•V E I N T E•
Raphael.
Sanarse de un resfriado era algo bueno, respirar era mucho más fácil y esa sustancia viscosa que salía de la nariz ya no lo hacía más, no necesitaba tener en su pieza pañuelos esparcidos por cualquier lugar y lo mejor de todo, es que ya no debía estar tomando caldos o té para mejorar. Era como una revelación y un aprendizaje de que no debía hacer nunca más aquello, aunque sabía que no haría caso alguno.
Ese día se paró de su cama para comenzar a hacer su rutina de todos los días, antes de que estaba enfermo, desayuno y caminó hacia el trabajo, le daría una vuelta y dejaría que el profesor sustituto que había llegado por dos días se despidiera; el aire fuera de casa era templado y parecía que el clima no cambiaría, las personas caminaban a su lado mientras que el tenía los auriculares, algo de su feliz ánimo comenzó a cambiar, parecían todos felices con la compañía de alguien a su lado, algo que él nunca había necesitado pero ahora parecía importarle.
Cuando llegó al lugar miró a través de la puerta abierta, como sabía tener el curso casi siempre llevándose la sorpresa de que sus alumnos estaban escribiendo, todos, en un papel, delante de ellos una mujer con una regla en sus manos y una mirada severa ojeaba a cada uno de ellos, Raphael se quedó ahí, mirando desde la puerta todo, viendo como ninguno miraba hacia adelante.
— ¿Necesita algo señor Santiago?
Todos alzaron la vista y el sonido de una regla se escucho en el curso, haciendo que todos bajarán la vista de nuevo, no le estaba gustando para nada como la mujer estaba tratando a los chicos, no era una forma de enseñanza.
—Vengo a avisarle que volveré mañana— dijo Raphael.
Sintiendo algunos suspiros y sonidos de alegría, pero de nuevo el sonido de la regla les hizo callar, Raphael vio como la mujer sacaba algo de su escritorio, un papel, y caminaba hacia él para tenderle el papel.
—No se apure, me han dado una semana de prueba, si ven cambios en estos adolescente que tú no ha podido hacer, entonces me quedaré, si no te llamarán y volverás— dijo la mujer— aunque no creo que lo hagan, estos niños necesitan disciplina, algo que usted señor Santiago, mejor dicho niño Santiago, no ha podido lograr. Ahora debe irse interrumpe aquí.
Sorprendido y aún aturdido Raphael salió del lugar apretando en sus manos la hoja de papel donde confirmaban lo que había dicho la mujer, perdería su trabajo solo por haber estado enfermo, su alegría del día estaba perdiéndose, trató de respirar reiteradas veces para después comenzar a caminar hacia el hospital donde su madre estaba alojada, cuando una llamada de desconocido le hizo detener, solo Simón sabía su número y sus más cercano.
— ¿Hola?
— ¿Usted es el hijo de Guadalupe Santiago?— preguntó la mujer del otro lado de la línea.
— Sí, soy yo ¿Ha sucedido algo?
—Necesito que venga rápido al hospital.
Después de eso, Raphael tomó un taxi y llego lo más rápido que pudo, pensando lo peor, cuando llegó a recepción con los ojos ardiendo ya por las lágrimas a pensar que le iban a decir que su madre había fallecido, no fue así, Guadalupe había agarrado un resfrío que por su pocas defensas había caído en coma, y siete hermanos menores a él ya estaban ahí pidiendo desconectarla, solo que no podía permitirse porque él es quien tenía el poder de la salud de su madre.
Ver a sus hermanos no era algo agradable de presenciar, ante los amaba a cada uno de ellos con su alma, pero ahora no era así, no podía amar a personas ambiciosas que todo lo que querían era que la mujer que los había criado con toda la fuerza muriera para tener herencia, ese día Raphael se había escapado de ellos, que molestos habían comenzado a alzar la voz reclamando que desconectarán a la mujer que les había parido y había avisado a las enfermeras que ninguno, excepto el, podían entrar a la habitación donde Guadalupe estaba, y que sólo él debía decir si se iba a desconectar o no, después de eso desapareció sintiendo ganas de gritar del enojo que tenía acumulado. Pero había algo que podía calmarlo nomás, tomó su celular del bolsillo y marcó a la única persona que podría sacarlo un rato de los problemas.
—Hola guapo—se escuchó del otro lado de la línea.
Y todo el cuerpo tenso de Raphael se relajo dejando escapar una pequeña sonrisa.
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