restaurante de la zona. No me dejó pedir, pidió él, y me sorprendió con comida toda vegetal, nada de carne, pero estaba deliciosa.
Volvimos luego a la playa, sin dejar de reír, de bromear y hacer el tonto, tomándonos más fotografías, sentándonos frente a la orilla, observando como los niños jugaban muy cerca de nosotros.
Una niña con un bikini rojo y trenzas morenas jugaba muy cerca, dejó el cubó en un lugar, y cuando volvió la marea se lo llevaba. Hugo se levantó, corrió tras él, y lo agarró, para luego dárselo, haciendo que ella le diese las gracias, y volviese a jugar como si nada. Se sentó detrás de mí, abrazándome por detrás, justo en el momento en el que la niña volvía a poner el cubo en el mismo lugar, levantando la vista entonces hasta Hugo.
- Vigílalo – le pidió, haciéndonos sonreír.
- Yo lo vigilo – admitió él, agarrando el cubo, para que no pudiese irse a ninguna parte, observando como la pequeña asentía, y se marchaba a coger más conchas, volviendo después, con unas cuantas más.
- Aguanta – pidió, esta vez hacia mí, depositando las conchas en mis manos, para luego coger el cubo que Hugo había estado sosteniendo, y marcharse a llenar el cubo de agua, volviendo después.
- ¿Quieres que las eche dentro? – pregunté, admirando como la niña asentía.
- Hay que lavarlas – aseguraba. Dejé caer las conchas en el interior del cubo, mientras la madre de la pequeña la llamaba. Ella agarró el cubo del asa, y caminó con dificultad con él, hasta llegar hasta donde estaba su madre.
Ambos nos miramos, con cierta complicidad, como si el momento cubo y niña hubiese significado algo. Y lo hacía, era una forma más para demostrarnos que éramos iguales, que a ambos nos gustaba lo mismo, que sentíamos lo mismo.
¿Qué os ha parecido el capítulo?
Ya véis, hasta los chicos más rudos pueden ser un verdadero amor, si es con la persona adecuada.
Ya me despido, hasta el domingo, que subiré el siguiente capítulo de la semana :D
Cuídense, y lean. La lectura cultiva mentes.
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