Capítulo 22 - Un secreto a voces.
Muy buenasss
Este capítulo es mucho más sentimental. Ya tocaba, ¿no?
Siento subirlo tan tarde, pero no he podido coger el ordenador en todo el día, en realidad lo estoy subiendo desde el móvil, porque ya lo tenía en borradores.
Espero que os guste, y de nuevo perdonad, estoy en la cama con fiebre y con dolor de cabeza, así que solo os subiré capítulo de esta historia, de lo demás no tengo borradores. Sorry.
...
Corrí calle abajo, dejando atrás la casa de mis padres, aterrorizada, ante la sola idea de que se hubiese ido. Era obvio que se había ido. Pero ... ¡Joder! ¿Por qué? Nos lo estábamos pasando en grande, y con tan sólo una llamada de sus amigos las cosas volvían a ir mal.
Me palpé la cintura, dándome cuenta de que me había dejado mi bolso con el móvil y mis cosas en la casa de mis padres.
¡Joder!
Corrí más y más, como si mi vida dependiese de ello, deteniéndome en seco, en el paseo, admirando como él abría la puerta de su coche, dispuesto a marcharse sin más.
- ¡Hugo! – le llamé, haciendo que olvidase la idea, dándose la vuelta, como si aún no pudiese terminarse de creer que estuviese allí. Me toqué el pecho, sofocada, y caminé hacia él, acortando las distancias más y más, mientras él miraba a mis pies, y yo lo hacía también, dándome cuenta de que con las prisas ni siquiera me había puesto los zapatos. Él estaba sorprendido, pero yo lo estaba aún más - ¿dónde vas? – pregunté cuando estuve lo suficientemente cerca. Él tragó saliva, bajando la mirada, sin tan siquiera contestarme - ¿ibas a irte así, sin despedirte si quiera? – apretó los dientes, molesto, volviendo a tragar saliva antes de responder.
- Creo que deberíamos dejar esto – me dijo, dejándome noqueada. Acababa de sentir como si un jarrón de agua fría, helada, con cubitos de hilo, cayese sobre mí.
- ¿Qué? – fue lo único que pude decir. Era incapaz de decir otra cosa.
- Toda esta mierda – proseguía, sin atreverse a mirarme a la cara – dejemos de jugar de una vez a esto – sabía a lo que se estaba refiriendo, así que no pude evitarlo, llegados a ese punto, tengo que admitir que mi pecho se llenó de angustia. ¡Oh no! Él no podía estar hablando en serio.
- ¿Por qué? – pregunté, como una idiota, mientras las miles de conversaciones que había tenido con Marisa invadían mi mente. "él sólo está jugando" "Te dejará en cuanto aparezca un juguete nuevo" Mis lágrimas cayeron en ese momento, y yo me sentí como una idiota. ¡Joder! ¿En qué momento mis sentimientos hacia él habían crecido tanto como para dolerme de esa manera perderle? Si aún ni siquiera éramos nada.
- Es lo mejor – contestó, sin más, mientras yo negaba con la cabeza, incapaz de quedarme con esa respuesta, necesitaba saber más, mucho más. Él hizo el amago de entrar en el auto, y yo me atreví a llegar hasta él, aferrándome a su brazo, haciendo que él mirase hacia ese punto, y luego levantase la vista hacia mí, observando entonces mi rostro, sorprendiéndose al verme llorar.
- Dime una razón válida – pedí, derramando algunas lágrimas más, mientras él negaba con la cabeza, aterrado, sin poder creer que algo así estuviese sucediéndole a él – no me digas que es lo mejor, ¿lo mejor para quién? ¿para ti? – insistí, el tragó saliva, sin saber qué decir, y yo me impacienté incluso más – Dime la verdad, ¿te has cansado de mí, es eso? – negó con la cabeza – has conocido a alguien que te gusta más que yo y ...
- No es eso – contestó, con voz ronca, aclarándose la garganta después – de verdad, que no es eso.
- Entonces... ¿Qué es? – insistí, él se echó hacia atrás, soltándose de mi agarre, bajando la cabeza después – dímelo – volví a pedirle, como una idiota – es que no lo entiendo – proseguía, dejando que más lágrimas saliesen, y el dolor en pecho me impidiese respirar. ¡Por el amor de Dios! ¡Qué cojones me pasaba con este tío! Tampoco es que nos hubiésemos dado mucho tiempo a sentir mucho ¿no? – te he visto ahí arriba – señalé hacia la calle por la que había bajado – en la casa de mis padres – proseguía, volviendo a señalar a ese lugar, una y otra vez, como una idiota – estábamos bien, estábamos genial.
- Blanca, dejémoslo así – me dijo, dándose la vuelta, subiendo un pie al coche.
¡Joder! Iba a perderle. ¿A perderle? Si nunca había sido mío... No tenía ni idea, pero sólo sabía que no podía dejar que se fuese así.
Rodeé el coche y me subí al otro lado, haciendo que él levantase la cabeza y mirase hacía mí, sin comprender que era lo que hacía.
- ¿Qué estás haciendo? – preguntó, cansado de aquella situación – Bájate ahora mismo, Blanca.
- No – me quejé, haciendo que él se exasperase y se tocase la cabeza, cansado de la situación – no hasta que me digas la razón.
- ¡Joder! – se salió del auto, dio la vuelta, abrió mi puerta y esperó a que saliese - ¿por qué coño me haces esto? – preguntó - ¿por qué no puedes aceptarlo y ya? – insistió, mientras yo negaba, dejando escapar un par de lágrimas más – Ni siquiera es como si seamos algo, Blanca, sólo hemos follado dos veces, nada más.
Me salí del auto, molesta con él, para luego cruzarle la cara, él me miró, dolido. Sabía que después de aquello yo no iba a retenerle, quizás era eso lo que le paralizase, o quizás fuese la situación, no se esperaba que yo actuase de esa forma.
- Marisa tenía razón – me percaté, limpiándome las lágrimas – sólo eres un cabrón.
- ¿Yo soy un cabrón? – preguntó, dolido con mis palabras, pero antes de que ninguno de los dos hubiese dicho nada un auto pasó a toda velocidad, haciendo que él tirase de mi mano, poniéndome a salvo. Volvimos a detenernos en la acera, él aún me tenía sujeta, y no parecía querer soltarme.
- Pensé que había algo... - comencé, sin atreverme a mirarle, sintiendo ese nudo en mi garganta, que se hacía cada vez más grande - ... estaba equivocada ¿no?
- No – admitió – pero es mejor que lo dejemos aquí, antes que toda esta mierda se complique.
- ¿Es por qué no quieres tener novia? – pregunté, intentando encontrarle una explicación a su repentina decisión – si es por eso, no tenemos por qué...
- ¡Joder, Blanca! – se quejó, soltándome, caminando hacia el la barandilla, apoyándose sobre ella, frustrado - ¿Por qué cojones quieres saber la razón? – añadía, rascándose la cabeza, con ambas manos, molesto – Se ha terminado, y ya – no podía aceptar eso, no me valía con esa mierda, así que agarré su brazo, obligándole a mirarme, pero él estaba tremendamente enfadado – Esta mierda me supera, me está superando todo esto... ¡Joder! – miró hacia mí, sin poder comprender por qué yo no podía entenderlo – Mírame, he atravesado la puta península ibérica, enfrascado en un viaje de ocho horas para venir a verte – se quejaba, negando con la cabeza, riéndose de él mismo, para luego apretar los dientes, molesto – y yo no soy así, yo no hago estas locuras por nadie, ¿lo entiendes? – negué con la cabeza, no entendía a dónde quería llegar con todo aquello. Volvió a dar varios pasos hacia atrás, volviendo a refregarse la cara con las manos, para luego volver a mirarme – Si dejo que toda esta mierda continúe me enamoraré de ti – escupió. Abrí la boca, sin dar crédito, porque aquello era lo último que esperaría escuchar de sus labios. Él estaba asustado – y sé que es posible, lo sé – proseguía, volviendo a darme la espalda, apoyándose de nuevo en la barandilla, resoplando un par de veces más - ¡Joder! Incluso puede que ya lo esté... ¿Cómo coño puedo estarlo ya? – se preguntó a sí mismo, volviendo a rascarse la cabeza, para luego mirar hacia mí – ni siquiera... ni siquiera...
- Hugo – le llamé, llegando hasta él, agarrándole del brazo, apoyando mi mano en su pecho con la otra mano.
- Ni Hugo ni leches – se quejó, apartando mi mano de su pecho, mirándome duramente – si sigo con esto... - su voz se quebró, estaba embobado, mirándome - ... ¿qué coño voy a hacer cuando vuelvas con él, Blanca?
Lo entendí todo en ese justo instante. Por qué actuaba de esa forma, por qué quería irse, alejarse de mí y terminar absolutamente todo lo que aún no había entre nosotros.
Agarré su rostro entre mis manos, y lo acerqué a mí, mientras él seguía, frustrado, con cierta reticencia.
- ¿Y si no quiero volver con él? – pregunté, haciendo que él se fijase en mí, y dejase de intentar apartarme - ¿y si quiero quedarme contigo? ¿No te has parado a pensar en eso? – insistí, el negó, con la cabeza, mientras yo asentía - ¿y si quiero construir recuerdos contigo? – proseguí – ya ha empezado, y lo sabes – asintió, al mismo tiempo que lo hacía yo, dejando escapar un par de lágrimas por la frustración pasada. Las limpié y le abracé, con fuerza, incapaz de dejarle ir aún.
Acaricié mi mejilla con su barba, y sentí sus brazos entrelazándose a mi espalda, aferrándose a mí de la misma forma en la que lo hacía yo.
Apoyé mi cabeza en su hombro, sintiendo los latidos de calma de su corazón justo debajo, y su aroma embriagando mis fosas nasales. Quería quedarme allí, no quería ir a ninguna parte.
- ¿Te he asustado? – preguntó, tras varios minutos en aquella posición, sin tener la más mínimo intención de separarnos. No debieron de haber pasado más de siete minutos – Con toda esa mierda de los sentimientos, y demás.
- No – le calmé. Estaba en calma, en paz, me sentía como en casa, como cuando abrazas a alguien que te transmite mucha confianza, mucha... no sé explicarlo, pero abrazarle era la caña – Me... - me quedé callada, pensando un momento en lo que iba a decir – creo que un me gusta se queda corto en este momento.
- Me encantas – contestó él, haciéndome sonreír. Sabía que ese "me encantas" significaba mucho más para ambos. Era como decir te quiero, pero sin llegar a que significase tanto. Creo que la palabra "Te quiero" a veces, da miedo decirla, más cuando ni siquiera éramos nada aún.
- No quiero que dejemos esto – dije al fin, pensando en ello, él apoyó su cabeza sobre la mía, recostándola, apretándome un poco más – no sé lo que es, pero no quiero- no puedo dejarte.
- Yo tampoco – me calmó, dejando de hacer tanta presión, centrándose sólo en seguir apoyado, sin nada más – perdóname – rogó, al darse cuenta de que todo había estado a punto de terminar por su culpa – es que estos idiotas me meten cosas en la cabeza, y a veces... después de escucharlas durante toda la puta semana... termino por creérmelas.
- Marisa es igual – aseguré, sonriendo, mientras retiraba la mano derecha de su espalda, y la apoyaba en su brazo, acariciándolo despacio – pero ella no sabe que es lo que hay entre tú y yo – añadí, sintiendo aquella agradable sensación en mi pecho – no sabe lo mucho que siento cuando estoy contigo – proseguía, mientras él sonreía, levantando la cabeza, para luego apoyar sus labios en la parte de atrás de la mía – no tiene ni idea de lo que en realidad... - me detuve, dejándolo en el aire, levantándome, mirando hacia él, dedicándole una sonrisa – Ella no te conoce como yo – concluí. Él sonrió, asintiendo después, para sentir su beso en mi mejilla.
- ¿dónde has dejado los zapatos? – preguntó de pronto, haciéndome reír – lo digo en serio, ¿cómo se te ha ocurrido salir corriendo desde tu casa hasta aquí, descalza? Podrías haberte echo daño, Blanca.
- ¿Crees que podía pensar en algo más que no fueses tú? – me quejé, haciéndole sonreír - ¿Cómo se te ocurre irte así, sin despedirte? – insistí – La próxima vez que esos idiotas te pongan en mi contra ...
- La próxima vez les cerraré la boca – me calmó, para luego atraer mi boca a la suya, y besarme.
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