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Tarde de frío


El chico del atrapasueños

Disclamer: Ni Hetalia ni Latín Hetalia me pertenecen. Lo único mío es Leo –México 2p– y la idea para esta historia.

Dedicada a Tarry, mi Manuel personal.

Se conocieron por casualidad una tarde cualquiera, Manuel era mesero de la cafetería aledaña a la Uni. Era salida de clases por aquel día y, si bien no hacía frío, un viento fresco y constante hacia necesarios los abrigos, gorros y bufandas en la mayor parte de los clientes.

El chileno apenas le dirigió una mirada superficial al servirle un café con sal y un cuernito con jamón. Tal vez porque lo único digno de mención en su persona era la campera negra un jaguar bordado al costado, detalle que hacía una combinación extraña con un tatuaje de atrapasueños en su muñeca derecha.

No cruzaron palabra aquel día.

Días después el joven del tatuaje de atrapasueños volvió a aparecer por la cafetería, esta vez sin la campera dejando ver el tono moreno de su tez y su indómito cabello negro. Estaba sentado a la mesa leyendo una copia de "El niño que enloqueció de amor" de Eduardo Barrios en una de esas ediciones de bolsillo dadas en el subte y que a uno a veces se le olvidan devolver para que otros las lean. Se veía muy concentrado

Esa vez le llevo un refresco de limón y un sándwich de carne con queso. Ese día el joven dejó el libro olvidado sobre la mesa. El castaño lo guardo, quizá se lo devolviera otro día.

La risa del joven moreno fue como el instrumental que marco a fuego su tercer tropiezo fortuito en el cerebro del castaño. Traía una pañoleta roja en el cuello con la que parcialmente se cubría la boca mientras reía alegremente acompañado de un joven de estatura media, cabello castaño y tez trigueña a juego con un par de pupilas verdes.

El chileno estuvo tentado a ir a dejarle el libro pero le dio vergüenza.

Así pasaban los días, Manuel seguía topándose con el joven del tatuaje en la cafetería, en los pasillos, la biblioteca o las áreas verdes del campus. Llegó a ser capaz de reconocerlo a distancia o a identificar el timbre de su risa pero nunca lo había escuchado hablar lo suficientemente alto para recordar el sonido de su voz, ¡por la chucha ni siquiera sabía su nombre y ya tenía los primeros indicios del síndrome acosador! Ante ese pensamiento el castaño de ojos miel no pudo evitar pensar que pasar tanto tiempo con Martín estaba comenzando a pasarle factura.

Irónicamente fue gracias al rubio que supo el nombre del desconocido del tatuaje.

Había acompañado al argentino por unos libros a la biblioteca durante una de sus horas libres cuando el moreno del tatuaje y él cruzaron miradas por casualidad. El moreno volvió la vista al librero que tenía delante pero Manuel tardó un poco más en volver a la realidad. 

—Así que es ese es el que te gusta ¿eh Manu? —dijo pícaro Martín mientras le daba un leve codazo en las costillas

—¿De qué wea estái hablando? —replico el aludido frunciendo el ceño—Yo no soy fleto.

—Lo que digás flaco –sonrió travieso el de ojos verdes—. Se nota que le tenés ganas a Leo.

—¿Leo? –repitió el chileno mirando a su compañero confuso.

—Sí. Así se llama el dueño de tus desvelos. Si querés, podría presentarlos –propuso Martín divertido.

—Déjate de wear y apúrate que tenemos que ir al tiro con el profe Arthur para la clase de inglés y ya estaríamos ahí si no hubieras olvidado tus libros weon —le recordó Manuel enfadado.

—¿Tan impaciente estás por ver al cejudo ese?

—¡Cállate aweonao! Es el profe. No podis faltarle al respeto –lo reprendió el castaño.

—Profe suplente y no lo banco para nada –repuso el rubio con un mohín de disgusto mientras buscaba entre las estanterías una copia del libro de inglés.

—La cuestión no es si lo aguantai o no lo aguantai rusio –prosiguió González mientras se paraba de puntillas para alcanzar el libro colocado en la parte alta de una repisa.

Fue entonces cuando alguien se acercó por detrás y tomo el libro del estante, Manuel se volvió para encarar a quien había tomado el texto encontrándose cara a cara con el joven del tatuaje. Este le tendió el objeto y se alejo sin pronunciar siquiera una silaba.

—Che acabas de desperdiciar una oportunidad de oro –murmuró Hernández haciendo reaccionar al más bajo.

—No me digai –contestó con acidez Gonzales mientras se encaminaba al registro para poder sacar el libro del archivo—. ¿Y qué queriai que dijera?

—Te hubieras presentado, dado las gracias, inventado alguna boludez... –enumeró Martín mientras lo seguía—¡No sé! ¡Pensá antes de quedarte mirando como un pibe de primero!

—¿Querís dejar de ser tan dramático weon? –resopló Manuel cansado— Él tampoco dijo nada.

—Es porque el flaco casi no habla –señalo sin tacto Martín.

—No me engañai rusio. Ni que el weon ese fuera mudo, yo lo escuche reír.

—Vos mismo lo dijiste. Reír –remarcó el argentino— Y yo nunca dije que lo fuera –agregó con leve malicia en la voz.

—Entonces para que lo mencionai –farfulló el chileno mientras sentía sus mejillas calentarse.

—Es obvio que el chabón te interesa chilenito.

—Déjame en paz, mierda –mascullo el chileno mientras aceleraba el paso hacia el aula—, yo no soy fleto y voh me acabai de decir que el cabro no habla nada.

—Dije que casi no lo hacía –volvió a reafirmar el rioplatense al alcanzarlo y tomar su respectivo asiento cercano al pupitre del castaño—. Te propongo un trato.

—¿Qué clase de trato?

—Resulta que tu «Chico misterioso» tiene un primo muy lindo y quiero invitarlo a dar una vuelta pero Leo no se le despega muy seguido del pobre —explicó con sencillez— y ya que te interesa me preguntaba si vos podrías...

—De ninguna manera

—Pero Manu...

—Pero nada. No te voy a ayudar a que consigaiuna cita –repuso Manuel serio—, si el cabro no te deja estar a solas con su primo sus motivos tendrá.

—Y yo pensaba que era uno de tus mejores amigos —suspiro—, además de creer que interesaría saber que tu amigo Pedro sabe dónde vive el flaco ese.

—¿Y qué tení que ver el Pedro en todo esto, rusio? —interrogó Gonzales mirando ceñudo.

Hernández esbozo una sonrisa al más puro estilo del gato de Cheshire antes de responder:

—Son parientes ¿no lo sabías?

Esa tarde Manuel fue a la cafetería con la charla con el rioplatense dándole vueltas en la cabeza. Tenía sus reservas respecto al tema y Martín podía ser bastante charlatán cuando quería así que era mejor no fiarse por más la cuestión estuviera atormentándolo constantemente los días posteriores apenas tenía un momento a solas.

Una presentación en parejas para obtener el treinta por ciento de la calificación y poder aspirar a exentar el examen de historia de la lengua hizo que el chileno tuviera que darle la razón a Hernández a regañadientes al llamar a la puerta de la casa de su amigo mexicano se encontró con el chico del tatuaje.

—¿Está el Pedro? —preguntó Gonzales cuando finalmente pudo articular palabra.

Esa fue la primera vez que escucho su voz. Fuerte, potente y clara.

—¡Pedro Antonio, te buscan! —llamo— Pasa y siéntate. Voy a buscar a mi primo.

Obedeció y entró en la casa tras limpiarse los pies en el felpudo. La sala estaba pintada de colores cálidos haciendo juego con los sillones y las mesitas además de fotos y adornos en las paredes. Era un lugar alegre.

—Manuel —pronunció Pedro al aparecer mientras el nombrado examinaba el entorno—. Lamento la tardanza, no sabía que ya habías llegado hasta que David me aviso.

—¿David?

—Si seré bruto –rió Pedro apenado mientras el moreno de ojos negros se hacía presente poco después–, se me olvido que no lo conoces. Manu, él es David Leonardo; David, este es Manu, mi mejor amigo —añadió con rapidez, presentándolos.

—Mucho gusto Manuel —dijo Leo tratando de no reír ante los nervios de su consanguíneo —, perdona a este menso, a veces no se da cuenta de que, no por ir a la misma Uni voy a saber con quiénes se lleva o no se lleva.

—No seas pesado David —se quejó Pedro con un puchero—, sabes que soy distraído y además te he hablado mucho de Manu.

Al oír esto, el chileno se sorprendió más no dijo nada.

—Pero no lo había conocido formalmente —replicó el moreno mirando al otro sin inmutarse —, a diferencia de ti; no me fijo mucho en la gente.

—Pedro —terció Manuel sintiéndose incomodo de repente—. Tenemos que hacer la presentación, ¿te acordaí?

—Tienes razón —asintió antes de guiar al chileno a su pieza para hacer el trabajo de una vez —. Por cierto Leo, mamá dice que si vas a salir te lleves las llaves y una chamarra —agregó recibiendo asentimiento como respuesta antes de cerrar la puerta.

Una vez puestos en lo suyo, Manuel se sumió en el trabajo. Él y Pedro debían hacer un trabajo de los autores más importantes en la literatura latinoamericana y sus obras más destacadas las distintas ramas del género.

Al ser un tema extenso habían hecho la mitad de los puntos cada uno y ahora iban a organizarlo todo a fin de exponerlo al final de la semana. Conociéndolo, Manuel esperaba que su amigo castaño de ojos rojizos hubiera hecho su parte a última hora, más se llevó una sorpresa al ver un resumen de cada obra y autor perfectamente redactados.

—Bacán weon. ¿Te cambiaron el medicamento? —preguntó Gonzales mientras leía los apuntes de su compañero.

Manuel sabía que Pedro padecía TDAH y le costaba mucho hacer cualquier tarea sin distraerse a los pocos minutos de iniciar, lo que le causaba problemas a la hora de mantener sus calificaciones a niveles aceptables además de darle ciertas muletillas al hablar o hacer ciertas cosas.

—Me ayudo Leo —respondió Pedro con simpleza mientras hojeaba los documentos del chileno usando los dedos para guiarse y no leer la misma oración dos veces.

El repiqueo del pie derecho del mexicano era el único sonido constante que discordaba con los ruidos que ambos muchachos hacían al redactar y organizar la presentación tanto en un documento de Word como en diapositivas. Cuando terminaron decidieron bajar por algo de comer a la cocina antes de ponerse a ver «Suicide Room» en la laptop del mayor.

Pedro se había adelantado llevando frituras y palomitas al piso de arriba dejando a Manuel a cargo de los vasos de refresco. El castaño subía sin notar que el tercer miembro en aquella casa iba bajando a toda prisa la escalera.

—¿Por qué no te fijai por dónde vas? —espeto al de ojos negros con el ceño fruncido.

—Perdón —se disculpó en voz baja el joven—. Ten —agregó metiéndole un paquete de galletas en el bolsillo antes de seguir su camino.

—¿Y esas galletas? —preguntó Pedro una vez que se acomodaron para ver la cinta.

Manuel no supo que contestar.

Tras lo ocurrido el tiempo siguió su curso normal. Seguía topándose con Leo por el campus pero no se atrevía a hablarle de frente. Ya fuera porque el moreno parecía absorto en sus cosas y no reparaba en él o que al castaño le ganaban los nervios a la hora de acercarse.

Tenía un libro suyo, si pero eso no le parecía excusa suficiente para iniciar una charla. Y era muy probable que para Leo él no fuese más que un simple conocido.

¿Cómo acercarse sin ser muy obvio o quedar como un stalker? ¿Qué hacer para capturar el interés de aquel joven tatuado con aquel diseño inusual?

La idea vino una madrugada sin previo aviso. Producto de su insomnio ocasional y de los mensajes inoportunos de cierto rioplatense con complejo de mina casamentera y copuchenta.

Consistía en dejarle pequeños mensajes al mexicano de forma anónima y ocasional a fin de despertar su curiosidad.

«¿Y cómo esperai que haga eso weon?» respondió Gonzales fastidiado. Todo eso sonaba tan cliché.

«Confía en mí, flaco. Tengo un plan»


***

Si quieren que lo continué,  dejen un comentario. El MéxChi/ChiMéx necesita más amor <3 


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