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Capítulo 3: ¡Dellan idiota!


CAPÍTULO 3

¡Dellan idiota!

Al regresar a mi casa, descubro que mamá no llegó del trabajo todavía. Seguro que aceptó hacer horas extra en la oficina, como muchas otras veces. Allí la tratan fatal, debería renunciar, pero ese empleo es la única fuente de ingresos al hogar y realmente la necesitamos.

Camino hacia mi habitación y lo primero que hago es sacar el libro, para devolverlo a mi pequeña y modesta estantería. Me quedo allí, parada, pensando en todo sin realmente llegar a ningún sitio... Hasta que recuerdo qué pasó hoy.

Suspiro.

Hoy no fue lo que esperaba. Fue peor.

Al parecer sí tendré subir un vídeo cantando.

Luego de arrojar la mochila sobre mi cama sin armar, salgo de mi habitación y me dirijo hacia la cocina en búsqueda de algo para picar. Pensar en el idiota de Dellan hace que me duela el estómago. Pero antes de abrir la heladera hay algo que me detiene: una nota de mamá sobre la encimera.

Hoy volveré tarde, hija.

Tienes supremas de pollo hechas en la heladera.

Te amo.

Suelto el aire mientras pongo la comida en el microondas para recalentar. A veces me gustaría tener a mamá más tiempo en casa. Ella, durante toda mi vida, estuvo luchando por ambas.Tuvo que hacerse cargo de mí cuando aún no había terminado la universidad y, por ello, debió abandonar la carrera y buscar un empleo lo suficientemente bueno para mantenernos a ambas.

¿Mi padre? Él simplemente nunca existió en mi vida. Era un chico de la universidad que salía con mi madre hacía un tiempo. Ella quedó embarazada cuando cumplían casi un año de estar juntos, pero él desapareció de su vida antes de que ella pudiera contarle que me esperaba, incluso antes de que ella misma lo supiera.

Mamá intentó llamarle, pero él parecía no estar en casa. En ese momento los celulares no eran comunes, así que no tenía esa clase de comunicación con él. Preguntó si alguien sabía algo sobre él en la universidad, pero no hubo caso.

En lo que a mí me consta, no tuve padre.

A mamá le dolió que su novio desapareciera, pero su mundo dio un giro cuando supo que yo estaba en espera.

Decidió que no lo iba a buscar. Si había desaparecido así, sin más, era por algo. Y quizás ella no había sido nada más que alguien con quien pasar el rato para él, así que lo dejó ir. Tampoco quiso incluirlo en su nueva e inesperada vida. No necesitaba pedir ayuda, no era algo que a ella le gustara hacer.

En eso me parezco a ella.

Un día, cinco meses después, mamá llegó a su casa y comprobó que tenía un mensaje en el buzón: una carta de él, como también varios correos que se limitó a borrar. Mamá leyó la carta en la cual mi padre decía que prometía volver con ella, que le iba a explicar por qué había desaparecido. Ella había impedido que esa promesa se cumpliera: si él volvía, ella no se encontraría en el mismo lugar. Con los ahorros de su vida y trabajo arduo, consiguió mudarse.

Cuatro meses después llegué yo y ambas aprendimos tanto a convivir como a sobrevivir.

Durante mi vida, y a pesar que pasamos por crisis económicas, nunca nos faltó comida ni hogar. Mi madre, Lía, es mi modelo a seguir: siempre ha hecho todo lo posible para seguir adelante, para no rendirse, para no depender de nadie.

De ella pude aprender muchas cosas, y entre ellas, a no dejarme llevar por la atracción hacia los chicos. O a enamorarme. Primero debe ser mi carrera, mis estudios, mi futuro. Y a mis dieciséis años, casi diecisiete, nunca he tenido novio a diferencia de la mayoría de mis compañeras de clase. Verlas sufrir, cortar y volver constantemente con esos chicos me hace recordar a esas novelas televisivas que jamás terminan.

Escucho el «bip» del microondas y saco la comida. Pongo música en mi pequeño ordenador para evitar que la casa se siga sumiendo en el silencio y, de esa forma, deja de sentirse tan solitaria. Enciendo mi perfil de Facebook y compruebo que no tengo nada importante para revisar; luego abro la cuenta de bookstagram y contesto todos los comentarios que puedo, como intento hacer cada día. Entre tecleo y tecleo, tomo un bocado de comida, intentando terminarla antes de que se enfríe, le agrego un poco de aderezo para quitarle ese gusto seco de calentado por microondas que tanto odio.

El sonido del chat me saca de mi rutina y ahogo un grito al leer el nombre de Dellan Rochester en la pantalla.

Está bien que él sea excesivamente guapo, pero también lo es de idiota, así que no puedo esperar mucho de su mensaje. Por un momento me niego a leer lo que escribió, pero mis ojos no me hacen caso y parecen patinar hacia él.

Dellan: Así que éramos amigos en facebook, chica Opal. Me pregunto cuántas fotos de mí tendrás guardadas en tu computadora.

«Solo una», me digo. «Que subí a la página y después borré porque sería demasiado acosador tenerla. Y ya no está en mi ordenador».

No le contesto. En lugar de eso, cuento con que un gran visto aparezca en pantalla. Sonrío satisfactoriamente y mi mente grita: «¡punto para Britt!». Pero, como era de esperarse, uno de los efectos colaterales de ser un idiota arrogante, es ser terco.

Y él vuelve a escribir.

Dellan: Por cierto, dicen que los "visto" son gran inicio para entablar una amistad, ¿sabías?

Tecleo antes de darme cuenta.

Britt: ¿Quién lo dice?

Dellan: Yo, obvio. Siempre funcionan... Te estoy guiñando el ojo, por si acaso. ;) ¿Quieres que terminemos de hablar sobre la apuesta? Pero no por acá, ¿nos vemos mañana en el recreo? Te busco a tu aula.

Britt: Púdrete. No haré más apuestas relacionadas contigo.

Dellan: ¿Estás retándome? ¿En serio? No podrías resistir a mis encantos, apuesto que mañana estarás buscándome.

Britt: No, simplemente estoy conteniendo las ganas de mandarte a la mierda.

Dellan: Mmm. Creo que ya no hay vuelta atrás, chica Opal. ¿Cómo se llama esa cuenta tuya?

Britt: ¿Qué te importa? Por cierto, no tengo ninguna foto tuya, ni tampoco la tendré.

Antes de que me conteste algo, cierro sesión y apago mi computadora. Decido que es mejor mantenerme alejada de chicos como él. Y que incitarlo, aunque sea de forma inconsciente, siguiéndole el juego no es la mejor forma de ser distante, sino que pensará que soy una buena aventura.

La curiosidad pica en mí y tengo ganas de tomar mi viejo celular para comprobar si contesto. Pero no me traicionaré con eso.

Paso el resto del día con la mente ocupada, por primera vez agradezco a los exámenes que me salvan de pensar en todo lo atípico de este día.

¿Por qué pienso que haberle hablado es el peor error que pude haber cometido?

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