
Capítulo 1: Mi hobbie.
El amor es una estupidez.
Ficción.
El sueño de los ilusos.
Podría seguir todo el día describiéndolo.
Sólo es real en los libros. Al igual que los chicos. No hay manera de que exista el chico perfecto que nos pintan en los libros. Y supongo que para eso están, para hacernos ver lo miserables que somos y darnos cuenta que nunca nos van a pasar todas esas historias perfectas de amor.
Porque no. Nunca te vas a chocar accidentalmente con el amor de tu vida y este te va a ayudar a recoger tus cosas, no. Como mínimo te pedirá disculpas, pero no se enamorarán. Son cosas que pasan en los libros y en nuestra imaginación, y ahí se quedan.
Pero no me malinterpreten. Soy fanática de las historias de amor.
Soy una amante del amor. Y sin embargo soy consciente de que este no existe.
A ver, yo sé que la mayor parte de las historias de los libros son mentiras (por no decir todas), soy consciente de que mis amigos viven en los libros. Y si algún día tengo amigos de verdad probablemente piense que me volví loca y que son producto de mi imaginación. Y ni hablar de tener novio...
Pueden llamarme loca, pero soy una loca feliz.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? Si nos saltamos la parte en la que describo mi aburrida y patética vida, llegamos a mi hobbie favorito. Y el único que tengo.
Me siento bajo el mismo árbol todos los recreos con un libro en la mano. Pero no estoy leyendo el libro, no porque no me interese, sino porque ya lo leí y estoy buscando a algún chico entre toda la panda de idiotas y egocéntricos de mi colegio, que se parezca a algún personaje literario.
He hecho esto desde que tengo memoria y nunca encontré al chico perfecto. ¿Saben por qué? Porque no existen. Así como el amor.
Con 17 años no creo en el amor y tampoco tengo amigos, ¿acaso hay algo más triste?
Aunque si venimos al caso, yo tampoco soy una diosa de la belleza. Mi cabello rojo combinado con mis pecas no son exactamente atractivos. Si no contamos mi metro cincuenta, claro.
Así que todo esto nos lleva a la actualidad.
Sentada bajo el mismo árbol, con un libro sobre mi regazo. Nadie se percata de mí. Nunca lo hacen. Ni me importa, es más, con el tiempo empecé a disfrutar de la soledad.
En este momento estoy buscando a algún chico que se parezca a uno de mis personajes favoritos, Mr. Darcy, por supuesto. Vamos, una misión imposible.
El problema principal podría ser que ya conozco a todos los chicos del colegio. Los he estudiado desde que vengo aquí, y he venido a este instituto toda mi corta vida. Ya nadie me sorprende.
Conozco todas las historias de todos. Todos los grupos, todas las peleas, quien se lió con quien. Todo. La rutina empieza a matar mi mejor y único hobbie. Suspiro y me pongo de pie cuando toca la campana. Más rutina.
Por suerte para mí es la última hora del viernes. Lo que significa que tenemos clase de literatura, lo único bueno en todo el colegio. Eso y el profesor de literatura Monroe. El cual es excepcionalmente bueno conmigo, debe ser porque soy la única que presta atención a sus clases.
Cuando ya estoy en mi pupitre, noto que soy la única sentada, como siempre.
El grupo de Las Rubias pasan a mi lado y me empujan con sus bolsos. Se ríen histéricamente mientras van a sus lugares.
Se preguntarán, ¿Quiénes son Las Rubias? Supongo que ya lo habrán adivinado.
Son las típicas envidiosas y narcisistas del colegio. Las populares. Sacadas directamente de un libro cliché.
Tracy, Tammy y Tiffany. También conocidas como las 3 T, por las iniciales de sus nombres. Pero a mi me gusta decirles las Tres Taradas. No tengo nada en contra de las rubias, pero éstas no son de mis favoritas.
El señor Monroe comienza con la clase y como de costumbre, nadie le presta atención. A veces siento pena por él.
En este momento estamos leyendo libros de mitología. Tema que me encanta. Y me encanta que sea el señor Monroe el que lo enseñe.
Tampoco debería malinterpretar esa última oración. No me gusta, de manera romántica, el señor Monroe, es joven pero no es mi tipo.
Estoy empezando a cuestionar seriamente "mi tipo de chico". Muchos creerán que tengo las expectativas muy altas al esperar encontrar un chico de cuentos (nunca mejor dicho). Pero es así como crecí. Leyendo. Creyendo que podría existir un chico como el de los libros. Porque eso es lo que te hacen los libros, te crean falsas expectativas. Era una ilusa más.
El timbre vuelve a sonar y siento una pizca de tristeza porque me encantan las últimas horas de los viernes y no me gusta cuando terminan.
Decido quedarme hasta tarde en el aula leyendo un poco más. Después de todo en casa no me van a extrañar.
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