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IV - Aprendiz de Santa.

Los días festivos y la Navidad ya no eran de alegría para Santa, es más, tan sólo eran días de agobio, por esa razón, su mejor duende Robin, busca la forma de que Santa tenga la mejor Navidad de todas.

Historia participante/ganadora en la antología de HumorEs "Santa Diversión" en 2019.

Tan tan tan, la la la, tin tin tin

—¡Santa! —llamaban a la puerta los
duendes.

—Santa, ¡galletas! —le decía la señora Claus.

Santa despertó abrumado de un solo brinco, ¡qué horror! Estaba cansado y quería dormir un poco más ese uno de diciembre, pero... ¡La fábrica estaba atrasada!

«¿Quién tiene los planos?» «¿Alguien ha visto mi martillo?» «¿Quién manchó la tela?», eso era lo único que se escuchaba.

—¡Robin! —llamó Santa—. ¡Robin! Tráeme la toalla, ¡la olvidé!

—¡Ya voy! ¡Ya voy! —Robin corría atravesando la fábrica, pasando por telas, algodón, madera, martillos, clavos y fuego, de lo cual quedó de Robin, un pequeño chicharrón.

—¡Cuánto has tardado! —reclamó el cansado Santa.

—Lo lamento, pero hay problemas en la fábrica...

—¿Problemas? Siempre los hay, déjame ver y dile a los demás que paren, estamos a tiempo todavía para seleccionar al gerente.

—Pero, señor, estamos en diciembre.

—¡¿Qué?! —exclamó escupiendo su leche y mojando su barba—. ¿Y mis vacaciones?, ¿acaso me estás diciendo que no fui a la playa este año?

—Si, has pasado dormido desde la última vez que saliste...

—¡Pero si salí en enero!

—Sí...

—Entonces diles, diles... ¡Oh no! ¡Diles que paren! —gritó Santa—. ¡Tenemos que elegir al gerente! ¡En seguida!

Ya estaban reunidos todos los duendes, esperando ser nombrados como gerentes y, sobre todo, Robin, que siempre había acompañado a Santa mejor que nadie. Santa sacó de su abrigo una nota, todos estaban emocionados y con ganas de ir al baño a causa de los nervios. ¡Sí! ¡Era el momento de Robin!

—Bueno, duendecillos, el gerente general de la fábrica de estos dos años es... Merci. ¡Felicidades!

Una duendecilla pequeña y bonita saltó de alegría, los otros celebraban por ella, mientras Robin miraba desde lejos. La fábrica estaba funcionando, Merci había esperado aquel puesto tanto como Robin.

***

—¡Rayos! —gritó Santa en su habitación.

—¿Qué sucede? —preguntó Robin.

—Este puesto es difícil: entregar regalos, recibir cartas de niños frustrados, aprenderse nuevas direcciones. ¡Que la casa era verde y ahora es azul! Ahora son dos niños en una casa, quieren videojuegos y los duendes son unos ignorantes que solo trabajan en madera. Ahora hay barbies y no muñecas de trapo. Dicen que a Santa le gusta la leche semidescremada... ¡Y la odio! ¿Galletas sin gluten?, ¿qué rayos es el gluten? Ahora hay un Santa en cada esquina de la ciudad. ¿No lo comprendes? ¡La competencia, Robin! Que los niños ahora llegan hasta los veinte según esa cosa de psicología. Ahora no les puedes poner un regalo con carbón si se portan mal porque, según la ley, es maltrato mental. ¿A quien se le ocurrió hacer esa cosa de psicología? ¿Quieren un hermano?, ¿un perro?, ¡¿un tiburón?!

—Creo que... —interrumpió—. Necesitas a alguien que te reemplace.

—¿Qué?

—¡Sí! Mírate como estás, amargado y exhausto...

—Pero ¿quién?

—¿Recuerdas al chico que llegó cuando era un bebé aun? El pelirrojo...

—¡No! ¡Mi nieto no! —dijo de inmediato Santa.

—¡Por favor! Ahora ha de tener unos... ¿diecinueve?

—Todavía es un niño. No daré mi puesto hasta que al menos cumpla cincuenta años más.

—Pero, Santa, vive en la ciudad... ¡Durará menos de 50!

—Entonces, no será él...

—Déjame demostrarte.

—¿Qué? —Santa se molestó—. ¿Cómo te atreves a negar mi palabra?

—Te demostraré que el chico ha de ser bueno.

—Entonces... Vete, y verás que nunca merecerá mi puesto.

Robin ya molesto por todo aquel día, tomó sus cosas, salió, tomó un trineo de juguete con el cual se deslizó a la aventura... claro que al minuto se cayó. Llegó hasta la ciudad y miró hombres con saco y mujeres de tacones. Cruzó en una calle y encontró un perro enojado.

—¡Lo siento, reno sin cuernos!

Entonces encontró la casa que había buscado. Como Robin era del tamaño de la pantalla de una computadora, se le hizo fácil entrar en la casa para esconderse.

—¡Denis, ven a comer! —gritó su mamá desde la cocina.

—¡Ya voy!

En seguida bajó Denis, un chico delgado, alto y pálido. Era un pelirrojo de cabello rizado y grandes ojeras; su cabello estaba despeinado. Ya no iba a la escuela y, por eso, ya no hacía nada en casa.

—Oh, Denis, ¿no te has bañado aún? —dijo su pequeña hermana Luci.

—Ya callate, Lucifer.

Robin corría entre las patas de la mesa, subió las escaleras y encontró a George, el perro de Denis que estaba dormido. Era un adorable cachorro color café. Cruzó con cuidado y continuó hasta llegar a su cuarto. Había muchas sábanas blancas y rosadas; muñecas y unicornios...

—Santa, soy un tonto. ¿Cómo pude tener esperanza en este chico afeminado?

—¡George! —escuchó la voz de Luci—. Espero que no estés en mi cuarto —Abrió la puerta haciendo que Robin rebotara en la pared.

—¿Cómo pude creer que este era su cuarto? ¡Si tiene una hermana! —rió.

Logró abrir la puerta y salió, luego entró al cuarto, ahora sí de Denis.

«Tin, tin» Sonó una video llamada en su minicelular en ese instante y, ¿adivinen quién llamaba a su ayuda?

—Robin, ¿dónde estás? Santa está enojadísimo —gritó Merci.

—¿Qué pasa? Cálmate y dime, ¿qué pasó?

—Lo que pasó es que te escapaste. Desde que te fuiste, Santa está furioso. ¡La fábrica es un desastre! Hay duendes que no trabajan porque dicen que ahora todos podemos hacer lo que querramos. Hicieron una piscina... ¡una piscina!, en plena fabrica. Cada diez minutos o hay un incendio o regalos rotos. Hacen peleas de almohadas, guerras de comida... ¡es un total desastre! —gritó mientras su gorro se quemaba.

—Escuchame, loca. Vine a la ciudad para traer al nuevo Santa y no volveré hasta conseguirlo.

—¡¿Estás loco?! —Merci pensó seriamente por un largo momento—. Está bien... Pero recuerda que hoy los chicos pueden ser muy violentos...

—¡¿Qué?! —No terminó de hablar cuando entró Denis—. ¡Tengo que irme! —Bajó la voz y colgó.

Denis iba cantando con sus grandes audífonos mientras se lanzaba a la cama, motivo por el cual el pequeño Robin voló y cayó en el pecho de Denis. Ambos asustados gritaron cara a cara, él se levantó y ¡zas! Tomó un bate y comenzó a pegar sobre la cama.

—¡Espera! ¡Detente!

—Cosa extraña, ¡¡muere!!

—¡No!

—¿Acaso eres un alien? No... ¡eres una rata!, o no, ya sé. De seguro... ¡Mamá! ¿dónde tienes la droga?

—¡¿Que haces Denis?! —chilló Luci.

—¡¿Cual droga niño?! —preguntó su mamá subiendo las escaleras.

—¡Mamá, le pusiste droga a la comida!

—¡No bromees!

—Soy inofensivo —suplicó Robin.

—¡¿Ahora hablas?! —Dio un golpe sobre la mesa—. Mamá, ¡no vuelvas a poner droga en la comida!

—¡¿Qué sucede, Denis?! —llamaron las dos a la puerta.

—¡Voy a entrar! —exclamó su mamá.

—¡No! Esto puede ser contagioso. ¿Eres una bestia de otro mundo?, ¿saliste de un videojuego? ¡Deja de jugar conmigo!

—¿Acaso hablas con tu ex, cariño? —dijo su mamá.

Robin se escondía en cualquier rincón hasta que pum, el pequeño terminó en la cama de Denis por un golpe.

—¡Te tengo! —exclamó cansado. Tomó a Robin, lo metió en una bolsa y lo llevó al basurero.

—Espera, ¡no me dejes aquí! —suplicó, pero Denis del susto ni lo escucho.

—No me preguntes nada, mamá —pidió Denis al entrar.

—Oye, Luci está en tu cuarto.

—¿Qué? ¡No! Luci, ¡sal de ahí! —chilló. Subió las escaleras como pudo—. ¡Puede ser contagioso!

Su hermana lo miró repetidas veces de pies a cabeza, cada vez con sus ojos más abiertos.

—¿Era tu novia con droga? —preguntó seria.

—Luci, no... —Denis bajó sus hombros—. Solo era una rata...

—Debí suponerlo... en este cuarto tan sucio y apestoso...

Se rindió y bajó las escaleras para ver la televisión.

Mientras tanto, Robin ya había encontrado la manera de salir del basurero y llamar a Merci.

—¡Tenías razón!, los niños de ahora son violentos.

—¡Alto! —contestó Merci—. ¿Qué tienes en la cabeza?

Robin miró hacia arriba el pedazo de pizza que tenía en su gorro y lo quitó con rapidez.

—No lo sé, pero ese muchachito debe saber qué son los modales.

—¿Qué? —preguntó Merci preocupada.

—Me tengo que ir —Colgó.

Subió nuevamente, con el pechito antes que nada. Rasgó sus mangas, quitó el cascabel de su gorro y tomó un pequeño elástico que estaba en el jardín, además de todo eso, se puso una cinta de zapato en su cabeza.

—¿Quieres que sea por las malas? Pues por las malas voy...

Entró por la ventana y gritó:

—¡Ven a mi, mocoso! Vengo en nombre de Santa y la navidad, y tú, niño malcriado, tienes que venir conmigo. ¿Me oíste? —dijo legendario.

Denis, que aún estaba acostado sin verlo, abrió su boca:

Best than you can do. Best than you can do.

—Niño de cerebro prematuro, ¡levántate y ven! —Robin se puso en posición de lucha—. Estoy listo para cualquier golpe, ¡ven! Sí, tu, gigante, ¡golpea! ¿Me tienes miedo?

Ya harto Robin de gritar, saltó lo más alto posible para llegar a la cama... claro que solo terminó en el suelo.

—¡Ah! Tu campo magnético no me impedirá llevarte conmigo.

Llegó hasta su cama, subió, vio la cara de Denis, y con su puño golpeó fuertemente su ojo.

—¿Qué mierd...? —Se levantó rápido con los brazos por delante listo para luchar, hasta que vio de nuevo a Robin.

—¿Qué cosa eres? ¡Demonio! —gritó Denis.

—Cállate, nos escucharán.

—Prefiero ser escuchado como un loco, que morir en silencio, ¡ah!

Se tiró sobre la cama hacia la pelea, pero Robin tomó el cascabel y con el elástico lo tiró hacia su otro ojo.

—¡Ay, cosa idiota! ¡Me dolió!

—¿Así quieres, no? No te atrevas a lanzarme de nuevo al basurero.

—Está bien. ¡Demonios!, ¿qué cosa eres?, ¿a qué vienes? Y, por si acaso... ¡tu madre!

—Denis, calmate. Vengo en nombre de la navidad...

—¿Cómo sabes mi nombre? No, de seguro mamá puso droga en la comida no eres real... estoy hablando con un fantasma loco....

Salió por la ventana y comenzó a caminar por el techo. Robin fue detrás.

—¿Qué te pasa, chico?

—¿En serio eres real? Me da curiosidad. ¿No eres un fantasma o algo así? ¡Quiero saber!

—¡Qué no se diga más! Pronto sabrás...

Presionó un botón mágico que los llevó de regreso a la fábrica con Santa. Los duendes estaban acostumbrados, pero Denis no, así que... se desmayó.

***

—Ah... ¿Dónde estoy? —despertó.

—Es la fábrica de Santa —dijo Merci—. Solo que él ya no puede hacer nada más...

—Espera aun no comprendo nada: había un demonio loco y ahora estás tú... ¿ahora qué sigue?

—Por favor, te dije que necesitábamos ayuda, ¡solo esta navidad! —suplicó Robin.

—Pero... ¿qué pasa con mi familia?

—¡Por favor! Nos aseguraremos de eso...

—¡Ah! Está bien, solo prométeme que no tendre problemas al regresar.

—¡Claro! Será sencillo.

Los días fueron pasando, Denis al principio no sabía nada y no se sentía cómodo, era difícil acostumbrarse a millones de hombrecitos mágicos, pero poco a poco él los fue queriendo, y ellos a él. De vez en cuando hablaban y Denis les contaba acerca de la ciudad, su hermana y toda su familia, también les enseñaba hacer nuevos juguetes y mejores, ellos estaban fascinados con él.

—Despegue en 3, 2, 1... —Denis se despedía de todos los duendes mientras el trineo se elevaba.

—¿Sabes, Robin? A veces la Navidad me parecía un trabajo abrumador, donde tenía que ser un esclavo de las tradiciones. La Navidad ya no era divertida para mí, hasta que me hiciste comprender que la Navidad no solo era trabajo, sino que también era estar con la familia. Creo que hace tanto tiempo que no me sentía tan vivo como en esta Navidad— dijo Santa viendo a Denis irse.

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