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Única parte

—Vengan mocosos, acérquese, voy a contarles una bonita historia antes del amanecer.

El fuego titilante de la fogata iluminó los enormes y divertidos ojos de los niños que atendieron al llamado del joven que les sonreía; cada uno tomando asiento en las rocas dispuestas a su alrededor.

Sus labios, completamente estirados en una sonrisa le indicaban al mayor lo atentos que estaban a sus siguientes palabras.

—¿Están todos listos?

Los redondos y pálidos rostros de los pequeños humanitos asintieron enérgicamente, mientras el crujir de la madera y los grillos que anunciaban lluvia llenaban el sonido de la noche.

El viento agitó las ramas de los pinos y removió el pasto bañado en rocío mientras el joven de negras vestiduras y enorme sombrero tocaba un hermoso acorde en su guitarra color chocolate.

—Todo comenzó un día como cualquier otro, en el pueblo que está a las faldas de este lugar —relató, paseando su mirada por cada uno de los presentes, divisando a lo lejos una delgada figura de cabello color noche y ojos enormes que reflejaban las estrellas en ellos, a pesar del cielo nublado y opaco de la ocasión —. El crepúsculo se asomaba por detrás del pueblo, recortando la figura de los árboles crecidos y las mulas amarradas sobre la calle empedrada.

A lo lejos comenzó a escucharse el rasgar de una guitarra, con acordes bien afinados y un dulce silbido acompañándolos.

Las puertas y ventanas de rústica madera fueron cerradas y atrancadas desde dentro, nadie debía asomar ni un pelo por ahí, pues nuestro protagonista comenzaba su recorrido de cada noche, tocando la guitarra sin parar, hasta que a un hermoso balcón con flores fue a dar.

Las rendijas de la madera dejaban pasar resquicios de luz que alumbraban el paso del espectro nocturno. A su alrededor el silencio total lo envolvía, no se escuchaba nada ni un perro o grillo que anunciara su llegada.

Pero él no lo necesitaba, pues en cuanto los acordes formaron una melodía y su ronca voz una canción, un hermoso rostro enmarcado por una larga cabellera ondulada y negra asomó por aquél balcón.

La sonrisa enorme del joven encantado le hizo saber al cantante que al fin lo había encontrado, quien como cada noche, volvía a esa calle en busca de su ser amado.

Y así pasó la noche, con el cantante de negras ropas bien cobijado por la espesa oscuridad y su enorme sombrero cubriendo parte de su identidad; pero nada de eso era impedimento para el hermoso chico que atento, lo esperaba cada noche despierto.

Los días pasaban y las noches también, pero mientras el joven de hermosa cabellera intentaba vivir sin aquél ser de hermosa voz, sus noches se convirtieron en el dulce fervor.

—Hijo mío, debes comer por favor —decía la madre del cada vez más delgado joven.

—No lo vale mamá, sin su voz ya todo me sabe mal.

Nadie sabía lo que pasaba, solo podían ver las ojeras crecer y su semblante decaer, pero lo que sin duda debían ver, ocurría todos los días a la luz del sol al caer.

Pues cada tarde sin falta, los acordes de la guitarra sonaban.

—Hola, mi dulce y hermoso doncel, esta noche también te he venido a ver.

—Ya te esperaba guapo guitarrista, me asomé en cuanto vi tu sombrero doblar la esquina.

—Te extrañé tanto que dolía.

—Pero si hace solo unos minutos que ha terminado el día.

—No me importa, mi dulce doncel, pues si de mí dependiera, yo te cantaría más allá del amanecer.

La guitarra tocó y tocó, mientras el joven de largo cabello se cepillaba y reía, encantado y enamorado de los dulces acordes que eran dedicados solo para él.

La mañana llegó más rápido de lo que alguno de los dos hubiese querido, por lo que con dolor y pesar, tuvieron que prometerse volverse a encontrar.

—Buenos días mi niño, ¿Qué tal ha ido tu noche?

—Expectacular como siempre, mi querida madre —respondió cansado el joven desvelado.

—Siéntate a desayunar, que pronto hemos de empacar.

—¿A dónde iremos? —preguntó con sorpresa y miedo.

—A un lugar en el que no te pueda encontrar.

Nuestro querido joven de hermosos ojos y apagada vida partió aquella tarde, sin poder avisar a su amado de la repentina decisión de su madre; perdiéndose entre la maleza, cruzando el bosque a grandes zancadas, dejando atrás toda esperanza de volver a escucharle recitar.

Frente a sus ojos se extendió un enorme monumento, que en un cartel rezaba "Bienvenidos al convento".

—¿Qué hacemos aquí madre? Quiero volver a mi habitación.

—Lo siento mi niño, pero tu seguridad es mi principal motivación.

Y ahí fue dejado nuestro hermoso doncel, que todas las noches se asomaba a la ventana en busca del sombrero de punta o con la vaga esperanza de los acordes volver a escuchar.

Y noche tras noche, triste y desolado, el joven cepillaba su melena con desagrado, odiando la distancia, odiando el sol, odiando a todo aquél que de su amado lo separó; pero no han de temer, ni lágrimas derramar, porque una noche como cualquier otra, desde lo lejos se pudo escuchar, los mismos acordes de la guitarra al rasgar, las espuelas de las botas y la sombra del sombrero de punta por el sendero asomar.

Una vez más, luego de lo que parecía una eternidad, el hombre del sombrero y negras vestiduras, camuflado en la oscuridad se puso a cantar.

—Mi hermoso y querido doncel, por favor nunca vuelvas a desaparecer, he sufrido tanto en tu ausencia, que sentía mi alma partirse por la mitad.

—Oh mi bello amado, sabía que no nos habrían separado. Esperé por ti cada noche y cada día, sin falta me asomaba y vigilaba la rejilla.

—Al fin te he encontrado, pero ahora temo perderte una vez más.

—Por favor no digas eso, porque si tú te vas no creo poder volverlo a soportar.

—Huye conmigo entonces, regálame tu alma y tu vida.

—Oh mi querido hombre, eso hace mucho que te pertenece.

—Siendo así las cosas, solo queda algo por hacer.

El hombre dejó la guitarra sobre su espalda y de un brinco trepó al balcón, quedando de frente al asombrado y encantado doncel.

—¿Puedo saber tu nombre? Mi querido joven.

—Jungkook me puedes llamar.

—Es un bello nombre, tan bello como tu rostro y esos hermosos ojos que resplandecen.

—¿Y cómo puedo llamar a mi salvador?

—De eso hablaremos cuando podamos desaparecer.

Ni lento ni perezoso, con los hábiles dedos amaestrados por la guitarra, el hombre trenzó el cabello del doncel, deteniéndose a admirar el reflejo de la luna sobre su piel.

—Estás listo, mi lindo chico, mañana en la noche, te he de volver a ver. Pero no te asustes cuando me veas, ni corras por favor, te prometo que todo es parte del plan para juntos poder estar.

—Hasta entonces mi buen amor, y que nuestro encuentro esté lleno de furor.

Hombre y joven se separaron, pero no había más tristeza en su semblante, pues con una última sonrisa y un suave roce de labios en donde el frío aliento del hombre acarició las rosadas mejillas del joven, sellaron la muda promesa de juntos volver a estar.

Entonces el hombre emprendió su andar, a sabiendas que pronto habría de retornar; la espesa noche lo cobijó, usando su vestimenta a su favor. Nuestro querido joven lo observó hasta que la oscuridad lo devoró, y con un suspiro la llama de la vela extinguió.

La fría y agitada mañana llegó con total normalidad para los demás, las monjas y profesores sus actividades reanudaron, aporreando la puerta del joven recién llegado; pero nadie atendió, ni siquiera cuando una amenaza de entrar por la fuerza se escuchó.

Al entrar todos pudieron apreciar la hermosa quietud del lugar.

Las ligeras cortinas ondeaban al viento y el color del sol saliendo les arrebató el aliento, pero no era lo que más importaba, sino el inerte cuerpo perfectamente acomodado sobre el colchón.

Jungkook conservaba la belleza, con el hermoso pelo atado en una trenza; sus mejillas conservaban aún el colorete rosado que el suave beso le dejó.

Un grito ensordecedor se escuchó, clamando al viento el nombre del joven, pero no había un solo atisbo de un último aliento.

El día rápidamente pasó, entre arreglos y preparativos, pues el velorio debía llevarse a cabo pronto; para cuando ya todo estuvo listo, solo los suaves sollozos se podían escuchar.

Pero todos ustedes no han de temer, porque esta historia aún no ha llegado a su fin.

En medio del suave llanto y el aroma de las flores, el viento trajo consigo algunos acordes, que pronto fueron mejor escuchados por todas las señoras cubiertas por sus velos bordados.

Un hombre entró por la puerta principal, rasgando y tocando su guitarra sin parar; ahí donde pasaba una de sus lágrimas caía, resplandeciente como el hermoso cristal. Caminó y caminó, rasgó y rasgó, llegando hasta el retrato de su amado entre el amargo llanto.

—Te dije que vendría por tí —habló —, es hora de que nos vean partir.

Un gran remolino de flores se elevó con hermosos colores, y ante el asombro de todos ahí, Jungkook comenzó a reír.

—¡Sí has vuelto por mí! —exclamó con encanto.

—Un hombre jamás decepciona, mi hermoso doncel.

Y juntos tomados de la mano, emprendieron camino hacia la tarde de verano. El sol resplandecía con fuerza, cómplice de su actitud traviesa.

—¿No te parece una historia demasiado romántica para unos niños, Yoongi? —preguntó el joven que se había acercado silenciosamente hasta la fogata.

—Para nada, mi hermoso doncel —respondió el aludido, poniéndose en pie y dejando la guitarra recostada sobre el pasto.

—Tío Yoon, ¿Por qué el chico de la historia se parece tanto al tío Kook? —preguntó un infante con ojos curiosos.

—Quizá porque tienes muy buena imaginación. —Yoongi le sonrió, entrelazando los dedos con la pálida mano del doncel a su lado.

—¿Entonces es cierto? —la voz de otra niña los interrumpió.

—¿Qué cosa? —esta vez fue Jungkook quien habló.

—Ustedes dos son novios ¿No? —Los adultos rieron, sin negar ni afirmar.

—¿Qué les parece si vamos al pueblo? Escuché que hay un nuevo caballo pinto al que le gusta mucho relinchar —sugirió Yoongi, cargando a la ligera figura de la niña sobre sus hombros.

Todos los niños rieron y aplaudieron, emocionados por la sugerencia.

—¿Vienes con nosotros, mi amado doncel?

—No me lo podría perder, además… mi madre ha dejado un cepillo y una corona de flores sobre mi tocador, creo que al fin ha dejado de llorar.

—Me alegra saberlo.

—También a mí, creo que al fin lo empieza a aceptar y si viera lo feliz que el hombre del sombrero me hace, creo que se le haría más fácil el duelo superar.

La figura juvenil del chico, congelado en el tiempo luego de ese encuentro, se acercó hasta el hombre, dejando un beso sobre la mejilla con una cicatriz, la cual no era muy común de ver por el sombrero de punta que la solía ocultar.

—Entonces vamos, nuestros niños extrañan jugar en los tejados y visitar a sus antiguos ganados.

Y así hemos de concluir esta hermosa historia, pero no han de temer, pues el hombre del sombrero no suele olvidar y nuestro doncel jamás lo dejará escapar; ambos bajo la promesa de juntos por el resto de la eternidad siempre estar.

Esta historia está inspirada y basada en la leyenda llamada “El sombrerón”, originalmente Guatemalteca con sus respectivas variaciones al extenderse por territorio mexicano. Esta leyenda habla de un hombre que por las noches seducía mujeres hermosas de espeso cabello negro y grandes ojos, quienes al enamorarse dejaban de comer y era entonces cuando “el sombrerón” trenzaba su cabello y aquellas mujeres morían, después “el sombrerón” visitaba su funeral, llorando lágrimas de cristal. También se dice que “el sombrerón” gusta de montar caballos y mulas, dejándolas cansadas e inservibles para el trabajo de campo.

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