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Capítulo 13: La llamada

CAPÍTULO 13

La llamada

Las últimas semanas han pasado volando, tan desprevenidas como una se enamora, tan rápido como tu corazón puede ser roto. Me he centrado completamente en los estudios y en mi cuenta de bookstagram, he leído más libros que de costumbre (como si eso fuese posible, claro). Y, a decir verdad, me arrepentí en más de una ocasión de haber apostado sobre Dellan: de no haberlo hecho, nada de esto hubiese pasado y me hubiera podido ahorrar el mal momento que pasé.

Mikaela y yo vimos un par de películas en su casa y no volvimos a sacar el tema de él. No porque ella no quisiera (de hecho, continúa ansiándolo), sino porque le hice prometer no mencionarlo por un tiempo. Y para mi sorpresa, parece estar cumpliendo con su parte del trato... por ahora.

Mamá, a su vez, no preguntó más acerca del supuesto chico en mi vida luego de la espantosa visita a la casa de Dellan. De hecho, Lía no estuvo muy presente el último mes. El nuevo trabajo (a pesar de que sigo diciendo que no me gusta la idea de depender del dinero de la familia Rochester) trae buenos ingresos al hogar y mi madre se esfuerza por mantenerlo. Tal vez, demasiado. A duras penas nos vemos durante la cena.

¿Qué pasó con Dellan luego de esa conversación? Pues nada, simplemente nada. Él dejó de hablarme (o acosarme, mejor dicho). Me volvió a ignorar, cosa que agradezco porque, de esa forma, me ahorrar tener que alejarlo de mí con una patada en sus intimidades. Después de gritarme esas palabras horribles, es normal que luego siquiera me salude o ponga su vista en mí cuando ambos salimos al recreo y nos cruzamos, ya que nuestros salones están enfrentados. Es normal que simule que yo no existo, que corra la vista y actúe como si su teléfono fuera más importante que todo su alrededor. Porque, si yo estuviera en su lugar, no me acercaría jamás.

Sí es demasiado extraño que me sienta tan frustrada por sus rechazos, o que me den ganas de cruzarme de salón para gritarle todo lo que me hizo sentir (no precisamente cosas bonitas). No es normal que quiera llorar por él, me niego a eso firmemente. Dellan es el peor ser humano que tuve la maldición de conocer: no le importó lastimarme, como si ya estuviera acostumbrado a causar ese efecto. Caló profundo de mí, justo hacia mi ego, porque sí me hirió con sus estúpidos "no podrías gustarme jamás". ¿Quién cree que es? ¿Quién le dijo que era necesario que me dijese eso? ¿Acaso me empezaba a gustar?

Sí, no debo negarlo más.

Estaba gustándome.

Quise besarlo aquella vez en el baño, pero tuve la cordura suficiente para entender que ese sería un pésimo error. Y enamorarme de él hubiese sido un pésimo error mucho peor.

Lo cierto es que Dellan Rochester no me enamoró. Dellan Rochester me consumió en pocas palabras. Conocer a Dellan es como tocar el fuego: te quema, aunque su tacto dure apenas unos segundos. Te deja ardiendo, te daña, el dolor dura un tiempo. Creo que Dellan es incluso tan inestable como el fuego, tan imprevisible y versátil.

Y yo soy el agua.

No. Mejor no diré que soy el agua, eso sería cliché. Además, estaría permitiendo que un lazo nos una: ser justamente su polo opuesto, y realmente no quiero ningún tipo de unión con él, ni siquiera cuando estoy del otro lado del tablero.

Así que soy la tierra, firme, estable. Ahora aferrada a los estudios y a la futura vida que tendré. Perfecto.

Soy tierra. Él es fuego. No somos siquiera elementos contrarios. Somos dos personas que tuvieron la oportunidad de chocar, colapsar en el momento y destruirse mientras estuvieron cerca.

Él y yo no somos nada.

He terminado toda la tarea de la semana para mantener mi mente ocupada, incluso busqué información de más para mis trabajos. Leí casi todos los libros electrónicos que había conseguido y estuve reseñando lo suficiente como para tener reseñas para un mes. Iba a subirlas todas juntas, pero luego recordé que apurarse es algo malo, en todos los sentidos, así que hace una hora decidí empezar a subir cada dos días.

Estar tirada en la cama luego de haber limpiado toda la casa tampoco es una buena opción para mantener mi mente despejada. Mis pensamientos van hacia Dellan involuntariamente y quiero tirarme del cabello hasta que el dolor en mi pecho sea mínimo a comparación del infringido. Sin embargo, ese intento primitivo tampoco sería buena idea.

Afuera llueve. Llueve hace horas. Irónicamente, adentro de casa también llueve, precisamente en el baño, la cocina y el cuarto de mi madre; las goteras solo complican más las cosas. Le dije a mamá que tenemos que llamar al techista para arreglar el problema de las tejas, pero este cobra demasiado. Mamá está ahorrando para poder pagarle; vamos a tener que reemplazar el techo de tejas por chapa, pero eso cuesta sus pesos. "Tienen suerte de que solamente sean unas pocas goteras, las tejas están muy dañadas y viejas", había dicho el hombre cuando vino a revisar nuestro techo. Tener tejas apesta.

Suspiro sintiéndome resignada ante la idea frustrada de salir a dar una vuelta y (con suerte) encontrar abierta la librería que queda cerca de mi casa. No para comprar los libros, claro, ese es un privilegio del cual me debo privar: mamá siempre me dijo que comprar un libro sería demasiado egoísta de mi parte, que ese dinero lo necesitamos para cosas más redundantes, como los impuestos o la comida del día a día. Aunque a veces, por suerte, puedo darme ese lujo.

Acomodo mi almohada y mi mejilla choca contra ella. Cierro los ojos esperando que mi mente simplemente deje de retratar los recuerdos de la persona que quiero olvidar.

Pero como no podía ser de otra forma, Dellan aparece en mi último pensamiento.

«El fuego es peligroso —dice él en mi ensoñación—. Las personas no deben jugar con el fuego, chica Opal, debiste haberlo sabido».


Un zumbido molesto comienza a escucharse lejano, despejando la bruma de mi alrededor. Me remuevo incómoda en mi cama y estiro un brazo, intentando espantarlo, como si se tratase de un mosquito lo que sea que estoy oyendo. El zumbido, sin embargo, se amplifica, comienza a tomar forma: parece una melodía ahora. Una melodía mecánica, monótona, así como todos mis últimos días. Abrazo fuertemente la almohada deseando que simplemente se silencie de una vez por todas. ¡Que no moleste más! Y por suerte, me hace caso. Sonrío contra la almohada, pero esa felicidad dura poco...

—¡El teléfono! —grito antes de poder despertar completamente y salto de la cama, chocándome con el picaporte de la puerta antes de salir del cuarto. Suelto un gemido de molestia.

Corro hacia el teléfono y derribo una silla en el camino, esta me pega en la pierna al intentar esquivarla. Tomo el teléfono cuando está por terminar el tono, esperando escuchar a mamá del otro lado.

—¿Hola? —contesto con la respiración agitada y la voz adormecida, deseando que no sea ninguna operadora del otro lado porque, si así fuera, me daría ganas de arrojar el teléfono. Sin embargo, nadie contesta. Sé que hay alguien, se escucha un sonido de respiración que no me da muy buen rollo—. No estoy para bromas, diga quién habla o cuelgo —hablo con voz firme. Escucho un leve pitido del otro lado—. Genial —bufo al saber que colgaron.

Corrí solo para escuchar a un imbécil respirando. ¿Qué clase de llamada terrorífica es esa?

Cuelgo fuertemente el teléfono y comienzo a caminar hacia la cama, pero la melodía de llamada vuelve a escucharse. Pateo el sillón y atiendo con ganas de llevarme el mundo por delante.

—¡Oiga, no estoy para bromas! ¿Qué es eso de respirar y colgar...?

Chica Opal.

Mierda.

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