Un poema y un misterio
A la mañana siguiente Manuel asistió a la Uni casi convertido en un zombi. Había dormido poco y mal tras aquella charla con Martín en la madrugada. Hernández le había dicho que confiara en él pero el chileno se resistía. Todo eso no tenía ni pies ni cabeza. ¿Cómo iba a acercarse a alguien que apenas conocía y que parecía no tomarlo en cuenta para nada? Por la chucha, ni siquiera sabía si le iban los chicos.
Sacudió la cabeza ante ese último pensamiento. Él no era maraco, solo sentía curiosidad por el otro, nada más. Ya se le pasaría.
Justo en ese instante, como si lo hubiera invocado, Leo apareció por el pasillo; mochila a cuestas y con un libro bajo el brazo camino al aula de Lengua extranjera. Manuel lo miro en silencio. El cabro tenía pinta, no parecía fleto. Capaz tenía una fila de minas clavando la vista por donde transitaba o, tal vez, él fuera quién anhelara el afecto de alguna en especial. De ser eso último, ¿qué derecho tenía él a interferir en su vida?
—Che Manu, acá estas —pronunció Martín asuntándolo.
—¡Martín conchetumadre! —exclamó el chileno mirándolo ceñudo con una mano en el corazón— ¿Qué pensabaí hacer? ¿Matarme?
—Te hable pero estabas ocupado viendo al boludo ese —replico el nombrado con una leve sonrisa ladina.
—Solo estaba pensando weon —mintió Manuel tratando de no sonrojarse al verse expuesto por el otro.
—Lo que digás, flaco. Ten —añadió tendiéndole un papel sin dejar de sonreír.
—Weon, ya me sé mis horarios de clases.
—No son los tuyos —aclaro—. Son los de ese chabón.
—¡¿Qué?! ¿Voh estaí loco rusio! ¡Esto es acoso! —se escandalizó Gonzales mirándolo enfadado
—Bájale un cambio, nene. No estoy sordo —pidió el argento sin inmutarse— y no lo estoy acosando, el flaco comparte carrera conmigo. Al parecer compagina dos a la vez.
—¿Y qué querí que haga yo con esto?
—Ve y háblale, Manu —respondió Martín—. No perdés nada además has estado detrás de aquel pendejo desde hace semanas. Yo que vos me le acercaba antes de que te lo afanen.
—Lo que voh querí es que lo entretenga para que podai estar a solas con el Pedro.
—Algo de eso hay —reconoció— pero también lo hago por vos. Me preocupás.
—Gracias —murmuró— pero no te preocupi. Estoy bien
—Pensálo siquiera —repuso Hernández antes de marcharse a su siguiente clase.
La cabeza de Manuel quedó hecha un lio tras aquella charla, tomaba apuntes de forma mecánica en clase y se dejaba arrastrar por la turba humana durante el cambio de salones. Incluso Pedro lo tuvo que guiar un par de veces tomándolo de la mano para evitar que se perdiera.
—Manu, ¿qué tienes? Estás más distraído de lo normal —comentó el mexicano con leve retintín mientras lo miraba preocupado.
—Nada. No te preocupí —respondió el nombrado en tono mecánico.
Pedro se mordió el labio inquieto pero prefirió no insistir para no enfadar a su amigo.
Ese mismo día al volver del trabajo, el castaño seguía con la imagen de Leo caminando por el pasillo, por la biblioteca, la cafetería...Por todos aquellos lugares donde lo había visto transitar todas esas ocasiones en las que se había dedicado a observarlo.
Incapaz de contenerse, Manuel tomo una libreta y una estilográfica de su escritorio y comenzó a redactar lo que le traería una mezcla de emociones de lo más variopintas en el futuro próximo.
Te veo sentado en una esquina del silencio
Muchacho de piel cobriza
Cabello azabache, mirada tinta
Voz escondida y buena pinta.
Muchacho de piel de bronce
Que mi rostro no conoce
Que mi presencia no adivina
Oculta en la penumbra.
La luz mi amor no alumbra
Mozo de cabellera ceniza
Suspiro por tu aprecio
Mi anhelo constante
Rezo porque la gracia divina
Pase el tiempo deprisa
Para ver tu sonrisa
Oír tu voz
Sentir tu caricia
No me pagues con desprecio
El amarte en lejanía, vida mía
No me quites el ensueño
De besarte algún día
G. poeta oscuro.
Al finalizar su lírica dejó escapar un suspiro. Si hubiera una forma de despertar el interés del norteño para que le diera solo una mirada, una oportunidad para conocerlo y dejar que lo conociera sin temor a cagarla entero. Con esa idea en mente, Manuel se quedo dormido.
Al día siguiente todo parecía normal en la cafetería aledaña a la Uni. Todo excepto un joven moreno con un tatuaje en la muñeca que leía muy concentrado una nota que había encontrado en su mochila al buscar su libro de Práctica y teoría corporal.
¿Quién habría dejado esa misiva entre sus cosas? No lo sabía pero iba a averiguarlo.
***
Aquí el segundo capítulo. Dejen sus comentarios y sugerencias en un comentario. Me gusta leer lo que piensan además de que me motiva a actualizar más rápido.
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