I - El chico del regalo vacío.
Navidad... Se dice que antes, existió un hombre de rojo llamado Santa Claus y que hacía juguetes con sus diminutos ayudantes llamados duendes; viajaba por todo el mundo repartiendo regalos en un trineo llevado por renos; había que dejarle galletas y leche fría por las noches, así el próximo año volvería... también tenías que portarte bien o sino, tu regalo sería un carbón.
Ahora ya estamos muy grandes como para creer esa vieja historia; pero no puedo negar que el espíritu navideño no se pierde, sólo sigue creciendo.
Cuando salí de la iglesia, justo el veinticuatro de diciembre, antes de subir al autobús vi a un chico rubio sentado en la banca, su palidez me trajo de vuelta a la escuela. Él era Zack, el chico del tercer asiento al lado de la ventana de la clase de ciencias.
Creí que la profecía de los maestros no fallaba, todos decían que algún día íbamos a cambiar, a ser verdaderamente buenos, lo creí porque yo lo podía comprobar. Cuando tenía dieciséis, el simple hecho de ir maquillada o bien vestida a alguna parte, me hacía sentirme superior al resto, pero ahora ya no era así, sin embargo, al parecer, Zack no podía confirmar ningún cambio, él seguía siendo él.
-Hey -saludé leve, levantando mi mano llamando su atención.
-¿Natasha? -me reconoció al instante.
-Hola Zack -caminé hacia él y me senté a su lado dejando que mi autobús se fuera-. ¿Cómo has estado?
-Hola... Bueno, de hecho sigo igual, ¿y tú? -sonreí.
-Todo está bien, Francis pronto se graduará y mamá consiguió un nuevo trabajo...
Se quedó en silencio mirando otro autobús que venía y luego se iba. Noté entre sus manos un diminuto regalo rojo con una lasa verde, la pequeña nota blanca no tenía nada, pero reposaba en la caja igualmente.
-¿Oye, qué tienes allí? -reí un poco y moví con mi mano la suya, haciendo que separara la otra caja que guardaba abajo. Todo se confirmó, nada había cambiado en él-. ¿Aún fumas? -dije al ver en su mano derecha la caja de cigarrillos y en la otra el regalo.
-Sí, ¿por qué?
-Ah... Es que los profesores siempre dijeron que cambiaríamos... pero tu no.
-No siempre los profesores tendrán la razón de todo, Natasha -suspiré haciendo silencio luego.
-¿Para quién es? -señalé el regalo.
-Para mí. Creo que tu también tienes uno, ¿no?
-¿Cómo lo sabes?
-Acabas de salir de la iglesia, yo salí hace diez minutos.
-Ah... -lo vi señalarme con la vista el bolso y luego vi el regalo en ella-. ¿Lo abrimos? -lo miré a sus ojos caramelo, igual que los míos.
-Claro.
Tomé mi regalo y él el suyo, quité la lasa roja que apretaba el papel blanco, y cuando destapé la caja, había una esfera navideña con un pequeño muñeco de nieve dentro. Sonreí al ver su ternura. Zack no había abierto el suyo aún, y parecía más interesado en mi regalo que en el de él mismo.
-¿Qué pasa?, ¿no abrirás el tuyo? -me miró con pena antes de hacerlo.
Ahora yo era la interesada en un regalo ajeno, pero al parecer a los chicos no les gusta la navidad tanto como a nosotras, pues aún no había abierto el regalo. Cuando lo hizo quitó la lasa verde y levantó la tapa sin emoción, pero en su regalo no había nada.
Le dediqué una mirada de confusión y tristeza.
-Zack, de verdad que lo siento...
-No te preocupes -cerró el regalo-. Siempre es así.
-Pero si siempre es así, ¿por qué siempre pides un regalo entonces?
-Porque me gusta la navidad.
-¿Te gusta? Digo... A los chicos no les gusta la navidad y es un hecho.
-¿Hecho? No lo es, eso es un cliché navideño.
Aquello me había dejado desconcertada, ¿cómo alguien podía arruinar la navidad de otro? Una lágrima surcó mi mejilla y cayó en la manga negra de su camisa.
-¿Estás llorando?
Comencé a sollozar y luego mi llanto se hizo más fuerte, tanto que todos los de la parada me miraban extraños. Sentí como Zack me abrazaba y consolaba con el sonido que se duerme a los bebés.
-¿No quieres ir donde la señora Cole? -dijo de pronto.
-¿La señora que hace comida?
-Sí, ella -asentí y me ayudó a levantarme.
Caminamos sobre las piedras de los pasajes hasta cruzar una calle y llegar a una casa de doble planta roja. Estaba iluminada con guías navideñas amarillas y los pequeños arbustos tenían las de colores.
Zack abrió la verja y me cedió el paso. El camino entre las bancas de afuera estaba repleto de gente pobre, sí, gente pobre. La señora Cole nunca tuvo hijos, así que con su esposo tomaron la decisión de hacer de su casa, un hogar cálido y seguro. Ella tenía un restaurante a dos cuadras, y muchos de los que vivían allí le ayudaban a mantenerlo de pie.
-Hola Samanta -dijo Zack al perro grande, peludo y orejón de color café que salió a recibirnos.
-¿Lo conoces?
-Corrección, «la», y sí, aquí todos nos conocemos.
Pasamos y dos niños de gorro corrieron a Zack para abrazarlo, luego el niño y la niña hicieron lo mismo conmigo.
-¿Quiénes son? -dije cuando se fueron.
-Alan y Mónica. Los dejaron abandonados justo en la puerta de entrada.
-Eso es muy... malo.
-Ven -caminé detrás de él hasta llegar a un sofá negro. Nadie notó que habíamos llegado, todos seguían en sus asuntos a excepción de la señora Cole. Se acercó con los brazos abiertos y un beso cálido marcó nuestras mejillas.
-¿Vienes a pasar con nosotros esta noche? -sus ojos de ilusión dominaron mis intenciones de irme.
-Claro -dije sonriendo.
-Que bien, la cena ya casi está lista.
-¿Qué hiciste este año? -preguntó un hombre a su lado.
-¡Ay Carl!, tu siempre piensas en la comida y no la celebración -rió-. Pollo.
-Bien, entonces tomaré mi lugar en la mesa ya -se fue riendo.
-Me gustaría quedarme más tiempo, pero debo terminar en la cocina -continuó ella-. Gracias por venir, linda -se despidió de mí con otro beso.
Mientras esperábamos la cena le envié un mensaje a mamá diciendo que no volvería hasta más noche y antes de que contestara, apagué mi celular.
Por suerte Zack no había sacado ningún cigarrillo hasta ahora, lo cual era curioso, pero me explicó que en estos días intentaba no hacerlo, además que la señora Cole no permitía que fumaran adentro. Que no fumara estaba más que perfecto, lo que no lo estaba, era que en todo el trayecto no había soltado el regalo, incluso aquí, sus gélidas manos sujetaban aquella caja vacía. En estos momentos deseé que hubiera aunque sea un carbón allí dentro, supongo que es mejor recibir un carbón, que un regalo vacío para navidad.
-Oye, tengo que salir un momento -le dije suave.
-Claro, te acompaño.
-Ah, no, quiero ir sola.
-Está bien, entonces déjame acompañarte a la puerta.
-Claro.
Salí y fui directo al restaurante, aunque no iba entrar, claro. Pasé más adelante a una tienda de antigüedades que apenas y se veía entre las luces de la ciudad. Al entrar, un chico de camisa gris y ojos azules me atendió.
Todo en la tienda era limpio y ordenado, pero no había nada que le pudiera regalar a Zack. No había nada parecido a su estilo, ni una pulsera o una camisa negra, todo era tan... alegre.
Me detuve frente a un pequeño espejo de marco aqua para arreglar mi abrigo y cabello café. Detrás de mí, vi por el cristal de la tienda a un hombre de unos treinta y tantos años, con un suéter negro que vendía algo con un gran rótulo blanco.
Supuse que era atol, y tal vez a Zack le gustaría, pero al salir y cruzar la calle transitada, me di cuenta que era chocolate caliente. No era exactamente un regalo, pero esperaba que eso contara como detalle.
Llevaba ambos vasos en dos bolsas plásticas transparentes y antes de cruzar la puerta los escondí detrás de mi. Fue Zack quien abrió la puerta y volvió a sonreír.
-Que rápido -dijo sarcástico.
-Sabes que odio el sarcasmo.
-Ah, que lastima, lo olvidé en todos estos años -siguió en el mismo tono hasta que una taza roja apareció para ocupar sus labios.
-¿Qué es? -temía la respuesta.
-Chocolate caliente -siguió bebiendo-. ¿Quieres? La señora Cole hizo bastante.
-Ah... Creo que primero necesito el baño...
-Okay -se retiró del marco de la puerta-. Está cruzando el pasillo.
-Gracias -caminó hacía adentro y yo igual hasta llegar al baño. Dejé caer los dos chocolates en el lavamanos y me quedé sentada allí hasta que Zack llamó a la puerta diciendo que la cena ya estaba lista.
Comimos el dichoso pollo que al final resultó ser más sabroso de lo esperado, luego Zack me llevó una taza igual que la suya con más chocolate.
Mientras terminábamos la bebida, Zack estuvo haciendo origami para los niños, reparó el árbol de navidad que Samanta votó, y también salimos todos juntos a ver los fuegos artificiales; en aquella fría calle llena de sueños y atascada de fiestas, donde la brillante ciudad se convertía en regalo sorpresa para la noche y navidad tomaba el control del significado de su nombre...
A la hora de irme, había quedado muy insatisfecha por no haber conseguido un regalo para Zack; yo por el momento sólo tenía el regalo de la iglesia, pero en casa me esperaban varios, así que no tenía pena por mí, sin embargo, era quizás la única oportunidad para hacer que su navidad dejará de ser tan vacía... y no lo conseguí.
-Adiós Natasha -me dijo ya en la verja.
-Oye lamento lo del regalo... Salí a buscar algo para regalarte pero nada daba contigo. De verdad lo lamento... -sus ojos tomaron un brillo único y el frío chico rompió nuestra distancia con un abrazo.
-No hay mejor regalo que éste. No recuerdo el último día que había pasado una navidad con una vieja amiga... Los extraño a todos y tú has sido la única que, durante todo este tiempo, me ha vuelto a hablar... y de las pocas que ha querido darme un regalo de navidad.
-Pero no lo hice... -dije cuando mis lágrimas volvieron a salir.
-Si lo hiciste -hizo una pausa-. Tu fuiste mi regalo este año -al verlo sequé mis lágrimas y le sonreí.
-Gracias... -nos quedamos en un abrazo por mucho tiempo y luego me fui de nuevo a la parada de autobuses. Esta vez quería ir sola, aunque él se ofreció a acompañarme, como siempre, pero no acepté. No era porque estaba llorando, era porque apenas y comenzaba a procesar todo lo que había pasado esta noche... procesar lo que estaba sintiendo.
Zack no había cambiado, y con el tiempo, desarrolló la capacidad de llevarme hasta la escuela, cuando tenía dieciséis, donde era una niña llena de ilusiones y sonrisas por lo que fuera... A esa niña que estaba enamorada en secreto, del chico del regalo vacío.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro