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19. Mentir no es bueno.✔

Quédate con la persona que sin tocarte te haga sentir todo.

¡NECESITO QUE COMENTEN QUE LE PARECE! ¿Qué piensan? Si quieres una dedicatoria solo pídela en los comentarios<3.

***

—No subestimes a la pequeña rubia.

Mayson sonrió torvamente: pude distinguir la burla y altanería en su voz.

Las yemas de mis dedos se detuvieron en el empapelado de color vino mientras mi curiosidad exigía saber más sobre Elizabeth, sabía que se trataba de ella, pues los susurros eran bajos y claros, como si estuvieran escondiendo la información de mí o quizá de alguien más.

Me masajeé el hombro en donde alguna vez estuvo una daga con la que creí que moriría, dolía. La cicatriz no era tan llamativa pero no olvidaba lo que había sucedido aquella noche.

—Dan —me detengo al escuchar la voz de Rayder con esa frialdad escalofriante—. No confió en él.

—Tú no confías en nadie —dijo, Grace.

Algo sucumbió dentro de mí.

—Él jamás me traicionaría —tercié, en voz alta.

Era un desafío. Su color verde musgo estaban tratando de liderar esta batalla. Yo confiaba en Dan. No iba a permitir que unas cuantas palabras de Rayder nos pusieran en una situación incómoda.

Cuando me notaron hubo un silencio sepulcral, por alguna razón hundida en rebeldía caminé firme y con la espalda erguida, algo me aguijoneaba la piel, no sabía si era el desafío o el hecho de que era placentero estar en esta posición de no-doblegación.

Aferré mis dedos al barandal de las escaleras con tanta fuerza que vislumbré cuando se volvieron de un color pálido en las yemas. Entré a la cocina a paso lento y relajado, fingiendo.

—¿Hace cuánto estas ahí? —cuestiono, Rayder.

Carraspeé con algo de vergüenza—: Unos minutos.

Algo luchaba internamente con tanta fiereza por no desviar los ojos ni bajar la cabeza. Mayson flexiono sus brazos por detrás de su nuca mientras nos miraba alternadamente.

—Esto no es un juego, Destiny —las cejas oscuras y rectas del ángel caído se volvieron en un ceño fruncido.

—Lo sé. No estoy jugando, estoy aclarando que yo confió en Dan tan plenamente como para no dudar de él ni un segundo.

El aire azotaba fuertemente contra el cristal de las ventanas agrietadas. La madera de las paredes estaba en colores linóleos que ya no contaban con un aspecto encantador como hace cientos de años, sin querer estaba trasladando mis globos oculares por la que se definía la cocina.

No podía.

Sacudí la cabeza acariciando mi palma donde aún estaba la marca de las alas.

—Está bien, roja —las facciones de Mayson se relajaron como si comprendiera todo el mundo.

—No puedo pensar en que alguno de ustedes vaya por ahí pensando en acabar con mis problemas —inquirí lánguidamente—. Son mis batallas. Mi maldición, mi responsabilidad.

—Y nosotros hemos estado cada vida contigo, —la mirada grácil de Grace se movía velozmente en mí con una franqueza tan extraordinaria que el corazón me latió fuertemente—. Es imposible que digas que es solo tu responsabilidad, somos tú familia, Dess. Te pertenecemos tanto como tú a nosotros, y si somos cuatro contra el mundo, adelante.

—Espero que no hayas contado al ángel enamorado —el castaño la contemplo pensativo—. A Rayder no le agrada.

Al escucharse decir eso, Mayson, rió burlón. Sus brazos estaban llenos de marcas, cicatrices e historias al igual que los de Grace. Llevaba puesto una chaqueta de un color oscuro mientras comía de la comida china que habían ordenado.

Cuando Rayder se marchó, no sin antes decir que volvería para asistir a nuestra cita-sorpresa me fue inevitable no ruborizarme y sonreír como una niña en dulcería desgraciadamente Grace se había marchado junto con él.

—Te traicionará —protestó, afable el castaño—. El ángel enamorado lo hará.

—Deja de decir eso —gemí irritada. Escruté su apariencia, tenía los dedos largos y delgados y los movía con gracilidad, como las de un pianista.

Llevé a mi boca una cucharada de pastel de limón y le mostré mi dedo favorito. La mansión tétrica —como él la había bendecido—, crujió en la parte de arriba dónde Mayson no pareció alertarse.

—Hay una probabilidad de que él te traicione porque no le hayas correspondido. —Se dio unos golpecitos en el mentón—. Podemos apostar, roja, pero te ganaría.

Lanzó una moneda muy peculiar al aire.

—La moneda de cuatrocientos años por la traición falsa —aposté.

—La moneda vale más que el ángel odioso —farfulló, y se acercó a mi espacio personal como si en sus labios conociera todos los secretos del universo—. ¿Quieres ver que vale más que él?

Volvió a lazarla al aire y podía jurar que brillo bajo la tenue luz amarillenta, seguí la claridad.

Un deseo ferviente me inundo.

—Adelante —intenté que mi tono sonara casual y desinteresado.

En sus ojos un rayo veloz de afecto lo embriago. Apretó la moneda en su puño e inhalo con fuerza y profundidad. Arqueó mis cejas y hago un gesto con mis manos incitándole a seguir. Cuando toma mi mano y la alarga hasta él un pensamiento de confusión acecha mis ideas.

—Es un secreto, roja —su tono de voz había cambiado ya no era inhóspito como todas aquellas veces en las que hablaba conmigo. Su rostro estaba cerca de mi palma, atrayéndome a acercarme tan solo un poco más. Cuando su mano se puso debajo de la mía y deposito la moneda en la palma donde yace la marca de los caídos es cuando la cosa se torna interesante y llamativa—. Un espejo de recuerdos.

Era como ver a través de los ojos de alguien.

Sobre mi marca la moneda se volvía un halo de luz de estrellas iluminando cada recóndito espacio del lugar, proyectaba un recuerdo en la palma con tanta viveza que parecía tener el poder de volver a tocarlo con las yemas. Cuando el mundo se desbalanceó de mi cuerpo note algo.

Éramos él y yo.

—Es imposible —la palma me ardió con fuerza cuando me aparté—. Es un recuerdo tuyo.

Él sonrió.

—No estoy ni estuve ni estaré enamorado de ti, roja —sacudió la cabeza con elocuencia—. El espejo es lo primero que recibimos cuando finalizamos nuestro primer entrenamiento como ángel, el poseedor del artefacto puede hacer y deshacer recuerdos como tanto deseé. No eras tú.

Solté el aire de mis pulmones.

—Si no era yo, ¿quién era?

Algo se arremolinó en sus pensamientos para seguidamente agregar—: Es un secreto.

Esbocé una sonrisa mientras extendía la moneda hacía él con lentitud, posó su mano debajo de la mía y le dio un suave apretón.

—Es tuya —desvió la mirada—, todos los iniciados deberían de tener su propio espejo.

—Gracias —digo, mirando la moneda en mi mano con afecto—. Muchas gracias, de verdad —la apreté contra mi pecho con fuerza.

—Iré al baño —se excusó, saliendo del interior de la cocina.

Cuando subí las escaleras lo primero que hice fue tomar el halo de luz y sujetarlo en un hilo dorado varias veces para ponerlo en mi cuello.

Me metí a la ducha, dejando que el agua tibia remojara todo mi cuerpo. Estaba feliz, y se debía a que probablemente esta era mi segunda cita en la vida así qué cuando salí y miré el vestido blanco que Lila había recomendado me emocione a un más. Dejé que la tela se deslizara por mi piel hasta llegar arriba de mis rodillas, ubiqué la gabardina color negro en el colchón y cuando la puerta sonó una sonrisa se extendió por mi boca.

—Todavía no estoy lista —sonreí mientras descansaba mi mano en el pomo—. Unos minutos más, Rayder.

—Lindo vestido.

Aquello lo hubiera tomado como un halago, sin embargo, esa voz no pertenecía al chico de ojos verdes; era más cargada de frialdad y arisco. Me quedé estupefacta con la mirada clavada en la puerta, la voz se había escuchado a mis espaldas.

De un segundo a otro no fue miedo lo que sentí sino rabia, enojo, e impotencia quería venganza aun cuando el mundo entero gritara que eso no era bueno y que estaba perdiendo la cabeza, giré sobre mis talones y sonreí insulsa.

—Elizabeth —se relajaba mi respiración al verla frente a mí. Mi piel estaba caliente, la sentía de esa forma algo quemaba en mi sangre que las brasas la sentía mortales.

—Me gusta que me recuerden —la rubia sonrió ladinamente—. Gusto en verte de nuevo, Dess.

La última palabra había salido cargada de burla y desprecio. Pasó sus dedos por la pared con lentitud y gracilidad, no me había percatado que llevaba un vestido rojo tan llamativo como ella, resaltaba tanto, y eso, ella lo sabía a la perfección.

Éramos dos desastres naturales a punto de suceder.

Elizabeth era bellísima, como los cuentos que Mayson me relataba cuando estaba aburrido. Decía que la pequeña rubia tenía el encanto de una ninfa, tan preciosa como mortal. Al verla ocupar el pequeño sofá de cuero de la esquina y cruzar la pierna con un rostro ingenuo fingido lo supe: cada palabra que Mayson había dicho era cierta. Elizabeth era tan mortal que era aterradora, solo faltaba imaginarla con una cola de pez y su cabello al aire libre.

—Siento lo de tu madre —me pase la lengua por los dientes controlando la impulsividad que latía con frenesí—. No iba a perder.

Existía algo común entre los ángeles y los caídos que alguna vez lo fueron; habían sido creados y entrenados para ganar y matar. No eran buenos, nunca en la historia de la humanidad lo habían sido. Eran arrogantes, asesinos y sin compasión.

—No todo se trata de ti —la furia trepo por mis cuerdas vocales pero me forcé a la tarea de permanecer serena—. Ni siquiera te recordaba, Elizabeth, no eres más que alguien que mato a mi madre por temor a no ganar.

Mentí.

Y me tragué todas las lágrimas que había derramado cada una de mis noches por mi madre.

—Escondiéndote detrás de mentiras no es bueno —algo vaciló en sus ojos—: mentir no es bueno.

—¿A qué vienes? —adopté una posición tirante.

Caminé por la habitación con tanta calma y con los sentidos alertas.

—A divertirme —expreso sucintamente—. Divertirnos.

Divertirnos.

Hablaba en plural pero no había nadie más en la habitación.

—Apostaría todo lo que tengo porque vieras tu rostro en este momento —solo le faltaba el vodka a su lado para parecer apostadora de un casino en las vegas—. Interesante. La hija de Gabriel con miedo. Sabes, nunca he visto un arcángel, un ángel nunca tiene el privilegio de ver a un ser tan misericordioso como ellos —terminó, burlonamente.

—¿Esto es por Rayder? —cuestioné con sequedad.

—No vas por allí armando una vendetta solo por un caído —se masajeó las sienes con hastió—. Esto es por perdonarle la vida a la hija de algo prohibido. Esto es por nuestros hermanos muertos por haber luchado en justicia. Es más por tantos siglos viviendo con miedo y escondidos. Esto es por tu culpa, Dess.

El alma se me cayó a los pies.

—Podemos llegar a un acuerdo. Podemos solucionarlo como lo que somos —me sequé las palmas de las manos en los muslos—. Puedo hablar con ellos y pedírselos, hablando en paz Elizabeth.

—No —yacía una furia e implacabilidad en sus ojos—. Dulces sueños, cielo.

Y de repente, nada.

Llevé mis manos al centro de mi estómago donde el líquido escarlata brotó sin cesar, alguien me había atravesado algún tipo de artefacto antiguo. Me desplomé. Tomé la sensación, disfrutando del feroz placer de sentirme como una hoja en el viento: libre y sin pensamientos.




—Nos va a matar. Nos va a matar. Ella nos matará, Elizabeth —un olor impregnado en desechos viejos y heno se filtró por mi nariz. Aquella voz me parecía lejana y ansiosa—. No debiste dañarla.

Las voces venían literalmente de las cuatro paredes de la bodega. La tenue luz no me permitía enfocar nada del lugar, o quizá era el hecho de que el mundo se movía bajo mis pies.

Mis manos estaban atadas a la silla de madera correosa podía vislumbrar el hilillo de sangre escurriendo de ellas, no sentía nada. Pero, el dolor en mis pulmones y estómago permanecía allí. Era como respirar fuego para evaporarlo en aire en mis pulmones, sentía como todo por dentro se volviera brasas, traté de mover los pies pero me era imposible pues también permanecían sujetos a la silla donde, las astillas se movían aguijoneándome la piel.

Lejos de ahí prendieron lo que parecía ser un fosforo, o al menos eso creí antes de que se evaporara en el aire.

Deslicé mis ojos hasta la parte de abajo, encontrando el vestido blanco con el que Lila se había esforzado tanto manchado en sangre, completo. Aspiré con fuerza y deseé poder echarme a llorar como una niñita asustada. Mi garganta estaba seca, me mojé los labios —ásperos y secos—, y dolió. Quizá llevaba aquí meses y ni siquiera lo sabía. No podía ni formular ni una puta palabra, eso me estaba volviendo loca.

No quería morir. No quería morir, al menos no de esta forma.

Un sonido chirriante y agudo me penetro los oídos, mis ojos se tornaron en dos rendijas tratando de ver quienes o qué lo que estaba entrando en algún lugar.

—Demonios, te ves horrible —el corazón me latió desbocado—. ¿Sigues creyéndote segura estando atada y débil?

Saboreé mis labios con la punta de la lengua e hice un esfuerzo por contestar pero fallé.

Me di cuenta de que no fue una persona sino dos las que habían entrado, podía vislumbrar otra sombra detrás de ella pero sin llegar a saber quién era. Eché la cabeza hacía atrás e inhalé profundo.

—¿Qué demonios me hiciste? —mi voz salió rota y cuando la mire lo vi.

Creí que estaba delirando. Creí que él había venido por mí. Creí que Mayson estaba equivocado.

Nunca había tenido un corazón roto.

Pero esta vez, se sentía diferente, el corazón se me estremeció casi cayéndoseme al suelo. Negué tantas veces como pude, quise pellizcarme cientos de veces para confirmar si de verdad era él.

Solo cuando le beso el cuello, comprendí.

—Amor...

Las líneas a los lados de sus ojos estaban ahí. ¡Allí estaban! Sus ojos azul zafiro me sonrieron como todas esas veces en las que habíamos estado juntos por años, y dolió. Dolió demasiado. Perder a un amor dolía pero perder a quien defendiste sobre todos mataba.

Dan.

¿Y sabes?, creo que no comprendes lo que yo sentía, solo podía pensar «Oh mierda, oh mierda, oh mierda», una y otra vez. ¡Yo lo estaba viendo! ¡Justo frente a mí!, lo miraba con esa sonrisa que él me había dedicado tantas veces.

La diferencia era que en esta sonrisa no era de importancia, en sus labios algo peligroso y cínico se arrastraba gritando a todo pulmón «¡no me importas!»

En uno de los segundos sus ojos capturaron los míos.

—Eres un ser despreciable —tenía una sensación de vértigo en el estómago—. Lo esperaba de todos, Dan, pero no de ti.

Algo flaqueó en sus ojos y cuando iba a sonreír con insulso Elizabeth alzó su mano con la intención de abofetearme, lográndolo.

La piel de mi mejilla ardió.

—No confíes en nadie —reconoció, Elizabeth—. Todos te traicionan alguna vez.


Me limité a mirarla, a estudiarla y en como dañarme satisfacían a sus iris café hasta un punto en el que brillaban. Dan escondió su rostro en su cuello y aspiró con fuerza para depositarle un beso allí, acarició sus hombros y nos miró. Deseé fervientemente llorar. Quise gritarle todo lo que estaba callando, y que si moría estaría bien pues no dolería, me alejaría de todo lo que suprimía mi vida normal.

Pero al hacerlo no fue el recuerdo de Rayder el que me detuvo, fue uno mío.

Fue un recuerdo fugaz mío: yo sonriendo en un baile. Cada recuerdo feliz de mis vidas pasadas, y me aseguré que si intentaba vivir no iba a ser por Rayder ni por Dan, ni por nadie, iba a ser por mí.

—Púdrete —confesé con firmeza—. Tú y tus seguidores. Escóndete tras tus guerreros y muros. ¿Sabes por qué no has conseguido a alguien que te amé?

—¡Cállate!

—Escondiéndote detrás de mentiras no es bueno —sonreí, arrogante—. Mentir no es bueno.

Cerré mis ojos esperando un golpe que no llego.

—Te dije que no la golpearas, Elizabeth.

Saboreé el sabor cúprico de mi boca intentando no temblar cuando escuche aquella voz. Era firme e impecable la altanería y respeto se expandían por el lugar. Escuchaba los pasos al igual que mi pulso, latiendo fuertemente era un remolino de emociones.

Elizabeth bajo su mano con el sudor frio recorriéndole la frente, observé la palidez de su piel, la cual no había estado allí hace unos segundos.

Un jadeo se me escapo de los labios cuando la vi, idéntica a mí.

—Hermana, tiempo sin vernos. 

***

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