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Al principio, que algo de su alacena o heladera se le terminase pasada las siete de la tarde, le arruinaba el día o la semana entera. Eso de tener que salir en la noche, hacer fila en el super y tal vez verse obligado a saludar a sus vecinos era prácticamente igual a una tortura para él. Sin embargo, hacía unas ocho semanas, que dicho acto rutinario se había convertido en su favorito del día, de la semana y del mes; incluso compraba de menos para que inevitablemente algo tan imprescindible como el té para la once, se terminase pasada las ocho de la noche.
Se buscaba el abrigo liviano más lindo que tuviera en el ropero, se controlaba el cabello en el espejo del baño por al menos dos minutos y luego, casi corriendo, bajaba las escaleras de su edificio, por más que el ascensor estuviera libre. Ya sobre la vereda, respirando ese clima primaveral de comienzos de septiembre, una sonrisa surcaba su rostro. Antes, esas tres cuadras que lo separaban del supermercado de su barrio, se volvían en tres kilómetros eternos que le daba mucha pereza recorrer por la noche. Pero, ahora, esas tres cuadras le aceleraban el corazón, porque tan solo quince metros antes del supermercado, había un balcón de un primer piso en el que siempre encontraba a un joven rubio apoyado sobre el barandal de hierro fumando un cigarrillo. Su cabello al viento semejaba hilos de seda enganchados a una débil rama en medio de un huracán. Su piel, tan blanca y tersa, parecía brillar bajo las luces led del alumbrado público. Sus lentes, de marco negro o se le parecía desde lejos, ocultaban una mirada melacolica que rara vez se fijaba en la gente que pasaba por la vereda de enfrente.
—Debe ser hetero —murmura al verlo de reojo, o tal vez con más descaro, total el misterioso chico rubio no se percataba de su fantasmal presencia. Solía mirar los cables eléctricos o la luna sobre su cabeza.
"Tendrá novia", pensaba en otra ocasión pasando con una bolsa de azúcar y una cajita de té. "No tendría nada interesante para hablar con él si me lo cruzara de casualidad", conjeturaba dentro del supermercado. "Bueno, tampoco es que podría ir y hablarle como si nada", se corregía luego mientras le pagaba a la cajera. "Por qué siempre está a la misma hora, ¿será qué recién llega del trabajo? ¿De la u?", se cuestionaba saliendo del establecimiento. "¿Cuál será su nombre? Debe ser tan lindo como su rostro", imaginaba volviendo a pasar frente a él, trataba de no detenerse demasiado, de no ser obvio. Aunque si se permitía ralentizar el paso, de darse ese instante para admirar su expresión nostálgica, el humo que se escapaba de su boca y esos labios de un natural rosa coral.
...
En una de esas tantas ocasiones en las que pasó frente al balcón de su chico nostálgico, lo encuentra acompañado. Y ya no se ve tan triste o melancólico, solo se ríe de las cosas que balbucea el hombre a su lado. Es alto, o al menos eso intuye al compararlo con la estatura de la puerta. Es rubio como su fumador distraído, aunque tal vez sea más platinado que ceniza, o quizás es solo un efecto de las luces led sobre sus cabezas. Manuel aprieta el paquete de pan Bimbo contra su pecho y no se percata de que se ha quedado quieto, mirándolos de forma directa, observando cómo juegan brevemente con las manos, intentando golpear el rostro del otro. Se ríen cada vez más fuerte, encerrados en su propio mundo. ¿Por qué no puede ser él? ¿Por qué tiene que fantasear con un cabro con el que no ha cruzado ni un "hola"?
De pronto, el más alto, el acompañante no deseado, ese que arruinaba el perfecto cuadro viviente en el que se transformaba su chico misterioso cada noche de septiembre, volteó hacia la calle y lo vio. O al menos, él creyó que lo había visto, que se había percatado de su vigilancia pasiva. Rápidamente, huyó de la escena, llegó a su departamento con el corazón tropezando entre sus pies, rodando sobre el cerámico blanco de su sala.
"Se lo va a decir, se lo va a decir", se repetía una y otra vez, agarrándose la cabeza mientras estaba sentado en el sillón. Se imaginaba la escena: el hombre rubio advirtiéndole al de lentes que tuviera cuidado, que no se quedara tan desprevenido en el balcón, porque enfermitos y raros hay en todas partes. Sí, estaba seguro, algo así debía estar sucediendo en ese mismo instante.
Ya en su cama, dio varias vueltas antes de separar los labios para dejar escapar el primer bostezo de la noche. Aun así, no encontraba el botón de apagado en su mente, que no dejaba de decir estupideces como: ¿en serio pensás que alguna vez tuviste oportunidad con él? Era cuestión de verse al espejo: un flaco sin gracia, con el pelo opaco y los ojos color caca. Según él, no había nada en su persona digno de destacar. En cambio, el hombre que reparó en su presencia era guapo, casi tanto como su chico de los lentes de marco negro. Si la vida lo hubiera hecho un poco más lindo, un poco más simpático, tendría la confianza suficiente para gritarle desde la vereda: Oe, washito rico, ¿querí salir por unas chelas?
Dio una última vuelta en la cama y se tapó hasta la cabeza. Una sonrisa amarga se dibujó en sus labios, y una lágrima solitaria resbaló por su mejilla, humedeciendo el colchón. Qué patético, pensó, antes de quedarse profundamente dormido.
La ciudad de Córdoba para finales de septiembre se ponía algo agitada, convulsa. Los festejos por la llegada de la primavera se multiplicaban en todas partes. En su tierra natal hubiese festejado las fechas patrias, pero acá no tenía más opción que ponerse una corona de flores en la cabeza y bajarse una pinta de Porter en plena Nueva Córdoba.
—Pensé que ya me ibas a decir que no, culiado, no salimos hace como más de dos meses, siempre me saltas con que estás estudiando —comentó Jeremías, un compañero de la carrera.
—Y no es mentira, weón, tuve harto que estudiar este cuatrimestre, vo eri el pesao que todos los fines de semana quiere salir a carretear. ¿Cuándo te sentai estudiar, ah? —replicó con cierto mal humor antes de terminarse su pinta de cerveza negra.
—Para un poco, por qué me atacas así, esas cosas no se preguntan, che culiado. Sos un atrevido, un desconsiderado, encima que te quiero aunque seas chileno, me veni a decir esto. Anda hacete move, Manuel.
—Que latoso, weón, andate a la chucha.
—Por qué no mejor cierran el orto los dos así puedo grabar un audio —los interrumpió, Leandro, un amigo de otra carrera—. Si, estamos en el segundo piso, en la galería... bueno, en el balcón —dijo en el mensaje de voz.
—¿Quién es? —inquirió Manuel bastante curioso—. Tengo que bajar a pedirme otra Ponter, ¿querí que los busque y los traigo hasta aquí?
—Bueno, si me haces el favor, porque son dos uruguayos y viste como son, nacen así medio pelotudos. Pero son piolas, los conocí en un taller de podcast en la facu de Comunicación. —Jeremías echó a reír por lo de "medios pelotudos", y Manuel puso los ojos en blanco, a veces sus amigos eran demasiado weones.
—Ya, ¿tení una foto?
—Solo de uno, del Agustín, del otro no. —Leandro buscó una cuenta de Instagram y luego le extendió el teléfono para que viese al muchacho castaño de ojos azules que salía abrazado a un gato negro bastante enojado—. Este me lo voy a comer yo, así que ojito, eh.
—¡Ya, weón! Salte de aquí, fleto qliao —bromeó antes de retirarse para bajar hasta el primer piso donde se encontraba la barra del bar.
Aunque, a mitad de las escaleras, se detuvo a buscar a los dichosos uruguayos que los debían acompañar en la mesa. Por suerte, no tardó mucho en dar con el cabro de pelo castaño que le había mostrado el Leandro. Rápidamente bajó los últimos escalones, y se hizo espacio entre el montón de pibes de su edad y tiró del chico hacia el sector de las canillas.
—¡Hola! ¡Soy Manuel, estoy con el Leandro, tu erí el Agustín, ¿no? —le preguntó cerca de su oído, ya que la música de ambiente estaba a un volumen bastante fuerte para seguir considerándose una mera música de fondo.
—Si, si, soy yo —respondió antes de alzar su mano y buscar a alguien entre la multitud—. Me tiraste tan rápido que me hiciste soltar a mi amigo.
—¡Oh, perdón, no fue mi intención, es que...! —Las palabras se le quedaron atascadas en la garganta al ver cómo su misterioso chico nostálgico de lentes negros se acercaba hacia ellos.
—Hola, me llamo Sebastián, ¿todo bien? —saludó el muchacho de manera despreocupada. Manuel sintió que sus piernas perdían fuerza al escuchar su voz, tan masculina y melodiosa. Ahora también sabía su nombre, y le parecía hermoso, perfecto para su chico nostálgico del cigarrillo eterno—. ¿Todo bien, che? —repitió Sebastián, al no obtener respuesta.
—Si, si, perdón por no haberte visto antes y llevarme a tu amigo —logró decir Manuel para no quedar como un bicho raro.
—Ta, igual el botija este siempre se me pierde. ¿Vamos a pedir? —sugirió tanto para su amigo Agustín como para el chileno que apenas se acordaba de sus funciones básicas de ser pensante.
—Ya po...
...
La noche había llegado con una cortina de nubarrones que no permitían tener esa mágica noche estrellada de primavera, pero eso no le impedía a los jóvenes disfrutar de una birra helada y la brisa que golpeaba en un balconcito en plena Nueva Córdoba. Sus amigos estaban entre risa y risa, Leandro coqueteaba con el tal Agustín casi de forma descarada, y él, ahí estaba, casi sin decir palabra. Ya iba por su tercera Porter y ni un sacudón en la cabeza había logrado sentir, nada que pudiera hacer que se desinhibiera un poco.
—Che, Sebas, ¿de qué parte de Uruguay sos? —preguntó Jeremías, él cual si no tuviera novia, seguramente ya se lo estaría chamuyando.
—Bueno, nací en Canelones, pero pasé casi toda mi vida en Montevideo —respondió antes de prender su primer cigarrillo de la noche.
Manuel sentía que se iba derretir allí mismo si seguía escuchando su preciosa voz, había tantas cosas que quería preguntar. Deseaba verlo directamente a los ojos, estudiar cada una de sus facciones y gestos, grabar en su retina el brillo de su cabello y hundir su nariz en su cuello para saber a qué olía. ¿Sería a nicotina? ¿A metal por la baranda del balcón en la que siempre se apoyaba? ¿U olería a simple noche, simple luna?
—Che, si a alguno de acá le caigo mal, que me lo diga ahora y nos paramos de manos —comentó en tono bromista, provocando risas entre los presentes, excepto en Manuel, que estaba perdido en ese lago de pensamientos dedicados a un único rubio de lentes de marco negro—. Disimula un poco, guri, ¿tan forro me veo? —le cuestionó luego, directamente al chileno, que al darse cuenta, apenas le alcanzó la cabeza y las manos para negar aquello.
—No, no, tu no me cai mal, para nada.
—Es timidón, no sabes lo que nos costó hacernos amigos de él —lo justificó Leandro como un santo benevolente que había escuchado sus imperiosas súplicas a los pies de un altar abandonado.
—Taaa, mirá que yo te saco la timidez en tres simples pasos, eh. —Deslizó esas palabras con picardía. Manuel no podía creer que le estuviera hablando a él de esa manera, a él, que no tenía nada vistoso para ofrecer y, además, tampoco tenía una personalidad lo suficientemente atractiva como para destacar en medio de aquel ruidoso grupo de personas en el que apenas encajaba.
Apenas pudo responder la gracia con una sonrisa, y fue una de las más falsas que pasaron por sus labios, el recuerdo del tipo alto y rubio con el que lo había visto hacía varias noches pasadas volvió a su mente.
—Otra pregunta, Sebas, ¿tenes novia... novio? —Jeremías volvía a ser la voz del chileno, aunque esta vez no pudo pasar desapercibido.
—Bueno, culiado, nos vamos calmando que la Jessica me va hace cagar a mí si vos te hace el gato, viste —replicó Leandro bastante preocupado por su futura integridad física.
—Sos un mal pensado, solo estoy hablando con el pibe, ¿o no? ¿O te molesta la pregunta? —El aludido solo se encogió de hombros y luego le dió otra calada a su cigarrillo antes de responder.
—Ta, no me interesan los casados, pero estoy muy disponible para los solteros —declaró, divertido, ganándose algunas risas más de los chicos a su alrededor.
Manuel salió de su letargo depresivo al escuchar aquello. ¿Tenía una oportunidad? No, estaba fantaseando despierto. Aunque estuviera soltero, no tenía ni el chamuyo de Jeremías, ni la sonrisa y la altura de Leandro. Incluso sentía que podía ser fácilmente opacado por el otro uruguayo, que tenía una belleza llamativa, pero solo Sebastián podía ocupar el puesto del uruguayo más lindo de Argentina.
—No le den tanta bola a este botija, que le encanta ser el centro de atención —comentó Agustín antes de recibir un golpe en la nuca de su amigo Sebastián.
—Me la merezco, envidioso de mierda.
—Taaa. Hablando de cosas que te merecés, ¿por qué no seguimos esta juntada en tu depa? —sugirió con una sonrisa jocosa.
—Ta, con gusto lo haría, pero en mi depa se están quedando temporalmente mi primo con su mujer y su hija.
—¿Tu primo, el que está casado con una China?
—Sí, el que vivía en Buenos Aires —Sebastián volvió a darle una calada a su cigarrillo antes de seguir con el chisme—. Están buscando un lugar donde abrir un supermercado chino.
—Ah, no, boludo, jodeme que estás siendo testigo de cómo nace el chino de un barrio —agregó Jeremías, maravillado.
—Sí, guri, es re loco.
Otra vez las risas lo colmaron todo, y Manuel pudo unirse a ellas con sinceridad. Su corazón se alivió al saber que no había nada romántico o sexual entre su chico nostálgico y el rubio con el que lo había visto la semana pasada, compartiendo una charla nocturna en el balcón. Qué patético haber estado tan preocupado por una persona a la que apenas ahora le conocía el nombre.
—Si ustedes quieren podemos seguir en mi depa, vivo cerca. —Finalmente, Manuel tenía algo de la atención del grupo—. Bueno, si ustedes quieren, eh...
—¿Y hay lugar? Digo, la última vez que fui entre tus libros y los dos gatos, terminé sentado en el balcón —señaló Jeremías para molestar al chileno.
—¿Libros? ¿Estudias algo de humanidades? —le preguntó Sebastián de pronto, Manuel comenzó a sentir como su corazón empezaba a latir más rápido, parecía un adolescente enamorado.
—Si, estudio Letras Modernas. Me gusta mucho la literatura latinoamericana, pero leo en general de cualquier lado —respondió con un nerviosismo palpable en la voz, o al menos fue lo bastante obvio para Jeremías y Leandro que se miraron cómplices por un momento.
—¡Es muy inteligente, el weón aweonao! Tiene un promedio de nueve cincuenta. Es una locura, podría estar entre los diez mejores promedios de la UNC. Es nuestro orgullo —comentó Leandro—. ¡Vamos a su departamento! Tiene varios colchones que podemos usar. Sale orgía express en la casa del Manu —agregó antes de terminar su segunda pinta de un solo trago.
—Que orgía exprés, weón, la Jessi nos va a castrar a todos. Además se van a quejar los vecinos. —Las mejillas de Manuel estaban tan rojas como una cerveza de sabores frutales, Leandro estaba diciendo demasiadas cosas innecesarias, no quería verse presumido frente a Sebastián, aunque fue el primero en levantarse de la mesa.
—Dale, boludo, quiero ver tus libros, a mi me encanta leer. —Tomó su mano y lo tiró para que se pusiera de pie y luego se agarró de su brazo para bajar las escaleras y salir a la calle. ¿Manuel estaba soñando? ¿Seguía durmiendo en su cama? Ni en sus más locas fantasías se imaginó tener a su chico nostálgico del balcón colgando de su brazo. Pero no debía hacerse muchas ilusiones, para los rioplatenses el contacto estrecho no era más que algo cultural, no implicaba necesariamente alguna clase de interés romántico. Sin embargo, por las siguientes cinco cuadras que duraría aquello, se permitiría disfrutarlo.
...
Los cubos de hielo se esparcieron sobre la mesa de melamina; solo un par de ellos cayeron dentro de la botella cortada. Agustín estiró la mano y fue recogiendo los cubos uno por uno, hasta dejar los doce dentro del recipiente de plástico. Manuel observaba en silencio, algo abstraído en sus pensamientos, aunque escuchaba cómo Sebastián no paraba de reírse de las idioteces que Jeremías soltaba. Una vez más, se sentía tan invisible como hacía un rato en la cervecería. Pero no podía culpar a nadie, era su problema por no tener algo interesante que decir o hacer.
—Bueno... ¿vas a seguir así de callado? —le preguntó su chico nostálgico, alzando una ceja con impaciencia.
—Ya te dije, es medio tímido, pero se suelta cuando agarra confianza —intervino otra vez Leandro antes de darle un trago al recién preparado Fernet con Coca.
—No soy tímido, soy aburrido, weón. No quiero wear con mis weás, po —se justificó el chileno, recibiendo la botella cortada entre sus manos. Aunque no alcanzó a tomar un sorbo, porque Sebastián le arrebató el trago y se lo pasó a Jeremías, quien lo recibió con gusto. Luego lo tomó de la muñeca y lo arrastró hacia el balcón de su propio departamento.
Era una galería pequeña con un sillón improvisado de palets y unas cuantas plantas sin flores que necesitaban mucha luz y agua para mantenerse verdes y radiantes. Sebastián estiró los brazos a gusto y, luego de tomar una gran bocanada de aire fresco, buscó un cigarrillo en la cajetilla de Marlboros en su pantalón. Sin decir nada, lo encendió mirando hacia la luna, y luego se apoyó en el barandal del balcón, de la misma manera en que Manuel lo veía desde la vereda cuando iba al supermercado por té o café. Ahí estaba su chico nostálgico, justo enfrente de él, fumando y mirando la bóveda estrellada. Era más de lo que alguna vez pudo fantasear en sus noches de insomnio, después de pasar por su departamento.
—No digas esas cosas, que sos aburrido y que a nadie le importás. Porque yo soy un bodrio, pero si alguien no me quiere escuchar, entonces no merece mi tiempo. ¿Vos me querés escuchar mis "weás" aburridas?
¿Escucharte?, se repitió Manuel en su mente. Yo podría escucharte una vida entera si tu quisieras, pero eso no lo podía decir en voz alta... al menos no todavía. Sin embargo, algo en su rostro o en sus pequeños gestos nerviosos con los dedos verbalizaban aquellas palabras sin necesidad de usar sus cuerdas vocales. El uruguayo se echó a reír tan fuerte que terminó ahogándose con el humo de cigarrillo que aún permanecía a mitad de su laringe.
—Mi primo Martín, la otra vez, se dio cuenta de que alguien nos estaba mirando desde la vereda. Se asustó un poco, pero yo le dije que ya estaba acostumbrado a verte, incluso te esperaba. Me pregunté un montón de veces qué tipo de persona serías, por qué no decías nada, por qué te quedabas ahí, como si yo no fuera a notar dos perlitas negras que me miraban como un gato desde la sombra.
—Yo... —El corazón de Manuel se aceleró de golpe. Sus manos sudaban y su rostro se iba poniendo cada vez más rojo, tanto que incluso bajo la tenue luz que llegaba desde el living, era evidente.
—Te dije que no me molestó, me dabas curiosidad. Yo fui quien le dijo a Agustín que hablara con Leandro, porque te había visto con él en la facu. Es re loco que nos hayamos cruzado tantas veces por la facu de Economía, pero como vos siempre vas mirando el piso, ni te dabas cuenta cuando te pasaba al lado.
Manuel no lograba entender del todo lo que estaba sucediendo. En toda aquella escena había una suerte de mezcla heterogénea entre sus sueños más lindos y sus peores pesadillas. Además, no lograba procesar el hecho de que Sebastián había tenido una participación clave en aquel "fortuito" encuentro en la cervecería de Nueva Córdoba.
—Entonces... ¿no estás enojado? ¿No te parezco un asqueroso acosador?
—Que sos un poco raro, sí, pero también me parecés muy tierno. ¿Qué le podés encontrar de interesante a un depresivo que se pone a fumar en su balcón todas las noches? Pero ahí te aparecías vos, como todo un Romeo queriendo arrodillarse ante su Julieta. Sos un cursi, pero me interesás —Sebastián tomó asiento a su lado y, con una suavidad inesperada, apoyó su cabeza sobre el hombro tembloroso de Manuel. El chileno apenas respiraba, cada pequeño movimiento de Sebastián sobre su piel lo llenaba de un calor que no había sentido en mucho tiempo—. De ahora en adelante, me vas a poder ver con la misma cara de boludón que cuando pasas en frente de mi departamento, pero fumando desde la comodidad de tu balcón.
Manuel no sabía si reír o llorar. Tal vez, al final, no importaba tanto si era visible o invisible, si tenía algo que decir o no. Ahora, lo único importante era que Sebastián estaba ahí, y no era un fantasma errante para él. Y si lo fuera, tenía la certeza de que lo invocaría por su propia voluntad, para que flotara alrededor de su nostalgia y su cigarrillo a medio terminar.
Comisión para @Ann_Clime, muchas gracias por confiar en mi trabajo ♥.
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