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Capítulo XXXVII

Miles de deseos hechos
realidad

—Buenas tardes —dijo una señora de lentes y bata negra que suponía era la jueza.

Todo el público, los acusados, el jurado y el resto de personas que se encontraban en la sala se colocaron de pie, incluyendome.

—¿Puedo quedarme junto a ti durante el juicio? —giré para encontrarme con el espécimen de ojos celestes.

Me hubiera encantado decirle: «Por mí, quédate el resto de mi vida» y no lo hice. Uno, hubiera sonado patéticamente cursi y dos, no era el momento para cortejar a James.

Me limité a sonreír y le hice un lado en la banca donde estaba sentada con el resto de mi familia, quiénes lo saludaron desde lejos, excepto por Eva. Ella se lanzó encima de mi para abrazarlo.

—Si quieres puedo explicarte los procesos del juicio —se ofreció y yo asentí—. Bien, él es el secretario —señaló a un hombre de traje—, se supone que dará inicio hablando del porqué estamos reunidos y también dirá los crímenes de los que se le acusa a Marc.

—Entiendo —asentí y así fue, el hombre se colocó de pie y leyó un par de hojas con palabras refinadas.

Seguidamente se presentó la jueza y se escuchó una risa proveniente del lugar donde estaba Marc. No obstante, la jueza le ignoró y continuó, llamándolo a un interrogatorio.

—Primero que nada, su señoría, me gustaría que otro juez llevara mi caso —habló Marc.

—¿Puede justificarlo? —preguntó la jueza que mantenía sus ojos en un par de papeles.

—No quiero que sea una mujer quién lleve mi caso —la jueza dirigió su atención a él y se quitó los lentes.

—¿Por qué, señor Lewis? ¿Le preocupa que sea una mujer quién termine de desgraciar su vida? —la sonrisa de Marc se borró—. Eso pensé, continuemos.

Llamaron a Marc al podio para tomar su declaración, donde sin ningún tipo de vergüenza, alegó ser inocente. Por lo que algunos miembros del jurado y algunas familias protestaron y pidieron orden en la sala.

En ese momento, la mano de James se enredó con la mía, captando mi atención en segundos. Él se limitó a sonreír en un gesto de apoyo.

Al finalizar su declaración, llamaron a los testigos. Algunas personas que no conocía pero parecían ser familiares del resto de las víctimas pasaron al podio, dando distintas declaraciones donde en cada una de ellas sólo había algo en común, y era a Marc como culpable.

También su «socio» quién le había traicionado, declaró en su contra. El padre de James, Evolet, mi padre, James, Sam y finalmente, yo.

Caminé hasta el lugar del podio, sintiendo todas las miradas sobre mí, sobre todo la de Marc, que era la que más me incomodaba.

La jueza me pidió presentarme y así lo hice.

—Mi nombre es Quinny Tucker y soy la única sobreviviente de todas las víctimas que pasaron por las manos de este cretino —miré a Marc y él me devolvió la mirada junto a una sonrisa siniestra.

La jueza me pidió hablar de mi caso. Hablé desde la Quinny de catorce años, hasta la Quinny de diecisiete. Hablé de toda la mierda que tuve que pasar por culpa de Marc... y de Amanda.

—No es fácil estar de pie aquí, frente a varias personas y contarles todo lo que estoy contando, y créanme que si lo hago es por aquellas chicas que perecieron bajo las garras de este monstruo —su sonrisa no se borraba—, que no se merecían un final como el que les dió él —señalé a Marc.

»También lo hago por mí, porque merezco dejar de vivir con miedo, dejar de limitarme y dejar de desconfiar. Lo hago por aquellas personas que arriesgaron sus vidas para que yo estuviera aquí.

Dejé atrás el podio y caminé hasta el lugar donde estaba Marc. Lo miré a los ojos, sin bajar la cabeza y sin siquiera sentir miedo o incomodidad, sólo una profunda lástima.

—Lo hago porque todas merecemos justicia, las que callan y las que hablan, las que lloran y las que gritan, las que mueren y las que sobreviven, las que lo vivieron y las que no. Te juro, Marc —lo señalé—, que si tengo la oportunidad de acabar con muchos como tú, no dudaré en hacerlo.

—Maldita perra —murmuró.

—Te prometí esa noche que acabaría contigo y aquí me tienes, lo estoy haciendo —me acerqué a su rostro amenazante—. Estás jodido.

—Mmm, que bien hueles —me olfateó.

—Disfrútalo, será la última vez que me verás —giré nuevamente a donde estaba la jueza—. Eso es todo señoría, muchas gracias.

Todos los presentes, incluyendo a la jueza se levantaron y aplaudieron, mientras yo volvía a mi lugar con el resto de mi familia.

Al cabo de un par de horas, nos preparamos para la sentencia.

—Muy bien, ahora daremos lectura a la parte resolutiva del presente fallo, el cual es del siguiente tenor —hizo una pequeña pausa y continuó—, considerando las normas aplicadas en el presente, se declara, primero que se condena, al acusado Marc Lewis a cumplir la pena de prisión por tres años, perteneciente al delito de intento de abuso.

»Segundo, que se condena a cumplir la pena de prisión por dos años, perteneciente al delito de acoso agravado. Tercero, que se condena a cumplir la pena de prisión por treinta años, perteneciente al delito de trata de personas o tráfico de personas. Y por si no es suficiente, cuarto, que se condena a cumplir la pena de prisión por veinte años, perteneciente al delito de homicidio agravado.

»El acusado no tendrá ningún tipo de beneficio durante su estadía en la prisión federal ADX Florence, donde cumplirá su condena por lo que resta de su miserable vida. La defensa podrá presentar una apelación al caso en un período de 30 días. Sin embargo, le recomiendo —se dirigió al abogado de Marc—, que presente una buena apelación o estaré encantada de cambiar mi sentencia por una a muerte.

El abogado asintió y Marc se limitó a reír en voz baja.

Todos se colocaron de pie y cuando la jueza iba a dar la sesión como terminada, Marc interrumpió.

—Su señoría —dijo con burla—. ¿Podría decir unas últimas palabras?

—Adelante —le permitió la jueza.

—Me gustaría que usted y todos los presentes en esta sala sepan dos cosas —se movió al frente de su mesa, colocando a los guardias alertas—. Primero, me declaro culpable pues no me arrepiento de nada —algunos murmullos se escucharon y la jueza pidió orden—. Segundo, acepto mi condena y me encantaría recibir la pena de muerte, quizás por eso presentemos una mala apelación.

—¿Eso es todo, señor Lewis?

—Sí, del resto... —giró a vernos a todos—. Cuidense.

—Sin nada más que agregar, ponemos fin a la sentencia de la presente audiencia —le dió dos golpes a su martillo y todos se pusieron de pie.

—Gracias, su señoría —dijeron al unísono.

—Ganamos —James me lo confirmó.

—Ganamos —repetí.

—¡Ganamos! —gritó Eva, abrazándome.

Y fue así como el momento se convirtió en uno lleno de felicidad y orgullo, habíamos hecho justicia. Probablemente este sería el día en que más me habían abrazado.

—Oye... —James se acercó a mí—. ¿Tienes tiempo? —asentí—. ¿Crees que te apetezca ir a la feria y platicar un poco?

—Claro, le avisaré a mis padres que iré contigo y nos vamos —James asintió.

Me acerqué hasta donde se encontraba mi familia, les dije que saldría con James y todos estuvieron felices de deshacerse de mí.

—¡Usa protección, amiga! —abrí los ojos avergonzada y Eva río.

—¿Nos vamos? —preguntó James con una sonrisa.

—Nunca había estado tan feliz de hacerlo.

—Si querías salir conmigo, debiste haberlo dicho antes —rodé los ojos y abrí la puerta del auto de James.

—Esas personas de ahí adentro, a las que les llamo "familia" les encanta avergonzarme. Solo por eso, agradeceré tu ayuda —James rió poniendo el auto en marcha.

—Me debes muchas, a ver si me las pagas todas un día de estos, bonita.

A ver, no voy a negarlo, me emocioné y mucho. Ni siquiera lo disimulé y sonreí como estúpida, tenía la costumbre de hacerlo cuando de James se trataba.

—Al parecer, ahora sí quieres que te diga así —bromeó y yo enrojecí.

¡Dios! ¡Enrojecí! Qué vergüenza.

¿Vergüenza? Que fácil eres amiga.

¡Oye! Imagínate con este chico, tú también serías fácil.

Si... no contradigo verdades.

—¡Oh, calla! —ambos reímos—. ¿Cuándo volverás a cantarme? —fue su turno de sonrojarse.

—Tranquila, habrá tiempo de sobra, después de nuestra boda.

—¿Boda? —me reí—. ¿Y qué te asegura que tendrás la dicha de llamarme esposa? Ni siquiera sabes si te perdoné —me crucé de brazos.

—Por favor, haz venido apenas te lo pedí y te pusiste como un tómate cuando dije...

—¡No! No hace falta que lo digas —el semáforo estaba en rojo, por lo que nos detuvimos.

—¿Qué cosa? —se acercó un poco a mi.

—Tú sabes qué.

—Dímelo, bonita —susurró a centímetros de mi rostro, poniéndome colorada.

Y acalorada también.

—Eso no es justo —protesté y James sonrió.

—Sabes que eso —señaló a mi pecho, específicamente donde se encontraba mi corazón—. Me pertenece y esto —puso mi mano sobre su pecho—. Te pertenece, bonita.

Sonreí y él volvió su vista al camino, dejando atrás las calles de la ciudad para adentrarnos a una feria de juegos.

Apenas llegamos, fuimos por unos helados y jugamos un poco. James intentó ganarse un osito para mí, pero rompí los estereotipos y gané un zorrillo de algodón para él.

Comimos mucha comida chatarra, hamburguesas, papitas, gaseosas, pretzels, donas, algodón de azúcar y mucha más gaseosas. Ambos teníamos mucha energía para gastar debido al exceso de azúcar en nuestro cuerpo.

La noche comenzaba a caer, y tan sólo nos quedaba un juego mecánico que probar, así es, la rueda de la fortuna.

—Disfruten del paseo —dijo el encargado antes de subirnos.

La rueda comenzó a girar lento, de hecho, era un buen ritmo. Lo gracioso era que estaba decorada de un ambiente romántico y por supuesto, era llamado «el paseo de los amantes»

Apenas estuvimos en la cima, pude observar todas las luces de la ciudad y eso solo me hizo recordar una cosa. James y yo iríamos a la misma universidad y eso implicaba mucho.

—Entonces... —jugueteé con mis dedos—, ¿Irás a la universidad?

—Eso ya lo sabes —James rió—. Boston, al igual que tú.

—Sí... quizás te vea por allá.

—Espero verte todos los días entonces.

—¡Cuánto compromiso! —bromeé

—Soy un chico de compromisos —sonreí observando las luces—. Hablando de compromisos, creo que sabes de qué quiero hablar —asentí.

—Todo está bien, no te preocupes.

—¿Eso quiere decir qué no estás molesta?

—¿Te parezco molesta?

—Ahora sí —negué con una sonrisa—. Bonita, hay tanto que quiero decirte...

—Venga ya, dímelo —animé.

—Se trata de mis sentimientos.

—¿Sentimientos...?

—En concreto, mis sentimientos por ti.

—¿Todo es cien por ciento real?

—Siempre lo ha sido —tomó mis manos,  colocándose de frente a mí.

—Te escucho, Jamón —él sonrió.

—Dios, no sé cómo empezar. Me gustas tanto, en serio, quizás aún creas que lo que vivimos solo fue para cuidarte y no es así —asentí—. Desde que supe que comenzabas a atraerme, intenté alejarme y alejarte, no quería involucrar mis sentimientos en el caso —sonreí—. Ya ves que se me hizo completamente imposible... sé que es amor lo que siento por ti, pero no sé qué hacer cuando siento tanto y tú...

—Shh —lo callé—. ¿Es amor? —él asintió y yo coloqué su mano sobre mi pecho, donde reposaba el collar que me había obsequiado—. Entonces que sea infinito, mientras sea contigo.

—Supongo que ya no queda más que decir.

—O quizás sí hay algo, que llevo mucho tiempo esperando a que lo digas —James sonrió.

—Entonces, ¿Si serás mi novia en la universidad?

—En la universidad, en todos los días que me queden y en todos los lugares que estemos —ambos sonreímos—. Ahora bésame, Jamón.

Apenas y pude terminar de pronunciar mis palabras, James se lanzó a mis labios en un beso necesitado y que sólo traducía lo que ambos estábamos pensando y era: ¡Por fin!

Miren, sé que hay muchos de ustedes que no van a entender qué es lo que hago con mi vida, la verdad es que ni yo misma lo sé.

No van a entender y quizás algunos me juzguen por complicarme tanto y los entiendo. Pero cada uno lidia con las cosas a su manera y esta era la mía.

Nos separamos por falta de oxígeno y el cielo fue iluminado con algunos fuegos artificiales. Muy cliché.

—¿Fuiste tú? —me volví a James.

—Soy cursi, lo asumo. Pero esta vez no fui yo.

—Quizás es obra del universo —ambos reímos y una vez más, besé al chico que ahora podía llamar como «mi novio»

Finalmente, el paseo en la rueda se terminó y bajamos tomados de la mano. Nos despedimos del encargado y salimos de la feria juntos, lo único extraño era que ese paseo había tardado más de lo normal.

Esa noche, James me dejó en casa y se marchó a la suya. No sin antes darle la noticia a toda mi familia y demás amigos que se encontraban reunidos celebrando nuestra victoria.

***

Dos meses después...

—¿Eso es todo, bonita?

—Sí, Jamón. Iré por mi equipaje de mano y vuelvo —dejé un corto beso en sus labios y corrí hasta mi habitación.

Hoy era el día en que me marchaba de casa por un tiempo. James y yo habíamos decidido vivir juntos en una residencia cerca de la universidad, no sólo para estar juntos, sino también para hacernos las cosas más fáciles.

Nuestros padres habían estado de acuerdo, incluso Eva, que nos pidió usar protección siempre.

Y ella era otro dilema, hace unas cuántas semanas se había ido a cursar su carrera de auxiliar de vuelo, estaba segura de que le iría muy bien y no esperaba menos de ella.

Los padres de James habían vuelto a ser la familia que en un momento dejaron de ser por cosas de la vida. Pero hasta ahora lo llevaban muy bien, vivían nuevamente junto a la abuela de James y Marie. James padre y Sam habían vuelto a «encender la llama de la pasión» como decía Pat.

Y ellos, mi familia, estaban mejor que nunca. Aún manteníamos nuestras costumbres y rutinas, Quincy seguía soltero, Quira en su trabajo y ahora cuidaría de Marcos cuando no estuviera, Queen estaba comprometida con mi cuñado, Pat vivía más tiempo en la tierra que en el cielo, pero aún perseguía sus sueños.

Jacob, poco después del juzgado se había marchado a Roma, a estudiar arte junto a Carrie, que aunque él juraba que no había nada entre ellos, estaba segura de que algo se cocinaba o se cocinaría, había mucha química.

Un par de semanas después del juzgado, fue el juicio de Amanda y aunque fue condenada a un menor tiempo, unos dieciséis años en prisión, le quitarían mucho en la vida. Y a pesar de que se arrepentía y me pedía perdón, solo fue cuando perdió todo que notó todo lo que valía. En mí tenía una amiga y en Eva también, en unos asientos más allá, estaba Alec quién le amaba profundamente y sobre todo, había decepcionado a un señor que testificó en su contra, su padre.

No obstante, esperaba lo mejor para ella y esperaba que algún día, cuando volviera toda esta experiencia, le sirva de aprendizaje para ser una mejor persona. Pues creo que ninguna chica merece pasar por lo que yo pasé, incluso si es tu peor enemiga.

Y sí, puede que creas que me está yendo de maravilla, perfectamente. No, despierta, esto es la realidad y como todos, tengo problemas, no tan graves como los anteriores pero no dejan de ser problemas.

Mi salud mental está considerablemente bien, al menos es lo que dice Bee. Y a ella la sigo viendo, no tanto como psicóloga y paciente, más bien como una amiga.

—¡Bonita! —apresuró James y bajé enseguida.

—Ya estoy —al llegar, me esperaban mi familia emocionados.

—Cuídate mucho, chiquita —me abrazó Quira.

—Estaré bien, mamá.

—Lo sé.

—¡Hermanita! —Quincy me alzó en brazos—. Sabes que estoy sólo a una llamada para echar chisme —asentí riendo y él besó mi mejilla.

—Quinny, prometeme que te cuidarás mucho —Queen tomó una de mis manos—. Y no olvides...

—Queen, no olvidaré nada —sonreí.

—Ven acá —me abrazó—. Estás muy grande. Avísame si no entiendes algo —asentí.

—Pat.

—Quinny.

—Toma café frío por mí —me lancé a sus brazos y él me recibió.

—Y tú cómprate un avión a control remoto y finge que soy yo quién lo maneja.

—Lo haré —dijimos ambos al unísono.

—Te amamos, chiquita —todos me abrazaron.

—¡Muy bien! Basta de contacto físico.

—Había durado mucho para ser verdadero —murmuró Quincy.

—Muy bien familia, nos vamos —tomé la mano de James y caminamos hasta el auto.

—¡Adiós! —James agitó su mano en despedida.

—Bueno, Jamón, te toca aguantarme. Yo conduzco —él sonrió.

—Desde que te enseñé a conducir, no quieres parar, bonita —guiñó uno de sus ojos celestes antes de entrar al puesto de copiloto.

Seguidamente, subí al puesto de conductor y puse el auto en marcha, mi novio se encargó de colocar la música para entretenernos en el camino. Y eso era algo que olvidaba contarles, James me había enseñado a conducir, casi no aprendo pero lo logramos.

—Ahora, ¡Hastings University Of Boston, allá vamos! —grité antes de arrancar.

—Te morías por decir eso —James negó con una sonrisa.

—Shh, no dañes el momento.

En el camino, nos dedicamos a cantar, a bromear, a turnearnos el volante y sobretodo, a disfrutar de la compañía del otro, tal y como hacíamos cada vez que estábamos juntos.

Quizás no éramos la pareja perfecta, tampoco creo que lo seríamos, no estábamos ni remotamente cerca de serlo, pero como solía decir Jamón: «lo nuestro era real he incluso eso, podía ganarle a lo perfecto».

Aún con los poemas, eh.

Sí, seguimos practicandolo.

Y casi lo olvido, la pequeña Patricia y yo, nos llevamos mejor.

Así es, ahora tomas mejores decisiones.

Bueno, nos llevábamos mejor.

Y el universo, a ese también tenía mucho que agradecerle.

Sobretodo, las señales y los sueños. Es decir, nos atormentábamos, pero gracias universo.

Y por supuesto, ¿cómo olvidarlos? Todos mis deseos y al campo de Dientes de León.

Y bien... ¿Quieren un consejo? Tomen buenas decisiones, crean en todo incluso cuando pierdan la fe, no se den por vencidos, elijan bien y nunca se arrepientan de nada. Créanme, sus historias les esperan allá fuera, listas para ser contadas.

Y cuidado con lo que sueñan, sobre todo si son desconocidos. ¿Quién sabe? Se podría convertir en el chico de sus sueños.

***

Sigan con el epílogo, mi gente bonita. Por aquí andamos llorando.

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