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Dieciocho

Los días no comienzan como los pintan en las películas. No despertamos con el cabello perfectamente arreglado y la cara limpia, mucho menos recibimos las caricias del sol matutino o escuchamos el canto de las aves mientras hacemos la cama con una sonrisa y tarareando una canción; aunque esto último depende, en gran parte, del humor con el que despiertes. Eso le sucedía a Miharu. Se había quedado despierta hasta tarde hablando por videollamada con Masahiro, quien llamaba bajo la excusa de agradecerle por el obsequio de navidad, después, lo único que hicieron durante una hora fue debatir sobre si Taylor Davies era mejor que The Piano Guys o no, mas lo que provocó en Miharu esa sonrisa de mejillas rosadas fue lo que aquel niño dijo antes de despedirse: Ya quiero que toquemos juntos otra canción. Años después esa llamada sería una anécdota que contarían en las reuniones de la escuela donde todos hablan sobre lo que ha sido de sus vidas luego de terminar sus estudios. Miharu siempre había destacado en la música y el arte, por eso soñaba con convertirse en una violinista reconocida mundialmente, deseaba que su música llenara los corazones de alegría, sobre todo el de su padre, pero no sabía que él ya se sentía orgulloso de ella y que siempre fue su motivación para sonreír. Arregló su cama, lavó su cabello y escogió su vestido favorito porque sabía que después de la escuela irían a un lugar elegante por el cumpleaños de Baaya y quería lucir lo más presentable posible. Un broche con forma de margarita dio el toque final a su vestuario.

Se coló en la habitación de la mujer con Yuki en brazos y comenzó a cantar en voz baja una canción de cumpleaños en su idioma natal; Baaya despertó con mirada perezosa y una débil sonrisa que iluminó sus ojos arrugados. Yuki saltó a su regazo recibiendo caricias en su cabecita blanca y de suave pelaje blanco, le agradeció a la niña y terminó por levantarse de la cama para encontrarse con otra sorpresa en el comedor, un típico desayuno japonés decorado al centro con sus flores favoritas dando un toque femenino al apartamento con sus tonalidades magentas y rosadas. James sabía que en este día Baaya acostumbraba a hablar con su hijo, por lo que adecuó un espacio para ello. Pronto el aroma de la comida se desvaneció en el aire a la vez que los inciensos se consumían y una charla maternal se llevaba a cabo.

—Será mejor dejarla sola. —Cerraron la puerta del apartamento para dar pie a sus actividades diarias.

Miharu recibió elogios porsu vestido de parte de sus amigos y la profesora. Extrañaba a Elizabeth, perosabía que estaba mejor viviendo con su padre en Washington. No la vio llorarpor la muerte de su madre. O eso es lo que recuerda. Todo en ese día se volvióborroso luego de su doceavo cumpleaños, tampoco volvió a hablar con Elizabethlo que la puso triste pues la niña de cabellera rubia era muy talentosa y llegóa ser una persona agradable con el tiempo. Ahora, lo único que recuerda de ellaes su vestido azul y las marcas en sus brazos. «Ojalá vuelva a encontrarme conella», pensaba en las noches luego de terminar sus clases de música. Sin embargo,todo recuerdo puede llegar a desvanecerse en el tiempo y eso fue lo que comenzó a pasar de una manera lenta e imperceptible. El recuerdo de la niña rubia de vestido azul se transformó en una canción que llamó Vestido Azul, pues era lo único que recordaba de Elizabeth Hayes. Ni sus lágrimas, ni el sonido de su guitarra, ni el timbre de su voz sobrevivieron a las fauces del tiempo, criatura que carece de forma y color, que nos persigue en las sombras y nos observa por las noches, esperando el día en que no queden más recuerdos por robar. Baaya quería que el recuerdo de su hijo fuera lo último que el tiempo le quitara antes de reunirse con él en la colina donde acostumbraban hacer días de campo y volar cometas en primavera, cuando los árboles se teñían de rosa y el viento danzaba con los pétalos de tan hermosas flores. Aun recordaba su sonrisa y el timbre de su voz. El tiempo no había sido tan cruel con ella a comparación de con Blake; era tan joven y su cabellera seguía manteniéndose tan oscura como la noche y sus ojos conservaban el brillo de un millón de zafiros, pero ¿de qué le servía aquello cuando intentaba recordar el sabor de las galletas que su abuela horneaba? Recordaba su perfume, mas no el color de sus ojos. Recordaba su voz cuando cantaba, pero no su caligrafía. Pero lo que más lamentaba era que no recordaba la última vez que le dijo «Te Amo». La vieja fotografía que mantenía en su oficina era lo único que le impedía al tiempo robarse ese recuerdo.

El tiempo puede llegar a doler, dependiendo de si miras al pasado o piensas de más en el futuro. A James le dolía recordar la muerte de Yukari, pero sabía que ella querría verlo feliz. Fue una promesa que le hizo antes de que el viento apagara las velas de la pequeña habitación en la que falleció. Sin embargo, ahora le dolía pensar en separarse de Blake luego de que se habían convertido en una familia. La idea de volver a la monótona rutina era algo que le había dado vueltas en la cabeza desde la noche anterior. No podía dejar Japón, mucho menos después de haber leído el correo electrónico que su jefe le había enviado por la madrugada anunciando a la persona que se haría cargo de Nikken Sekkei luego de su jubilación. Se le detuvo el corazón al leer su nombre. Estaba emocionado, eso era seguro, aquello lo sentía como el logro más grande de su carrera y la opción de rechazarlo era algo que no podía permitirse. Sin embargo, ¿qué pasaría con su relación? Eso era a lo que intentaba encontrarle una respuesta mientras terminaba de plantar las orquídeas.

—James, tienes una llamada —dijo uno de los jardineros, un hombre de unos sesenta años con barba de candado y sombrero marrón que le cubría el rostro del sol. Fue hasta el remolque donde tomó el teléfono, escuchando la voz de Blake al otro lado de la línea.

—Hey, ¿cómo te va con las plantas?

—Vamos mejor de lo que esperaba, son muchas personas las que están trabajando, creo que terminaremos para después del almuerzo.

—De acuerdo, entonces pasaré por ti para llevarte a la cena de Baaya. ¿Te parece bien?

—Seguro, hasta entonces. Te quiero.

—También te quiero, Jay.

Luego de colgar la llamada se hizo a la idea de que no sería fácil tomar una decisión. Recordó esa época en la adolescencia donde debía escoger entre el matrimonio o una oportunidad laboral que no se presentaría otra vez en la vida. Claro que en aquel entonces su decisión se vio influenciada –aunque diga lo contrario– por un evento que le rompió el corazón, dejándolo así por años. En varios momentos del día se lamentó por no haber leído el correo antes, tal vez así hubiera tenido más tiempo para pensar las cosas.

Fue a las tres de la tarde cuando regresó al apartamento; sabía que Yuki sería su única compañía pues los demás estaban en el centro comercial consintiendo a Baaya con helado, globos de colores y palomitas de caramelo para el cine, y era un hecho que comprarían el kimono de seda que le había gustado. Calentó algo de comida en el microondas para calmar su apetito y después, con el minino siguiéndole con pasos pequeños –pues tenía patas cortas–, entró a la habitación para escoger una camisa y pantalones limpios, dejando en el cesto los vaqueros desgastados y terrosos. Se puso su colonia favorita y una camisa gris que combinaba con el Rolex que había recibido por su cumpleaños, dejó un plato de comida para su gato y esperó la llamada de su pareja para ir a cenar. Una película de Adam Sandler le sirvió para entretenerse en lo que el reloj marcaba las seis treinta. No era de sus filmes favoritos, pero verlo haciendo comedia al lado de Kevin James, Chris Rock, Rob Schneider y David Spade era algo que le divertía. A su celular entró la llamada de Blake, casi a la par de que el reloj marcaba la hora acordada, apagó el televisor y se despidió de Yuki para encontrarse con su familia en una camioneta que tenía globos coloridos en el portaequipaje, pero lo importante en la escena era la sonrisa de la cumpleañera.

Llegaron a un restaurant italiano que había llamado la atención de Baaya desde las primeras semanas queestuvo en Boston; el interior era cálido, muebles de madera y manteles rojoscon velas al centro, candelabros que colgaban del techo iluminaban las pinturasclásicas que decoraban el establecimiento. Las mejillas de Baaya se tiñeron derosado, estaba tan feliz en ese momento y el compartirlo con personasespeciales llenaba su corazón de dicha. Disfrutaron de la comida, era tan buenaque los críticos gastronómicos no sabían cómo traducir los sabores a palabras. "Deben probarlo por su cuenta...", era lo que siempre se leía en los periódicos yrevistas que hablaban de los mejores restaurantes de la ciudad. El dueño erahijo de italianos que habían migrado a Estados Unidos hacía ya mucho tiempo enbusca de mejores oportunidades que les permitiera tener un mejor estilo de vida;la madre, que era conocida en el barrio como Donna Valentina, cocinaba la mejorlasaña del mundo, era tan deliciosa que comenzó a ganar popularidad; y elpadre, carpintero de profesión, construía mesas alargadas para que todas laspersonas pudieran disfrutar de la comida de su esposa. El negocio fue creciendohasta convertirse en lo que era actualmente. Donna Valentina dejó el secreto desus recetas en manos de su hijo mayor, quien era el que dirigía el restaurant, y desde entonces aquellas viejas recetas escritas en una libreta de cuero desgastado pasaron a ser las favoritas de la ciudad y de algunas personas importantes, como era el caso de Blake Orsen, quien era considerado parte de la familia.

—¿Qué les dije? ¿Es la mejor lasaña del mundo o no?

—Quiero una dotación de por vida de esto —dijo Baaya—. Muchas gracias por traernos aquí.

—Es tu cumpleaños, quería que pasaras un día maravilloso.

—¿Te divertiste? —preguntó Miharu limpiándose los rastros de salsa de la barbilla.

—Mucho, no tengo palabras para agradecerles por este día tan maravilloso.

Antes de irse disfrutaron de una muestra musical en vivo por parte del hijo del dueño que acostumbraba presentarse en las noches de manera ocasional con la esperanza de ser descubierto por algún cazador de talentos que lo ayudara a llevar su carrera más allá de presentarse en restaurantes o cabarés. Baaya recibió un postre de cortesía con su nombre escrito en jarabe de chocolate y decorado con pétalos de rosa.

Las luces de la ciudad se fundían entre ellas, eran de colores brillantes, recordándole a las fotografías que su hijo solía hacer y a las lámparas de los festivales de verano al que asistía año tras año vistiendo su kimono favorito, uno color pistache con flores de durazno delicadamente bordadas, disfrutaba de la comida y de los fuegos artificiales que decoraban el cielo nocturno. No había fuegos artificiales ni lámparas de papel, pero había rascacielos y nubes oscuras. Encendió por última vez un incienso, se puso un camisón, lavó su rostro y se fue a dormir recordando los días de verano, el sonido de las cigarras, las noches calurosas en el pórtico de su casa escuchando a su padre cantar, los autos que entraban a su taller y la mañana en que no despertó.

Orinson había organizado una recepción para inaugurar su nuevo edificio en Boston. La mayoría de losinvitados eran empresarios, podías darte cuenta de ello por sus trajes sinarrugas, perfumes elegantes y cabelleras engomadas. También estaban laspersonas que se habían presentado a la entrevista laboral que llevó a caboVanessa meses atrás, ahora eran parte de la familia Orinson, no se sentían como hormigas obreras ya que uno de los objetivos de la empresa era que te sintieras parte de algo en el momento en que cruzabas sus enormes puertas de cristal; personas que formaban parte de las organizaciones caritativas de la empresatambién estaban ahí, al igual que aquellos cuyos proyectos se habían vistoimpulsados por la intervención directa de Blake Orsen. Era una mezcla depersonas pertenecientes a diferentes categorías sociales, pero no podrías dartecuenta de ello pues todos lucían como estrellas de cine en sus brillantesvestuarios.

—Quiero agradecerles por estar con nosotros en esta noche tan importante para la familia Orinson, que no solamente estará a disposición de la ciudad de Boston, sino para todos aquellos que tengan un sueño y quieran alcanzarlo para que llegue hasta las estrellas —Blake habló por el micrófono. Traje perfecto, peinado y rostro perfectos, no era de extrañarse que los fotógrafos estuvieran iluminándolo con los flashes de sus cámaras—. Mi madre decía que las estrellas no están solamente en el cielo o en el océano, están dentro de nosotros, cada uno de nosotros es una estrella que brilla con luz propia, sólo es cuestión de encontrarla. Eso ha hecho Orinson durante más de diez años, ayudar a que cada una de las estrellas que existen brillen y que nunca dejen de brillar. Gracias.

La elegante melodía del piano, las luces de la ciudad, los hermosos jardines y azulejos blancos como la nieve creaban una atmósfera que se sentía casi surrealista. Los invitados disfrutaban de cocteles, bocadillos y de la elegante fuente de hielo, todo era perfecto. Vanessa vestía un elegante conjunto que era parte de la línea más reciente de Clive Haute Couture, iba tomada del brazo de Antonio, su prometido; al otro lado de la habitación estaba Derrick conversando con los miembros de una organización ambientalista, probablemente después de la fiesta irían a recordar viejos tiempos a uno de los bares de la ciudad con cervezas europeas y cigarrillos Marlboro. Al fondo, junto a la fuente, los chicos de LOT conversaban con personalidades del mundo de la tecnología que se mostraban interesados en formar parte de la pequeña empresa que los chicos formarían. Owen estaba acompañado de una hermosa chica de vestido azul y junto a ellos estaba la adorable pareja que conformaban Thiago y Lucas, quien estaba sonrojado hasta las orejas luego de que su novio le susurró al oído. En uno de los balcones Blake apreciaba cada uno de los detalles de la fiesta, era como un rey observando el reino que había construido, su mirada era profunda y llena de orgullo, la misma que su madre y su abuela tendrían desde donde sea que lo estuvieran viendo. Levantó su mirada zafiro a la cúpula de cristal que daría luz natural al edificio durante el día; sus ojos brillaron al ver una estrella fugaz sobre el oscuro manto de la noche y deseó que su luz nunca se fuera.

—Ahí estás —dijo James con suavidad—. Algo me decía que no estarías allá abajo con los demás.

—A veces no me siento muy cómodo rodeado de muchas personas. —James le ofreció una de las copas de champagne y brindaron; los colores de sus miradas se encontraron.

—Eso es algo que nadie esperaría escuchar. Pareciera que para la prensa no eres mas que una cara bonita, millones de dólares y trajes elegantes; ¿No te molesta?

—He aprendido que las personas ven lo que quieren ver, y muestran lo que los demás quieren ver —respondió, mirando a los invitados—. Al no mostrar mis debilidades les quito la posibilidad de atacarme; siempre habrá lobos disfrazados de corderos en el mundo y es mejor saber cuidarse, de lo contrario terminan arrebatándote lo que más amas.

—Necesito ser honesto contigo, Blake, de lo contrario la historia podría repetirse y no quiero eso. —Tomó la mano de Blake con delicadeza, ambos sintiendo en su corazón que el adiós era algo inevitable—. Sabes que te amo, eres el único hombre al que he amado y quiero darte las gracias por todo lo que has hecho, no solamente por mi familia, sino también por mí. Eres una persona maravillosa y realmente quisiera que esta noche no terminara nunca, pero...

—Te escogieron como sucesor de Tadao —dijo Blake—, Miharu me lo contó.

—Entenderás que no puedo rechazarlo, ¿cierto?

—James, no puedo obligarte a que te quedes, tenemos vidas diferentes y eso es algo que sabíamos desde un principio. Ya no somos aquel par de adolescentes, somos adultos. Tú tienes una hija hermosa y maravillosa, y una familia que te adora... No puedo pedirte que dejes todo sólo para que estemos juntos, no es correcto.

—He aprendido que debes tomar las oportunidades cuando se presentan porque nunca sabes cuándo volverán a presentarse. El tiempo es cruel y no se puede vivir en un solo punto, quedarse estancado en el conformismo no es una opción. Amo a mi familia y amo a mi trabajo más que a nada en el mundo, y no podría perdonarme si dejo ir esta oportunidad...

Se quedaron en silencio unos momentos. Blake se acercó y sentía que su corazón se quebraba al ver sus ojos verdes, ese par de esmeraldas que estuvieron presentes en sus sueños los últimos trece años. Qué feliz le hacía ver a James cada mañana y escuchar su voz. Los invitados seguían disfrutando de la velada, que se había pintado romántica al comenzar When I Fall in Love, las parejas no resistieron y se dejaron acariciar por la lenta melodía. Es cierto, ninguno de los dos quería que la noche terminara, por lo que debían hacerla eterna en sus recuerdos. Cada que escucharan esa canción recordarían la noche en que bailaron juntos, alejados de los demás porque sólo se necesitaban a ellos mismos. Guardaron el aroma de sus perfumes, la suavidad de sus labios y las estrellas de la noche. Guardaron el secreto de su último baile en aquel balcón. Y el brillo de sus miradas al encontrarse.

La noche había terminado.

El tiempo les pisó los talones.

La luz de un nuevo amanecer cubrió los rincones de Boston.

El tiempo no les quitaría sus recuerdos.

❀ ❀ ❀

Llamaron a los pasajeros del vuelo 092 con destino al Aeropuerto Internacional de Narita en Tokio. Cargaban con maletas un poco más pesadas en comparación a las de hace un año; Yuki dormía en su transportadora y Baaya ayudaba a Miharu a guardar su abrigo rosado en la mochila. La niña abrazó a Blake una última vez, de sus ojos salían lágrimas que le dejaron el rostro del mismo color que su abrigo. Blake acarició su cabellera, comenzando a sentir un vacío en su corazón al verla llorar; Baaya intentó disimularlo con un pequeño pañuelo blanco que cargaba en su bolso. James se limitó a observar la escena desde lejos –no quería admitir que se sentía igual que su hija, alguien debía mantenerse fuerte–, tomó la transportadora de Yuki para entregarlo a las personas que lo subirían al avión.

—Miharu —dijo James, acercándose—, es hora de irnos.

—No quiero... —contestó sollozando— ¿No puede venir con nosotros?

—Princesa, deben volver, su hogar está en Tokio. Y por más que quisiera ir con ustedes, no puedo hacerlo. —Levantó la mirada hacia James, que no estaba mejor que su hija—. No quiero que llores, Miharu. No importa la distancia que haya entre nosotros, siempre seremos una familia.

La niña escondió su rostro en el cuello de Blake; ya había sido difícil despedirse de sus amigos, no quería decirle adiós a él también. Baaya miraba la escena mientras las lágrimas escurrían hasta su mentón; ella sabía que tanto James como Miharu necesitaban a alguien, y ese alguien era Blake, no importaba desde dónde se viera, Orsen había reparado la destrozada familia Auclair. Al igual que ellos habían reparado su vida. No era por los lujos, mucho menos por el dinero, era por los sentimientos que desarrollaron a lo largo del último año. Si bien el tiempo podía ser alguien cruel, a veces se tocaba el corazón y se aliaba con el destino para que las historias de las personas convergieran y, con suerte, se complementaran de una manera u otra. Sin embargo, el final a veces podía terminar en algo bueno o en días lluviosos, como el de esa mañana. Sus lágrimas humedecieron el abrigo marrón y terminó despidiéndose con un «Te quiero, papá», después los vio desaparecer tras las puertas. Ese sentimiento de vacío creció en el momento en que se subió al auto y terminó en un llanto al llegar al apartamento, que volvía a sentirse frío a pesar de que el sol recién se abría paso por entre las nubes grises. La soledad le abrazaba, transmitía una sensación fría que le llegaba hasta los huesos y le congelaba la piel, cuánto la detestaba.

Muy a su pesar, la soledad se convirtió en su compañera los últimos días que estuvo en Boston antes de regresar a su vida en Seattle. No recordaba lo innecesariamente grande que era su oficina. Cada mañana despertaba sin ánimos de nada más que de seguir durmiendo, le servía para recordar esa última noche, pero tenía un papel que cumplir como presidente de Orinson, después de todo, era el trabajo de toda una vida. Hizo su rutina matutina sintiéndose como un robot: despertar, asearse, vestirse, trabajar, cenar, dormir; un ciclo que siguió al pie de la letra durante dos semanas.

—Blake... —Los hermanos Robinson entraron a su oficina. Era de noche, todo mundo se había ido a casa y sólo quedaban ellos además del personal de limpieza. Derrick se acercó a su escritorio— ¿Quieres hablar?

—¿Debí dejar que se fueran...? —dijo, se recargó en el respaldo de la silla de cuero y miró a sus amigos— ¿Debí haber ido tras él?

—Sabías que no sería para siempre, Blake —dijo Vanessa con suavidad—, después de todo sólo estaba haciendo su trabajo.

—Lo sé, pero... —prosiguió— ¿Hice algo mal? ¿Estuvo mal lo que hicimos?

—No podemos culparnos por sentir amor, Blake, es algo natural en nosotros. No hiciste mal en sentir lo que sentiste. Ninguno de los dos.

Los ojos de Blake se cristalizaron al acercarse a aquel enorme ventanal que le brindaba una vista envidiable de Seattle. Se había sentido solo desde la muerte de su madre, pero ahora se sentía peor; le dolía relacionar ese sentimiento con su empresa. No le gustaba aceptar el hecho de que estaba agotado, de que había dedicado más de diez años de su vida a esto; que había perdido a muchas personas importantes para él en el camino y que a veces llegaba a desconocerse al verse en el espejo luego de algún evento social. Portaba máscaras diferentes cada que se encontraba con la prensa que no sabía dónde comenzaba la mentira y dónde terminaba su verdadero ser. Vio los reflejos de sus amigos por el ventanal hasta tenerlos al lado. No dijeron nada, se limitaron a ver la ciudad, preguntándose cuál sería la historia de cada una de esas personas que caminaban por las aceras lluviosas o habitaban los edificios aledaños. Se cubrieron de un silencio que les recordaba esas noches donde se iban a dormir únicamente con una barra de granola y té verde en el estómago; o cuando se sentaban a replantearse si la idea de crear una empresa era algo que valiera la pena.

—Hice una promesa —dijo Blake luego de un rato, los hermanos le miraron con atención—, prometí que no lo dejaría ir...

Sus ojos mostraron una pequeña luz de determinación. Blake tomó su abrigo y salió de su oficina; Derrick sonrió al ver que el humor de su amigo había cambiado, aunque sabía que tal vez haría una locura, pero de aquellas que son buenas. Vanessa miró su tablet, debatiéndose sobre si era buena idea o no el reenviarle el correo que Nikken Sekkei le había hecho llegar a Orinson donde los invitaba a formar parte de su grupo de inversionistas. Terminó haciéndolo a primera hora la mañana siguiente, siendo consciente de que no hacía más que alimentar aquella locura que ya traía en la cabeza.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Derrick. Vanessa se encogió de hombros.

—De todos modos, tenía que enterarse, y tampoco era como si pudiéramos haberlo detenido —dijo con aparente indiferencia.

—¿Quién lo diría? Realmente te preocupas por él. —Derrick soltó una risita que hizo sonreír a su hermana.

—Es mi mejor amigo, Derrick, por supuesto que quiero verlo feliz.

—¿Y tienes idea de qué es lo que iba a hacer? —Vanessa dio un sorbo al café.

Una parvada de aves volaba por el cielo azul y despejado de Seattle, un clima no muy común en la ciudad, el sol iluminó las oficinas blancas y el escritorio de cristal de aquella habitación innecesariamente grande, donde solía estar una vieja fotografía. Vanessa sonrió al escuchar a las aves, viéndolas desaparecer en el horizonte.

—Fue a recuperar sus recuerdos.

En Londres caía una llovizna. Un impermeable lo protegía del viento y del frío. Todo estaba en silencio. Estaba rodeado de árboles, flores marchitas y lápidas. Caminó hasta el mausoleo de rejas negras y rosas secas descansando sobre dos tumbas de mármol con los nombres de «Rachel Orsen» y «Andrea White» grabados en placas de plata. Encendió las velas –cuya cera ya había cubierto los candelabros–, recordó los días en que llegaba con las rodillas raspadas y la ropa cubierta de tierra porque los niños de la escuela lo habían golpeado; siempre bebían té en el jardín con una bandeja de galletas recién horneadas, Blake amaba esas galletas porque siempre que las comía olvidaba el dolor de los golpes y el ardor de sus heridas. Les habló, esperando por una respuesta que no llegaría.

—Me duele —dijo con un hilo de voz—, estoy agotado y ya no quiero sonreír por compromiso. Pretendo estar bien para los demás, para mis empleados, mis amigos, mi familia... pero no lo estoy... Todos estos años esperé por algo que llenara el vacío, y nunca fue el dinero, ni la fama... —Pequeñas lágrimas dejaron un frío rastro que llegaba hasta su mentón. Una sonrisa nostálgica se dejó ver—. Prometí que no lo dejaría ir, y ustedes me enseñaron a cumplir mis promesas... Ojalá estuvieran aquí para que vieran lo feliz que me hace...

Una corriente gélida entró al mausoleo, los pétalos de rosa se levantaron en el aire montando un hermoso vals. El Vals de las Flores. El frío desapareció y sintió una agradable sensación de calidez, no sintió temor pues algo le decía que tal vez sí había recibido una respuesta después de todo.

En su bolsillo guardaba una cámara que había conseguido en una tienda de segunda mano y en su corazón yacía la esperanza de que aquella idea diera resultado.

❀ ❀ ❀

Habían pasado varias semanas desde la última vez que se vieron. Seguía siendo el padre amoroso que siempre había sido; cada mañana preparaba el desayuno, llevaba a su hija a la escuela y dejaba a Baaya en el pequeño salón donde se reunían los miembros de un club de arte, del cuál pasó a formar parte poco después de su regreso de Boston, y al final se presentaba a trabajar. Fue recibido cálidamente por Tadao y el resto de sus compañeros, no solamente por haber concluido uno de los proyectos más importantes que había tenido la empresa en los últimos años, sino también por haber sido seleccionado para tomar el lugar de Tadao luego de que se retirara. El James de hacía un año se sentiría realizado y completo tras cumplir una de sus metas más grandes, pero seguía sintiendo ese vacío. Los portales de noticias aún tenían en su primera página el encabezado: "Orinson inaugura sede en Boston"; donde hablaban sobre los trabajos realizados durante la primera semana, detalles del proceso constructivo (de los que James y Michael se encargaron al dar esa entrevista el día de la fiesta) y elogiaban la arquitectura del edificio ya que algunos comenzaban a catalogarlo como una de las edificaciones más hermosas de los Estados Unidos. Sin embargo, leer todos esos artículos relacionados a su trabajo en Boston, no hacían mas que incrementar esa sensación que le calaba en el pecho.

—¡Correo! —exclamó un joven de overol gris— James-san, te llegó un paquete. —El castaño dejó de ver la pantalla del ordenador para prestarle atención al chico de anteojos redondos. Le entregó una pequeña caja marrón con una etiqueta al frente, no tenía remitente.

—Hosoya-kun —llamó—, ¿No sabes quién lo envía?

—No, llegó esta mañana con el resto del correo. Sólo traía las estampillas y la etiqueta.

—Huh, ya veo. Muchas gracias. —El chico se despidió sonriente y siguió entregando la correspondencia.

La etiqueta sólo tenía escrita la dirección de las oficinas de Nikken Sekkei y el nombre del destinatario. James, confundido y al mismo tiempo curioso, abrió el paquete ayudándose de una navaja; la caja estaba llena de poliestireno. Frunció el ceño al verlo. Metió la mano con cuidado esperando encontrarse con algo y rezando porque no fuera una broma pesada por parte de sus compañeros. Dentro estaba la fotografía de una vieja casa en el árbol. Al reverso estaba escrito con marcador negro: «Nuestro primer beso...» Se quedó viendo a un punto en el vacío, intentando recordar a los niños de doce años que tenían frío, vestían suéteres de Disney y escuchaban el eco de los truenos en la distancia. Recordó que esa fue la primera vez que su corazón latía tan rápido que creyó que se escaparía de su pecho. Recordó que fue algo tan inocente, tan breve, pero que sería el inicio de algo hermoso.

Desde entonces, cada mañana le llegaba una pequeña caja llena de poliestireno y con una fotografía. Todas tenían un mensaje.

La fachada de un bolerama. «Volví a enamorarme...»

Un ramo de flores. «Te visitaba en el trabajo...»

Una cabaña en el bosque. «No tuve el valor de decirte que me gustabas...»

Un acuario. «Te veías tan lindo ese día... Era tu cumpleaños...»

La feria. «Si fueras un desastre entonces serías el desastre más lindo...»

La pista de hielo de Lee Valley. "Te pedí que fueras mi novio..."

Guardó las fotografías en su armario, junto a todos los recuerdos que conservaba de su juventud. No necesitaba saber quién era el remitente pues lo encontró en Nikken Sekkei una mañana de junio, vestía un traje perfectamente planchado y entró a la sala de juntas, acompañado de otras dos personas de cabelleras rubias y vestimenta formal. Esa mañana Hosoya llegó a la misma hora de siempre y le entregó una pequeña caja. Se sentía nervioso, las manos le temblaron al abrir el paquete encontrándose con una carta que olía a flores de durazno.

Querido James,

Antes de conocerte no tenía idea de lo que era el amor, mucho menos sabía lo que se sentía estar enamorado. Las únicas personas que me hacían feliz eran mi madre y mi abuela, pero desde que conocí a ese niño de encantadora sonrisa y amante del patinaje supe lo que era el amor.

Me llena de dicha y felicidad el simple hecho de solo verte. Cada que estamos juntos siento a mi corazón latir como loco. Iluminas mi vida con una sonrisa.

No encuentro las palabras que describan exactamente lo que me haces sentir. Sólo sé que cada vez que te veo, me enamoro aun más.

Cometí errores en el pasado. Te perdí. Y no hay día en que no lamente el haberte lastimado.

No quiero perderte de nuevo.

Quiero que seas lo primero que vea al despertar y lo último al dormir. Quiero que seamos una familia.

Quiero estar ahí para ti, en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad...

Quiero crear nuevos recuerdos contigo...

—Quiero casarme contigo —dijo desde el umbral de la puerta, tenía los ojos cristalizados y una suave sonrisa. Sacó una pequeña sortija con esmeraldas de su bolsillo. Era la misma sortija.

Sus miradas se conectaron, expresando una vez más lo que sentían y todo lo que no podían decirse con palabras. Sus lágrimas eran reflejo de todos esos años que habían necesitado el uno del otro en silencio, de todas las veces que le hablaban a la luna y a las estrellas en espera de alguna señal. Se prometieron –una vez más– amor eterno. Sellando esa promesa con un beso que sincronizó sus acelerados corazones llenos del sentimiento más hermoso que existe: amor.

❀ ❀ ❀

En el noticiero no paraban de hablar sobre el último comunicado que Orinson dio a conocer por medio de Twitter. Las redes sociales se llenaron de teorías que iban desde supuestas enfermedades hasta rumores que relacionaban a la empresa con la mafia rusa que operaba en la ciudad de Nueva York. Sin embargo, el verdadero motivo era resguardado en una hermosa casa japonesa donde recién se preparaba el café que acompañaría el desayuno. Una niña de vestido rosado ayudaba a una mujer mayor a cocinar mientras su mascota jugaba en el jardín, en la radio se escuchaba una melodía de Tchaikovsky a la vez que el aroma de la vainilla las envolvía. El reloj marcaba las siete de la mañana. Los rayos del sol se colaron a la habitación. Las sábanas eran suaves y frescas, las almohadas eran esponjosas y tenían una deliciosa esencia primaveral que llenaba el olfato de notas dulces y alegres. Los colores del zafiro y la esmeralda se fundieron en un adorable beso; su piel era tan suave y sus labios eran del color de los cerezos. Tenían las cabelleras revueltas y miradas perezosas.

—¡Buenos días! —Louie abrió la puerta de un golpe, alzando las manos en el aire y con una sonrisa que abarcaba casi todo su rostro—. Es hora de despertar, tortolitos. Hay mucho que hacer el día de hoy y el tiempo es oro.

—¿No podías esperar a que bajáramos a desayunar? —preguntó James.

—¿Y desperdiciar tiempo subiendo y bajando las escaleras? Eso es para mortales, ¡Por eso les trajimos el desayuno! —exclamó a la vez que Miharu y Baaya entraban a la habitación con los platos y una mesa para cama.

Cady sostenía una libreta igual a la de Louie, ambos con un bolígrafo de color y revisando constantemente sus relojes. Hablaban tan rápido que resultaba complicado entenderles.

—Muy bien, familia, hay que darnos prisa. Debemos recoger las flores, el pastel, hay que montar todo... ¿Te acordaste de confirmar con el servicio de catering, cierto?

—Claro que lo hice —respondió con obviedad—, ¿Quién va a llevar a nuestros padres?

—Alexander se encargará. ¿Te confirmaron los invitados?

—¡Confirmados!

La pareja soltó una risa al ver lo acelerados que estaban sus amigos, se veían más nerviosos que ellos. Y era el día de su "boda".

—Chicos, relájense —dijo Blake—. Ya tenemos el certificado conyugal, no es necesario que todo salga perfecto.

—¡¿Cómo te atreves?! —exageró Cady— Ya hablamos de esto, y no importa si es un simple capricho nuestro, ¡Ustedes tendrán una boda perfecta! Les guste o no. Además, los trajes que les hice son hermosos, sería una lástima que no los usaran.

—Es lo que merecen —prosiguió Louie—. Pasaron por muchas cosas para esto. Somos familia. Así que cállense, terminen de comer y prepárense para el mejor día de sus vidas. ¡Allison, ven y llévate a tu hermano!

La chica tomó a Blake del brazo, sacándolo de la habitación sin importarle las quejas sobre no haber terminado su desayuno. Estaban tomándoselo en serio pues cuando se enteraron de que habían tramitado el certificado conyugal fue por medio de una llamada por Skype a las tres de la mañana. Cady se opuso a la idea de no hacer un evento para celebrar su matrimonio ya que era de lo único que James hablaba cuando tenían veinte años; la boda de sus sueños tenía que ser en un jardín, con muchas flores y postres, y con un baile a la luz de la luna. Y así lo iban a hacer. Blake y James pasaron el día separados, quedándose este último en casa en compañía de su familia. Miharu se había encargado de invitar a los Fujiwara, cuidando de no levantar sospechas sobre la sorpresa que tenía preparada para su padre, sin embargo, la niña desbordaba de emoción.

—¿Estás nervioso, papi? —preguntó mientras cepillaba su cabello.

—¿Tú estás nerviosa?

—No es la palabra que usaría. Estoy emocionada —dijo sonriente.

—¿Puedo saber por qué?

—Porque dos de mis personas favoritas están enamoradas y se van a casar.

—Técnicamente ya estamos casados, sólo hacemos esto para complacer a tus tíos.

—Papi, no importa si esto es "de mentira", el hecho de saber que se unirán por amor es lo emocionante. —Terminó de peinarlo. Baaya se acercó para colocarle el corbatín—. Entonces, ¿estás nervioso?

—Un poco, sí. Mucho —respondió con las mejillas sonrojadas.

A unos kilómetros de distancia, en una habitación de hotel, Blake terminaba de arreglarse. Allison peinaba a su hija, Hannah, mientras el más pequeño, Luke, dormía en la cama; observó el reflejo de su hermano en el espejo, no era la primera vez que lo veía usando un traje, pero ese día era especial. Terminó de trenzar el cabello de Hannah cuando se acercó a abrazarlo por la espalda. El color de sus ojos era parecido al de su madre. Deshizo el nudo de su corbata para acomodarla apropiadamente, era notorio el nerviosismo en su hermano por lo que comenzó a hablar sobre una de sus novelas favoritas donde dos de los protagonistas se conocían desde niños, ambos crecieron en una época difícil por lo que nunca entendieron que lo que sentían era algo bueno y no una «abominación». No fue sino hasta la adultez que se dieron cuenta de que era posible sentir eso el uno por el otro, pero ya era tarde pues uno de ellos había muerto. Blake no sabía por qué su hermana le contaba aquello.

—Porque tienen suerte —respondió—, muchas historias terminan con un final amargo, sin embargo, su historia es diferente. Son afortunados de vivir en una época que es más tolerante con esto y, sobre todo, tienen suerte de estar rodeados de personas que los aman.

Terminó de arreglarle la corbata. Tomó una de las flores que Hannah había recogido del jardín del hotel más temprano para colocarla en su solapa, dándole color al atuendo. Sus ojos se llenaron de lágrimas al verlo.

—Mamá y la abuela deben estar felices —dijo con suavidad.

El sol comenzaba a caer, los invitados estaban llegando y los músicos tocaban melodías románticas. Cady había reservado el Jardín Kiyosumi y se encargó de la decoración, así se aseguraría de que todo estuviera perfecto para el día del evento. James y Blake llegaron al mismo tiempo, pero Louie y Allison se encargaron de mantenerlos separados hasta el momento en que se encontraron camino al altar mientras la clásica marcha nupcial era tocada por los músicos. Todos fueron testigo de cómo se iluminaron sus rostros al verse. No importaba que fuera un evento para mantener las formalidades, estaban con sus familias, amigos y personas que los amaban. Habían pasado muchos años desde la última vez que James usó un anillo de matrimonio, y era la primera vez de Blake –quien ahora entendía por qué una boda era algo especial–. El ministro vestía de traje y pequeños anteojos que descansaban en su nariz; se puso frente a la pareja y comenzó a hablar:

—Queridos amigos, el día de hoy nos reunimos para celebrar el amor. William Shakespeare decía "El amor no mira con los ojos, sino con el alma", y es cierto, somos seres cuyas almas pueden ser tan frágiles como el cristal y que podemos leerlas a través de las miradas y saber quiénes somos, dónde hemos estado y a dónde queremos llegar. Cuando nos enamoramos de alguien nos enamoramos de su alma —prosiguió—. Sin embargo, no es la única manera en la que el amor se hace presente ya que podemos encontrarlo en todas partes, en nuestras familias, amigos, parejas, hasta en las cosas más pequeñas que nos ofrece la vida. Lo idealizamos como un concepto, algo que podemos sentir como si se tratase de lo más común del mundo, pero es más que eso, es una semilla que crece en nuestra vida; son los sueños que nos acompañan, es la libertad de disfrutar la vida, son las acciones que generan felicidad, es la raíz de nuestro ser y el motivo de que estemos aquí.

Fue una ceremonia hermosa. Cady y Louie se sentían orgullosos de su trabajo, pero ver a sus amigos juntos era lo único que les importaba. Ambos conocen sus historias, han reído y llorado con ellos, siempre han estado a su lado y eso no cambiaría nunca; era lo mágico del amor, tenía diferentes máscaras, pero siempre se presentaba de la misma manera. La luz del atardecer se reflejaba en el agua, haciendo que el ambiente se tiñera de colores cálidos que resaltaban el oro de los anillos, símbolos de su unión perpetua y una promesa que cumplirían hasta dar su último aliento. Los invitados ya soltaban lágrimas. El ministro acomodó sus pequeños anteojos, miró a la pareja y preguntó:

—Blake Orsen, ¿Aceptas a James Auclair como esposo y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

—Acepto.

—James Auclair, ¿Aceptas a Blake Orsen como esposo y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

—Acepto.

Sus miradas se cristalizaron, las manos les temblaban de emoción y el sol estaba a nada de ocultarse. La silueta de la luna ya hacía acto de presencia en el cielo.

—Por el poder que me confiere la ley, yo los declaro compañeros para toda la vida.

Los cubrieron pétalos de flores, las guirnaldas se encendieron, las estrellas aparecieron una por una. Los invitados lanzaban gritos de felicidad y algunos tenían el rostro lloroso. Era un momento lleno de magia, alegría y amor. El momento donde sus historias se unían para nunca separarse, donde no había lugar para el dolor y la tristeza que alguna vez llenó sus corazones. En cuanto la ceremonia terminó, la música resonó por todos los rincones del salón. Eran menos de cincuenta invitados, mas todos reían, bailaban y disfrutaban de los bocadillos dulces. La pareja de recién casados se escabulló al pie del lago, no hicieron nada más que entrelazar sus manos y disfrutar de su compañía.

—James —llamó con suavidad, acarició la mejilla de su esposo, mirándolo como si fuera lo más preciado del mundo. Y así era—, quiero que sepas... que nunca he dejado de amarte, y nunca dejaré de hacerlo. Para mí siempre serás lo más hermoso, y lo mejor que me pudo haber pasado en la vida.

Auclair rodeó su cuello para dejar un beso en sus labios, tenía las mejillas sonrojadas y mirada avergonzada. Blake siempre le decía las cosas más bellas y nunca supo cómo responderlas apropiadamente.

Ambos miraron a la luna. James pensó en Yukari y en la promesa que le hizo.

«Pude hacerlo —pensó—, pude cumplir mi promesa. Nunca te equivocas en estas cosas.»

Pequeñas luciérnagas volaban sobre la superficie del lago, confundiendo su luz con la de las estrellas mismas. Regresaron al salón. Sentían el acelerado ritmo de sus corazones, eran abrazados por la voz de Nat King Cole mientras bailaban al ritmo de aquella canción que marcó su baile secreto en el balcón; las demás personas se desvanecieron, todo lo demás se oscureció para que la luz de la luna fuera su guía mientras tenían su momento especial, donde sólo eran dos personas amándose y siendo libres. Volvieron a la realidad cuando escucharon la voz de Miharu por el micrófono; la niña tenía una sorpresa para su padre, lanzó una mirada cómplice al que ahora era –de manera oficial– parte de su familia para que tomara asiento en el piano color blanco, comenzó a tocar Mariage d'Amour, una pieza tan hermosa que cautivó los corazones de los presentes. Desde entonces, cada que Blake la escuchaba, recordaba uno de los días más felices de su vida con el mismo cariño con el que recordaba a su madre y a su abuela; recordaba la mirada color esmeralda de James y las luces del lago. Recordaba las luciérnagasy el olor de su perfume. Recordaba a aquellos niños de diez años que se conocieron en el patio de la escuela, que eran tan inocentes para saber lo que era el amor verdadero, que sufrieron, que quedaron llenos de cicatrices, pero que nunca dejaron de soñar... Recordaría su pasado y miraría expectante hacia el futuro. Aquella pieza sería el inicio de una nueva historia, de nuevos recuerdos que guardarían y protegerían para siempre del tiempo.

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