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Diecisiete

Navidad es una época hermosa. Saca el lado más humano de las personas, la sociedad reboza de amor y alegría, se desea la paz a los peores enemigos; ha llegado a ser motivo de que se pausen los peores eventos de la historia humana, ¿quién no recuerda esa anécdota donde los soldados, desde las trincheras, entonaron bellos villancicos? Esa fría noche intercambiaron obsequios, se abrazaron y se desearon lo mejor, a pesar de sólo ser peones en un juego de poderes donde sus vidas eran lo menos importante. Pasaron de ser armas vivientes a seres humanos. Todo por unos villancicos. Aun así, para algunos esta época no es más que una excusa para enriquecer a las grandes empresas, haciendo que sus bolsillos se llenen de billetes y monedas doradas mientras los ejecutivos que las dirigen se sientan en sus tronos de oro sólido viendo llover una gran cantidad de billetes, dejando salir una risa que delata el mal estado de sus pulmones por fumar tantos cigarrillos cuando en las calles hay millones de personas que no tienen ni un techo sobre sus cabezas, que su única protección contra las bajas temperaturas eran páginas de periódicos viejos, pero, aún con todo esto, ves sonrisas en sus rostros. Hay diferentes tipos de riquezas, todo depende del punto vista de donde veas estas festividades. Puede ser una festividad capitalista, romántica, religiosa, humana... todos tienen algo en común, felicidad.

La felicidad puede expresarse de diferentes maneras; en este caso, se mostraba como una sonrisa en su rostro que era producto de lo ocurrido la noche anterior, acompañado de una terrible jaqueca por todo el licor que había ingerido. Su suave cabellera castaña estaba revuelta y sentía que todo el cuerpo le dolía, sin pasar por alto el hecho de que no estaba en su habitación, lo supo por el cobertor azul marino que cubría su torso desnudo. Se masajeó el entrecejo, quejándose del dolor. En la mesa de noche había una bebida hidratante.

—Qué conveniente —dijo tomando la pequeña botella, terminándose la bebida sabor limón luego de unos tragos.

Se recostó nuevamente sobre la cama, dejando que la suavidad de las sábanas acariciara su piel; el perfume que desprendían las almohadas era uno que reconocía y que le hizo sonreír aún más al momento de abrazarla, permitiendo que ese aroma tan varonil lo embriagara.

—James —se sobresaltó al escuchar que la puerta se abría. Tenía las mejillas coloradas al reincorporarse, ocultando su torso con el cobertor de aquel hombre de cabellera azabache que lo veía desde el umbral—, buenos días.

—Buenos días —fue la timidez en su voz la que lo delató.

—¿Cómo te sientes? ¿Te duele algo? —su cercanía hizo que el corazón le latiera, maldiciéndolo por hacer que se sintiera como un adolescente. Tocó su frente con el dorso de su mano para verificar su temperatura corporal, que era secretamente una excusa para ver cómo sus hermosos ojos esmeralda reflejaban los rayos del sol matutino que se colaban en la habitación.

Le entregó un par de jeans y una playera negra que el castaño había empacado para después dejarlo solo en la habitación luego de decirle que el desayuno no tardaría en estar listo. James se quedó viendo hacia la puerta, ocultando su rostro en la almohada en un vago intento por no delatar la gran sonrisa que adornaba su rostro de mejillas sonrojadas.

Luego de arreglarse y de secar apropiadamente su cabellera, James se dirigió hacia la cocina, donde los hermanos Orsen terminaban de preparar el desayuno; Baaya ponía la mesa y George terminaba de limpiar la terraza con ayuda de Miharu y Alexander, mientras los más pequeños jugaban con Louie. El castaño se acercó a la mujer de cabellera platinada y anteojos de media luna para ayudarla a terminar de acomodar el resto de los cubiertos y vasos; Allison terminaba de preparar el jugo de naranja cuando comenzó a percatarse de las pequeñas miradas que su hermano y James se dirigían de vez en cuando. Una sonrisa ladina apareció en la morena que comenzaba a sacar conjeturas relacionadas a las dos ocasiones en que ambos desaparecieron de la fiesta. Baaya también lo notó, pero optó por no intervenir.

Una vez los platos estuvieron en la mesa, el jugo de naranja servido y el café recién hecho, Allison llamó a todos para desayunar. Cady salió de su habitación con su hija en brazos. En pocos minutos, aquel espacio de muebles elegantes y delicioso aroma se convirtió en un espacio familiar desde el punto de vista de James; su hija convivía con los niños, Baaya hablaba de mecánica con George y Alexander, Allison y Cady reían al ver viejas fotografías que la pelirroja conservaba en su teléfono, Blake y Louie charlaban sobre trivialidades un tanto absurdas como en los viejos tiempos. Y así fue como James lo sintió. Una atmósfera de tranquilidad y alegría acompañada de deliciosos wafles, omelettes y café, recuerdos y decoraciones navideñas.

—Jay —llamó Louie—, ¿en qué estás pensando? come, se enfriará la comida.

—Lo siento, es sólo que... me hace muy feliz estar con todos ustedes.

Aww, eres tan dulce, James —dijo Cady llevándose una mano al pecho—. Oh, por cierto, estaba pensando en algo que podríamos hacer en la víspera de navidad.

—¿Comer hasta reventar? —dijo Alexander, quien limpiaba cuidadosamente la barbilla de su hija.

—Además de eso. Creo que podríamos hacer esa cosa del Santa Secreto, ¿qué les parece?

—Creo que es una linda idea —respondió Baaya dándole un sorbo al café.

—¿Invitaremos al resto de la familia?

—No lo sé, Jay, hablé con mi mamá hace unos días y dijo que estaban organizando su propia fiesta navideña; creo que nuestros padres tienen otros planes.

—Bueno, conociéndote supongo que ya tienes el resto de la dinámica planeada, ¿cierto? —dijo Louie enarcando la ceja.

—¡Estás en lo correcto, Lou! —para sorpresa de los presentes, a excepción de los niños, la pelirroja sacó una pequeña caja blanca por debajo de la mesa— Mujer prevenida vale por dos.

—¿Esa cosa estuvo ahí todo este tiempo? —murmuró Allison.

—Aquí están los nombres de cada uno, y como esto no requiere de mucha ciencia, sólo tomen un papelito y le darán un regalo a la persona cuyo nombre esté escrito.

—¿Tenemos un límite de dinero? —preguntó James. Cady se aclaró la garganta y le respondió con una sonrisa.

—Pueden hacerlo ustedes mismos o gastar hasta 50€ en el obsequio.

—Pero... la víspera de navidad es pasado mañana...

—Entonces les sugiero que pongamos manos a la obra —la pelirroja pasó la caja a los presentes para que cada uno sacara un papelito.

James fue de los últimos en recibirla por lo que tomó uno de los tres papeles restantes. Al desdoblarlo, sintió algo pesado en su corazón al leer en la hermosa caligrafía de Cady el nombre de «Blake». Algo debía estar pasando, una serie de eventos misteriosamente convenientes para acercarlo al azabache al que tiempo atrás le entregó cierta virginidad. «Esto debe ser una broma» pensó desviando la mirada mientras tomaba un poco del jugo de naranja.

Una vez terminado el desayuno y lavados los platos, Allison y Cady propusieron ir al centro comercial para hacer algunas compras navideñas de último minuto, por lo que la familia aceptó y en poco tiempo ya se encontraban colocando los cinturones de seguridad a los más pequeños y decidiendo quién iría en qué vehículo; al final Blake fue con su hermana, George, Miharu, Baaya y sus sobrinos, por lo que James acompañaba a Cady, Louie, Alexander y Fleur, que era una copia casi perfecta de Cady, a excepción del color de sus ojos y forma de la nariz que eran iguales a las de Alexander.

—Entonces, ¿hay algo de lo que quieran hablar? —dijo Louie mirando de soslayo al menor que se limitaba a observar el paisaje sin prestarle la más mínima atención a su amigo. El castaño se encogió de hombros mientras la pelirroja le miraba por el retrovisor, Cady se quedó pensando por unos segundos hasta que llamó a James.

—¿Alguna vez les conté cómo fue que Alexander y yo comenzamos a salir?

—¿No comenzaron a salir de la noche a la mañana? —Cady negó. A su esposo le nació una pequeña sonrisa pues sabía lo que la pelirroja intentaba lograr con James, quien tenía una ceja enarcada por la creciente confusión.

—Poco antes de tu décimo noveno cumpleaños, cuando fuimos al acuario y a la feria, Alexander comenzó a dejarme pequeñas notas en mi maleta del ballet, eventualmente fueron rosas y después me dejó su número de teléfono. Obviamente sabía que era él porque veía su reflejo en los espejos del salón —las mejillas de Alexander se tornaron de un color rosa pastel ante el recuerdo—. En fin, para no hacerles la historia más larga, adivinen quién terminó declarándose.

—¿Alexander? —dijeron los castaños al unísono. La pelirroja rio por lo bajo, virándose ligeramente sobre su asiento para ver mejor a James.

—A veces uno debe tomar la iniciativa. Si yo no lo hacía, probablemente las cosas hubiesen sido diferentes.

—Tiene razón —habló Alexander—. En ese entonces me sentía un poco celoso porque Cady pasaba mucho tiempo con ustedes e incluso creí que tenía una relación con Louie. Me sentía tan inseguro que pensaba en dejar de intentarlo, hasta que me dijo cómo se sentía.

—Es una linda historia, pero ¿por qué están contándonos todo esto?

—Porque sabemos que Blake y tú se traen algo, pero después de todo lo que sucedió no nos extrañaría que dudaran sobre si deberían decirse las cosas directamente. Además, no creas que no nos dimos cuenta de que dormiste en su habitación.

—¡No sucedió nada! —exclamó avergonzado.

—Lo sabemos, de haber sucedido algo hoy no podrías caminar —James dio un ligero golpe en el brazo de Louie haciéndolo reír mientras la pareja los observaba por el espejo retrovisor.

Pasaron varios minutos hasta que llegaron al centro comercial, George aparcó en un lugar algo retirado de donde Alexander por lo que acordaron en verse fuera de la heladería. Mientras caminaban, James se preguntaba qué sería bueno obsequiarle a Blake; debería ser algo lindo ya que, en su último cumpleaños, él y su familia le obsequiaron el reloj de muñeca y colonia que quería desde hacía tiempo. Muchas cosas estaban sucediendo entre ellos dos en tan poco tiempo que en ocasiones resultaba agobiante. «Apenas ayer nos besamos... pero desde hace tiempo que me siento diferente estando con él... ya no lo odio, eso es seguro, pero ¿cómo se supone que actúe ahora? ¿Normal? ¿Como un amigo? ¿Tal vez como amante? Ugh, detesto que me haga sentir como un adolescente con las hormonas alteradas.» Se perdió en sus pensamientos hasta que entraron a la plaza y sintió el abrazo de Miharu, cuyo afecto hacia el azabache era otra clara muestra de que había cambiado para bien; aunque también estaba el hecho de que estuvo saliendo con un chico diez años menor que él, pero al final terminaron porque sus corazones latían por otras personas y eso se lo dijo a plena luz de luna.

Tomó la mano de su hija, quien le había pedido ayuda para escoger lo que regalaría como Santa Secreto. Baaya terminó por irse con Allison y Cady ya que sus respectivos hijos se habían encariñado con la nipona, no era de extrañarse pues Baaya era de esas personas que ganan la confianza de los demás en poco tiempo, tal vez se deba a su actitud amable y altruismo, o tal vez por su rostro de expresión amigable o su inconfundible aroma a flores de cerezo.

Las tiendas incluyeron en mayor parte de su mobiliario los colores verde y rojo, el perfume de los frescos pinos y galletas de jengibre eran los favoritos de las grandes marcas, al igual que el uso excesivo de villancicos clásicos y versiones instrumentales de la época. Miharu guardaba su dinero en el bolsillo de su abrigo rosado mientras sus ojitos brillaban al ver las hermosas decoraciones y buscaba lo que regalaría. James seguía a su hija por toda la tienda hasta que se acercó a él con un elegante juego de figurines de pingüinos en mano, no tuvo necesidad de preguntarle si sería el obsequio que entregaría pues la gran sonrisa en su rostro de mejillas rosadas le sirvió como respuesta.

—Aquí tienes, cariño. ¡Feliz navidad! —dijo la joven cajera con una sonrisa.

—¡Feliz navidad! —respondió Miharu con alegría. Fueron a la siguiente tienda para que James buscara su obsequio, su semblante de preocupación hizo que Miharu lo llamara— Papi, ¿tienes idea de qué es lo que comprarás?

—A decir verdad, no, princesa. La persona que me tocó probablemente no la conozco tan bien como creí.

—Somos una familia, papi. Estoy segura de que sea lo que vayas a obsequiarle, le gustará —le regaló una sonrisa, James devolvió el gesto abrazándola para después seguir con su búsqueda entre las tantas tiendas del centro comercial.

A medida que pasaban las horas, más eran los objetos descartados para el obsequio, James comenzaba a sentirse desanimado y la opción de entregarle una simple tarjeta de regalo de una cafetería no sonaba tan mal.

—Hey, aquí están —escuchó. Blake se acercó a ellos con una bolsa de papel kraft en mano—. Creí que estarían con Cat.

—Miharu me pidió que la acompañara. ¿No estabas con Louie?

—Se tardó mucho en el baño y lo dejé, no creo que se moleste. ¿Ya tienes tu regalo?

—Aún no —respondió guardándose las manos en los bolsillos del cárdigan—, seguimos buscando, pero casi todas las tiendas están vacías.

—No te preocupes, encontraremos algo —dijo con amabilidad provocándole un cosquilleo al menor.

—¡Papi, Blake! ¡Vengan aquí! —llamó Miharu desde el aparador de una tienda infantil donde podías hacer tu propio muñeco de felpa. Los mayores se acercaron a donde la niña que veía emocionada la cantidad de muñecos en el aparador— ¿Podemos entrar? Por favor —suplicó con mirada tierna.

—Parece divertido —dijo Blake. Miharu haló de su mano para que entraran, James suspiró y los siguió.

El interior tenía la apariencia de una fábrica, pero con colores mucho más brillantes, azulejos en forma de piezas de rompecabezas y estaciones enumeradas para crear al muñeco de tu preferencia. Y claro, no podían faltar los niños que iban de aquí para allá mientras sus padres esperaban en la entrada junto a montones de bolsas y cajas coloridas. Miharu miró con ojos de cachorro a su padre, tenía muchas ganas de hacer su propio muñeco. James le sonrió como respuesta terminando con la bolsa de su hija en mano mientras ella corría hasta el muro donde estaban los moldes.

—¿Quieres que hagamos uno? —Blake tenía las orejas coloradas y un brillo enternecedor en sus ojos azules— Los niños parecen divertirse.

—Es mejor que quedarnos esperando.

Ambos caminaron hacia la primera estación; Blake tomó un oso panda y James un gato a los cuales rellenaron con algodón hasta que quedaron esponjosos y suaves, después se acercaron al muro donde estaban en exhibición una amplia variedad de atuendos. James dio un rápido vistazo al gato entre sus manos, sus ojos eran iguales a los de alguien que conocía; fue entonces que tuvo la idea de que ese podría ser un lindo obsequio para su Santa Secreto por lo que comenzó a buscar un traje elegante para el muñeco, incluso había pequeños accesorios como relojes, bolsos, maletines y sombreros para darle un mejor acabado al esponjado muñeco. Tomó asiento en una de las coloridas mesas de madera para poder vestir al gatito, soltando una risita al ver la similitud que tenía con cierto azabache.

—Papi, ¿qué opinas? ¿Te gustan? —Miharu sostenía un par de muñecos con forma de conejo, uno blanco de vestido elegante, y el otro de color ceniza con una chaqueta de mezclilla desgastada.

—Son muy lindos. Déjame adivinar, son Hadzuki y Masahiro, ¿cierto?

—¡Sí! —dijo emocionada— Quiero enviárselos por correo, como un obsequio de navidad.

—Tal vez no lleguen a tiempo.

—Lo sé, pero creo que les gustarán, y realmente quiero dárselos.

—Está bien, princesa, ¿quieres que te dé el dinero para pagarlos?

—No, traje algo del dinero de mis ahorros y puedo pagar por ellos. Creo que es lo correcto ya que fue mi idea hacerlos —dijo con una sonrisa. Se acercó un poco a la mesa para ver el muñeco que su padre vestía, inclinando ligeramente la cabeza intentando encontrarle semejanza con alguien—. Se parece a Blake.

—¿Te parece? —dijo avergonzado— Yo creo que este es más adorable.

—¿Crees que el Señor Orsen es adorable, papi? —preguntó haciendo que las mejillas de su padre se tornaran de un suave color rosa.

—¿Escogerás un muñeco para ti? —dijo intentando cambiar el tema, pero Miharu no cedió.

—Creo que ustedes dos se ven lindos, y aquí entre nosotros —se acercó un poco a la oreja de James, como si le contara un secreto—, creo que le gustas.

—¿Por qué crees eso?

—Supongo que es porque he visto que últimamente sus ojos brillan cuando están juntos, que no deja de buscarte con la mirada, cuando vamos de compras siempre procura llevar las cosas que te gustan porque le gusta verte sonreír y porque me dijo que le gusta cuando estamos los cuatro juntos, a mí también porque somos como una familia —dijo con una gran sonrisa—. Pero eso es únicamente lo que he visto.

—Realmente no se te escapa ningún detalle, ¿cierto?

—Papi, desde que comenzaste a pasar más tiempo con nosotros te he visto más feliz, y eso me alegra mucho, pero quiero saber si en parte se debe al Señor Orsen.

—Puede ser —dijo desviando la mirada y con una sonrisa tímida asomándose en sus labios—. Anda, ya fueron muchas preguntas, ¿me ayudas a buscar una corbata para el gatito?

—¡Sí! —dejó la pareja de conejos en la mesa para buscar la prenda.

James se quedó viendo al muñeco por unos segundos, acariciando su suave pelaje, manteniendo esa tímida sonrisa y mejillas rosadas. «Realmente se parecen» pensó con ternura. Una figura masculina de embriagante fragancia y hermosos ojos de zafiro tomó asiento a su lado.

—Parece que te diviertes.

—Nunca había hecho esto, creo que fue una buena idea.

—Me recuerda a cuando teníamos diez años y vestíamos al pomerania de Louie.

—Recuerdo que cada que íbamos a su casa terminaba persiguiéndote por todo el jardín —dejó escapar una pequeña risa que hizo saltar el corazón de Blake, mirándole con ternura—. Creo que nunca había visto a un perro correr tan rápido. Aunque por cada paso que dabas el pobre daba seis.

—Aún así, me agradaba ese perro, era simpático —su mirada se tornó melancólica cambiando rápidamente a una un poco más alegre cuando Miharu se acercó con una pequeña corbata gris en sus manos.

—Mira, papi, creo que esta corbata le quedaría bien.

—Tienes razón, nena —colocó la prenda cuidadosamente en el cuello del muñeco, sintiéndose orgulloso al verlo terminado—. Se ve muy bien. Será mejor que vayamos a pagar, ya casi es hora de reunirnos con los demás.

❀ ❀ ❀

Baaya ayudaba a Allison a terminar de preparar la cena navideña mientras los demás seguían las indicaciones de Cady para dar los toques finales a la decoración, convirtiendo la residencia de colores tierra y cálidos, a lo que podría pasar como una villa navideña en miniatura; la pelirroja colocaba las últimas esferas en el pino que aún emanaba su fresco aroma y era, sin duda, la joya de la escena. Los más pequeños admiraban su belleza, con esos listones rojos, esferas coloridas, figurines de ángeles y renos, y luces que asemejaban a las estrellas. Al verlo, definitivamente podías sentir cómo la atmósfera se volvía más alegre y familiar, podías sentir el aroma de las galletas de jengibre recién salidas del horno y el calor de la chimenea mientras abrías las cajas de regalo, escuchando historias de tu familia y suaves villancicos de fondo. Pero había algo que le provocaba mayor felicidad a la pequeña niña nipona de hermoso cabello castaño decorado con un lazo rojo como la grana, y era ver a su padre compartiendo una cálida manta con el Señor Orsen para cubrirse del frío para que después comenzara a quedarse dormido sobre su hombro. Los únicos recuerdos que tenía de su padre enamorado se basaban únicamente en lo que Baaya le contaba pues ella fue testigo de la historia de amor que hubo entre el británico y la nipona que fue su esposa; muchos años tuvieron que pasar para que viera a su padre así, y le hacía feliz saber que él era feliz.

Louie se acercó discretamente a donde ambos descansaban, eran las siete de la noche en la víspera de Navidad y el castaño creyó saber por qué su amigo estaba tan cansado y es que, el día anterior, ayudó a Brendan a preparar la coreografía del espectáculo que presentarían esa misma noche, al que declinó la invitación por querer pasar más tiempo con su familia. Everly sacó su celular y capturó en una fotografía esa adorable escena; James y Blake durmiendo juntos, con una pequeña sonrisa que apenas era perceptible para los demás.

—¿Deberíamos despertarlos? —habló Louie en un suave murmuro.

—Se ven tan lindos, sería una lástima hacerlo, pero la cena ya está lista y no han comido nada desde el mediodía —dijo Cady inclinándose en cuclillas para verlos mejor, una tierna sonrisa se dibujó en su rostro pecoso—. Chicos —murmuró acariciando ligeramente la cabellera azabache—, despierten. No querrán quedarse con el estómago vacío.

Aquellos hermosos pares de ojos se abrieron lentamente, acostumbrándose a la luz de la habitación; se miraron con cansancio, pero manteniendo esa sonrisa que únicamente ellos podían ver. James talló con cuidado sus ojos para despabilarse mientras Blake estiraba sus músculos.

—¿Ya está lista la cena? —preguntó Orsen.

—Sip, vengan, vamos a comer —Miharu tomó las manos de ambos para conducirlos hasta el comedor seguidos por el resto de la familia.

Allison y Baaya recién terminaban de acomodar los platos y copas en los respectivos lugares. Las familias se sentaron juntas; Allison y George junto a sus dos hermosos hijos; Cady y Alexander con su pequeña bebé; James y Baaya con Miharu, acompañados de Louie y Blake sentados frente a frente, dejando al moreno en dirección al castaño en un rápido movimiento de Everly al ganarle a este último su asiento.

Una gran cantidad de guarniciones, bocadillos y postres cubrían la enorme mesa de cristal, siendo en parte opacados por el jugoso y brillante pavo que estaba al centro. Miharu estuvo observándolo por unos segundos antes de confirmar que podía verse el vapor que soltaba por estar recién sacado del horno. Los mayores llenaban sus copas con vino de frutas y los niños bebían un jugo de manzana dorado y burbujeante. Cualquier ajeno a la familia que viera dicha escena creería que era uno de ésos populares montajes fotográficos que las tiendas departamentales usaban frecuentemente en sus catálogos, páginas de internet y anuncios publicitarios; y tal vez tendrían razón en ello, mas a diferencia de los modelos que contratan para dichos montajes, esa familia que se encontraba ahí sentada, disfrutando de una cena deliciosa, riendo y recordando momentos alegres, había pasado por mucho para llegar a donde está actualmente. Eran un conjunto de historias que convergieron en algún punto de la vida. No compartían lazos sanguíneos, pero sí muchos momentos que los llegaron a convertir en una familia.

James observaba por el rabillo del ojo cómo Blake charlaba tranquilamente con su hija y Baaya, sintió que sus voces se volvían un eco distante a medida que se perdía en su perfil. La necesidad de tomar su mano y besar de nuevo sus suaves labios crecía dentro de él. «Tal vez pueda...» pensó con timidez mientras acercaba el dorso de su mano a la del azabache, esperando entrelazar su dedo meñique con el propio para, al menos, sentir que estaba cerca; no esperaba que Orsen volviera a ganarse su corazón, pero en su interior sabía que existía esa mínima posibilidad de que, sólo tal vez, en un algún escenario de los millones de universos existentes, terminaran juntos. Sus mejillas se tiñeron al ver aquel par de zafiros que brillaban cual estrellas al conectar con su mirada. Sintió cómo sus manos ya no eran tan grandes como recordaba, pero la suavidad de su pulgar acariciándole la palidez de su piel hacían que su corazón brincara. Y así se quedaron, viviendo ese momento en lo que ya era un secreto a voces entre los comensales.

—Quiero proponer un brindis —George se puso de pie sosteniendo la copa en su mano—. Por todos nosotros, por todo lo que hemos vivido este año, por aquello que hizo posible que estuviéramos todos juntos esta noche. Tal vez no compartamos lazos sanguíneos, pero quiero que sepan, que desde el día en que los conocí, supe que había encontrado una familia. Espero y deseo, de todo corazón, que siga siendo así. —alzaron sus copas en el aire, Louie se puso de pie antes de que bebieran el vino.

—¡Esperen, también tengo algo que decir! —aclaró su garganta— Después de esta noche, no sé cuándo nos volveremos a ver, cuándo se repetirá este momento. Tenemos diferentes estilos de vida, diferentes horarios, algunos se la pasan brincando de un país a otro... pero quiero pedirles algo, cuando nos volvamos a ver, quiero saber que estamos bien, que estamos juntos, que somos felices —se viró hacia James y Blake, sonriéndoles cálidamente—, cada uno de nosotros. ¡Salud!

Alzaron sus copas en el aire, brindando porque el amor y su unión, resistiera el paso del tiempo.

Acabada la cena, se reunieron en la sala de estar, junto al gran árbol. Todos tenían su obsequio de Santa Secreto en mano, emocionados por que la dinámica comenzara.

—Bien, no hagamos el cuento largo amigos, que debemos dormir temprano para que Santa llegue por la noche —decía Cady acomodándose la diadema de reno que decoraba su suave cabellera—. Comenzaremos con... ¡Blake!

El moreno se puso de pie, sosteniendo una pequeña bolsa blanca con un lazo rosado; luego de dar pequeñas pistas describiendo a quien le daría el obsequio, Alexander pronunció el nombre de Cady, emocionado por haber acertado. La pelirroja se puso de pie, abrazando al azabache y abriendo la bolsa, encontrándose con una tarjeta de regalo para un viaje al spa favorito de la chica. Sus mejillas pecosas dejaron ver una sonrisa que iba de oreja a oreja. Orsen regresó a su asiento, dejando que la dinámica continuara ahora con Clive, quien le entregó un precioso juego de té a Baaya junto con un retrato de la nipona hecho con acuarela. Baaya, aún conmovida por el obsequio de la chica, entregó algo similar a Alexander, que más bien era un regalo pensado en su familia; un juego de bufandas tejidas a mano y una delicada pintura de los tres utilizando tinta china. La pareja rodeó en un fuerte abrazo a Baaya, pues aquel obsequio había sido un detalle precioso de su parte. Alexander, que ya tenía la cálida bufanda con aroma a lavanda rodeando su cuello, optó por ir directamente hacia con Louie a entregarle la caja decorada con papel verde brillante y un enorme lazo rojo en la tapa. «Muy gracioso, Alex» dijo Louie con sonrisa burlesca al ver los múltiples pares de calcetines que hacían juego con el ugly sweater. «No querrás pescar un resfriado» recibió un golpe en el brazo sin dejar de reír. Louie se puso de pie y la caja con pequeños dibujos de manzana delataba para quién sería su obsequio.

—Este obsequio es para alguien muy especial, que siempre tiene una sonrisa en el rostro y que es la mejor violinista del mundo.

—¡Soy yo! —exclamó Miharu abrazando a su tío— Te delataste por las manzanas.

—Fue culpa de tu padre.

La niña quitó la tapa de la caja revelando la figura afelpada de una tortuga marina con el caparazón cubierto de cristales en distintas tonalidades de verde. Agradeció el detalle pues últimamente había mostrado gran interés por los animales, James cree que es debido a las anécdotas que Archie les contaba el día de la feria. Dejó a tortuga sobre la mesa de café, después de colocarle uno de los pequeños gorros navideños del árbol, y tomó su obsequio, «Es para una persona a la cual le estoy agradecida porque no solamente nos recibió en su casa, sino que nos hizo sentir que estábamos en casa y que éramos una familia» dijo con una sonrisa. Se acercó a George con pasos tímidos, vio como la cara del hombre se iluminaba al tomar el obsequio de la niña, abrazándola, agradeciéndole con esa sonrisa que dejaba ver las arrugas de sus ojos. Su mirada se suavizó al ver los figurines de pingüino perfectamente acomodados en la caja, una familia.

—¿Le gustan?

—¡Claro que sí! Los pingüinos son mis animales favoritos. Muchas gracias —abrazó nuevamente a la niña.

La dinámica estaba por terminarse, y sólo quedaban Allison, Blake y James por recibir obsequio. George se puso de pie, tendiéndole la mano a su esposa, sus ojos desprendían una mínima parte del amor y el cariño que sentía por ella. Su obsequio era tan pequeño que cabía en la palma de su mano. Allison lo tomó preguntándose qué era hasta que lo abrió, era el colgante con forma de pincel que tanto le había gustado desde que lo vio en el centro comercial hacía unas semanas. Dio un rápido beso en los labios de su esposo, aquel colgante sería perfecto para su pulsera favorita.

La mayor de los Orsen se acercó directamente a James entregándole una bolsa de papel kraft con lunes verde pastel, su expresión de seriedad cambió a una amistosa. El castaño se levantó de un golpe para abrazarla, susurrándole un gracias, donde le expresaba su agradecimiento por todo lo que había hecho por él los últimos días. Ella le ayudó a cerrar una herida que le lastimaba, y no tenía las palabras para expresárselo apropiadamente.

—Eres una persona hermosa, James, pero sobre todo eres alguien fuerte, un padre excepcional y un gran amigo —decía Allison con mirada cristalizada—. Mereces que la felicidad te acompañe cada día por el resto de tu vida.

Lágrimas diminutas brotaron de sus ojos, en un último abrazo le hizo saber su agradecimiento y apreciación. Ella lo correspondió, acariciándole la cabellera para después regresar al lado de su esposo.

Un juego de anillos era lo que había en la caja azul, al probárselos, por insistencia de Louie, vio cómo daban una apariencia delicada y fina a sus ya delgados dedos. Todo estuvo bien hasta que en un segundo se dio cuenta de que tendría que entregarle su regalo a Blake; sus mejillas se coloraron al ver sus ojos zafiro y esa sonrisa que hacía desfallecer a cualquiera. Tomó el obsequio cuidando de no temblar por el nerviosismo; a estas alturas resultaba opcional describir o no a la persona, pero también era más que obvio quién sería por lo que fue directo a él, entregándole el pequeño y suave objeto envuelto en papel, rozando sus manos en el acto. El brillo en sus ojos creció al ver la tierna figura de un gato vistiendo el elegante conjunto que James y su hija habían escogido en la tienda de muñecos de felpa; sintió que su corazón brincaba de alegría pues era un regalo hecho por James. Sus miradas se conectaron nuevamente, tomó a James de la cintura para atraerlo hacia su cuerpo, dirigiéndose miradas cargadas de cariño. «Gracias, Jay» le dijo en voz baja rodeando su pequeño cuerpo en un abrazo que le coloró hasta las orejas.

Minutos después de la conmovedora dinámica, los más pequeños cayeron dormidos en brazos de sus padres siendo la señal para terminar el día e ir a la cama. Poco tiempo pasó para que todos vistieran sus suaves y cálidas pijamas, y estuvieran cubiertos con las cobijas, ansiando la llegada de la mañana de Navidad. A excepción de dos personas, que disfrutaban un momento a solas en la terraza acompañados de una taza con delicioso chocolate; Blake lo abrazó, arrullándolo contra su pecho, acariciando su cabellera castaña. Ambos tenían las narices coloradas por el frío, pero debían disfrutar la hermosa escena de un cielo nocturno en invierno, cuando la luna está más grande y brillante.

—No hay estrellas —murmuró James.

—Pero estás tú —respondió besando su mejilla.

—¿Sabes? Si luego de esa primera reunión me hubieran dicho que terminaríamos así, definitivamente no lo hubiera creído.

—No tienes idea de lo mucho que extrañaba tenerte cerca —recargó su mentón en el hombro del menor—. Durante muchos años fuiste lo único en lo que pensaba.

—También pensaba en ti...

—¿En serio?

—En lo mucho que te odiaba.

—Es válido.

—No sé cómo hiciste para enamorarme de nuevo, Orsen.

—Te lancé un hechizo.

—Se hubiera roto cuando nos besamos.

—No lo creo.

—¿No? —Blake negó— Supongo que tendrás que besarme de nuevo, sólo para estar seguros.

Hmm¸ me parece algo razonable —el menor se viró hasta quedar de frente, Blake tomó con delicadeza su mentón, admirando la belleza de sus mejillas coloradas y ojos esmeralda—. Eres hermoso.

Unieron sus labios en un beso lento y suave, tomándose el tiempo de disfrutar de su mutua compañía y el sabor achocolatado de aquel beso. James rodeó el cuello de Blake atrayéndolo hacia él, intensificando el beso en el momento en que el moreno tomó sus caderas y mordió su labio inferior haciendo gemir por lo bajo al castaño. James, sabiendo en qué podría terminar aquel pequeño juego, comenzó a dejar pequeños besos en la mandíbula de Blake mientras sus miradas se volvían lascivas poco a poco.

—Ven —dijo James con voz suave dirigiendo a Blake hasta la habitación del moreno, que quedaba un poco apartada de las demás.

Al llegar, aseguraron la puerta, y dejaron que sus labios se unieran nuevamente en un beso que era mezcla de deseo y cariño haciendo que terminaran en la cama, quedando Blake por encima del castaño, separándose y viéndose directamente a los ojos, preguntándose mutuamente si era el momento apropiado. James atrajo de nuevo al moreno, cuyos besos fueron bajando hasta su mentón y luego a su cuello, sonrojando fuertemente al menor pues hacía mucho que no estaba en esa misma situación. Blake siempre fue el primer y único hombre del cual se enamoró, por lo que se sentía en parte nervioso por lo que ocurriría.

Sus prendas terminaban cubriendo la alfombra poco a poco, sus manos recorrían cada centímetro de su piel como si fuera la primera vez que se conocían. Orsen dejó un pequeño camino de besos en el torso de James, besando cada una de las cicatrices cuyo color resaltaba de la suave piel de Auclair, que sentía sus vellos erizarse con cada contacto del moreno.

—James —llamó en voz baja—, ¿quieres hacer el amor conmigo?

—Sí, Blake Orsen —respondió con timidez.

Juntaron sus labios por poco tiempo. James se sentó en las caderas de Blake, acercando su mano tímidamente a su miembro, dibujando pequeños círculos sobre la prenda que lo cubría. Las mejillas del moreno se tiñeron de un precioso carmín, soltando pequeños gemidos por la atención que recibía de Auclair, cuya mirada era inocente, contrastando con los sensuales movimientos de caderas que hacía. Poco a poco sus miembros fueron rozándose, humedeciendo las delgadas telas que los cubrían. Blake, sintiéndose hechizado por la mirada esmeralda de James, acarició sus muslos, deslizando sus manos por debajo de la tela para jugar con ellos. El rostro de James se vio rápidamente enrojecido, soltando un suspiro al sentir uno de los dedos de Blake acariciando su entrada.

—Espera —murmuró sintiéndose avergonzado—, no he... hecho esto en mucho tiempo —Blake se reincorporó, acercando sus rostros.

—Tendré cuidado, lo prometo —dijo besando su nariz—. Lo menos que quiero es lastimarte, me detendré si me lo pides.

James asintió. Una descarga recorrió su cuerpo al sentir uno de sus dedos entrando lentamente en él. Por instinto ocultó su rostro en el cuello del mayor, que se movía emulando lentas penetraciones con su dedo, sintiendo el cálido aliento de James contra su pecho ante cada movimiento.

—¿Estás bien? —le preguntó al oído.

—No te detengas... por favor —pidió sintiendo que los ojos le lloraban.

Insertó un segundo dedo. Su intimidad comenzó a palpitar, aun rozándose con la de Blake; pequeños gemidos salían de aquellos hermosos labios rosados. Sus dedos dejaban marcas en la espalda de Blake ante la presencia del tercer dedo. La colonia de Blake lo embriagaba, sus besos le encantaban.

El moreno se apartó por unos segundos para retirarse la última prenda, ya húmeda por el líquido preseminal, aprovechando para admirar la elegante figura desnuda de James que, cabe mencionar, lo volvía loco. Retomaron su posición. Blake acarició las mejillas sonrojadas de James, recordándole lo hermoso que era y lo mucho que le gustaba.

James tomó su mano, lamiendo sugestivamente aquellos largos y pálidos dedos, dirigiéndola hacia su entrada y pidiéndole a Blake que lo hiciera. El moreno acarició su entrada, ya dilatada y aparentemente lista para lo siguiente; la punta de su miembro acarició aquella zona que palpitaba, haciendo soltar al menor un pesado suspiro únicamente por el roce.

—Dime si quieres que pare —le susurró al oído.

Su miembro fue entrando lentamente en James, cuyas uñas se aferraron a la piel del moreno y pequeñas lágrimas salían de sus ojos. Sentía un placentero dolor a medida que Blake entraba en él. «No recordaba que fuera tan grande» pensó aferrándose a los músculos de sus brazos. Blake tomó de su barbilla, viendo su rostro lloroso de mejillas rosadas, uniendo sus labios en un beso que lo distraía del dolor, quedándose así hasta que el castaño logró acostumbrarse a sentirlo en su interior. Con un movimiento de caderas le pidió que continuara, y las penetraciones comenzaron con un ritmo lento que fue aumentando lentamente mientras sus voces se mezclaban en la habitación y dejaban marcas en su piel. James arqueó su espalda al sentirlo tocar su punto dulce. 

—Oh.. por... Dios... Blake —unió sus labios desesperadamente con los de Orsen mientras sentía que llegaría al orgasmo, sintiendo a Blake dentro de él y sus manos dándole atención a su necesitado miembro—. N-No te detengas, v-voy a...

—Te amo —murmuraba Blake al abrazarlo.

Sintió su cuerpo estremecerse. Sintió a Blake llenándolo. Sintió algo que no había sentido con Sarah.

—Oh Dios... eso se sintió tan bien...—dijo con los labios hinchados, sus miradas se conectaron y una pequeña sonrisa apareció en su rostro sonrojado— ¿Qué es lo que dijiste?

—Que te amo —respondió con mirada tierna.

—También te amo...

James lo besó, quedándose así por varios segundos hasta separarse y juntar sus frentes. El brillo de la noche ya se había colado en la habitación. Se besaron una última vez antes de ser acobijados por la luz de la luna.

❀ ❀ ❀

Luego de recibir la mañana del veinticinco de diciembre con gritos de felicidad, por parte de los niños, desayunaron panqueques con fruta fresca y té, seguido de todo un día en pijamas por el simple hecho de ser navidad. Y algo que los presentes notaron, además del hecho de que James vestía una de las playeras de Blake que le llegaba a la mitad del muslo, era que Auclair y Orsen actuaban más melosos de costumbre. Las preguntas no se hicieron esperar, principalmente por parte de Cady, mas la pareja se limitó únicamente a evadir respuestas que delataran su no tan secreto encuentro nocturno.

Alrededor de las tres de la tarde, Blake recibió una videollamada por parte de los chicos de LOT; Thiago, Lucas y Owen vestían suéteres coloridos y sombreros de Santa, caminaban en el parque cercano a la universidad por lo que el cielo se veía ligeramente gris y el vaho mientras hablaban. Para ellos aún era la víspera de Navidad, por lo que aprovecharon la diferencia horaria para desearle felices fiestas a Blake. En la llamada fue notorio el que Thiago y Lucas vestían suéteres a juego lo que a Blake le pareció de lo más adorable. Poco después de colgar, un mensaje de Vanessa llegó.

«Erick Hayes quiere hablar contigo»

En ese momento se puso en contacto con la rubia, que le informó sobre la llegada de Hayes a la ciudad en busca de su hija y de los problemas que han ocasionado Sarah y una banda criminal de los barrios bajos. El periodo vacacional de James terminaba el mismo veinticinco, por lo que esa misma noche tendrían que volar de regreso a Boston y, si la situación era tan grave como Vanessa decía, entonces deberían hacer algo para evitar que aquella mujer hiciera algo de lo cual pudiera lamentarse después. Se puso en contacto con Nathan, luego de explicarle la situación, Ross le dijo que esos criminales habían estado por Chicago recientemente mas no había pasado de delitos menores, sin embargo, al escuchar la preocupación de Blake, le prometió que hablaría con unos amigos suyos del departamento de policía en Boston para que les brindara su ayuda llegado el momento. 

—¿Estás bien? —preguntó James entregándole una taza de té caliente. Blake guardó su celular.

—Es Sarah —dijo con seriedad—, Vanessa me contactó y dice que ha estado dándole problemas a la ciudad. ¿Te ha escrito últimamente?

—Mi celular se ha saturado dos veces por recibir sus mensajes, hay cientos de llamadas perdidas y varios correos... —suspiró con pesar— ¿Crees que quiera hacernos algo?

—Conociéndola, no me extrañaría. Hablé con Nathan por un posible un favor, pero espero no llegar a usarlo... ¿Cómo está Miharu?

—Está hablando con Brian y Annie para saludar a sus amigos y ver cómo está Yuki. Ha estado jugando con los demás toda la mañana, al menos estará dormida en el vuelo de regreso.

—No quisiera volver, qué pereza empacar —dijo haciendo un puchero.

—Lo sé, también me da un poco de pereza —dejó su taza sobre la mesa de madera para acunar la mejilla del mayor—. Pero al menos las cosas serán diferentes a partir de ahora.

—Eso espero —se dieron un rápido beso antes de volver al interior de la casa.

Su vuelo salía a las siete de la noche, al igual que el de Cady ya que había sido invitada a un evento en Nueva York, por lo que comenzaron a prepararse después de comer. James hizo una rápida videollamada con sus padres, que estaban con sus amigos, deseándoles lo mejor y que regresaran con cuidado a casa; hizo lo mismo con Brendan y Danielle, prometiéndole al menor que le enviaría videos de él patinando lo más pronto posible pues le ayudarían para sus clases. Al final, toda la familia los acompañó al aeropuerto, montándose una conmovedora escena de despedida.

—Cuídense mucho al llegar, descansen apropiadamente —decía Allison cargando a su hijo más pequeño.

—Y cuida a James, no dejes que se te vaya de nuevo —dijo George.

—Descuiden, estaremos bien —Blake dejó su maleta de mano en el piso de brillantes azulejos para abrazar a su familia—. Ustedes también cuídense mucho.

A unos pasos de distancia, Louie se despedía de su sobrina y sus amigos.

—¿Se irán en un vuelo comercial?

—No, hay una situación algo delicada en Boston y Blake quiere que usemos el avión de Orinson.

—Eso sí es viajar con estilo —Louie dio un último abrazo a Miharu y Baaya, prometiéndoles que les enviará una caja de dulces coreanos para San Valentín ya que eran sus favoritos. Se puso a la par del castaño, tomándolo por los hombros y decirle con preocupación: — No dejes que esa mujer los lastime; si les hace algo, juro que voy hasta allá a cortarle los dedos.

—Tranquilo, Everly, no quiero que te metas en problemas —el mayor lo atrajo hacia él, abrazándolo una última vez pues ninguno de los dos sabía con certeza cuándo volverían a encontrarse. Pequeñas lágrimas escurrieron de los ojos color miel de Everly—. No embaraces a nadie.

—No prometo nada —susurró con humor. Al separarse se viró hacia la pelirroja, que daba un último beso a su esposo y tenía a su bebé en brazos—. ¿Irás en el mismo vuelo que ellos?

—Sí, voy a quedarme una noche con ellos. ¿Seguro que podrás hacerte cargo de la bebé?

—Estará bien, tranquila, y sólo serán un par de horas, ¿por quién me tomas?

—Por el sujeto que salió a la calle vistiendo únicamente con una máscara de caballo.

—Ese fue el Louie del pasado —dijo mientras tomaba en brazos a la niña de vestido amarillo pastel—. Y solamente fue una vez —reprochó en voz baja. La pelirroja le dedicó una sonrisa divertida para despedirse, de nuevo, de su hija, hablándole con un tono meloso que hacía sonreír a la niña.

Luego de derramar unas cuantas lágrimas terminaron por dirigirse al área donde abordarían, pasando por los protocolos de seguridad y por las múltiples tiendas de regalos, cafeterías y locales de comida rápida.

Minutos después vislumbraron el avión de Orinson, un Boeing Business Jet, cuyo tamaño y características no eran como las descritas en las revistas de economía que, aparentemente, no tenían nada mejor que publicar artículos sobre cómo Orinson se posicionaba en el Top 10 de las empresas más valiosas del mundo. Sus asientos de piel fueron el sitio de descanso perfecto para sus pasajeros, que se cubrían del frío con frazadas suaves, la tripulación fue amable, siempre con una sonrisa en el rostro, y casi no hubo turbulencias. En la madrugada, más específicamente entre las tres y cuatro de la mañana, Blake estaba leyendo un correo electrónico por parte de Erick Hayes donde le comentaba la situación actual con su esposa, que aún se rehusaba a firmar los papeles de divorcio, y de cómo podría ayudarlos a lidiar con ella pues, según reportes policiacos, fue presuntamente vista en la construcción del nuevo edificio cometiendo actos vandálicos en compañía de otras personas aún sin identificar.

«Ya se ha avisado a la policía mas hay que tener cuidado, puede ser peligrosa»

Se masajeó el puente de la nariz luego de leer por tercera vez aquel documento; cuando no debía lidiar con su padre debía lidiar con esta mujer, pensó con el ceño fruncido. ¿Qué tan peligrosa podía ser esa mujer? Aparentemente no debía subestimarla pues, según los reportes que Nathan le hizo llegar, Sarah ya tenía antecedentes poco antes de conocerla y tal parecía que las personas con las que se le ha visto últimamente son conocidas como «Crips». Acusados por intento de secuestro, extorsión, daños a la propiedad privada y una serie de delitos menores que no se molestaron en redactar los antiguos miembros del departamento de policía. Después de darle vueltas al asunto por otra media hora terminó dormido, mas no era sinónimo de que había descansado para cuando aterrizaron en Boston donde fueron recibidos por un grupo de hombres con apariencia de gorilas en trajes elegantes que los llevaron hasta el edificio Radian, quedándose en el pasillo con una expresión hosca en el rostro y mirada fría oculta tras las gafas oscuras. Así pasaron su primera noche, con la intriga de qué es lo que Hayes sería capaz de hacer.

Acostumbrados a los cambios de horario no resintieron el cansancio del viaje. Baaya se había despertado temprano para preparar el desayuno en compañía de Cady, optando por unos simples wafles con fruta y jugo de naranja. Miharu no necesitó mas que el olor a vainilla para despertarse con pocos rastros de sueño en su rostro infantil; mientras que en el dormitorio de Orsen, se negaba a salir de la cama porque eso implicaría soltar al hermoso chico de cabellera castaña con aroma a durazno; abrió los ojos lentamente, las yemas de sus largos dedos acariciaban esa suave y nívea piel, sus labios formaron un camino de besos cortos que iban desde sus hombros hasta la mandíbula provocándole cosquillas y la sonrisa más hermosa del mundo.

—Buenos días —habló con esa gruesa voz matutina que le encantaba, mas no lo admitiría porque sería vergonzoso—, ¿dormiste bien?

James asintió con mirada perezosa. Tomó con cuidado las mejillas del azabache para plantarle un beso corto.

—¿Tienes hambre?

—¿Intentas seducirme?

—Es muy temprano para eso.

Muy a su pesar tuvieron que dejar la suavidad de las sábanas y blancos edredones para tomar una ducha tibia y arreglarse, reuniéndose con el resto de su familia en el comedor, donde la escena de una elegante mesa con deliciosos wafles y fruta colorida provocó que se les hiciera agua la boca. El sabor no ayudó a evitarlo. La fresca esencia de la naranja aún podía olerse en los vasos de jugo y la miel brillaba con la luz del sol que se colaba por el ventanal a la vez que esta daba calor a lo que normalmente era un apartamento frío y solitario, que ahora irradiaba una sola cosa: amor. Algo de lo que Blake Orsen carecía desde la muerte de su madre.

Cady y Miharu habían acordado ir más tarde a una tienda de postres que la pelirroja visitaba cada que pasaba tiempo en Boston, volverían más tarde pues esa misma noche irían a recoger a Yuki a casa de Brian y Annie; luego de lo que se podría decir fue una discusión con uno de los gorilas impuestos por Orinson, la mujer y la niña bajaron por el ascensor hasta la recepción del edificio, que se sentía solitario ante la ausencia de Abigail, cuya sonrisa daba años de vida a aquel espacio de azulejos blancos y plantas artificiales. Un fétido aroma a perfume barato llegó a la nariz de Miharu, cuyas manos temblaron al encontrarse con esa mujer rubia de cabellera desaliñada, ropa mugrienta, maquillaje corrido y mirada vacía, pero a la vez fría en cuanto hizo contacto con la niña y la mujer de sedosos cabellos rojizos.

—Miharu, ¡Cuánto tiempo!, ¿No vas a saludarme? —habló con expresión exagerada al ver que la castaña se escondía tras Cady, quien se dirigió a la mujer con voz áspera, la misma que usaba para cuando las reuniones de trabajo se ponían tensas o se encontraba con personas que tenían el descaro de hurtar sus diseños para hacerlos pasar como propios.

—¿Puedo ayudarle en algo?

—¿La conozco? —dejó ver su carácter hosco tras mirarle con desprecio— ¿Qué hace aquí?

—Lo mismo debería preguntarse, ¿qué hace aquí en lugar de estar en un asilo?

—Ah, ya veo de qué se trata todo esto —dijo luego de quedarse en silencio, señalando a Cady con sus manos sucias, entrecerrando los ojos—. Ahora está cogiendo contigo. Ese bastardo me cambió por ti. ¡Claro, eso tiene sentido! Escúchame bien, yo lo vi primero y más te vale quitarle las manos de encima —tomó de su muñeca, apretándola al punto que sus nudillos se volvieron blancos—, si sabes lo que te conviene.

En un movimiento, tan rápido como un parpadeo, Cady deshizo el agarre de la mujer, cuyo brazo estaba ahora contra su espalda haciéndola soltar un alarido de dolor.

—No, tú escúchame, si vuelves a acercarte a este lugar juro por Dios que no me contendré —cayó al suelo luego de soltarla, lanzándole una mirada llena de rabia. Cady se acercó a su oído y con esa misma voz fría espetó: — No vuelvas a tocarme.

Tomó la mano de Miharu, saliendo del edificio, dejando a quien respondía por el nombre de Sarah Hayes.

Mientras los platos se secaban y el cielo se tornaba de colores cálidos, y James ayudaba a Baaya a desempacar, Blake esperaba a que la videollamada enlazara, mostrando el rostro de un hombre mayor que él por unos años y con barba de candado, tenía piel bronceada y una expresión seria en el rostro.

—Señor Hayes —llamó—, por fin podemos hablar apropiadamente.

—La señorita Robinson dijo que podría ayudarme a recuperar a mi hija, y eso es lo que quiero. Pero entiendo que tienen problemas con esta mujer.

—Usted estuvo casado con ella, supongo que la conoce y sabe por qué hace estas cosas.

—Sus problemas son complejos, al menos para ella, viene cargándolos desde que era una niña; familia disfuncional, violencia doméstica, abusada por su padre. Dependían tanto de su padre que cada que amenazaba con dejarlas su madre perdía todo rastro de dignidad y hacía lo que le pidiera. Decía que el primer recuerdo que tuvo de sus padres fue verlos tendidos en el sofá con paramédicos atendiéndolos por sobredosis.

—¿Qué sucedió cuando se divorciaron?

—Se volvió loca. Decía que si moría sería por mi culpa...

—Arrastró el mismo comportamiento que su madre. Creció con eso por lo que nunca supo si era lo correcto o no.

—Así fue durante tres años hasta que nació Elizabeth; prometió que cambiaría, pero comenzó a liarse con personas peligrosas. No me agradaba eso por lo que fui más severo con el divorcio. Al final, ella fue la que terminó huyendo, llevándose dinero, joyas y a mi hija.

—Desde entonces ha buscado a alguien que la ame lo suficiente como para no querer abandonarla, como su padre o usted. ¿Hasta qué extremos cree que sería capaz de llegar?

—Bueno, nuestra ama de llaves dice que ha estado merodeando la escuela para llevarse a Elizabeth, supongo que- —sólo se vio cómo un hombre encapuchado entraba al auto de Erick atacándolo por la espalda haciendo que su celular cayera al alfombrado del vehículo, escuchándose una amenaza de fondo.

—¡Erick! —llamó Blake al escuchar los quejidos del hombre.

—Va por mi hija... —decía con voz débil— No deje que se la lleven...

La llamada se había cortado. Blake contactó rápidamente con la policía de Boston, quien estaba rastreando en todo momento la llamada con Hayes; se escuchó la orden de enviar patrullas y una ambulancia. Blake miraba la pantalla del dispositivo. Algo le recorrió el cuerpo al ver a James y Baaya acercándose a la sala tras escuchar el grito del azabache.

—¿Dónde está Miharu? —en su voz se percibía la mezcla de miedo y preocupación que le crecía por dentro, alertando al castaño y a la nipona.

Blake salió corriendo del apartamento dando la orden a los guardias de no dejar que nadie se acercara. Al llegar al recibidor del edificio ya tenía el corazón a mil por hora, no había nadie. Los recuerdos del pasado se hacían presentes en su cabeza, sobre todo el del día en que intentaron secuestrar a Derrick. Cuando atacaron por primera vez su edificio. La noche en la construcción.

Del viejo auto bajaron dos hombres que se quedaron haciendo guardia fuera del edificio, uniéndoseles un rostro familiar para el más joven de la familia Orsen. Esa cabellera se veía enmarañada y descuidada, tenía grandes y oscuras bolsas bajo los ojos y el ceño fruncido.

—¿No ha regresado? —el azabache se ocultó tras una de las columnas cercanas a la puerta principal, permitiéndole escuchar lo rasposa que se había vuelto su voz.

—Sabes que hay mejores formas de recuperar a un hombre, ¿cierto?

—¿También sabes que hay diez maneras diferentes de sacarte los dientes si no te callas? ¡Quiero a la niña! ¿En dónde diablos está Derek con Elizabeth?

El chirrido de unos neumáticos seguido del choque del metal contra el concreto se escuchó tan cerca que le erizó la piel al azabache.

—¿Llamaste, princesa?

—¿Dónde está? —espetó.

Un cristal se rompió seguido de un grito agudo que el moreno reconoció. Cady.

—¡Atrápenla!

Blake salió hacia la calle, las guirnaldas navideñas comenzaban a encenderse. Sarah arrancó el auto en cuanto el moreno la vio. Su amiga yacía contra el muro con sangre escurriéndole de la cabeza y bolsas de compras a su alrededor. A lo lejos se veía cómo los dos hombres corrían tras de Miharu, apartando a golpes al resto de los transeúntes, el viejo auto los seguía de cerca.

—Cady —llamó preocupado examinando la cabeza de la chica quien apartó sus manos de un manotazo.

—¡No te quedes ahí, ve por ella! —el moreno le veía preocupado— Yo estaré bien, ¡ahora vete!

Sus piernas comenzaron a correr lo más rápido que pudo, los hombres se hacían más grandes a medida que se les acercaba. Se dio cuenta de que no lograría alcanzar a Miharu si iba directamente tras ellos, debía interceptarlos y así lo hizo tras tomar un callejón que daba hacia un extremo de la manzana. Cogió a la niña cuidando de no lastimarla. Los hombres se le pusieron a la par, con expresiones fúricas pues tenían una orden que cumplir. Intentó perderlos por callejuelas aledañas. Podía sentir la rapidez con la que latían sus corazones y las lágrimas que brotaban de los ojos esmeralda de Miharu. Blake seguía corriendo con la niña en brazos hasta que por poco recibe el impacto de una botella de cristal que terminó rompiéndose en mil pedazos contra el muro de ladrillos. Otros dos hombres aparecieron por la derecha, acorralando a la niña y al azabache, quien la ocultó detrás de él. Sus manos se aferraban a la tela de su playera.

—El problema no es contigo. Tenemos órdenes de llevarnos a la niña.

—Así que dánosla... —uno de ellos sacó una navaja de su bolsillo.

—Sería una lástima que alguien dañe esa cara tan bonita —espetó el más grande de todos tomando bruscamente la barbilla de Blake. El de la navaja se acercó con intenciones de hacerle un corte en la mejilla.

—¡Deténgase, idiotas! —exclamó uno de color morena y brazos cubiertos de tatuajes— Quieren a la niña, no a este... playboy... —dijo con desprecio. Los hombres que sostenían a Blake le dieron el paso para que tomara a Miharu, cuyo rostro estaba lloroso.

—¿Y qué hacemos con este? —preguntó el de la navaja.

—Si quieren golpéenlo, pero no muy fuerte. Sólo sabe vivir de su imagen.

Blake fue lanzado contra un montón de botes y bolsas de basura mientras veía cómo aquel hombre subía a la fuerza a Miharu a ese viejo auto, conducido por Sarah. Desapareciendo en la calle. Luego de eso sintió cómo el cuerpo se le llenaba de golpes y múltiples heridas que le ardían al contacto; los hombres se miraron mutuamente con picardía, el de la navaja se acercó a Orsen, dejándole la playera en harapos. Uno de ellos tomó de su barbilla, relamiéndose los labios al ver cómo la sangre le escurría por las mejillas, acercando su lengua para lamerla y disfrutar del sabor mientras el moreno se sentía asqueado por su fétido aliento bucal y potente aroma a tabaco; sus manos sucias comenzaron a acariciar su piel, provocándole una sensación de asco y de ardor cuando pasaban por las heridas.

—Tu viejo tenía razón —habló uno de ellos en su oído—, eres tremendo marica. Apuesto a que te está gustando esto —Blake se quedó callado, mirándolo furioso. El otro hombre, que vestía un chaleco de mezclilla desgastada, le golpeó en el estómago, sacándole el aire y haciéndole escupir un poco de la misma sangre que le escurría.

—Te están haciendo una pregunta —espetó mas Blake se mantuvo callado.

—No es tan bien parecido como dicen en la televisión —dijo soltándole la barbilla dejando que cayera nuevamente entre la basura—, vámonos de aquí, ya nos desahogaremos con alguien más.

Su respiración estaba entrecortada y tenía la vista parcialmente nublada. Debía regresar al edificio; aunque las cosas no estaban mejor por allá pues, luego de subir a Miharu, Sarah condujo hasta la parte trasera de este, donde estaba la salida de emergencia. Se quedó en uno de los callejones por un tiempo esperando a que la policía se dispersara un poco más, y fue hasta que el estruendoso sonido de las sirenas se hizo más débil cuando, acompañada de un par de hombres y de la niña, traída a rastras, entró al edificio. «Vamos a reunirnos con papi...» canturreaba en el ascensor. Ella sabía que había algo entre James y Blake, lo supo desde que se encontraron en el restaurant, y si James estaba en el mismo edificio que Blake, sólo podía significar una cosa, estaban juntos y Orsen muy probablemente le contó todo lo que hizo en el pasado, por eso James no quería hablarle. Todo eso se confirmó al ver a los guardias fuera del apartamento. Con un gesto les indicó a los hombres que despejaran la entrada, y como era de esperarse de dos exconvictos con problemas de ira y bastante fuerza bruta, terminaron derribando a los dos gorilas tras una pelea corta; tocó la puerta luego de gritarles que se largaran. Al interior, James ordenó a Baaya que se escondiera en el baño pues sabía que el problema era con él mas nunca esperó encontrarse con su hija atada de manos, los ojos rojos de tanto llorar y Sarah halándola del cabello.

—Mi amor —llamó con una sonrisa. Se acercó lentamente al castaño—, ¿por qué no me has llamado? ¿O respondido mis mensajes? ¿Acaso ya no me quieres?

—Suéltala —ordenó.

—Sólo si prometes que ya no correrás de mi —tomó su rostro con brusquedad, su mirada era vacía, tenía las pupilas dilatadas y un espantoso perfume—. ¡Promételo!

—Suéltala —una expresión colérica apareció en su rostro, dándole una bofetada que dejó su mano marcada en la pálida piel del castaño.

—¡Eres un maldito hijo de perra! Si no vas a estar conmigo por las buenas, ¡no estarás con nadie más! —dejó ver la funda atada a su cintura, aventó a la niña para apuntarle directamente a James, quien, en un movimiento rápido, se ocultó tras la barra de la cocina donde hacía unas horas estaba disfrutando del desayuno con su familia. Donde antes se irradiaba amor, ahora sólo había una cosa: miedo. Escuchar los cristales y porcelana quebrándose y cayendo al suelo aunado a los gritos de su hija, que le rompían el corazón, y saber que Baaya estaba escuchando todo sólo terminaba por mortificarlo. Debía sacar a Sarah de ahí. Hizo lo primero que le vino a la mente, correr con la esperanza de que la rubia lo siguiera. Y así fue. Pronto sintieron el viento del crepúsculo contra sus rostros, frío, como el corazón de Sarah Hayes que apuntaba con su arma al hombre con quien desesperadamente quería contraer matrimonio para salir de su miseria o para sacarle hasta el último centavo para después divorciarse, lo que ocurriera primero.

—Sarah no tienes por qué hacer esto —habló intentando mantener la calma.

—¡Cállate! Sólo... cállate. Tú eres el que arruinó todo, James. Teníamos algo lindo y hermoso, como sacado de un cuento de hadas ¡Pero tenías que mandarlo a la mierda!

—¡No! ¡La única que se encargó de que llegáramos a esto fuiste tú! Intenté ser amable y que nos tomáramos las cosas con calma, ¡Ni siquiera nos conocíamos lo suficiente y tú ya querías casarte! —las sirenas de la policía se escucharon y sus colores iluminaban la fachada del edificio. Las manos de Sarah comenzaron a temblar, sentía todo el peso del mundo caerle poco a poco sobre la espalda— No hagas esto, Sarah, si me matas... ¿Qué pasará con Elizabeth? No podrás cuidarla desde prisión, tú dijiste que no tiene a nadie más... ¿Vas a dejarla sola? ¿Vas a abandonarla?

Comenzó a dar pequeños pasos hacia ella, haciéndola retroceder sin que bajara el arma. Las luces de la calle hacían que su cabello brillara igual que las lágrimas que se deslizaban por sus mejillas enrojecidas.

—Si te entregas ahora el castigo no será tan malo... te dejarán ver a tu hija... No hagas esto...

—¡Cállate...! No te atrevas a meter a mi hija en esto... —decía con voz quebradiza. Sus piernas chocaron con el pretil de la azotea. Una caída desde ahí probablemente terminaría tiñendo la nieve de la acera de un intenso color rojo. Miró nuevamente a James, esta vez sintiéndose acorralada, nerviosa, pero con la vaga esperanza de que las cosas terminaran a su favor a pesar de que esa probabilidad era prácticamente inexistente conforme pasaban los segundos— Yo te quería, James... Quería que formáramos una familia... tú y yo...

—Dame el arma...

—¡Íbamos a ser felices para siempre...! Pero me abandonaste. Todos me abandonaron.

—Aún puedes tener tu final feliz, lo único que debes hacer es darme el arma...

De aquel par de ojos hermosos comenzaron a brotar lágrimas. De aquel par de ojos hermosos sin vida. La nieve se tiñó de un profundo carmín que se mezclaba con las hebras doradas de su cabellera enmarañada. Se quedó tendida sobre la fría superficie, sucia por el tránsito de los autos y con restos de pequeñas ramas, guijarros que se clavaron en su piel y un hilo de sangre que le brotaba de la sien.
La multitud sólo veía su cuerpo inerte como si se tratase de un montón de basura o uno de los tantos animales que yacían al pie de la carretera. Sólo veían. Nadie hizo nada. Ocultaban sus rostros las pantallas de sus teléfonos móviles, iluminando de flashes esa pálida piel con hematomas y laceraciones asomándose por sus muñecas. Aun así nadie sabe que lo último que vio esa mujer fue el cielo de una noche invernal, escuchó a duras penas el canto de las aves que se refugiaban en los tejados de las casas y ductos de ventilación de los edificios, recordándole las noches estrelladas en las que se quedaba hasta tarde dibujando en su habitación en la libreta de La Cenicienta que su madre le había obsequiado por su cumpleaños, mientras ignoraba las voces de sus padres de la habitación de junto. «Otra vez amenazando con irse» pensó al dibujar el interior de la casa de su abuela, con esa chimenea en la que solían pasarse el rato tejiendo o tomando chocolate caliente. Ese aroma que perduraría con ella hasta la fecha. Hacía frío la mañana siguiente. Todo estaba en silencio. Su padre no estaba. La torta de cumpleaños tenía cera rosada sobre las palabras FELIZ CUMPLEAÑOS. Y eso fue lo que recordó mientras la luz terminaba por apagarse en sus ojos. El aroma a chocolate se hizo presente junto a la imagen de su abuela.

❀ ❀ ❀

Fue cuestión de meses para que las cosas regresaran más o menos a la normalidad. Erick había pasado los últimos días del año recuperándose en una cama de hospital mientras su hija, Elizabeth, le leía los cuentos que escribía e ilustraba. Cady, afortunadamente, sólo requirió un par de puntas en la cabeza y continuó con su apretada agenda de modista después de su evento en Nueva York. Luego de escuchar lo que James vivió en la azotea del Radian esa noche, Cady tomó el primer vuelo razonablemente económico para regresar con su familia, y lo primero que hizo al volver fue abrazar a su hija, recordándole lo mucho que la amaba. Baaya y James trataron las heridas de Blake, que no eran tan graves como imaginaban, aun así, Miharu no paraba de llorar cada que veía las cicatrices en los brazos de Blake, a quien en ocasiones llamaba, inconscientemente, papá.

Al final no se supo con certeza si todos los que formaban parte de aquel grupo criminal, Crips, fueron atrapados. De lo que sí estaban seguros era de que la muerte de Sarah había sido sinónimo de perdición para aquellos que se involucraron en las actividades del grupo, o al menos eso era lo que Nathan había escrito en el último correo que le envío a Blake; para terminar, ese martes de abril, había recibido una noticia a la que no supo cómo reaccionar. Su padre había sido asesinado en su celda. La única pista que tenían era una caja de música que tocaba sin cesar el Vals de las Flores de Tchaikovski, que Blake recordaba por ser la primera canción que su madre le había enseñado a tocar en el piano. No dieron más detalles en aquella llamada telefónica, pero en el noticiero de la noche habían obtenido información por parte de un informante anónimo que, aseguró, la celda estaba pintada de sangre y las vísceras de Fergus Orsen colgaban de lado a lado a manera de guirnaldas junto con otros explícitos detalles que provocaron que Blake regresara el desayuno que había preparado junto a su familia esa mañana. Lo odiaba, lo detestaba hasta la médula, pero, aunque le costara admitirlo, fue su padre, y por más que le odiara nunca le hubiera deseado una muerte así. Creía que el mejor castigo que podía recibir tras todos esos años de maldad que pudrieron lo poco que le quedaba de humanidad era que lo mismo pasara con lo que quedaba de él, un montón de carne y huesos que se pudrieran lentamente en Rikers hasta que llegara la mañana en que los guardias tuvieran que dejarlo a metros bajo tierra, con su cuerpo a medio comer por los gusanos. Aunque a estas alturas ya no importaba. Algo que lo había mantenido ocupado de las noticias sobre la extraña muerte de su padre era su trabajo. Ah, su amado trabajo al que dedicó tantos años, y que le permitió reunirse con el amor de su vida. James tenía una preciosa cabellera castaña y suaves labios rosados cual cerezo de primavera; cada que hablaba sentía que su voz era de miel, tan suave y tan dulce, no es necesario mencionar que le encantaba escuchar su voz a todas horas incluyendo cuando gemía su nombre en un tono tan bajo que apenas y rozaba en sus oídos para no ser descubiertos en el remolque lleno de planos, cascos de seguridad y un sofá que rechinaba por debajo de los suspiros que ambos soltaban. Sus hermosos ojos verdes cual esmeralda. Amaba cuando brillaban con la luz del sol al amanecer y cuando veían directamente a los suyos desprendiendo esa chispa que, con el paso del tiempo, crecía cada vez más. Cada que estaban cerca, cada que se abrazaban y cada que sus labios se unían, formando una conexión tan especial que pareciera eran los únicos que podían entenderla pues era imposible describirlas a los demás cuando les preguntaban cuál era su secreto para verse tan enamorados día con día. «Cada mañana me enamoro más de él» era lo que siempre respondían mas sabían que era algo más allá de eso. Más allá de las palabras.

—¿Puedes llevar a Miharu a la escuela mañana? Tengo que estar temprano en la obra para recibir a los jardineros y supervisar la decoración —una taza de té caliente apareció frente a él junto con una blanca sonrisa que le encantaba.

—No hay problema, igual quería llevar a Baaya al centro comercial para que escogiera su regalo de cumpleaños. ¿Estarás libre para la cena?

—Probablemente sí, no creo que nos lleve más de medio día arreglar los jardines.

—Lo que daría por verte usar uno de esos overoles.

—No seas raro.

—Soy encantador.

—Lo dejaste muy claro en la fiesta de Louie. Anda, vete a dormir que debes despertarte temprano.

—No te duermas tarde —dejó un beso en su mejilla para después dejar a James en la mesa del comedor, con un archivo de Excel en el monitor de la laptop, folios con bocetos de los trabajos de paisajismo y el té de manzanilla enfriándose al paso de los segundos que comenzaron a parecerle eternos cuando se quedó mirando fijamente al ordenador, recordando que lo más que podría llevarle completar este trabajo era año y medio, sin embargo, las cosas terminaron fluyendo positivamente pues, además del día del ataque, no habían presentado algún otro tipo de contratiempo, sin mencionar que los trabajadores eran eficientes en sus respectivas tareas y avanzaban más de lo estimado en el cronograma. Su jefe, Tadao, estaba al tanto del ritmo que llevaba la construcción gracias a los reportes que le hacía llegar; fue entonces cuando volvió su vista a los bocetos sobre la mesa, el paisajismo era de las últimas cosas por hacer. Ya llevaban un año viviendo en Boston. Y a pesar de haber conocido personas fantásticas, ver que su hija y Baaya lograron hacer amistades y acoplarse a la vida fuera de Tokio, sabían que tarde o temprano debían volver a Tokio a seguir con lo que era su vida normal, pero a estas alturas ¿Qué era normal para él?

Antes de este viaje su vida era un constante ir y venir, de casa al trabajo y del trabajo a casa, a veces llevaba a su hija a la escuela y ya no tenían muchas oportunidades de visitar a sus padres, su único contacto con ellos se limitaba a una llamada por Skype. Sin mencionar que se había negado al amor por tanto tiempo, siempre bajo la excusa del trabajo o del luto por la muerte de su esposa, pero incluso él sabía que no eran mas que mentiras. Aunque ahora era diferente, tenía a Blake a su lado, cosa que siempre creyó imposible pues habían quedado en muy malos términos, pero le demostró que había cambiado e incluso debía aceptar que cuando escuchaba a Miharu llamarlo papá sentía que su corazón latía de felicidad; también estaba el hecho de que Baaya le había enseñado muchas cosas de cocina y le había tomado mucho cariño, al igual que Yuki quien solía colarse a la habitación del moreno para dormirse junto a él, escuchándose únicamente su ruidoso ronroneo. Blake Orsen se había vuelto parte de su familia. Pero ¿qué pasará el día que deban separarse otra vez? James tenía una vida en Tokio al igual que su hija y Baaya, y Blake no podía descuidar Orinson y el resto de sus negocios, tampoco podía dejarle todo a Vanessa o a Derrick pues cada uno tenía sus propios compromisos, en especial la rubia que, según Blake, estaba saliendo con un chico llamado Antonio con quien pronto contraería matrimonio. Un bostezo hizo que le pequeñas lágrimas salieran de sus ojos. Masajeó su entrecejo luego de poner los anteojos sobre el teclado del ordenador al que le dedicó una última mirada cansada y ligeramente melancólica, convenciéndose de que el futuro de su relación se vería llegado su momento. Ahora debía dormir. Se colocó el pijama, puso el celular a cargar y dejándolo en silencio para no despertar a su novio, decisión que posteriormente influenciaría a la pregunta que tantas vueltas le dio esa noche en que la luna estaba ausente.

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¡Hola! Espero estén bien y hayan tenido un día precioso, sino fue así, tranquilos que si algo tiene solución entonces no se preocupen, se arreglará. 💖

Quiero darles las gracias por leer esta historia, me hace muy feliz leer sus comentarios y el simple hecho de ver que les gusta me llena el corazón. Y a las personas que leyeron el último post en el grupo de Facebook, y a quienes se los hice saber por otro medio, les agradezco infinitamente el apoyo que me dieron, de verdad que es un sueño que quiero cumplir y tener personas que mandan buenas vibras créanme que motiva muchísimo. ✨ 😊

A las personas que han estado enviando sus preguntas para los personajes les agradezco también por participar en la dinámica, y si quieres enviar tu pregunta puedes hacerlo en un DM o dejándola como comentario en el nombre del personaje:

JAMES

BLAKE

MIHARU

LOUIE

CADY

LUCAS

THIAGO

OWEN

SARAH

AUTOR

OTRO PERSONAJE
(Especificar)

Les mando mucho amor y espero que nos leamos en el próximo capítulo. ¡Cuídense mucho! 💗

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