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Capítulo I


Hermanos de frentes

«Bajé entonces a la playa a caminar y me tiré, cuan largo soy en la arena.

La mayoría de las grandes mansiones a la orilla del mar estaban cerradas ya, y no se veían más luces que las del brillo sombreado del transbordador al deslizarse por el estuario. Y a medida que la luna ascendía, las casas banales comenzaron a desvanecerse hasta que, de modo gradual, me fui haciendo consciente de esta antigua isla que floreció una vez ante los ojos de los marineros holandeses... Un verde y fresco sereno en el nuevo mundo. Los árboles desaparecidos, los mismos que le abrieron campo a la casa de Gatsby, entre murmullos habían cohonestado con el último y mayor de todos los deseos humanos; por un encantador y transitorio instante el hombre tuvo que haber contenido su aliento en presencia de este continente, obligado a una contemplación estética que no entendía ni deseaba, cara a cara por última vez en la historia con algo del mismo tamaño de su capacidad de asombro.

Y mientras cavilaba sobre el viejo y, desconocido mundo, pensé en el asombro de Gatsby al observar por primera vez la luz verde al final del muelle de Daisy. Había recorrido un largo camino antes de llegar a su prado azul, y su sueño debió haberle parecido tan cercano que habría sido imposible no apresarlo. No se había dado cuenta de que ya se encontraba más allá de él, en algún lugar allende la vasta penumbra de la ciudad, donde los oscuros campos de la república se extendían bajo la noche.

Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico que año tras año retrocede ante nosotros. En ese entonces nos fue esquivo, pero no importa; mañana correremos más aprisa, extenderemos los brazos más lejos...

Hasta que, una buena mañana...

De esta manera seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado.»

¿Qué?

¡¿Cómo carajos no van a terminar juntos?! ¡Él la amaba! ¡Ella lo amaba!

¡¡Yo lo amaba, maldita sea!!

—Okey —dije en un suspiro para mí misma.

Cerré el libro de golpe y solté un bufido, me di la vuelta quedando boca abajo, tomé una de mis almohadas y grité con todas mis fuerzas mientras pataleaba en la cama. Me levanté de un tirón, el libro permanecía en mis manos: El Gran Gatsby, nuestra relación era de amor-odio, lo desafié con la mirada y entonces, lo tiré a la cama.

Lo amaba demasiado pero acababa con mi corazón siempre, ya lo había leído más de cien veces y releído otras cien veces más y, aún así, no dejaba de dolerme como el primer día y la primera vez que lo leí.

Supongo que ése es el poder que tienen los libros sobre nosotros, nos hacen vivir tantas experiencias y sensaciones que quizás nadie más nos haría sentir. Durante el proceso vivimos en un mundo ficticio que se siente tan real para nosotros. Nos hacen desear estar ahí o incluso ser el o la protagonista, nos cautivan, hechizan y marcan tanto que cuando llegas al final, sea bueno o malo, terminas con el corazón roto porque desearías seguir ahí. Nos hacen sentir vivos, y, en mi caso, me hacen querer ser alguien más.

Sin embargo, existe la opción de releer.

Miré el libro nuevamente, no pude evitar sentirme hipócrita después de lo que había dicho. Volví a tomarlo en mis manos y besé su portada fría, también revisé sus hojas «está bien, está bien» pensé y finalmente lo abracé contra mi pecho.

—Esto es una relación tóxica, me haces tanto daño pero aquí sigo, postrada a tus pies —le dije mientras lo abrazaba con los ojos cerrados.

—Quinny, cuando te vi hablando sola por primera vez dije que eras rara —abrí los ojos lentamente y me encontré con mi hermana, Queen—. Luego te vi feliz, enojada y triste, a veces te veía sonriendo como una tonta al móvil, pensé que tenías novio y resultó que leías libros digitales.

»Recuerdo que una vez te vi golpeándote la cabeza contra ma pared mientras sostenías un libro en tu mano, ahí supe que estabas loca. Pero hoy, te veo aquí, así —me señaló de arriba a abajo con una mueca despectiva—. Y no me queda ninguna duda, necesitas ir al psiquiátrico.

Depende cuál sea.

—¿Celos de no tener la capacidad mental y buen coeficiente intelectual como para leer un libro sin llegarte a dormir? —me cruce de brazos he incluso hice un puchero como niña pequeña.

Tienes diecisiete.

Lo sé.

—¿Celosa de una loca que no se baña, no se arregla y ni siquiera se peina? Claro —entró a mi cuarto y dió una mirada alrededor—. ¡Ugh! ¿Y ése mal olor qué es? ¿Acaso mataste un conejo?

Modo Damián.

—Me imagino que no viniste aquí solo a oler mi cuarto, ¿o si? —volvió su atención a mi y me dió una sonrisa exageradamente fingida.

—Tienes razón, puedes bajar a cenar y, por lo que más quieras —si es que quiero a alguien—, al menos báñate —pidió casi en una súplica.

Me eché un rápido vistazo, llevaba una sudadera gigante con una mancha de guacamole de los tacos de anoche, un mono gris ancho y de estrellas que llevaba puesto ya hace tres días, mis lentes de lectura y un moño despeinado en realidad era una maraña.

Bueno, sí necesitamos una ducha.

—Vale, está bien, pero tendrán que esperarme —le advertí, no me gustaba la idea de comer sola en una mesa de comedor tan grande.

—Tú tardate, todo lo que quieras, más bien, todo lo que sea necesario —y fue entre risas que desapareció por el umbral de mi puerta.

Queen, ¿Es mi hermana? Sí. ¿Nuestra relación era difícil? Eso ya era normal. ¿Qué si la quería? Claro, a pesar de ser irritante y llevar una relación donde, a duras penas logramos soportarnos, era mi hermana, había estado conmigo toda mi vida y siempre me había apoyado en todo, era una de las pocas personas más importantes para mi.

Siempre habíamos sido muy unidas pero, ya saben: pubertad. Mientras ella crecía y maduraba, yo seguía siendo una niña. Mientras ella se preocupaba por el acné en su cara y el chico de su clase que le gustaba, yo seguía insistiendo en jugar con las muñecas.

Y luego llegué a la pubertad y ahí entendí todo, pasé por mis propios cambios y fue entonces que podíamos hablar el mismo idioma, (literalmente hablando) ya que poseíamos el mismo nivel de madurez. Pero al pasar por ello y por algunas otras cosas mi personalidad también cambió. Ya no era la misma chica de antes con el mismo brillo.

Cada vez era más callada y reservada, me abstenía lo mayor posible de hablar, sobretodo si se trataba de mis problemas, vivía alejada de los demás y me mantenía encerrada en mi propio mundo; y cuando digo «los demás» así es, también hablo de Queen. Lo bueno de todo esto, es que en su momento ella lo entendió perfectamente así como lo hice yo con ella, y también ya le he bajado a la asocialidad.

No sé si sea una palabra, pero no me importa.

Dejé el libro en mi escritorio, ya mañana lo devolvería a la biblioteca de la señora Roset. Revisé la hora en mi móvil «6:00 pm», veinticinco minutos duraría bajo la regadera y los cinco minutos de sobra los utilizaré para vestirme y peinarme.

Muy bien, sería una ducha rápida pero intensiva. Entré al baño, coloqué música y me di una gran ducha.

***

—¿Por qué? —jalón—. Maldita sea —jalón—, tuvieron —otro jalón—, que —se atoró el cepillo—, existir —aplico fuerza—, los —aplico fuerza bruta—, rizos —ya casi—, incontrolables

El cepillo salió disparado de mis manos con el último jalón que le di a mi cabello.

—¡Demonios! —oh, por Dios—. Ya veo que cuando Queen dice que te peleas con el cepillo sí habla en serio.

—Quincy —corro a ayudar a mi hermano que yace en el suelo con la frente roja.

Uhh, eso debió doler.

—¿Se ve mal? —pregunta con una mueca de preocupación en el rostro.

Uhh, eso dejará marca.

—La verdad es que no, pero si fuera tu, me haría un cambio de look que incluya un peinado que caiga en la frente —sugiero con una sonrisa fingida.

—Vale, lo pillo, no tiene caso —sonrió, él era muy dulce siempre—. Ten tu cepillo, baja ya —lo ayude a ponerse de pie.

—Está bien, dejo el cepillo y bajo —hizo el amago de irse pero lo detuve—. Oye Quincy, ¿Podrías decirme la hora? —me miró con extrañeza y luego vió la hora en su reloj.

—6:28 pm.

—Si resto un minuto que desperdicié en ayudarte, quiere decir que termine apróximadamente a las... —busqué mi móvil y mire la hora exacta—. 6:27:16 pm, ésta vez tarde más, ¡Joder!

—Quiero no ofenderme porque hayas "desperdiciado" un minuto y cuarenta y cuatro segundos en ayudar a tu hermano mayor a levantarse después de haberse reiniciado el sistema con el cepillo volador que te cargas en las manos —me miró ofendido.

—¿Seguías aquí? —sonreí inocentemente.

—Me largo, pero recuerdame la próxima vez usar un casco antes de entrar a tu habitación —se alejó riendo.

Él era mi hermano mayor, Quincy. Él, en cambio a Queen, siempre había sido muy dulce, aguantaba mis bromas y chistes sarcásticos, todo tenía un lado bueno para él y tenía un corazón enorme.

Tanto que entraban muchas chicas en él.

Siempre nos había entendido a ambas, quizás era por eso que nunca cambiaba con nosotras, pero claro, yo era su favorita.

Touché.

Dejé el cepillo en su lugar, acomodé todo lo que había desordenado y agregué un toque de perfume a la habitación. Perfecto. Bajé a las escaleras y me dirigí al comedor, la mesa estaba servida y todos esperaban allí, excepto...

—¡Un momento! ¡Estoy viendo el postre!

Claro, mamá.

Tomé asiento en mi lugar mientras miraba mi móvil, no tenía nada qué hacer en él, la verdad, pero Queen y Quincy permanecían en los suyos, no me quedaría como una tonta tragando moscas y preguntándole a la lámpara sobre mi cabeza cómo estaba.

Aunque igual miré hacia arriba.

No, no, no, no.

—¡Muy bien, mis repollitos! Hoy seremos nosotros tres, otra vez —apareció mamá con una sonrisa iluminando su rostro como de costumbre.

Mi padre Pat Tucker, trabajaba como piloto en una reconocida he importantísima aerolínea de la ciudad, por lo tanto, su trabajo requería que viviera en las nubes y no en la tierra. La verdad, no me quejaba, siempre había sido así y ya todos nos habíamos acostumbrado.

Papá podía vivir casi la mayoría del tiempo en el trabajo, pero cuando estaba en casa siempre sabía compensar el tiempo en el que se ausentaba y nunca se perdía una fecha familiar importante, así tuviera que cancelar todos los vuelos de una semana, lo hacía, igual cuando notaba que alguno no andaba bien de ánimos o de salud. Sí, papá faltaba la mayoría del tiempo, pero nunca había faltado en nuestras vidas.

—Ahora, nada de móviles en la mesa —como si fuésemos robots, guardamos los móviles—. Entonces, comienza tú, Quincy, ¿Qué tal ha ido el día?

Quira Allen, mi madre. Ella era muy risueña y empática, demasiado parecida a Queen pero mucho más agradable, trabaja online, por tanto, vivía siempre en casa haciendo de todo.

Un padre que vivía en las nubes y una madre que tenía raíces en la tierra.

Cada vez, a la hora de cenar, nos reuníamos todos juntos y hablábamos por turnos de algún tema que quisiéramos compartir para al finalizar, los demás opinarán respecto a ello.

Ya todos habíamos hablado y luego de que yo hablara una ducentésima vez de El Gran Gatsby, sólo quedaba mamá.

—Y bien, mamá. ¿Cómo ha ido el día? —le preguntó Queen mientras saboreaba el postre de manzana que mamá había preparado.

—La verdad es que a ido muy bien —tenía la mirada pérdida en un punto fijo de la mesa.

Todo quedó en un incómodo silencio, miré a los chicos y ellos me miraron a con extrañeza también, le hice un gesto de «¿Qué pasa?» a Queen, que sólo se encogió de hombros. Miré a Quincy, él me devolvió la mirada con el ceño fruncido y me hizo una seña de que le dijera algo a Quira, moví los labios diciendo:

¿Por qué yo?

Porque sí, eres sutil —movió los labios en respuesta.

Estreché la mirada y dirigí mi atención a mamá.

—¿Y qué más, mamá? —Quincy se tapó la cara con ambas manos mientras negaba con la cabeza y Queen, ella se había golpeado la frente con la mano.

A ver, no sé qué teníamos todos con la frente.

Mamá me miró y sonrió, le devolví el gesto.

—Quizás su padre no esté siempre en casa pero soy muy feliz —tomó mi mano y la de Quincy que estábamos a sus costados y miró a Queen con una sonrisa—. Los tengo a ustedes y eso reconforta todos los momentos en los que creo sentirme sola, porque se qué, mientras ustedes estén conmigo, nunca estaré sola —le sonreí y apreté su mano.

»Mírate, Quincy, tan sólo tienes veintiún años y ya eres jefe de tú propia empresa, eres exitoso, guapo y sexy —Quincy le guiñó un ojo—. Tienes a la mitad de las jóvenes mujeres detrás de ti, eres uno de ésos solteros codiciados

Queen aguantó la risa y Quincy le dio una mirada de muerte.

—Tú, Queen, eres preciosa, tienes millones de seguidores en Instagram, tienes muchos fans que te aman por tus tutoriales y consejos de moda y apenas tienes diecinueve años, ni siquiera acabas la universidad aún, ayudas en el asilo Casa Melodía y tienes tiempo, incluso para una relación —pude notar como los ojos se le llenaron de lágrimas a Queen, pero eso no impidió que le regalará una sonrisa sincera a mamá, que ésta vez dirigió su mirada a mi.

—Mi chiquita...

—Ma...

—Quinny, tu tienes las mejores calificaciones de toda la secundaria, estás en el club de lectura, haz ganado trece competencias de nado sincronizado desde niña hasta tus diecisiete años. Eres hermosa, inteligente y graciosa a tu manera. Apoyas a los niños de la comunidad y les enseñas a leer, tienes tiempo para salir con tus amigos, para leer, para escuchar música, para ayudarme en el jardín, para cuidar a Marco y para cocinar con tu madre.

»Todos tienen vidas ocupadas y cargan muchísimo peso sobre sus hombros a diario, son muy maduros para sus cortas edades, hacen de todo y siempre tienen tiempo para venir todos los días, a cada tarde o noche a cenar con su madre, sin importar qué. Nunca lucen cansados, ni agobiados y mucho menos estresados, siempre me pregunto, ¿Cómo es que son capaces de hacerlo? Ni yo podría.

La risa ronca de Quincy llenó el lugar.

—¿No es obvio? Somos hijos de Pat Tucker y Quira Allen, claro que somos muy capace —mamá sonrió

—Gracias por hacerme sentir cada día más orgullosa de todos ustedes y, sobretodo, por hacerme la madre más feliz del mundo gracias a ustedes.

—Gracias a ti, por enseñarnos y criarnos como unos guerreros que no se rinden tan fácilmente por cualquier obstáculo, gracias por ser nuestra madre y darnos todo el amor, cariño, dedicación, comprensión, atención y ternura que siempre nos das —le dijo Queen.

—¿Y tú no piensas decirme nada? —me preguntó.

—¡Te amamos, mamá! —extendí mis brazos hacia ella y con una sonrisa dije—: ¡Abrazito!

—Lo aprovecharé, quizás nunca más vuelvas a decir algo tan expresivo como éso —reímos y todos nos acercamos, mientras mamá nos envolvió en un fuerte abrazo de oso.

Después de ése emotivo momento, juntos ayudamos a mamá a recoger y lavar los platos, dejamos todo impecable. Despedimos a Queen, que debía volver al campus de la universidad donde vivía y sería Quincy quién la llevaría y luego regresaría para quedarse a dormir esta noche en casa, así que mamá decidió quedarse a esperarlo en la sala mientras adelantaba trabajo en el portátil.

Yo por mi parte, subí a la habitación luego de jugar con Marco —mi pájaro— porque tenía más sueño que vida. Había durado dos días sin dormir por querer leerme una saga completa y ¿Adivinen qué? Sí lo hice.

Dejé el móvil en la mesita de noche, me metí en la cama y caí rendida hasta el siguiente día.

***

Uff, capítulo larguísimo.

Quiero que sepan que en los primeros capítulos me voy a enfocar en que conozcan a nuestra pequeña Quinny, por ello no llegará tan rápido la presencia del desconocido pero si, pequeñas pistas de él.

¿Qué opinan de los hermanos? ¿Y de Quira? Yo ya tengo un crush con Quincy.

En fin, no se olviden de votar y comentar y claro que sí, seguirme en mis redes sociales, para contenido exclusivo de mis historias.

Chaitoo, cuidense y besitos en el rabo:3

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