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«One»

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El humo translúcido danza con suavidad delicada, dejando fluir el maravilloso y cálido aroma del café recién puesto en el vaso gracias a la máquina. Un expresso bien cargado, 90 centígrados, con apenas un toque ligero de canela era su preferido. El hombre quitó el guante de lana de su mano derecha para sujetar el vaso de café y agradeció al muchacho que le atendió tras el mostrador luego de pagar. Aquel exquisito y caliente café era lo que necesitaba para esa noche y las cuatro horas de servicio que aún le restaban. Antes de conducir hasta su pequeño pero acogedor apartamento, y hundirse entre sus algo viejas pero mullidas cobijas para dormir hasta día siguiente.

La campanilla de la entrada tintinea al salir y con un grueso periódico en su otra mano para así cubrirse de la lluvia, el hombre corre a su automóvil, aparcado afuera de la concurrida cafetería. La lluvia, sin duda era una de las cosas que más odiaba cuando estaba en turno, pues la clientela bajaba al menos a la mitad y sumando el hecho de que cambiara de zona a una menos transitada y conocida le ponía de nervios. ¿Quién en su sano juicio saldría a alguna parte con semejante diluvio?

El conductor colocó su vaso de café en el porta vasos del auto antes de asegurarse de cerrar bien la puerta para que el agua no entrase. Suficiente ya había ensuciado el tapete con sus zapatos. Encendió los limpiaparabrisas y la calefacción mientras se quitaba la húmeda chaqueta que no se había podido salvar de la inclemente lluvia. Las lluvias de agosto eran las peores, no solo diluviba y provocaban inundaciones en algunas partes de la ciudad, sino que era tan fría que calaba como pequeñas agujas en el cuerpo.

Acercó sus frías manos al conducto de las calefacción, frotándolas entre sí para nivelar su temperatura corporal y después subió hasta su boca para ayudar con su aliento tibio. Su pálida piel adquiría un tono rojizo debido al frío. Sus mejillas, nariz y labios brillaban por el sonrojo helado de la noche, mientras sus dientes castañeaban al igual su trémulo cuerpo. Incluso podía ver las puntas de sus dedos algo rojas, pero nada que un rato en el interior de su automóvil no arreglara. Apenas estuvo cómodo, encendió la radio, configuró su teléfono para revisar que no hubiera notificaciones nuevas sin atender y llevó el vaso de café hasta sus labios para dar un sorbo y así comenzar su espera hasta las doce de la noche, cuando su turno terminase.

Pasó quizá cerca de una hora en la que la torrencial lluvia no dejó de caer. El conductor la miraba de brazos cruzados entre molesto y aburrido. Si la noche continuaba así en la siguientes horas no tendría más remedio que volver a casa antes de lo previsto y poner el aviso de fuera de servicio en la aplicación.

Con su café casi por terminarse y la concentración puesta en el parabrisas observando las gotas de agua caer y ser escurridas por aquellos limpiadores que se movían de un lado al otro, pronto la pantalla de su celular se iluminó con la llegada de una notificación. El conductor la revisó rápidamente. Un posible cliente pedía transporte a tan solo un par de calles de donde él estaba. Siendo su noche tan pobre, no dudó ni un segundo en aceptar llevarle. Contestó de inmediato y se puso en marcha tras colocar su cinturón de seguridad. Con un poco de suerte, tendría más de una persona que llevar y con un poco más de suerte, la lluvia cedería.

...

El conductor siguió los datos de la ubicación que le mandaron hasta llegar a la entrada de un enorme edificio. Aparcó su auto muy cerca de la acera que contaba con un elegante toldo. Echando un vistazo a través del cristal de su ventanilla, pudo darse cuenta de que aquel edificio era en realidad un lujoso hotel de cinco estrellas. Su expresión de asombro puro en su rostro no era tanto por no haber visto uno antes, sino más bien porque nunca había llevado o traído a una persona tan elegante o de la posible alcurnia de seguramente debía tener alguien para poder entrar y hospedarse en una habitación ahí. Ni siquiera podía imaginar cuánto costaría una noche en ese lugar pero estaba seguro de que ni con su sueldo de un mes podría pagarlo.

Envió un rápido mensaje informando de su llegada. No pasaron ni cinco minutos cuando notó un par de hombres salir. Rostros serios y uniformados, los hombres parecían más bien algún tipo de agentes del servicio secreto llenos de misterio, o eso pensó el conductor al verlos.

Ambos se colocaron en los extremos de la entrada mientras detrás otro hombre salió. Ese era diferente a los otros dos, no solo porque a simple vista era bastante mayor, también porque su porte y vestimenta despedía un aura de elegancia, sofisticación y dureza. Su cabello era cano, casi blanco pero no lucía tan viejo, solo maduro. El conductor del automóvil miró todo a la distancia como si de una película se tratara. Interesado por todos los rostros y personalidades fascinantes que a su vista llegaban. Pensando, en que probabilidad había de saber ¿quién era? ¿A qué se dedicaba? ¿Qué se sentiría ser él y tener lo que seguramente tiene?

Tan distraído estaba que no notó cuando otro sujeto salió tras el hombre mayor y nuevamente era tan diferente a los otros tres allí presentes. Su cuerpo se inclino y enderezó en su asiento para ver mejor a la pequeña figura. Se trataba de un joven, y podía saberlo porque no solo era más bajo, sino porque sus rasgos faciales, (o al menos los que alcanzaba a distinguir desde donde estaba) se veían ligeramente infantiles. Una piel blanca con toques de sonroso en su mejillas algo abultadas, su cabello castaño claro, pequeña y esbelta figura le hacía imaginar que apenas rondaba los veinte con esfuerzo. Llevaba una camisa blanca y pantalones negros que se ajustaban a sus piernas. El joven parecía un encantador príncipe, elegante y delicado pero... Su rostro. Su rostro sin embargo era tan inexpresivo, sus ojos solo miraban al suelo mientras el hombre mayor ponía un grueso y aparentemente costoso abrigo de Casimir o quizá Channel sobre sus hombros. El conductor duda, pues no sabe demasiado del tema.

Él observó cada detalle, esperando con algo de suerte alguna vez verlo subir la mirada, pero eso jamás sucede. El hombre mayor se acercó al muchacho, puso su gran y morena mano derecha en el cuello del más joven, mientras que con la izquierda le sujetó del mentón. Sus manos lucían monstruosamente enormes en comparación con las facciones pequeñas y delicadas del rostro del muchacho. El hombre mayor era más alto y acercó su rostro hasta depositar un beso en la mejilla del más joven, quien dicho sea, seguía sin mostrar un ápice de expresión alguna. Uno de los tipos que vigilaban puso en sus manos un paraguas y él lo abrió para ponerlo encima del muchacho. El conductor pudo ver que sus labios se movieron, más a sus oídos jamás llegó el sonido de sus voces debido a la lluvia. La boca del joven también se movió apenas, el conductor imaginó que probablemente había dicho un; gracias. Pero eso nunca lo sabría.

El conductor se enderezó nuevamente al ver como el joven, con aquel enorme abrigo y paraguas en mano se acercaba con lentitud hasta el auto. Sin pensar dos veces abrió rápidamente y salió aún con la lluvia más ligera que antes para abrir la puerta trasera apenas el muchacho estuvo cerca.

— Gracias. —le escuchó decir, mientras plegaba el paraguas y entraba al auto.

El conductor quedó en un pequeño trance. El joven, era más bello de cerca y al oír su voz, con aquella corta palabra le hizo saber que su voz también era hermosa. El conductor reaccionó rápidamente al darse cuenta de que estaba bajo la lluvia. Cerró la puerta y entró con urgencia al vehículo. Su cabello ya estaba mojado y su temperatura había vuelto a bajar volviendo sus labios más rojos. Mira por el espejo retrovisor a su pasajero. Menudo silencio sepulta el interior del automóvil, pues éste no le ha dicho a donde debe dirigirse.

— ¿A dónde lo llevo? —pregunta con cautela. Cómo si hablar más fuerte perturbara a la persona del asiento trasero.

El chico gira la vista hacia él justo en el momento en que las luces de un auto continúo pasa a su lado e ilumina sus ojos de un ámbar brillante. El conductor del auto puede jurar que jamás vio en su vida unos ojos tan dulces como la miel y tan desolados como los de un anciano que ha vivido miles de experiencias. Tan puros, y cansados de la vida, tan hermosos y dolidos. El corazón del conductor se siente confundido. Jamás había visto una conjunción de sentimiento tan extremas en una mirada. En su garganta mueren las palabras sobre preguntar si es que se encuentra bien, y su cerebro le contradice con una verdad indiscutible; no lo conoce. No tendría por qué contestarle. No debía interesarse en la vida de un pasajero que solo tomaba su servicio y lo remuneraba.

— Calle siete, edificio Lumière. —musitó simplemente, antes de regresar su vista hacia la ventanilla.

El conductor decide que debe ser profesional. Enciende el auto y se pone en marcha hacia la dirección que le ha dado.

Durante el corto trayecto, los ojos del conductor miran de vez en cuando a su pasajero. Las hebras de su cabello negro casi tapan sus ojos pero con un movimiento los hace a un lado y vuelve a mirar. El joven solo mira por la ventanilla, observa y cada tanto dibuja con sus pequeños dedos el recorrido de cada gota de agua. Su mano es tan pequeña, una diminuta intensión baila en las comisuras de su boca al compararla con las suyas puestas en el volante. ¿Se verían igual de monstruosas que las de aquel hombre mayor sobre él?

Ignora el pensamiento y vuelve su vista al camino sin comprender porque ha pensado tal cosa.

En sus casi tres años tras el volante, dando el servicio de transporte a miles de personas día con día, llevando y trayendo a lugares cercanos y más lejanos, nunca le había pasado despertar algún interés en alguno de ellos. Él no se consideraba un tipo particularmente entrometido ni tampoco hablador. Al contrario, disfrutaba mucho cuando sus pasajeros guardaban silencio todo el viaje y no le hacían la conversación, sin embargo, aquel silencio sumando al aura triste del muchacho en su asiento trasero, le hacía preguntarse que podía estar pasando en su vida para reflejar tanta tristeza en su mirada.

Lástima que él era un desconocido. Era una pena que probablemente jamás lo volvería a ver para preguntarle, que situación le aquejaba, puesto que el edificio Lumière estaba justo frente a ellos y su pasajero se encontraba abriendo su puerta, para después desplegar su paraguas y salir sin una mirada o palabra de por medio. El conductor miró su asiento ahora vacío, notando aquellos billetes dejados con el mayor cuidado sobre la tapicería.

El pelinegro tomó los billetes y se quedó mirando un instante el enorme edificio. Un hermoso edificio debía decir, pues aunque no se hubiera empleado en un puesto de acuerdo a sus años de estudio, la arquitectura había sido una carrera que le hubiera gustado desenvolverse. Aquel edificio tenía lineas exquisitas, un diseño elegante y vanguardista. Lumière era la representación del estilo francés contemporáneo. Las personas que allí vivieran, sin duda disfrutaban de confort, tendencia y seguridad. Un departamento ahí, seguro era digno de aquel muchacho tan distinguido. Aquel chico de ojos tristes vivía en un verdadero palacio moderno. Seguramente, no le hacia falta nada, entonces... ¿Qué pena tan grande podía guardar en su corazón ese bello joven? ¿Qué problemas podían ser capaces de robar el brillo de su mirada? ¿Qué sabía ese chico lo que era difícil en la vida?

Tal vez nada, o quizás todo.

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MIN∆BRIL

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