Capítulo 24 - Tenerife.
Hoy os traigo capítulo, porque sí, porque me apetecía y punto, así que ... se podría decir que es un extra. Ya no volveréis a tener hasta el domingo.
Espero que os guste, este capítulo es súper ñoño, pero ya hacía falta, ¿no creeis?
Fue una puta pasada viajar con él a Tenerife, por si os interesa saberlo. Me recogió en casa, al día siguiente, con una sonrisa de oreja a oreja, condujo hacia Sevilla, sin dejar de hacer bromas, con su mano entrelazada a la mía, donde cogimos el avión hasta la isla.
Nos hospedamos en una bonita colmena junto al mar. Sabéis lo que es una colmena, ¿verdad? Es uno de esos lugares que se alquilan por días, todo el edificio entero, de tres plantas, no creáis que tenía más. Él parecía conocer a los dueños, no me extrañó, pues ya había vivido en la ciudad con anterioridad.
- Gracias, Ángela – añadió, cuando la chica del piso de abajo nos dejó unos folletos de la isla sobre la mesa, mientras nos sentábamos en el banco, mirando hacia el mar. Había unas vistas preciosas desde allí. La chica asintió, para luego dejarnos a solas.
Me dejé caer sobre él, apoyando la cabeza en su hombro, cerrando los ojos un momento. Estaba en el paraíso, y no lo digo sólo por encontrarme en la isla. Acarició mi brazo, tras pasar la mano por mi espalda.
Me toqué los brazos, dándome cuenta de que hacía frío, había refrescado.
- Vamos dentro si tienes frío – me dijo, acercando su boca a mi oído, pero yo ni siquiera me inmuté – Blanca.
- Estoy muy bien aquí – le dije, haciéndole sonreír. No dijimos nada durante un momento, me sentía muy bien allí, estaba como en una nube. Me acordé de mis padres, de ese día en casa, de él, de lo bien que les había caído a todos, y me percaté de algo, en lo que ni siquiera pensé con anterioridad – Nunca me has contado sobre tu familia.
- No tengo familia – aseguró, con un deje de melancolía en su voz – sólo estamos Óscar y yo.
- ¿Qué pasó? – indagué.
- Mi padre murió en la mar – respondió, indicándome con ello que era pescador – fue algo muy sonado en Punta, murieron muchos marineros – explicaba, sin dejar de acariciar con un par de dedos mi brazo – mi madre un par de meses después, de una sobredosis de pastillas – me levanté entonces y miré hacia él, sorprendida, porque no lo había esperado en lo absoluto – se ve que no controló bien la dosis de pastillas para dormir, y eso la mató.
- Lo siento – me disculpé, sintiéndome como una idiota al haber hablado sobre ello, haberle hecho hablar al respecto – no sabía...
- No importa – me calmó, para luego tirar de mí hacia atrás, para volver a colocarme sobre su hombro – ni siquiera me acuerdo de ello, Blanca, era muy pequeño, tan sólo tenía siete años.
- ¿Os vinisteis a la isla después? – él asintió, en señal de que estaba en lo cierto.
- Mi hermano nos sacó a ambos de allí, para que no viviese como el pobre Hugo frente a los demás – me explicaba, sin dejar de hacer cosquillas en mi brazo, relajándome por completo. Era tan agradable, con el sol dando por uno de nuestros lados, ambos con las gafas de sol puestas, juntos. Podía haberme quedado dormida de aquella forma, os lo prometo – Estuve aquí muchos años – añadía, tras una breve pausa – y cuando estaba cerca de cumplir los veinte, nos volvimos a casa.
- Empezaste la carrera aquí – descubrí, mientras él asentía – si hubieses seguido aquí... quizás ahora serías un respetado sicólogo – sonrió, divertido, por mis ocurrencias.
- Entonces no nos habríamos conocido – se quejó, me levanté de nuevo, observándole, con detenimiento – mi hermano no me habría tirado la cerveza encima, yo no me habría echado a un lado para esquivarla y no me hubiese dislocado el codo. No habría tenido que ir al hospital, y no te hubiese conocido – recitó, acordándose de ese día. Sonreí, al ver cómo lo proponía, como si conocerme para él fuese algo bueno.
- Nos habríamos conocido – mentí, sabiendo que no había forma posible, pero me aventuré a presuponer – quizás hubiese venido en algún momento, junto a Marisa y te hubiese conocido en alguna discoteca.
- No te habrías fijado en mí – insistió, apoyé la pierna sobre el banco, excitada con el rumbo de aquella conversación. Me gustaba presuponer cómo sucederían las cosas si hubiese sido de otra manera.
- Créeme, me habría fijado – le corté – Es imposible no fijarse en ti – rio, entendiendo lo que quería decir.
- No hablo de eso – se quejó, divertido, negando con la cabeza, para luego entrelazar nuestros dedos, tirando de mi brazo para acercarme a él – ya sabes a qué me refiero – insistía, esperé a que dijese algo más, porque quería escucharlo – no estaríamos aquí juntos, Blanca.
- Sé a lo que te refieres – acepté, asintiendo, para luego volver a colocarme sobre él, en calma – bueno... - comencé – mi familia te adora, les caíste súper bien a todos, así que... puedo compartirlos contigo.
- Hablas como si fuésemos pareja – me dijo, haciéndome caer en la cuenta – ni siquiera sé en qué punto estamos ahora, ni siquiera quiero ponerle nombre a lo que me pasa contigo – aseguró – estar contigo me hace sentir bien, me encanta, pero ...
- No tenemos por qué decidirlo ahora – le detuve, pegándole un codazo, haciéndole sonreír – yo no tengo prisa, Hugo.
No hicimos mucho más, estábamos cansados del viaje, así que cenamos algo en una terraza y nos fuimos a dormir. Caímos rendidos, sin pensar en nada más. Pero... ¿sabéis lo placentero que fue abrir los ojos y encontrarle a mi lado? No podéis ni haceros una idea.
Desayunamos entre besos, sin poder dejar mirarnos y reír, como dos idiotas, y nos enfrentamos al día juntos, disfrutando de la compañía del otro.
Fue especial cada maldito momento con él en esa isla lo fue.
Hicimos turismo, fuimos a ver el árbol milenario del Drago, y compramos pulseras con la semilla de este entrelazada en ellas, una para cada uno. La suya tenía piedras en tono azul, la mía en tono naranja. ¿Por qué? Él lo explicó de la siguiente manera:
- Mi color favorito es el naranja – aseguró, con una sonrisa en el rostro, apretándome la pulsera, sin dejar de mirar hacia ese punto – así que, si tú la llevas, cuando la mires te acordarás de mí.
Mi color favorito era el azul. Por si las dudas. Él era un encanto, ¿qué más os puedo decir?
Luego nos pasamos por el museo de la naturaleza, escuchando las explicaciones que un guía turístico les daba a los guiris al respecto, en inglés. Era una suerte que ambos tuviésemos cultura y supiésemos inglés ¿no? Visitamos el auditorio, no había nada importante en él, pero la arquitectura era digna de ver. Si alguna vez os pasáis por la isla, os la recomiendo totalmente. La plaza de España, donde los divertimos montándonos en las barcas, sobre el lago, cuando nos cansamos de escuchar a los guías turísticos.
Me lo pasé muy bien, me reí mucho con él, haciéndonos bromas, y lanzándonos miradas fugaces, yendo de aquí para allá, hasta que nos detuvimos en un bonito restaurante con motivo de Andalucía, donde degustamos unos montaditos típicos de su tierra.
Nos tomábamos fotografías, en Loro Parque, donde un loro de colores, enorme se nos acercaba a saludar, quitándole la gorra a Hugo, para llevársela volando, mientras yo estallaba a carcajadas.
- Muy bonito, riéndote de las desgracias ajenas – se quejó – ahora te vas a enterar – corrí, huyendo de él, pero me cazó cerca de la guarida de las orcas, agarrándome por detrás, cogiéndome en peso, haciéndome reír con más fuerza.
Terminamos el día viendo a las focas, con un helado de menta, cada uno, disfrutando del espectáculo.
Miró hacia mí, cuando estaba tremendamente cautivada, al ver como Mónica, la foca, recogía la pelota con la nariz y nadaba con ella sin que se le cayese, para pasársela a su monitora.
- ¿Qué? – pregunté al ladear la cabeza, y encontrarle allí, mirándome – Tengo toda la boca manchada de helado ¿a qué sí? – él sonrió, y negó con la cabeza.
- Sólo un poco – añadió, al darse cuenta de que tenía un poco en la comisura del labio, alargando su mano para limpiarlo, lamiéndoselo después – pero no es eso.
- ¿Me vas a decir lo que es? ¿o voy a tener que averiguarlo? – me quejé, haciéndole reír, para luego negar con la cabeza.
- Es una tontería – contestó, para luego volver la vista hacia las focas – olvídalo.
- No voy a olvidarlo hasta que me lo digas – le dije, agarrando su barbilla con mi mano, girando su cabeza para que se fijase en mí – ya sabes lo cabezota que soy – sonrió y me besó. Fue un pico sonoro - ¿crees que esto va a hacer que me olvide? – pregunté, se rascó la nuca, algo tímido, para luego volver a mirarme – Hugo.
- Me siento en una puta montaña rusa cuando estoy contigo – declaró, haciéndome sonreír, como una idiota – ni siquiera sé que decir o qué hacer, ahora mismo me siento un idiota, un patoso de mierda... - entrelacé mi mano a la suya, haciendo que se calmase un poco – me haces temblar.
- ¿Te estás declarando en este momento? – pregunté, divertida, haciéndole sonreír, algo avergonzado, justo antes de levantar la vista, al mismo tiempo que hablaba.
- ¿Qué pasa si quiero que se convierta en algo serio? – Abrí la boca, sin más, pues no me esperaba algo así, incluso me olvidé por completo del helado, y dejé que se derritiese en mi mano – A ver... no quiero que te asustes, a lo que me refiero es... - la gente a nuestro alrededor estalló en aplausos, parecía que la foca había hecho algo asombroso, y nosotros nos lo habíamos perdido. Poco a poco la gente comenzó a levantarse, el espectáculo había terminado, así que debíamos marcharnos. La multitud nos guio hacia la salida, en silencio, escuchando a la gente hablar sobre el gran salto de la foca que nos habíamos perdido.
Fuimos a cenar después de eso, cerca de la colmena, sin tan siquiera hablar demasiado, algo incómodos por la conversación que habíamos tenido antes. Yo me moría por preguntarle al respecto, y él se moría por seguir hablando de ello, pero ambos teníamos miedo de apresurarlo, de meter la pata.
¿Qué os ha parecido el capítulo de hoy? Espero que os haya gustando. Ya viene lo ñoño, jejeje ¿A alguién más le encanta esta pareja? <3
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