Capítulo 19 - Amnesia.
Buenos días.
Ante todo... disculparme, estuve de viaje y no pude actualizar antes. Así que... espero que no me guarden rencor por no haber podido actualizar antes.
Sin más dilación, les dejo el capítulo, espero que lo disfruten. Está súper divertido, a mi parecer, yo me reí mucho al escribirlo, así que espero que a ustedes les pase lo mismo.
Que agradable. Aquella puta cama era como dormir en las nubes, súper cómoda, no os lo podéis ni imaginar.
Agarré la almohada, acomodándola bien, para luego recostarme mejor en ella, recordando la tremenda fiesta de anoche. Había sido una puta pasada, volver a salir de fiesta con mis amigas, como si el tiempo no hubiese pasado.
Recordaba a Mou, dándolo todo en la pista, mientras los demás le seguíamos, sin dejar de reír, beber, y pasarlo de escándalo. Bebí muchísimo, tanto que ni siquiera recordaba cómo había llegado a la cama.
Un olor invadió mis fosas nasales, olía a café, parecía que Marisa estaba haciendo algo para que se nos pasara esa horrible resaca.
Abrí los ojos, mirando como la luz que entraba por los ventanales que había a mi derecha, trayéndome de lleno a la realidad. Me fijé en el vestido que había tirado en el suelo, el sujetador un poco más allá, las bragas, y ...
¡Mierda!
¿Qué coño hice anoche?
¡Oh no!
¡Por el amor de Dios!
Dime que no me folle a ningún tío anoche.
- Hombre, aquí despierta la bella durmiente – se quejó Marisa, con cara de pocos amigos, dejándose caer sobre el plinto de la puerta, sujetando una taza de café con la mano – no veas la nochecita que me has hecho pasar, cabrona – la miré sin comprender, haciendo que sonriese con malicia – toda la puta noche gritando, por el amor de dios – comenzaba a impacientarme por momentos. Me senté en la cama, empezando a hiperventilar, al darme cuenta de que tenía un poco adolorida la entre pierna.
- ¡No! – grité, asustándola tanto que se le derramó el café encima, y empezó a quejarse.
- Pero ¿qué coño te pasa, Blanca? – se quejó - ¿vas a seguir con los gritos? ¡No veas el susto que me ha dado la colega!
- Dime que no pasó nada anoche – supliqué, horrorizada, tapándome con la colcha, porque era obvio que estaba desnuda en la cama - ¡Oh, joder! Dime que no follé anoche.
- ¿Ya vuelves a tener amnesia? – preguntó, molesta con la situación, pues ella me conocía a la perfección, y sabía que, si bebía mucho, pasaban cosas como aquella - ¡No veas el escándalo que montaste, a las cinco de la mañana!
- No, no, no y no – proseguía, sin poder dar crédito. Yo no podía haberme tirado a un tío, yo no podía estar haciendo algo como aquello - ¡Joder! ¡Marisa!
- Que no me dejasteis dormir, joder – insistía, como si yo tuviese la culpa de algo. Joder, pues ¿no se estaba dando cuenta de que no me acordaba de nada? Entonces a qué coño venía todo aquello. El timbre de la puerta sonó, haciendo que el miedo comenzase a impacientarme aún más – y ahí está tu Romeo.
- ¿Qué? – pregunté, idiotizada, levantándome de la cama, con la colcha atorada a mi contorno, observando como ella se encaminaba hacia la puerta – No. No. No. ¿Dónde vas?
- A abrir la puerta – respondió, como si tal cosa, mientras yo la miraba como si estuviese loca – o vas a dejar al pobre Hugo ahí fuera.
- ¿Hugo? – reconocí ese nombre en seguida, pero era imposible que Hugo estuviese allí. Entonces... ¿qué coño estaba pasando? - ¿Qué Hugo?
- ¿Qué coño te pasa, Blanca? – se quejó esta, molesta por mi comportamiento - ¡Qué mal te está sentando el alcohol, coño! Ahora ni si quiera te acuerdas del tío con el que... - se detuvo cuando el timbre volvió a sonar. Abrió la puerta, ante mi estupor, dándole la bienvenida al chico.
Era él. Era Hugo. Mi Hugo.
Pero ¿qué coño hacía él allí?
Espera... espera...
¡Qué igual estoy soñando y no me he despertado todavía!
Apreté los ojos, y volví a abrirlos un par de veces, sin salir de mi asombro, mientras él sonreía, entrando en la casa, levantando una bolsa marrón, con las porras que había traído, para desayunar.
- Pedazo de cola que había en la churrería – se quejaba, llegando hasta mí, besándome en la mejilla, para luego caminar hacia la mesa. Me di cuenta entonces de que mi amiga ya la había puesto, había dos tazas con café y un plato con azúcar en el centro - ¿qué le pasa a esta? – preguntó hacia Marisa, haciendo que esta se encogiese de hombros – Ey – me llamó - ¿estás bien?
- Hugo – reconocí, intentando volver a la realidad, pero estaba en shock, no podía evitarlo, aún estaba intentando comprender qué hacía él allí.
- Sí – aceptó él, extrañado – ese es mi nombre.
- ¿Qué haces aquí? – pregunté, sin comprender, mientras él se extrañaba aún más.
- Pues traigo el desayuno – contestó, sin más, como si aquello fuese tan normal.
- Ya, pero no es eso lo que te pregunto – insistí – a lo que me refiero es ¿qué haces aquí? ¿en Valencia?
- ¡Venga ya! – gritó, como si nada, sin poder creer aquello - ¿En serio? – miró hacia Marisa, esta volvió a encogerse de hombros, mientras abría la bolsa de las porras y cogía una.
- Amnesia – explicó Marisa, justo después de haber tragado lo que tenía en la boca – le suele pasar cuando bebe como una puerca.
- ¿No te acuerdas de nada? – preguntó, sin dar crédito, mientras yo asentía – pero ¿de nada, de nada? – insistía. Asentí, en señal de que así era. Se rascó la cabeza, exasperado, un par de veces antes de volver a hablar.
- No me acuerdo de nada, ¿vale? – me quejé, molesta con la situación, para luego volver a meterme en la habitación, mientras él miraba hacia Marisa en busca de una explicación, pero esta estaba demasiado ocupada buscando otra porra que llevarse a la boca. Atravesó la estancia y me siguió, entrando justo cuando me ponía las bragas – Tío, ¿qué te pasa? – me quejé - ¿es que no sabes llamar o qué?
- Blanca, te he visto desnuda dos veces – se quejó, llegando hasta mí, agachándose para recoger el sujetador, pasándomelo después - ¿crees que me voy a asustar? – Me puse el sujetador y abrí el ropero, buscando algo que ponerme – Ven – tiró de mi mano, antes de que hubiese cogido nada, y me acercó a él, apoyando sus dedos en mentón, levantándomelo para que me fijase en él – Voy a explicarte por segunda vez, ya que no puedes recordarlo – me dijo, dejándome claro que iba a decirme la razón por la que estaba allí – no tenía planes, estos no dejaban de comerme la oreja con que ibas a empotrarte a otro, así que ... - sonreí, al darme cuenta de que él era un encanto, mordiéndome el labio tan pronto como escuché lo que dijo después - ... me cogí el coche y me vine.
- Hay siete horas y media de viaje, Hugo – me quejé, percatándome de que aquello me parecía de lo más loco – no es como quien va a Sevilla a pasar el fin de semana.
- Quería verte – aseguró, apoyando su frente en la mía, cerrando los ojos, ambos lo hicimos, sintiendo las respiraciones del otro. Creí que nos quedaríamos así, no me hubiese importado quedarme así durante toda la eternidad – necesitaba verte – aclaraba, acariciando mi nariz con la suya – tocarte – al decir esto, acarició mi mentón con el dorso de su mano – besarte – añadía, haciéndolo, dándome un par de muerdos, suaves, con las respiraciones aceleradas, separándose un momento, volviendo a apoyar su cabeza sobre la mía – hacerte el amor – sonreí como una idiota al escuchar aquello, no porque al final fuese cierto, aunque no lo recordaba habíamos terminado teniendo sexo, pero la forma en la que él lo había denominado, eso me encantó.
Nuestros labios volvieron a unirse, volvimos a dejarnos llevar por nuestros besos, y poco a poco la intensidad cambió, el deseo aumentó, y terminamos devorándonos, incapaz de separarnos.
Sus manos me apretaron contra el armario, y su boca bajó hasta mi cuello, lamiéndolo, con desesperación, mientras yo dejaba escapar un gemido, apretando sus nalgas para acercar su pelvis hacia la mía.
Lamió mi cuello, mi quijada, mi mejilla, mi oreja, y entonces se detuvo.
- Me encantaría hacerte recordar cada cosa que hicimos anoche, Blanca – aseguró, en un susurro – pero no tenemos tiempo para esto ahora.
Se separó y me observó. Mordí mi labio inferior, apoyando luego mis dedos en su cuello, acercando mi boca a su oído.
- ¿Ah no? – pregunté, divertida, cazando el lóbulo de su oreja entre mis dientes, haciéndole estremecer, para luego separarme y mirarle de forma pervertida. Sonrió, tocándose la nuca, para luego acariciar el borde de sus dientes con la lengua, bajando la vista hacia mis pechos, bien sujetos en mi sujetador.
- ¿No tienes una comida en casa de tus padres? – preguntó, levantando la vista, observándome. Le miré, horrorizada, recordando esa cita.
- ¿Qué hora es? – pregunté, histérica, haciéndole reír, mientras yo buscaba por toda la habitación el maldito teléfono. Lo encontré sobre la cómoda, lo agarré y me percaté de que era tarde. Eran casi la una de la tarde - ¡Oh mierda!
- Esa es mi chica – dijo él – la señorita malhablada a la que voy a tener que lavar la boca con aguarrás – añadió, pero yo seguía en shock, pues él acababa de decir que era "su chica"
¡Oh Por Dios! ¿En qué puto punto estábamos él y yo?
- Mira – me dijo, sacando del armario un vestido azul. Era mi favorito, parecía que a él también le gustaba – este me gusta – aseguró, lanzándomelo – vístete de una vez – insistió, mientras yo le sacaba la lengua, y él añadía – y deja de provocarme o voy a ir hasta allí y te voy a volver a follar importándome bien poco esa puta comida – lanzó, sonreí, divertida, pero no estaba dispuesta a callarme, eso lo sabéis ¿no?
- ¿Ya no es hacer el amor? – pregunté, haciéndole sonreír, se tocó la nuca, algo avergonzado, y divertido al mismo tiempo, para luego romper a reír. ¡Por Dios! ¿Por qué su risa era tan tremendamente bonita? No podía entenderlo. Hay muchos tipos de risas en este mundo, y de todos los que había escuchado, su risa era única, era especial, era... me hacía sentir bien, me llenaba con una sensación cálida, haciéndome sentir en paz. Podía vivir toda la vida si podía escuchar esa risa a mi lado.
- ¿Aún estás así? – preguntó Marisa, apareciendo en la estancia, asomándose por la puerta al vernos – Date prisa que vamos a llegar tarde – me percaté entonces de que ella si estaba vestida, con un pantalón y una blusa – Tú tienes planes ¿no? – preguntó hacia Hugo.
- Sí, vamos a ir a hacer un poco de turismo por la ciudad – aseguró, para luego mirar hacia mí, acordándose de que tenía amnesia – ahora no lo recuerdas, pero anoche te lo dije.
- Pensé que habías venido solo – le dije, mientras me colocaba el vestido, y él se mordía el labio al darse cuenta de que me quedaba de miedo, el vestido.
- ¿Crees que los tres mosqueteros me dejarían venir solo? – preguntó, haciéndome sonreír. Había arrastrado a sus amigos en su locura de venir a verme – Por supuesto, no han dejado de intentar convencerme durante todo el camino de que diese la vuelta – se quejó, molesto, al recordar ese momento – ni siquiera cuando llegamos a Ciudad Real.
- Bueno, ¿terminas o qué? – insertaba Marisa, mientras yo la miraba con cara de pocos amigos, se estaba cargando el momento – ya sabes cómo se pone tu abuela cuando llegas tarde – asentí, pues tenía razón, mi abuela era muy intensa.
- Yo me voy ya – me dijo él, acercándose, para luego darme un beso en la mejilla, pero le agarré de la mano antes de que hubiese dado un solo paso para dejarme. Miró hacia ese punto, y luego a mí, mientras que Marisa se marchaba, dejándonos un poco de espacio.
- Hugo – le llamé, mientras él sonreía, indicándome que estaba allí, escuchándome – me gustas mucho – reconocí. Ensanchó la sonrisa, como un idiota, enseñándome lo perfecta que esta era, tenía los dientes perfectos y muy blancos - ¡Increíble! ¿Cómo puedes ser tan jodidamente guapo? – bromeé, haciéndole reír, divertido, para luego volver a besarme, en la boca un pico sin segundas intenciones, soltándose, caminando hacia la puerta, sin dejar de mirarme de hito en hito.
- Te veo luego, chica menta – aseguró. Le dediqué una última sonrisa, y le vi desaparecer de mi punto de visión.
¿Qué les pareció?
Si se rieron, ¿verdad que sí?
Planeo subir el próximo capítulo el domingo, justo como está estipulado, si hay algún cambio les aviso, pero seguramente se los suba.
Nos vemos pronto :D
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