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Capítulo VIII

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En el centro de la ciudad había una encantadora florería, cuya propietaria era una agradable señora japonesa, la señora Fujiwara; había llegado a Londres acompañada de su esposo hacía diez años. Ambos quedaron enamorados de la ciudad y se mudaron a los pocos meses. Ella amaba las flores y él, para apoyar a su esposa en su sueño de abrir una florería, consiguió trabajo como chef en un restaurante local.

Vendían todo tipo de flores y uno podía encontrarlas en cada rincón de la tienda, desde el ingreso hasta en el hermoso jardín en la parte de atrás; además de vender plantas y exquisitos arreglos florales, vendían todo lo necesario para tareas de jardinería. Las ventas del pequeño local eran buenas durante todo el año, incluso durante el invierno que era cuando vendían flores que sólo florecían durante los meses fríos.

Durante las vacaciones recibía la visita de muchos clientes jóvenes, la razón de esto era porque, durante el periodo vacacional, uno de sus empleados más jóvenes —aparentemente popular entre las personas de su edad— pasaba más tiempo trabajando para poder compensar su ausencia durante el periodo escolar. Cuando James estaba en la tienda recibía regalos y halagos por parte de las personas que iban a la tienda sólo por verlo a él. «Tienes unos ojos muy bonitos... ¿Haces algo con tu cabello? ¡Se ve tan suave!... ¿Vas a hacer algo después del trabajo? Quisiera invitarte a tomar algo». La señora Fujiwara había escuchado todo tipo de coqueteos, desde los más inocentes hasta los más atrevidos. Pobre James, no tiene porqué pasar por este tipo de cosas todos los días que está aquí, pensaba ella.

—Gracias, vuelva pronto —dijo James con una sonrisa, haciendo una leve reverencia a la chica que llevaba un ramo de rosas consigo.

Ella le había obsequiado una rosa a James, y durante una llamada de teléfono se refirió a él como «adorable». James ya no sabía cómo lidiar con esto.

—Es bueno tenerte de regreso, James. Nos sentíamos tan solas sin ti —dijo Amanda, su compañera.

—Es bueno regresar. Esta tienda es mi segundo lugar favorito, después de la pista de hielo.

—Deberías pedirle matrimonio, aunque dudo que te responda.

Amanda era una joven de cabellera rubia, un par de años mayor que él; estudiaba periodismo y durante el último semestre recibió una oferta laboral en una editorial francesa. James no sabía cuándo se iría, por eso quería aprovechar el tiempo que pasaría con su amiga.

—Gracias por su arduo trabajo, chicos. Tomen un descanso —dijo Fujiwara con voz suave.

Era casi el mediodía y Amanda invitó a almorzar a James a una cafetería que no quedaba muy lejos de la florería.

Los muebles de la cafetería eran de madera, se podía saborear el aroma del café recién hecho y de los postres que salían del horno. Ambos pidieron un café y una tarta de moras, con suerte sobrevivirían hasta la hora de cenar. Amanda comenzó a hablar sobre lo emocionada que estaba por trabajar en París, ella decía que era el trabajo de sus sueños y James se sentía feliz por ella, pero Amanda sabía que la felicidad de su amigo era por algo más. Oh, sí. Ella sabía lo que vivía en el corazón de James. Esa mirada brillante no era fácil de ocultar.

—Y dime, Jay, ¿pasó algo interesante en los últimos días? —preguntó, curiosa.

—No, nada en particular. ¿Por qué? —respondió, sus mejillas se tornaron rosadas.

—Te ves como más radiante, tienes un brillo en los ojos que nunca antes te había visto y sonríes más de lo habitual. Es como si estuvieras enamorado.

«¿Acaso las mujeres tienen un sexto sentido? —pensó James, desviando la mirada— ¿O es porque estoy siendo demasiado obvio?»

—No estoy enamorado ni me gusta nadie. Y si llegara a ser así, tú serías la primera en saberlo.

—James, desde que te conozco nunca me has contado de alguien que te guste. Incluso creí que no te gustaban las mujeres o los hombres. Te visualicé viejo, decrépito y sin herederos.

—No seas dramática.

Amanda era buena sacándole secretos a las personas, por eso tenía talento como periodista. Nada se le escapaba. Tenía un superpoder para ese tipo de cosas, y James lo odiaba porque no quería admitir que sentía algo por Blake.

—Te conozco como a la palma de mi mano, cariño —dijo ella—. Sabes que no puedes ocultarme nada.

James se quedó en silencio por unos segundos. Segundos en los que el color de sus mejillas aumentó. Amanda sonrió.

—Además estás siendo demasiado obvio.

—¡Bien! Tal vez sí me gusta alguien —dijo James, avergonzado.

—¡Lo sabía! —exclamó Amanda— ¿Cómo se llama? ¿Estudian juntos? ¿Desde cuándo se conocen? ¡Cuéntamelo todo! Y que no se te escape ningún detalle, Auclair.

James suspiró.

—Lo conozco desde que éramos niños, es... —«Un chico que solía ser mi amigo, me dio mi primer beso y después desapareció de la nada, y cuando regresó me di cuenta de que aún me gusta»—. Es un amigo. Y no, no estudiamos juntos. Él estudia en el Colegio Imperial de Londres.

—Es una lástima que me haya enterado hasta ahora —dijo haciendo un puchero—. Lo hubiera buscado para pedirle que te tratara bien y que si quería algo contigo tendría que pedirme tu mano primero.

—Y ese hubiera sido un encuentro bastante casual —se burló James.

El azul del cielo pronto se desvaneció con el viento del atardecer; las primeras estrellas se asomaron, de mirada tímida, temerosas de exponerse sin que la luna estuviera presente en ese escenario de colores violetas y azules profundos como el océano. Se escondieron detrás de las pocas nubes que aún no se robaban el viento del atardecer hasta que ella llegó; brillante, majestuosa, desprendiendo una luz plateada que cubría todo en tierra firme. Las estrellas comenzaron a jugar a su alrededor, formando constelaciones y brincando desde el extremo del firmamento.

Las flores que cuidaba la señora Fujiwara supieron que era momento de descansar. Todos se preparaban para ir a dormir, arrullados por las risas de las estrellas y cobijados por la luna.

El viento del atardecer se perdió. Sólo queda la brisa de la noche.

Fría. Fresca. Traviesa.

James sintió una corriente fría contra el rostro y se cubrió con la sudadera. Las manos le dolían por hacer tantos arreglos florales, los pedidos llegaban uno tras otro y James estaba agotado. Lo único que se interponía entre él y su cama era un viaje en tren.

—Me retiro, señora Fujiwara —dijo, haciendo una reverencia a la mujer.

—Gracias por tu arduo trabajo, James.

Salió de la florería. Vio a las estrellas jugando en el cielo y no pudo evitar sonreír. Era una noche hermosa; las calles estaban en silencio y eran alumbradas por las lámparas de luz cálida. Metió sus manos a los bolsillos de la sudadera y siguió caminando. Sólo caminó. Un escalofrío le recorrió la espalda y recuerdos del pasado aparecieron en su mente como fuegos artificiales, ruidosos y efímeros.

Caminó.

(Alguien...)

lo estaba siguiendo.

Caminó.

(Alguien...)

El cuerpo le ardía.

Corrió.

(Alguien...)

lo dejó atrás.

Se quedó mirando las baldosas blancas de la estación, esperando a que el tren llegara. La estación se sentía más cálida y se preguntó si era por la cantidad de personas también esperaban el tren o por el hecho de estar bajo tierra. Una voz se escuchó en las bocinas de la estación y James pudo sentir las vibraciones del tren, vio su luz acercándose por aquel túnel oscuro y un profundo sentimiento de tristeza comenzó a hacerse más fuerte dentro de él, como el silbato del tren.

Las puertas se abrieron y James tomó el primer asiento libre que encontró. Estaba cansado, sólo quería dormir. «No te duermas, no cierres los ojos...». Se hizo caso a sí mismo y se puso a estudiar los rostros del resto de los pasajeros; en cada uno de esos corazones yacía una historia, se guardaba un pasado, se sellaron sueños. James vio el rostro de un anciano, tenía una bufanda marrón y un pequeño sombrero negro, vio las arrugas y las manchas en su piel. «¿También habrá tenido un día largo? ¿También querrá llegar a casa a dormir?»

Revisó su reloj. Eran las nueve y media cuando él se acercó.

Tenía una chaqueta negra y cargaba con una mochila roja, su cabello estaba ligeramente despeinado y tenía los zapatos sucios; James podría reconocer ese par de ojos azules por todas esas veces en las que aparecieron en sus sueños. Blake le sonrió y James se maldijo a sí mismo por no poder resistirse a esa bella sonrisa.

—Hey —dijo Blake.

—No esperaba encontrarte aquí.

—Hace mucho que no viajaba en tren, había olvidado lo que se sentía —dijo—. Louie me dijo que trabajas durante las vacaciones.

—Sí, en una florería no muy lejos de la estación —«¿Por qué Louie te cuenta tantas cosas sobre mí?»

—Eso suena lindo. Mi trabajo no queda muy lejos de la estación, tal vez pueda visitarte un día de estos —dijo con voz suave. James sintió cómo sus mejillas comenzaban a sonrojarse.

El silencio se apropió del momento. Sólo podía escucharse el sonido de la maquinaria sobre las conversaciones del resto de los pasajeros; fácilmente podría haberse sentido incómodo, pero había algo en él, había algo en el Blake que tenía enfrente que lo hacía sentir tranquilo.

—¿Vas a casa? —preguntó Blake. James asintió.

—Siempre tomo este tren.

—Yo también. Bueno, normalmente lo tomo más temprano, pero me encargaron organizar algunas cosas y se me hizo un poco tarde —dijo, su mirada se desvió hasta las manos de James. Sus dedos eran finos y de apariencia delicada, recordó que James jugaba con ellos cuando estaba nervioso—. ¿Sabes? Hablé con Cady hace un rato. Dijo que quiere hacer un día de campo este fin de semana, ¿qué opinas?

—Suena divertido —dijo James con una inocente sonrisa.

Blake quería abrazarlo. Quería acompañarlo todo el camino a casa, pero sabía que tendría problemas con su padre si llegaba tarde.

Más pasajeros abordaron el tren en las siguientes estaciones. James le cedió su asiento a una mujer mayor y no tuvo opción más que estar cerca de Blake hasta que sus caminos se separaran. Intentó no hacer contacto visual, pero un océano de personas los acercaban cada vez más; James terminó con el rostro muy cerca del pecho de Blake, y él sólo podía respirar la suave esencia de duraznos que tenía su cabello. James pudo sentir lo rápido que latía el corazón de Blake, y por un momento deseó que se quedaran así sólo un poco más. Sólo quería sentir la calidez que le brindaba a su pequeño y frío cuerpo, sólo quería escuchar su corazón todas las noches y estar de cerca de él.

«¿Estás enamorándote, James?», pensó Auclair.

Blake llegó a su estación. Quiso separarse de James pero un agarre en su chaqueta le impidió separarse de él. James se había aferrado inconscientemente a él, a Blake no le molestaba quedarse así un poco más.

—James —llamó con voz suave. James levantó la mirada, dejando al descubierto sus mejillas rosadas y el brillo de sus ojos—, ¿te veré el fin de semana?

—¡Ah, sí! ¡Claro, claro! ¡Nos vemos el fin de semana! —dijo nervioso mientras se apartaba de Blake.

Antes de despedirse, Blake dejó un beso en la cabeza de James, guardando en su memoria la imagen del bonito rostro de James, el suave color en sus mejillas y el suave olor a flores y duraznos.

El viernes terminó de trabajar cerca de las cinco de la tarde. Se sintió mal por dejarle todo el trabajo de la florería a Amanda y a la señora Fujiwara durante el fin de semana, pero ellas insistieron en que debía irse temprano a casa para descansar y prepararse para el día de campo. Ellas se mostraron emocionadas cuando les habló de Blake y de lo que harían el fin de semana,

«Ah, tu corazón es joven, pero sabe lo que quiere —dijo la señora Fujiwara—. El corazón es capaz de guiar barcos a través de las tormentas más salvajes, puede superar cualquier obstáculo, incluso sobrevivir al paso del tiempo. Eso es el amor, James». ¿Amor? James no estaba seguro de llamarlo de esa manera, sólo sabía que se sentía confundido. No quería lastimarse, no quería salir herido una vez más. Pero su corazón quería ver a Blake, quería estar con él. Aún quería a Blake.

Fue al centro comercial, compraría los ingredientes que le hacían falta para preparar una tarta de calabaza dulce que llevaría al día de campo. Después de hablar con Cady la noche anterior, James pasó horas revisando un libro de recetas que él mismo había escrito con el paso de los años; descartó muchas recetas dulces y saladas bajo la misma excusa: «¿Qué tal si no le gusta? ¿Le gustarán los dulces o preferirá la comida salada?»

Al llegar a casa, James comenzó a cocinar. Su madre lo ayudó con la decoración, y su padre quería robarse un trozo del postre. Se veía delicioso. El color dorado de la calabaza contrastaba hermosamente con la decoración de crema, la base de galleta era crujiente y estaba espolvoreada con canela. Después de guardarla en el refrigerador, la madre de James le preguntó:

—¿Estás nervioso?

—Sólo es un día de campo, mamá. Estaré bien —dijo él con voz era suave.

—No me refiero al día de campo, cariño. Hablo de ti, de tus amigos, es la primera vez en mucho tiempo que te veo sonreír de verdad.

—Siempre sonrío de verdad, mamá. Nunca les he mentido.

James rio.

—Te esforzaste mucho en hacer esta tarta. Era como si quisieras que fuera perfecta.

—Sabes que me gusta hacer las cosas bien —dijo con una sonrisa.

—Está bien si me dices que la hiciste para Blake —dijo ella, reprimiendo una risa al ver la expresión de su hijo. «Apuesto a que te estás divirtiendo con esto», pensó James—. Tranquilo, estoy segura de que le gustará.

James miró a su madre.

—La comida que tú y papá cocinan es mi favorita. Ojalá algún día pueda cocinar tan bien como ustedes.

Isabella le dijo con voz suave:

—Si algún día llegas a formar tu propia familia, sabrás que el ingrediente secreto es el amor, no sólo en la comida sino en todo lo que hagas. Hacer las cosas con amor siempre las hará mejor.

James abrazó a su madre. En los últimos días, James comenzó a creer que su madre se hacía más pequeña (o tal vez él estaba creciendo), pero podía asegurar que no había nadie en el mundo que tuviera el corazón más grande que aquella mujer de cabellera oscura, de encantadora sonrisa y que disfrutaba de vestir ropa de colores pastel. Años después, James recordaría el perfume de su madre durante una caminata en un parque lleno de árboles de cerezo; con el viento de la primavera acariciándole el rostro y sonriendo al ver el color rosado de las flores. Él pensaría: «Realmente eres tú, realmente te encanta la primavera. Realmente estás aquí. Realmente me enseñaste lo que es el amor.»

Esa noche, después de que Yuki se apropió de la mitad de su cama, James recibió una llamada por parte de Cady. Escupió la pasta de dientes que tenía en la boca y contestó.

—¡Espera un momento, necesito enjuagarme la boca! —sólo escuchó la risa de su amiga. Se recostó en la cama, Yuki se acercó a él y siguió hablando—. Lo siento, me estaba lavando los dientes.

Buu, creí que estabas haciendo otra cosa.

—¡Cady! ¿Me llamaste para burlarte de mí?

—¡No, no! Llamaba para decirte que... Blake me dijo lo que pasó en el tren —«Oh, mierda. Oh, mierda. Mierda. Mierda»—. Y quiero decirte que me hace muy feliz que hayas aceptado venir con nosotros. ¡Verás que la vamos a pasar bien!

—Cociné algo para ustedes —dijo—, espero que les guste.

—¡Cariño, no tenías porqué hacerlo! Pero te agradezco mucho el detalle, eso quiere decir que estás emocionado por el viaje, ¿cierto? ¡Tal vez estés ansioso por ver a alguien! —canturreó Cady.

—¡Yo no...! ¡No creas que...! —titubeó, estaba nervioso.

—James, vamos, sé honesto conmigo. Siempre hemos sido sinceros el uno con el otro. ¿Qué ocurre entre tú y Blake?

James desvió la mirada. Era difícil. Era difícil admitir sentimientos que alteraban a su corazón, que estaban relacionados al pasado que quería y luchaba por olvidar. ¿Cómo estar seguro de que estaba haciendo lo correcto? ¿Cómo estar seguro de que no volvería a salir lastimado? ¿Cómo...?

—James...

—No. No hay nada entre nosotros.

—¡Me estás mintiendo! ¡Cada vez que hablamos de él siempre actúas igual! No quiero que nos sigas mintiendo, ni que te sigas mintiendo a ti mismo.

—Sabes que no podría haber algo entre él y yo. Es imposible.

—¿Por qué? ¿Por qué reprimes tus sentimientos como si fueran algo tóxico o dañino para ti? Lo que sucedió en el pasado se queda en el pasado. Y sé que duele, duele mucho, pero de la manera en la que yo lo veo puedes seguir huyendo de él, o aprender de él. No dejes que los malos recuerdos te impidan disfrutar del presente. Sólo... quiero que lo intentes, ¿de acuerdo? Quiero que tengas la oportunidad de comenzar de nuevo.

En ese momento, James se dio cuenta de algo: Su vida no podría cambiar si él no hacía algo para cambiarla.

Una parte de él sabía que aún amaba al chico de ojos azules.

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No permitas que tu pasado se interponga en tu presente.

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JUN.12.2024

hello, sunshines!
🤍

las personitas que ya leyeron ECDOV se harán alguna idea de lo que pudo haber pasado por la cabeza de James de camino a la estación. also, no recuerdo bien si algo pasaba con uno de los personajes de este capítulo así que lo averiguaremos en el camino. 

gracias infinitas por todo el amor y todo el apoyo. 🤍

¡nos leemos pronto!

xx.


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