CAPÍTULO ÚNICO
OS de regalo para la genial @-JAZVAL- como parte del intercambio navideño en el grupo de los "IC".
Llega tarde (y por ello mil disculpas) pero... Un Lannister siempre paga sus deudas 😜
Espero que te guste.
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Luka giró la llave en el contacto, apagando su Ducati Panigale negra de segunda mano. Se bajó y se quitó el casco.
Abrió el compartimento bajo el asiento y sacó un paquete, leyendo nuevamente la dirección y comprobando que estaba en el lugar indicado.
Se acercó al portal de aquel pequeño edificio de cuatro plantas y pulsó el botón del apartamento donde tenía que entregar el envío.
—Entrega para la señorita Style —enunció mirando la etiqueta cuando escuchó que descolgaban del otro lado, sin ni siquiera dar tiempo a que contestasen al intercomunicador.
Inmediatamente un sonido proveniente de la puerta le hizo abalanzarse hacia ella y empujarla, entrando en el hall del edificio.
Fue hasta el elevador y oprimió el interruptor, esperando por el mismo. Miró la hora en su reloj y chasqueó la lengua. Seguro que iba a llegar tarde al ensayo por culpa de aquel favor.
En realidad, era su día libre, pero su jefe le había llamado, y casi suplicado, para que hiciese aquella entrega, puesto que sus otros dos compañeros estaban fuera de la ciudad haciendo reparto y ese paquete había quedado olvidado allí por error.
Luka había querido negarse, pero la verdad es que su jefe era un tipo muy amable y siempre que podía le permitía salir antes para acudir a los ensayos, o le daba días libres para que estudiase para los exámenes de la universidad, o para irse a alguna población cercana a dar algún concierto con su grupo.
Además, llevaba trabajando a medio tiempo en aquella empresa desde que estaba en el instituto, Así que no se vio capaz de decirle que no.
Subió en el ascensor hasta la segunda planta y al salir se dirigió hacia las dos únicas puertas que se veían, una frente a otra. Miró los números sobre ellas.
«Apartamento 2b. Este es.»
Tocó el timbre y esperó. Pasaron unos segundos y nada.
Volvió a llamar.
Nada.
Movió su pie contra el suelo, impacientándose, y revisó una vez más el reloj.
«Pero ¿qué le pasa a esta gente? ¿Se creen que no tengo nada más que hacer?»
Volvió a apretar el botón.
—Traigo un paquete para la señorita Style —gritó desde el descansillo.
Oyó unos pasos acelerados que se acercaban.
—Espere un momento —escuchó que decían al otro lado. —Vamos, pequeño Skywalker, tengo que abrir.
La voz le sonó familiar, aunque no pudo identificarla, amortiguada, y tal vez algo distorsionada, por la madera que los separaba. Sin embargo, estaba seguro de haberla oído antes.
De pronto la puerta se movió y una hermosísima chica rubia, sujetando un pequeño gato blanco apareció frente a él.
—Perdón por la demora en abrir —se disculpó.
Luka se quedó como petrificado y en absoluto silencio, sólo observando a la joven.
Pasados unos segundos sin que hubiese ninguna reacción por parte del muchacho, ella volvió a hablar.
—Creo que... tiene algo para mí —estiró la mano que tenía libre, esperando por recibir el paquete.
El de ojos azules reaccionó en ese momento.
—Sí, sí, disculpe. Señorita... ¿Style? —cuestionó con duda. Ella asintió—. Necesito que me firme aquí —le acercó un albarán de entrega y le dio un bolígrafo. La muchacha lo tomó, hizo un pequeño garabato en el papel que sujetaba el azabache y se lo devolvió.
El zagal miró aquella extraña firma y le entregó el paquete que llevaba.
Después se quedó contemplando a aquella joven unos segundos más, hasta que el sonido de su teléfono lo sobresaltó. Lo sacó del bolsillo con rapidez y, sin apenas escuchar a quien estaba al otro lado, contestó.
—Ya voy para allá. Dadme quince minutos.
Sin decir nada más, colgó.
La chica frente a él hizo un leve movimiento de cabeza.
—Adiós. Muchas gracias —sonrió y se retiró hacia el interior del apartamento, cerrando tras ella.
Luka miró la puerta durante unos instantes y luego se dirigió nuevamente hacia el ascensor, aun asimilando lo que acababa de pasar.
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En cuanto Chloe cerró, se apoyó en la pared que quedaba junto a la entrada, procurando no hacer ruido y tomando una gran bocanada de aire. Después se dirigió con rapidez hacia la ventana del salón, ansiosa por ver salir a Luka, mientras apegaba con fuerza al pequeño minino contra su pecho.
Desde su posición pudo observar como el azabache abandonaba su portal y se dirigía a la moto de la que unos minutos antes le había visto bajar.
Le vio sacar el casco del compartimento donde lo había guardado y cómo, antes de ponérselo, dirigía su mirada hacia arriba.
Ella se sobresaltó, desplazándose a un lado a toda velocidad, temerosa de que la hubiese atrapado espiándole.
No se atrevió a volver a mirar hasta que escuchó cómo el sonido del motor se iba haciendo más tenue al tiempo que aquel vehículo se alejaba.
Entonces se asomó una vez más, sabiendo que él ya no estaría allí.
Luego se fue deslizando con la espalda pegada a la pared, hasta que quedó sentada en el suelo.
Acarició al gato y después lo tomó con sus dos manos, poniéndolo frente a su rostro.
—¿Has visto que guapo estaba, pequeño Skywalker? —cuestionó con una dulce sonrisa —Más aún de lo que recordaba. Incluso diría que sus ojos brillan más —suspiró—. Y ¿has visto que bien luce su pelo todo negro? Cuando yo le conocí llevaba mechas azules, ¿te lo había contado? —El minino maulló como respuesta y Chloe rio. —Vale, vale. Ya sé que te lo he contado. No he dejado de hablar de él en estos años, ¿verdad?
La joven le dio un pequeño beso al gatito en la cabeza y lo dejó en el suelo.
—Ven, te pondré la comida —se dirigió a la cocina seguida por su fiel amigo.
Abrió una lata con el alimento del animal y la colocó en su bol, dejándolo en el suelo y dirigiéndose después hacia el salón, tomando lo que había recibido y sentándose en el sofá.
—Luka Couffaine —susurró con suavidad, al tiempo que acariciaba el envoltorio que poco antes había sostenido él en sus manos.
Cerró los ojos y visualizó de nuevo al guapo chico de los paquetes.
La verdad es que no había cambiado mucho desde la última vez que lo vio. Estaba más alto y quizá algo más fornido, aparte, por supuesto, de la desaparición del tono azul en su pelo. Pero seguía manteniendo aquel aura calmada, y ligeramente misteriosa, que le había llamado tanto la atención tiempo atrás.
¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Siete años? Y ella seguía recordando, como si hubiese sido ayer, la única velada que compartieron juntos. Aún tenía presentes sus palabras, sus acciones y aquel tacto suave de sus manos en las propias.
Por eso, al verle quitarse el casco, mientras estaba asomada por casualidad a la ventana, lo reconoció de inmediato. Estuvo tentada de decir su nombre y ver si se volvía a buscar de dónde le llamaban para asegurarse de que era él. Pero entonces lo vio sacar un paquete de la moto y mirar hacia su portal.
Y supo que iba a su casa. Aquel paquete tenía que ser para ella.
Minutos antes había recibido una llamada del servicio de mensajería avisándole que su envío iba en camino y que lamentaban la demora, pues debía haber llegado a primera hora de la tarde.
Sin detenerse, se acercó al espejo del baño y comprobó su pelo, amarrado en un moño medio deshecho. Lo soltó y lo acomodó un poco, dejando que cayese libre. Entonces miró hacia abajo, dándose cuenta de que la ropa que llevaba estaba manchada de pintura, y se dirigió veloz a su dormitorio, desvistiéndose al tiempo que escuchaba cómo sonaba el timbre por primera vez.
Se dio toda la prisa que pudo, tomando un pantalón vaquero y una camiseta amarilla y vistiéndose con presteza. Escuchó nuevamente el timbre y salió de la habitación con dirección a la entrada.
Oyó cómo el chico la llamaba, o al menos, cómo decía aquel nombre que había elegido, utilizando el apodo que durante años definió a su madre, para su pequeña incursión en la capital francesa.
Había decidido hacerlo así para no llamar la atención, antes de determinar definitivamente si su estancia iba a ser a largo plazo.
Respiró un par de veces, recuperando el aliento y fue a abrir.
En ese momento, su pequeño gato, Luke Skywalker, se cruzó en su camino. Ella lo tomó en brazos y por fin giró el pomo, dispuesta a ver una vez más al chico con el que había estado soñando los últimos siete años.
Estaba verdaderamente emocionada, y, aunque en parte temía que la reconociese, a la vez deseaba con todas sus fuerzas que lo hiciera. Porque eso significaría que él tampoco la había olvidado.
En el instante en que sus miradas se cruzaron creyó que sí lo había hecho, que se había dado cuenta de quién era.
Pero, unos segundos después, viendo cómo él no decía nada, desechó la idea. Y su corazón se encogió.
Sin embargo, había pasado muchos años fingiendo sobre muchas cosas, así que no tuvo más que cerrar un instante los ojos y mostrar aquella ensayada sonrisa que la había acompañado durante un largo tiempo.
Fingió que tampoco lo conocía y simplemente mostró amabilidad, la misma que habría mostrado con cualquier desconocido.
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Luka bebía agua de una botella, sentado sobre uno de los amplificadores de la sala de ensayo.
Después de apenas media hora tocando, y debido a la falta de coordinación que tenían ese día en el grupo, habían decidido tomar un descanso.
El azabache sabía que la mayor parte de esa descoordinación se debía a él y a ese encuentro fortuito que había vivido un rato antes.
En realidad, aún no se podía creer que ella estuviese en París.
¿Tal vez sólo se había confundido?
No, no. Imposible. La reconocería en cualquier parte.
Por desgracia, ella no le había reconocido a él, y aquello le causó una profunda tristeza, privándole de la capacidad de reaccionar.
Aunque tampoco podía reprochárselo, porque había pasado ¿cuánto? ¿Siete años desde esa única tarde? ¿Cómo pensaba que iba a recordarlo?
Sacudió su cabeza y se centró en visualizar de nuevo la imagen de hacía apenas una hora.
Y la verdad es que era la imagen más hermosa que había visto nunca.
«Chloe. Chloe Bourgeois.»
Su pelo, aun rubio pero ahora suelto, parecía más largo que en aquel entonces, y su cuerpo tenía más curvas, algo bastante normal teniendo en cuenta que ahora era toda una mujer.
Pese a estar descalza, estaba seguro de que era más alta que la última, y única, vez que habían estado tan cerca el uno del otro como para comprobarlo.
Pero lo que más había llamado su atención era el brillo de sus ojos cuando sus miradas se cruzaron. Ese brillo que sólo había podido contemplar una vez, hacía ya demasiado tiempo.
«Chloe Bourgeois»
Repitió de nuevo en su cabeza, como un mantra, pensando en aquella chica que había conocido un día de finales de junio.
Y no es que Luka no hubiese sabido quién era ella antes de eso, sino que, hasta aquella tarde en la que tuvo que ir a entregar un paquete urgente, tal y cómo había sucedido ese mismo día —qué ironías tiene a veces la vida— no había cruzado nunca una palabra con Chloe.
Pero sabía quién era. Claro que lo sabía.
Y no sólo por las apariciones junto a su padre en algún evento que lo requería, o por su sonado papel como la heroína Queen Bee. Ni siquiera por ser compañera de clase de su hermana menor.
Lo sabía, sobre todo, porque durante meses había tenido que oír a su amiga Marinette despotricar sobre la rubia, y eso era sumamente raro.
Marinette nunca había sido una persona de rencores, pero parecía que con la hija de los Burgeois tenía algo especial; como si la adolescente hubiese cometido el peor de los pecados.
Luka nunca llegó a entenderlo; ni en aquel entonces, a sus dieciséis, ni con el pasar de los años.
Pero cuando Chloe se marchó a estudiar fuera al final de aquel curso escolar, la azabache pareció relajarse y no hizo más hincapié en su persona. Sólo en contadas ocasiones, cuando, al recordar la época de instituto la nombraban, aquel gesto de incomodidad volvía a su rostro.
Incluso llegó a preguntarle una vez a Adrien, puesto que, como novio de Marinette y antiguo amigo de Chloe, supuso que sabría algo más. Pero éste optó por las evasivas y Luka dejó morir el tema.
Sin embargo, por mucho tiempo que hubiese pasado y las personas a su alrededor hubiesen intentado hacerle creer que la joven Burgeois no era una chica de buen corazón, él sabía la verdad, porque la había visto con sus propios ojos.
Y no solo eso. Sino que lo había sentido dentro, muy dentro.
Por alguna extraña razón que tampoco había logrado nunca comprender, Chloe se convirtió para él en principio y fin.
Fue aquella tarde que solía rememorar, casi siete años atrás, tras haber atendido a un mensaje de su jefe solicitándole su ayuda.
Según le decía, habían recibido un paquete de última hora que era urgente llevar a su destino.
Luka había tomado su bicicleta y se había acercado a la oficina para recoger el encargo, sin saber que aquella entrega cambiaría su vida para siempre.
«¿Alguna vez te has arrepentido de algo, Luka?»
Recordó cómo Chloe formuló aquella pregunta mientras ambos estaban sentados en la azotea del edificio donde se celebraba la fiesta.
—Me refiero a haber hecho algo malo de verdad. No del típico "tendría que haber estudiado más para este examen" o "no debería haberle contestado mal a mi madre" —el chico lo pensó unos segundos, pero no supo bien qué contestar. Chloe siguió hablando. —Yo sí. Hay algo de lo que me arrepiento muchísimo, porque ha hecho cambiar mi vida entera. Y a la vez, aunque lo odie, siento que podría llegar a repetir mis acciones, porque no creo ser capaz de controlar mis emociones tanto como debería para actuar diferente.
Ahora que lo pensaba, tantos años después, sí había algo de lo que él se arrepentía claramente, algo que le había robado el sueño muchas noches.
Y siempre había creído que, si tenía una nueva oportunidad, haría que todo fuera diferente.
Entonces... ¿por qué narices no había dicho nada al verla frente a él?
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Chloe se había puesto a recordar sin remedio su época de adolescente. Y cómo las circunstancias de aquel entonces habían derivado en su vida actual.
No eran buenos recuerdos, la verdad, y por eso no se detenía mucho a pensar en ellos, pero de vez en cuando tenían la potestad de irrumpir en su mente.
Después de haberse rendido ante Hawk Moth, llevada por los sentimientos de venganza y frustración contra la heroína de París, tuvo mucho en qué pensar.
Al principio la rabia que la invadía no hizo más que acrecentarse, pero con el paso de los días, empezó a ser consciente de la magnitud de su decisión de colaborar con el villano.
Y entonces comenzó a arrepentirse.
Se planteó cómo había sido su vida hasta el momento de portar el prodigio de la abeja, primero por casualidad y después, bajo la confianza que le había otorgado Ladybug.
Lo feliz que había sido sintiéndose útil a los demás, demostrando que no solo era una niña caprichosa y consentida, sino que albergaba en su interior mucho más de lo que dejaba entrever.
Y cómo había cambiado todo después.
De pronto, todo lo bueno se perdió. Y se dejó dominar por sus bajos instintos, dándoles la razón a todos aquellos que, pese a sus demostraciones anteriores, habían pensado que no merecía aquel prodigio.
Y, al pasar unos meses de aquel suceso, sintió cómo la culpabilidad y el arrepentimiento se hacían cada vez más fuertes en su interior, conduciéndola a reconocer el mal que había hecho y sintiéndose incapaz de encontrar otra solución que huir de lo que tanto dolor le causaba.
Porque, aunque nadie parecía culparla directamente de su última akumatización, puesto que muchas personas habían sucumbido al influjo de Hawk Moth, la mirada de decepción que había visto en Ladybug antes de salir huyendo del lugar de los hechos ese día, se le había clavado como un puñal.
Y todo se precipitó cuando, por una absurda casualidad, había descubierto la identidad de la heroína moteada, mientras hablaba con su kwami, así como la condena a la que se había visto arrastrada por su indigno proceder; ser la guardiana de los prodigios y la sentencia del olvido después.
Así que, temerosa de sus propias inseguridades, de no ser capaz de resistirse de nuevo si Hawk Moth la tentaba, más ahora que disponía de información fundamental, decidió que debía alejarse cuanto pudiera para no causar más daño.
Quizá esa sería su penitencia por haber hecho todo mal.
Y, tomando la única opción que consideró adecuada, hizo uso de su influencia sobre su padre y la incapacidad del mayor para negarle alguno de sus caprichos, y le pidió abandonar París al acabar aquel curso escolar, del que apenas restaban un par de meses.
Y aguantó lo que le quedaba, procurando no generar en sí misma ninguna emoción negativa, para no dar pie al villano a hacer uso de ella. Sobre todo, porque no sabía si podría negarse a colaborar.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Sacudió su cabeza e inspiró profundamente, soltando después el aire con lentitud.
—Pero no todos mis recuerdos son tan malos —se dijo en un susurro antes de comenzar a evocar algunos más.
Su padre había decidido organizar un gran evento de despedida la noche antes de su partida. Ella se había intentado negar, pero la Chloe que todos creían conocer no hubiese rechazado una fiesta de tal magnitud, así que no le quedó más remedio de fingir un poco más y cumplir con su papel.
Aquella última semana había sido difícil. Aunque tenía absolutamente clara su decisión, no era más que una adolescente y sentía miedo de lo que le podía esperar en un país diferente, sin amigos y sin nadie en quién apoyarse.
Por ello, vagaba sin rumbo por el hotel que había sido su casa durante su corta vida, recordando retazos de su infancia en los que había sido verdaderamente feliz.
Estaba en un rincón junto al primer tramo de las escaleras centrales, donde siempre le gustó esconderse a mirar, cuando le vio de nuevo.
Aquel chico llevaba toda la semana apareciendo por allí, dejando paquetes y más paquetes que cargaba en la cesta de su bicicleta.
«Es mono, pero viste como un pordiosero»
Aquello era lo primero que había pensado Chloe al verle. Después se había regañado interiormente por juzgar tan a la ligera a alguien que no conocía.
Debía ser que las malas costumbres tardaban tiempo en desaparecer.
Aún creyendo que había evitado ser descubierta mientras le miraba desde lejos, él pareció darse cuenta de que lo observaba, pues antes de salir por la puerta del hotel se giró levemente y sonrió hacia el lugar donde ella estaba.
Tal vez fue casualidad, pero eso la puso en alerta.
Los siguientes dos días se cuidó más de no ser vista, aunque no dejó de observarle. Algo en él le resultaba atrayente.
Quizá era su amabilidad al dirigirse a los demás, su tono de voz, o la calma que parecía irradiar de su persona; todas esas cosas que eran justo lo contrario a lo que ella representaba.
No lo sabía, pero tampoco se iba a poner a pensar demasiado en ello, puesto que apenas le restaba tiempo en aquella ciudad y no era momento de conocer a nadie, ni de buscar nuevos amigos.
Aunque tampoco creía que él quisiera conocer y hacerse amigo de una persona tan detestable como lo era ella.
Sacudió su cabeza para apartar de nuevo aquellos peligrosos pensamientos que sólo podían hacer mal y se encaminó hacia su habitación.
El día de la fiesta esperó inconscientemente verlo llevar algún paquete durante la mañana, pero no fue así. Se sintió algo decepcionada, pero no podía hacer nada, así que, cuando llegó la hora, se preparó para el evento que su padre había organizado.
Apenas llevaba una hora en aquella fiesta, pero ya sabía que no la iba a disfrutar.
Como suponía, ninguno de sus "supuestos amigos" había acudido. Ni siquiera Sabrina, de la que se había ido distanciando poco a poco, para no sufrir más de lo que ya lo hacía, aunque nadie lo supiese.
Y en el fondo lo agradeció. Agradeció aquella soledad previa a su marcha.
Sin que su padre o los demás invitados, más pendientes de las viandas y la música que se ofrecía en el salón, la viesen, abandonó el lugar, dirigiéndose hacia el hall del edificio, para tomar el ascensor y subir a la azotea.
Se apoyó en la pared aledaña y cerró sus ojos, visualizando mentalmente todo lo que abandonaría, y pensando en si alguien la echaría de menos o sólo se alegrarían de su desaparición.
Inconscientemente el recuerdo de la mirada de Marinette, entre aliviada y feliz, al comunicar su próxima marcha, llegó hasta su mente y sonrió con tristeza, intentando contener las lágrimas y calmar sus emociones negativas.
De pronto escuchó una dulce voz a su izquierda, y se giró para contemplar con sorpresa al chico que había esperado ver esa misma mañana.
—Traigo una entrega para el señor Bourgeois —informaba—. Me han dicho que es muy urgente que lo reciba enseguida. Es algo que está esperando.
Una mujer de castaña cabellera, recepcionista del hotel, le indicaba que el alcalde no podía ser molestado, y que ella tomaría aquel paquete.
Sin embargo, en la orden de entrega que portaba se especificaba muy claro que no se podía entregar a ningún intermediario.
—Verás joven, ya te he dicho que yo estoy autorizada a recoger lo que sea, y que el señor Bourgeois no puede salir a recoger nada. ¿Acaso estás sordo? Dame eso de una vez.
El chico negó.
Chloe abandonó el lugar donde estaba, acercándose al muchacho que permanecía frente a la recepción.
—¿Será que otro Burgeois puede recoger ese paquete? —cuestionó dirigiéndose al repartidor, perdiéndose en su mirada azul que ahora estaba fija en ella.
Él la observó dubitativo.
—Soy Chloe Burgeois —enunció— así que tal vez yo pueda hacerme cargo de esa entrega.
Luka asintió, mostrándole una sonrisa amable, mientras la chica le hacía un gesto a la mujer de la recepción para indicarle que ella se encargaba.
—Creo que no habrá problema —aseguró—. En realidad —se acercó un poco a ella para hablar más bajo y que la mujer que aún permanecía demasiado cerca, no le escuchase —sólo pone Bourgeois, así que nadie podrá reprocharme que no he cumplido correctamente con mi trabajo —al decirlo, le guiñó un ojo.
Aquel gesto, y el tono utilizado por el muchacho, le resultó gracioso a la rubia, que ahogó una tímida risita, tomando el pequeño paquete en las manos y guardándolo después en el bolsillo de su vestido, con intención de marcharse.
—Espere, señorita Bourgeios —la llamó el muchacho—. Antes de irse debe firmar el albarán de entrega o no podré demostrar que he sido eficiente en mi labor.
—Oh, por supuesto... eh... ¿chico de los paquetes? —nombró con gracia provocando en el otro una mueca—. No te ofendas —aclaró ante el gesto contrariado del zagal, mientras tomaba el papel que le ofrecía y estampaba su firma en él —es que no sé tu nombre.
—Luka —dijo relajando su expresión.
—Pues muchas gracias, Luka —le entregó el albarán firmado—. Espero que te vaya bien.
El chico hizo un gesto de despedida con la mano y se encaminó hacia la puerta.
Ella se giró para marcharse también. Sin embargo, su voz la detuvo.
—Yo también espero que te vaya muy bien allá donde te marchas —casi gritó esperando ser escuchado.
Chloe se detuvo, curiosa por lo que había dicho el de mechas azuladas. Dio un par de pasos hacia él.
—¿Cómo sabes que me voy? —interrogó algo asombrada.
—¿Crees que hay alguien en París que no lo sepa? Al fin y al cabo, eres la hija del alcalde de la ciudad y te han montado una súper fiesta de despedida. ¿Piensas que algo así pasaría desapercibido? Hasta los plebeyos como yo nos enteramos de estas cosas —comentó con sorna.
En ese momento el semblante de la rubia se tornó triste. Y, de pronto, le pareció ver que el de él, también se mostraba contrariado.
—Disculpa —enunció con rapidez—. Mi apellido es Couffaine —aclaró—. Estás en clase de Juleka y me contó que te marchabas.
Chloe asintió, en parte aliviada y en parte desilusionada.
De alguna manera, en esos escasos segundos que habían cruzado miradas y aquel gesto cómplice que había tenido el muchacho con ella antes de susurrarle sobre la posibilidad de entregarle el paquete, había pasado por su mente que, al menos, algo bueno había sucedido en su aburrida y nada deseada fiesta de despedida, y que era un bonito recuerdo para llevarse.
No estaba acostumbrada a ese tipo de interacciones y, haberla vivido junto a alguien desconocido le hizo más ilusión de la que pensaba.
Sin embargo, al descubrir que él sabía quién era, se vino abajo.
Con toda seguridad, Juleka le habría contado cosas sobre ella y lo mala persona que era, así que simplemente se rindió ante la evidencia.
—Ah, claro —respondió sin ánimos —espero que a ella también le vaya bien. Bueno, hasta... Adiós —se corrigió al darse cuenta que no lo volvería a ver.
Le dio la espalda y continuó camino al elevador, a cumplir el propósito que la había llevado hasta allí.
El pequeño Skywalker se subió sobre el regazo de Chloe sobresaltándola y trayéndola de nuevo al presente.
Acarició su suave pelaje y respiró profundamente.
—Bueno, parece que es hora de dejar de recordar —le dijo al minino—. Creo que abriré ahora mi paquete.
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Luka seguía rememorando aquellos acontecimientos pasados, incapaz de prestar atención al jaleo que sus compañeros de la banda estaban montando.
Se levantó de donde estaba y se dirigió hacia la puerta.
—¿Estás bien? —cuestionó su hermana.
—Sí, sí. Sólo voy a tomar el aire un momento.
Sin añadir nada más se dirigió hacia la salida, aspirando el aroma que el final de la tarde parisina le traía.
Un atardecer que le recordó inmediatamente a otro que había visto junto a Chloe, desde la azotea de aquel lujoso hotel.
Estaba por irse después de haber realizado la última entrega, en este caso a la homenajeada, pero al mirarla por última vez, se fijó en la tristeza que desprendía aquella muchacha, sobre todo después de su desafortunado comentario, y algo en él se removió.
No era bueno con las palabras, pero nunca dejaría a una persona que parecía estar necesitando de consuelo y apoyo, aún si no la conociese o tuviese, como en aquel caso, información poco favorable de ella.
—¡Espera! —gritó de nuevo al ver que Chloe se había dado la vuelta y le daba la espalda. No tenía ni idea de qué decir, pero lo que sí sabía es que no la iba a dejar marchar así. Respiró un momento y soltó lo primero que le vino a la cabeza —¿Sabes si podría pasar un momento al baño?
Chloe pareció sorprenderse ante aquella petición, pero no debió ver ningún motivo para negarse.
—Está bien. Sígueme.
Ambos iban en silencio, pues tampoco había nada de lo que tuvieran que hablar.
Pero el chico quería decir algo, ver si podía hacer alguna cosa por ayudar a aquella muchacha a cambiar un poco la tristeza de su mirada.
Tampoco tenía idea si el baño quedaba cerca o lejos de donde estaban, así que no podía demorarse demasiado en iniciar una conversación.
—¿Te vas muy lejos? —cuestionó.
—A Nueva York —respondió ella con algo de brusquedad.
—Oh, ¡Es genial! Yo espero ir algún día a grabar allí y dar un concierto en el Madison Square Garden —habló con rapidez y denotando emoción en su voz.
Chloe no pudo evitar soltar una risilla ante el tono usado por Luka.
—¿No crees que lo consiga? —interrogó.
—No, no, perdona —se detuvo a mirarlo—. Es que se te oye muy emocionado y me ha sorprendido, nada más —se puso seria—. Estoy segura de que lo conseguirás.
La observó un segundo en silencio, fijándose en si podía detectar sarcasmo en aquella respuesta, pero no fue así.
Se relajó.
—Estará bien contar con una fan allí desde ahora mismo —bromeó.
Chloe le sonrió de vuelta y afirmó con la cabeza.
—Y ¿tienes familia en Nueva York o...?
—Mi madre vendrá ahora conmigo y después... bueno, aún no sé qué hare después. No lo he pensado demasiado.
Aquello le sonaba raro, ya que parecía un viaje bastante serio como para no pensarlo demasiado. Quizá era eso lo que la atormentaba.
—¿Estarás mucho tiempo fuera? —La ojizarca soltó un suspiro. No parecía muy conforme con hablar de ese tema—. Perdona, me estoy excediendo. No me conoces y te estoy haciendo un interrogatorio.
—No, tranquilo —concedió—. La verdad es que no creo que vuelva... nunca.
El chico abrió los ojos desmesuradamente, mientras los de ella volvían a mostrar aquella tristeza infinita.
—Nunca es demasiado tiempo —dijo más para sí mismo que para ella.
—Lo sé.
Iba a añadir algo más cuando la voz de la chica se dejó oír de nuevo.
—Aquí está el baño —indicó señalando una puerta —sólo debes entrar y seguir hasta el final del pasillo.
El azabache sintió la necesidad de quedarse junto a ella. Si la tristeza que había visto antes en sus ojos le había encogido el estómago, el tono que había utilizado segundos antes al hablar de su viaje le había estrujado el corazón.
Y él entendía de tonos y de voces.
Y sabía que, por mucho que ella hubiese querido disimular, un dolor o una pena muy grande la estaban consumiendo.
—Entonces... aquí nos despedimos, ¿no? —soltó sin saber cómo prolongar el tiempo —Porque imagino que debes volver a la fiesta, al fin y al cabo, eres la invitada de honor y... pues seguro que tus amigos están esperando por ti y... —vio su semblante ensombrecerse de nuevo y se arrepintió de haber dicho eso, sobre todo al recordar que Juleka le había dicho que ninguno de sus compañeros de clase pensaba asistir al evento. Y, probablemente nadie que la conociese, esta vez según palabras de Marinette, porque era tan odiosa que ninguna persona en su sano juicio sería amigo de alguien tan horrible.
Chloe suspiró. Y dibujó una sonrisa triste en su rostro.
—En realidad... estaba escapando de mi propia fiesta —confesó sorprendiendo a Luka.
—¿Escapando?
—Sí —afirmó, mostrando ahora un ligero rubor en sus mejillas—. Estaba por subir a la azotea a contemplar mi último atardecer en París.
—Y... ¿te gustaría tener compañía? —los ojos de la muchacha dejaron ver un deje de asombro y el azabache carraspeó un poco azorado—. Perdona, perdona, te debo parecer un loco. Apenas hemos cruzado dos palabras y yo...
—Sí —respondió de repente—. Me gustaría.
Luka esbozó una sonrisa complacida y le hizo una indicación a la muchacha para que abriese el camino.
Ambos avanzaron de nuevo, ahora hasta el ascensor, y una vez en él la muchacha insertó un código antes de marcar el botón de la última planta.
Subieron en silencio.
Luka observaba el perfil de la chica, sorprendiéndose de lo largas que eran sus pestañas, así como sus facciones delicadas.
Ella parecía perdida en sus pensamientos, aunque un pequeño golpeteo con uno de sus dedos sobre su pierna, delataba que estaba algo nerviosa.
Al salir del ascensor, se encontraron en un amplio espacio, con mesas y sillas dispuestas en uno de los laterales.
Al otro lado se podían apreciar algunos útiles de obra, una escalera, y distintas herramientas.
—Están remodelando el restaurante y la terraza exterior —informó al ver cómo Luka observaba el lugar —dicen que quedará precioso.
Nuevamente el muchacho pudo notar cierta nostalgia en la voz de la jovencita, imaginando que se sentía triste al pensar que ella no estaría allí para verlo. ¿Acaso no se quería ir?
—Ven por aquí —indicó señalándole un camino hacia una puerta de cristal, sacándole inmediatamente de sus cavilaciones.
Luka asintió y se dirigió tras ella.
Atravesaron la puerta y salieron al exterior. El suelo era algo desigual y Chloe caminaba despacio, seguramente para no tropezar por los pequeños tacones que llevaba. Sin embargo, dio un pequeño traspiés, perdiendo ligeramente el equilibrio y desviándose hacia un lado.
Para su fortuna, el joven Couffaine tenía buenos reflejos y la atrapó antes de que cayese al suelo, poniendo una mano en su cintura y ayudándola a enderezarse con rapidez.
—Gra-gracias —tartamudeó al tiempo que los colores subían a sus mejillas.
Él sonrió interiormente al ver el pequeño sonrojo de la muchacha, e hizo una leve inclinación de cabeza sin pronunciar palabra.
Continuaron caminando un poco más, hasta que llegaron a una zona donde había una especie de murete de piedra que hacía las veces de banco.
Chloe se sentó, dejando espacio a su lado para que el joven de mechas azules se acomodase.
—Desde aquí la vista es perfecta —susurró.
Se sentó junto a ella y contempló el lugar hacia donde miraba. Al hacerlo se dio cuenta que tenía razón.
Desde donde se encontraban se podía apreciar perfectamente el horizonte, con la Torre Eiffel de fondo, bañada en ese momento por los tonos anaranjados y rojizos del atardecer. Era un hermoso espectáculo.
Durante varios minutos ambos permanecieron callados, sólo contemplando la increíble vista que tenían frente a ellos, dejando vagar sus pensamientos.
Después, un leve suspiro escapando de los labios de Chloe hizo que Luka se girase a mirarla, a tiempo para ver cómo unas pequeñas lágrimas escapaban de sus azules orbes.
—¿Estás bien? —cuestionó aun sabiendo que la pregunta era más bien estúpida en aquel momento y ante aquella situación.
La chica sólo negó con la cabeza, retirando las saladas gotas con las yemas de sus dedos.
—¿Quieres contarme? —antes de que ella pudiese volver a negar, Luka volvió a hablar—. Sé que no me conoces y que tal vez preferirías hablar de esto con alguien con quien tengas confianza, pero a veces es más fácil tratar ciertos temas con personas desconocidas, que no tienen una idea previa de cómo somos y ante las que no tenemos que justificarnos porque sus palabras, sean de la índole que sean, no tienen ningún poder sobre nosotros.
Chloe pareció pensar unos segundos en lo que había dicho el chico y después habló.
—Tal vez eso sería cierto si de verdad no tuvieses una idea preconcebida sobre mí, pero dudo mucho que tu hermana no te haya contado ya lo mala persona que soy. —Las lágrimas brotaron con más fuerza de sus ojos y su labio inferior tembló ligeramente—. Tú mismo has dicho que todo el mundo en París me conoce, así que no intentes convencerme de que Juleka, o alguna de sus amigas, nunca me han dedicado algún... cumplido —hizo un gesto de comillas con los dedos al pronunciar la última palabra, aunque su tono no mostraba rencor, sino más bien resignación.
Luka se sintió muy mal en ese momento.
Chloe tenía toda la razón. Por supuesto que había oído cosas sobre ella y prácticamente ninguna buena.
Pero él no era hombre de juzgar a la gente sólo por lo que los demás decían. Siempre se había considerado una persona a la que le gustaba formarse sus propias opiniones sin dejar que los prejuicios le influyeran.
Lo difícil era hacérselo ver a la chica y que le creyera.
De pronto tuvo una idea.
—Puede ser que a Luka Couffaine le hayan contado algo de ti —Chloe asintió ante lo que ya sabía—. Sin embargo... al chico de los paquetes —y ahora fue él quien utilizó el gesto de comillas acompañándolo de una sonrisa sincera —nadie le ha contado nada. No te conoce. Esta es la primera vez que te ve y habla contigo. Y la única opinión que tiene hasta el momento de ti es que eres una chica muy amable y confiada, con una hermosa sonrisa y unos ojos de lo más expresivos —la rubia no pudo evitar que sus labios se curvasen hacia arriba al tiempo que sus ojos se abrían para mirarle fijamente. Luka acercó con cuidado las manos hasta el rostro de la muchacha y retiró con sus pulgares un par de lágrimas—. Bueno, y también ha deducido que... —esperó no incomodarla ni con su gesto ni con sus siguientes palabras —hay algo que te aflige y mucho.
Ella se quedó inmóvil durante unos instantes y él apartó las manos de su faz.
Chloe devolvió la vista al frente y Luka se encogió ligeramente en su posición.
Tal vez se había excedido en sus formas, pero de verdad sentía que quería servirle de ayuda. Estaba a punto de disculparse cuando la voz de la muchacha sonó con suavidad.
—Así que... chico de los paquetes... ¿quieres saber cómo es de verdad Chloe? —cuestionó con su vista fija de nuevo en los rescoldos de aquel atardecer.
Luka sintió cómo su cuerpo se relajaba de golpe. La pequeña sonrisa que asomó a los labios de la chica en ese instante, sumada al tono más aliviado que la acompañó, le hizo entender que había elegido el camino correcto.
La miró unos instantes, viendo cómo se secaba las escasas lágrimas que aún corrían por sus mejillas. Después se puso en pie y extendió la mano en su dirección.
—Me encantaría, señorita Bourgeois.
La chica miró la palma que le tendía y, aun con un ligero temblor en la suya, la acercó hasta que fue tomada.
En ese momento, Luka experimentó un ligero y agradable cosquilleo, naciendo en la punta de sus dedos y subiendo hasta su nuca.
—Entonces tendrás que acompañarme —murmuró la ojizarca con un ligero sonrojo.
Tiró suavemente hacia él, logrando que Chloe se incorporase para luego hacer una pequeña reverencia con su mano libre.
—Indíqueme el camino, madmoiselle.
Ella se cubrió la boca con el dorso, disimulando una leve risilla provocada por aquel gesto tan formal del chico y asintió.
—Por aquí.
Ambos se dirigieron juntos de nuevo hacia el interior, sin pronunciar una palabra. Parecía que hubiesen vuelto al principio.
Sin embargo, había una ligera diferencia. Seguían tomados de la mano y ninguno de los dos parecía dispuesto a deshacer el agarre.
—Volvemos al ensayo, Luka —la voz de Iván saliendo por la puerta le devolvió a la realidad.
—Ya voy —indicó, al tiempo que giraba sobre sí mismo y se encaminaba de vuelta al estudio.
~~\\~~//~~
Chloe revisaba con calma los papeles que había recibido.
Se había preparado un té y ahora leía despacio de nuevo aquellos documentos, asegurándose de que no faltase ninguno.
Si los hubiera recibido cuando estaba estipulado aún le hubiese dado tiempo a llevarlos a la universidad por la tarde.
«Pero entonces quizá hubiese sido otro el que me los entregara y no mi chico de los paquetes.»
—"¿Mi chico de los paquetes?" —sacudió su cabeza de un lado a otro, negando—. Deja de soñar, Chloe Bourgeois —se regañó a sí misma.
Un leve suspiro escapó de sus labios de nuevo.
Llevaba así un buen rato. Cada vez que se descuidaba, su mente volvía a divagar por antiguas memorias.
Tomó la taza que estaba ante ella y dio un sorbo. Después la dejó de nuevo sobre la mesa y al hacerlo se miró un momento su mano izquierda. Llevó lentamente su derecha hasta ella y la acarició con cuidado, recordando el tacto suave y cálido de las manos de Luka aquel día.
Con sus manos aún unidas, Chloe llevó al muchacho por distintas partes del hotel, atravesando pasillos y cruzando puertas que conducían a escaleras, subiendo y bajando de una planta a otra, al tiempo que le mostraba algunas cosas que eran importantes para ella.
Mientras recorrían aquellos lugares, le iba contando anécdotas de su infancia y le descubría cosas sobre su vida y sus gustos.
No entendía por qué estaba haciendo todo aquello.
Quizá había sido por las palabras que Luka había pronunciado en aquella azotea, su tono sincero o la seguridad con la que habían sido dichas.
Lo único que sabía era que le había creído.
Y, de alguna manera, sintió que quería mostrarle a alguien cosas que no había mostrado antes, descubrirse y desnudar su alma, aunque fuese ante un desconocido, por última vez, antes de abandonar todo y alejarse, despidiéndose de algún modo de ese yo que en parte odiaba y en parte amaba, pero que quería y debía dejar atrás.
Hablaron, rieron y corrieron más de lo que lo había hecho desde... ni siquiera podía recordarlo.
En su última carrera, con un par de botellas de refresco en la mano que habían "robado" de las cocinas, regresaron de nuevo a la azotea.
Se sentaron en el mismo lugar desde el que habían contemplado el atardecer, aunque de él ya no quedaba nada, pues la noche había llegado a la ciudad, haciendo brillar millones de luces en ella.
Respiraron agitados durante algunos momentos, aún conteniendo la risa por haber huido del llamado de Jean "lo que sea", el fiel mayordomo que les había visto escapar en el último momento.
Poco a poco sus respiraciones se fueron haciendo más pausadas y las risas se fueron apagando. El silencio de la noche y la vista frente a ellos les trajo calma.
Luka abrió su botella y dio un largo trago, después la cerró, y antes de que Chloe se diese cuenta, sintió de nuevo su mano sobre la de ella.
Sonrió interiormente y agradeció que su última carrera le ayudara a disimular el sonrojo que seguro cubría sus mejillas.
Por un momento se permitió pensar en lo mucho que había disfrutado aquella tarde y en lo feliz que se sentía.
Y, cuando más relajada estaba, sus demonios atacaron de golpe, devolviéndole a la realidad de quién era y qué hacía allí, por qué debía huir y por qué no merecía esa felicidad que estaba experimentando.
Apartó la mano que el muchacho había tomado, quizá con más brusquedad de lo que pretendía, y dejando la botella que tenía en la otra, enlazó ambas frente a su regazo.
—¿Alguna vez te has arrepentido de algo, Luka? —formuló sin dirigir su mirada hacia él.
Ya le había mostrado todo lo que consideraba bueno en ella, así que lo justo sería que también le mostrase aquella parte, ese lugar tan horrible que quería ocultar a los demás.
Y tras aquella decisión, le explicó todo. Cómo había sido akumatizada, cómo el dolor y la rabia, sus ansias de venganza y su decepción la habían llevado a cometer aquel acto deleznable, cómo podía haber causado un mal mayor y cómo aún se sentía capaz de hacerlo si no se cuidaba mucho.
Evidentemente omitió la información que había descubierto sobre Ladybug, porque eso no le competía.
Simplemente habló de sí misma, recalcando una y otra vez lo mala persona que era, lo dañina que resultaba para todos aquellos que se habían acercado a ella y lo bien que le haría a los demás que se marchase muy lejos.
Luka la escuchó en silencio, sin mostrar intención clara de intervenir durante su relato, dejándola que soltase todo aquello que la atormentaba.
Una vez que ella dejó de hablar, aún hubo unos cuantos minutos en los que ninguno dijo nada.
Después, el joven de cabello azabache acercó con cautela su mano hacia la de Chloe, que en ese momento reposaba estática sobre aquel murete de piedra donde estaban sentados y la tomó.
Ella no se resistió ni la apartó esa vez, esperando porque él dijese algo que rompiera aquel incómodo silencio.
—Hablas sin parar de lo mala persona que eres, de cómo te dejaste influenciar, de cómo sucumbiste a la parte oscura de tu alma —pronunció con aquella voz calmada y profunda que tanto le había gustado escuchar—. Lo dices como si eso no fuera algo normal, como si ceder de vez en cuando el lugar a ese lado no fuese algo que todos hacemos, como si nuestra resistencia fuera infinita.
Chloe no entendía a dónde quería llegar con aquello, pero le dejó continuar como él había hecho antes.
—Eso no te hace mala persona, Chloe, te hace humana —explicó ante la atenta mirada de la muchacha—. Y lo que es más importante, todo ese arrepentimiento, tus deseos de cambiar, tu afán por alejarte para no dañar más a personas que ni siquiera conoces... todo eso, lo único que demuestra, es que eres una persona maravillosa, con un enorme corazón —afirmó dejándola boquiabierta—. Un corazón que te está haciendo sufrir más de lo que debes y más de lo que mereces. Estás siendo demasiado dura contigo, y muy injusta.
—Pero yo... —no sabía bien qué decir, pero sentía que debía intervenir, porque parecía que Luka no quería ver la verdad sobre quién era ella.
—No te voy a decir que deberías quedarte, aunque lo crea —interrumpió—. Imagino que por mucho que yo intente hacerte ver la realidad no lo vas a hacer hasta que sea por ti misma, así que sólo te pediré que conviertas ese "nunca" que me dijiste al principio cuando te pregunté cuándo ibas a volver, en un "pronto". Porque eso significará que has visto en ti lo que yo ya he descubierto. Y cuando digo "yo", me refiero tanto al chico de los paquetes como a Luka Couffaine. Ahora ambos sabemos quién eres.
Las lágrimas desbordaban los ojos de Chloe.
Aun incapaz de creer del todo las palabras de Luka, aquellas le habían dado un ápice de esperanza.
No sabía qué decir, no podía responder. Lo único que se le ocurrió fue apretar el agarre sobre la mano que sostenía la suya y sonreír en agradecimiento.
De pronto, ambos escucharon un ruido proveniente del interior, y se giraron hacia el lugar del que provenía. Desde su posición divisaron cómo la puerta del ascensor se abría y por ella aparecía el atento mayordomo.
Le vieron aproximarse hasta la puerta de cristal que daba acceso a la terraza y abrirla, deteniéndose allí.
—Señorita Bourgeois —llamó desde su posición —su padre la reclama en el salón para el brindis en su honor.
Chloe suspiró. Deslizó su mano desde la de Luka y se secó las lágrimas que aún quedaban en su rostro. Se puso en pie y se dirigió hacia el empleado.
—Voy enseguida.
Se sacudió el vestido y, al hacerlo, notó en su bolsillo el pequeño paquete que aún guardaba y que no había abierto.
Ante la atenta mirada de Luka lo sacó y lo desenvolvió.
Él pareció dispuesto a decir algo, pero ella interrumpió su posible alegato.
—Yo soy una Bourgeois y he firmado el albarán, así que tengo todo el derecho a saber qué contiene el paquete que me he encargado de recibir —acabó de desenvolverlo y descubrió una pequeña cajita de joyería—. Además —se acercó a Luka, bajando el volumen de su voz como había hecho él en el momento de la entrega —sabía que era un regalo para mí. Mi padre me había avisado que lo estaba esperando —guiñó un ojo y sonrió con gracia.
Abrió la caja y descubrió unos pendientes de aro, pequeños, dorados y con un brillante zafiro incrustado. Tomó ambos en su palma y los apretó en ella durante un instante.
Después estiró su mano, pidiendo sin palabras la de Luka. El chico comprendió el gesto y extendió su brazo.
Ella tomó la mano del muchacho y la giró, dejando la palma hacia arriba. Con cuidado depositó uno de los pendientes en ella y le hizo cerrar los dedos sobre el objeto.
Se inclinó hacia él y le dio un cálido beso en la mejilla. Después se acercó a su oído.
—Gracias, chico de los paquetes —susurró con una sonrisa.
Sin más, deshizo su agarre y se dirigió hacia donde la esperaba el mayordomo. No se dio la vuelta, sólo se marchó.
—Que la fuerza te acompañe —escuchó tras de su espalda y una carcajada se filtró entre sus labios.
«¿Por qué he tenido que contarle que soy fan de Star Wars?»
~~\\~~//~~
Luka salió del ensayo como alma que lleva el diablo, sintiéndose el más estúpido de los hombres.
No entendía por qué no había reaccionado al verla, por qué no había hablado con ella o al menos la había llamado por su verdadero nombre, haciéndole saber que la había reconocido.
Tal vez ella no le recordaba, pero había decidido que le daba igual. Él haría volver sus recuerdos si es que ese era el caso.
Y lo que sabía seguro era que no la dejaría marchar sin haber hablado al menos con ella una vez más.
«Incluso ni así.»
Se colocó el casco y se montó en su moto, tomando el camino que le llevara de vuelta a ese pequeño edificio.
Se detuvo en un semáforo en rojo, impaciente, aunque a la vez dubitativo ante cómo haría para que ella le volviese a atender, para que le abriese la puerta y poder decir todo lo que no había dicho apenas un par de horas antes.
Llevó su mano a su cuello y rozó la cadena que colgaba de él, atrapándola entre sus dedos y deslizándola hasta que topó con el colgante. Cerró los ojos y respiró profundamente una vez mientras lo movía entre el índice y el pulgar, como hacía siempre que necesitaba pensar.
Giró su rostro a la derecha y una idea irrumpió bruscamente en su cabeza al ver lo que tenía ante él.
¿Cómo no lo había pensado antes?
Se dirigió hacia el lugar que había divisado con una nueva determinación.
~~\\~~//~~
Chloe se había quedado dormida en aquel sofá, con una manta sobre sus piernas y el calor que le proporcionaba el pequeño Skywalker junto a su pecho.
Los papeles esparcidos sobre la mesa y la taza vacía de té eran sus únicos testigos.
De pronto un sonido la despertó.
Al inicio pensó que era el felino ronroneando demasiado cerca de su oreja, pero poco a poco, sintió aquel ruido subir de volumen y se fue desperezando, incorporándose en su lugar.
No había duda. Aquello que había escuchado era el sonido de una moto.
Algo en ella vibró.
Después sacudió su cabeza, negando. Seguramente escucharía más de una vez ese sonido, siendo que las ventanas de su apartamento daban al exterior.
Escuchó el motor detenerse.
No se atrevió a moverse de su sitio. No se animó a asomarse para ver si era lo que deseaba. Sus ilusiones no tenían cabida, no quería emocionarse por nada.
Entonces el intercomunicador sonó, sobresaltándola.
Se levantó y se acercó hasta él, descolgándolo y tragando con dificultad, antes de contestar con un simple "¿Si?"
—Entrega para la señorita Bourgeois.
Su corazón se saltó un latido, para después emprender una marcha acelerada. Sus manos comenzaron a temblar y apenas fue capaz de dirigir una de ellas hasta el botón del aparato, presionándolo, al tiempo que escuchaba a través de él cómo la puerta del portal era abierta.
Montones de órdenes pasaban por su mente, pidiéndole que se moviese, que se adecentase un poco, que recogiese lo que estaba tirado sobre la mesa... pero su cuerpo no respondía, no quería moverse. Sólo esperaba tras la puerta el sonido del timbre.
Y, pese a que lo estaba esperando, cuando retumbó en su apartamento, le hizo dar un respingo.
Respiró profundamente un par de veces antes de conseguir tomar el pomo y abrir la puerta.
Cuando lo hizo, la imagen que se presentó ante sus ojos la hizo sonreír irremediablemente, pues el chico que estaba frente a ella, portaba en su rostro también una sonrisa amplia y sincera.
—L-Luka —murmuró en un tono apenas audible.
—Traigo un paquete para la señorita Chloe Bourgeois —interrumpió, mostrando un pequeño envoltorio.
La joven se fijó entonces en sus manos y se sorprendió.
El azabache tuvo que contener una carcajada, al ver la cara de asombro de la rubia.
—No entiendo esa reacción —continuó haciendo gala de su autocontrol —al fin y al cabo, soy el chico de los paquetes —Chloe dejó escapar una pequeña risa, al tiempo que sus ojos comenzaban a cristalizarse—. Es más, creo que debería abrirlo en este momento, madmoiselle.
La chica asintió, tomando el objeto que el otro le extendía y lo desenvolvió. Sacó una pequeña caja y la destapó.
Al hacerlo, las lágrimas que había estado conteniendo se desbordaron de sus ojos, observando, en el interior, una cadena en la que estaba ensartado el pendiente que hacía años ella misma había colocado en la mano de Luka.
Sin capacidad de retenerse más, se abalanzó hacia el zagal que inmediatamente abrió sus brazos para envolverla en ellos.
Permanecieron así unos cuantos minutos, con la necesidad de sentirse cerca, compartiendo el calor y la felicidad de haberse vuelto a encontrar.
Luka fue el primero en romper el contacto. Se separó ligeramente de ella para mirarla a los ojos. Contempló aquellos hermosos orbes azules y limpió sus lágrimas con los pulgares como había hecho en el pasado.
Ella, en silencio, llevó sus manos hasta las de él y las tomó, dando unos cuantos pasos hacia atrás, haciendo que él la acompañara.
En cuanto ambos estuvieron dentro del apartamento, cerró la puerta y sonrió feliz, sin perder de vista al hombre frente a ella.
No hicieron falta las palabras.
Él llevó una mano hasta su cintura, rodeándola, mientras la otra se mantenía junto a la de Chloe, con sus dedos entrelazados. Se inclinó despacio, acercándose a su rostro con cautela, pero con la determinación de saber que iba a cumplir un sueño anhelado por años, pasando su vista de sus azules a sus rosados labios, y de vuelta a sus ojos una vez más.
Ella dirigió su mano libre hacia su nuca, rozando el nacimiento de su pelo, y después enredando sus dedos en los oscuros mechones.
Poco a poco, la distancia que los separaba se redujo a la nada, sintiendo ambos la respiración del contrario sobre su boca, sobre su piel.
Sus labios, ansiosos por encontrarse, se unieron en un suave roce, que poco a poco fue tomando forma, y que hizo estallar millones de fuegos artificiales en su interior, acelerando sus latidos y llenándolos de una calidez hasta entonces desconocida.
El tiempo pareció detenerse para ambos, disfrutando de la sensación de haber alcanzado algo tan deseado.
Lentamente, el contacto se fue deshaciendo, separándose levemente, con una parte de ellos luchando en contra de la distancia a la vez que otra necesitaba de ese espacio para poder mirarse a los ojos y ver en ellos lo que las palabras aún no expresaban.
Al hacerlo corroboraron lo que el corazón ya les había dicho, e, instantes después, volvieron a fundirse en un nuevo abrazo.
—Te he echado mucho de menos —susurró él en su oído.
—Quizá no ha sido pronto —respondió ella sin salir de su abrazo —pero he regresado.
El agarre de Luka se hizo más fuerte sobre su cuerpo. Chloe sintió cómo la dicha la embargaba una vez más.
Y aquella dicha era solo un aliciente para su determinación.
Porque estaba segura de que ahora, con Luka a su lado, sería capaz de cumplir con aquellos propósitos que se había marcado en sus años de ausencia lejos de su país natal. Y que nada le impediría ayudar a Ladybug a derrotar a Hawk Moth, puesto que sabía, sin temor a equivocarse, que nunca más se dejaría doblegar.
FIN
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Si has leído hasta aquí, muchas gracias
😘
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