El Enigma de la Rosa Negra
- ¿Qué? ¿Cómo es posible? -exclama la hermosa mujer de cabellos largos y espesos del color de la tinta, contrastando su piel clara y ojos semejantes a la esmeralda, echando chispas de irá e indignación - ¿Cómo es posible que esté encinta si ningún hombre ha pasado a mi lecho desde la muerte del rey?
-Me temo que no has entendido, Majestad -murmuro con un tono educado pero sin ocultar lo grave del asunto -Lo qué llevas en el vientre no es un niño: es una entidad maligna que quiere agarrar forma de un ser humano tras intentar el Padre el exorcismo contra esa criatura. Me temo que no ha hecho bien su trabajo en expulsarlo, posiblemente porque es fuerte...
La mujer, ataviada de ropas adornadas de diamantes y perlas que combinan con la corona de oro que yace su bella cabellera, me mira perpleja. La ira desaparece para ser reemplazada por un temor espantoso que quiebra su máscara imperturbable.
-Eso es imposible. Susurra a duras penas.
-Odio decirlo, pero no es imposible: el mal siempre busca la manera de abrirse paso a cualquier ranura para condenar a las almas a la perdición. -le ofrezco una sonrisa para calmarla -Pero tranquila, me haré cargo de esa cosa.
- ¿Y si es en verdad mi hijo?
Niego la cabeza.
-No lo creo, las señales estaban ahí todo este tiempo y nadie se dió cuenta ni siquiera usted: la misteriosa enfermedad que la está atacando desde hace meses es la prueba de que el demonio intenta poseerla de alguna forma, pero también sabe que, en caso de no tener éxito, sobrevivirá a través de su nuevo recipiente.
-Dios mío...
- ¿Puede decirme cómo cayó en la idea de que algo le pasaba para pedir ayuda a la Iglesia?
Porqué es extraño que la Reina haya solicitado al Padre ayuda para tratar una enfermedad que parece tener cura según los doctores, pero por alguna razón ella pidió a la Iglesia que enviaran a su castillo no solo a un hermano en Cristo sino también un cazador de demonios de categoría 3, cuando debían enviar a uno con más explicaciones.
Supongo que para deshacerse de mí.
-Hace unos meses atrás, mi querido sobrino me trajo unas rosas preciosas y exóticas que su padre le compró a un joven florista en la Plaza del Mercado. Unas rosas negras como la tinta, oscuras como el vino, con un olor extraño, dulce, adictivo y elegante que me ayudó a ser el centro de atención en un banquete que celebré con los miembros de la corte. A partir de ahí se convirtió en mi flor favorita, era rara pero bella. Única entre todas. Por ello mandé que sembrarán esas rosas en mi habitación, para verlas al despertar.
<<Ahí fue cuando empezó el desastre -continua ella, atrapada en su relato -hubo un tiempo que no podía mover mi cuerpo, era como si estuviera prisionera en mi propio cuerpo sin capaz de moverme por mucho que luchara, además, sentía que alguien estaba a mi lado, tocando mi piel y haciéndome cosas... indebidas. Luego enfermé. Algunos decían que si tenía cura, y en verdad me encuentro mucho mejor que antes, pero aún sigo enferma, y tenía el presentimiento de que algo más sucedía. Fue entonces cuando uno de los doctores me dijo que algo más sucedía, era como si mi cuerpo estuviera luchando contra la cura. Después consulté a una adivina y ésta me dijo que me están envenenando desde hace meses. El médico me lo confirmó, pero nadie lo sabe, todos creen que me voy a recuperar pero no estaba segura. ¿Quién sería tan osado para hacerlo? Me he cuidado mucho de ello, pero parece que encontraron la forma de hacerlo, solo que no sé cómo. Y ahora dices que no solo voy a morir envenenada sino que también tengo en mi vientre a un demonio que intentó poseerme hace tiempo.>>
- ¿Tiene alguna idea quién podría ser el autor de su envenenamiento?
Ella niega con la cabeza con inseguridad.
-No lo sé, pero estoy segura que las rosas negras son la causa de mi enfermedad también, o así me aseguraron los medicos al hacer unas pruebas a las rosas y dijeron que si olor me hacía daño. Alguien utilizó esas rosas para matarme. Hace tiempo que mandé a vigilar a mís enemigos del extranjero y no hay ninguna pista de que sean ellos. Ninguna prueba. Hasta contraté a un espía para que investigara a cada miembro de mi corte y la única pista que me ha dado es una carta que halló en los aposentos del Lord William, pero la letra no concuerda con su caligrafía. Sea quien sea el autor está dejando pistas al azar para confundirme, porque investigué al padre de mi sobrino y nada. Hasta ahora no tengo una prueba sólida.
Así que no sabe quién es.
Nadie lo sabe.
Alguien usó a esas rosas negras para que a través del olor o contacto enfermara a la Reina, y más estando vulnerable al ataque de un demonio tras un exorcismo fallido.
Un demonio rebelde y una Reina que alguien quiere asesinarla.
Aunque...
Tanto las rosas como el demonio parece estar conectados a la enfermedad de la reina. ¿Acaso la rosa negra está hechizada con algo? Seguramente para eliminar sospechas de que fue asesinada, porque cualquiera puede ser poseído por un demonio pero no todos son capaces de hechizar un objeto que invoque a la criatura para que se rebele aún y con las reliquias sagradas de la iglesia presente.
Un hechizo poderoso.
Una reina moribunda.
Varios sospechosos y un asesino.
Me pregunto quién será.
Me río mentalmente al pensarlo. Tal vez no esté muy lejos del castillo.
- ¿No mandaron a cortar las rosas?
-Contaminaron el resto de las flores y ahora todas se pusieron negras. Y aún mandado a cortarlas vuelven a crecer de un modo anormal.
Claro, el hechizo se transfirió a otras flores y ahora se reproducen más rápido y son más peligrosas todavía. Tras la entrevista empecé a buscar algún indicio de la persona que sería capaz de traicionar a su alteza. Hay varios, pero no fue hasta que por accidente hallé la pista que necesitaba. A la persona. Después de examinar los detalles y los hechos que me relataron tanto la reina como algunos miembros llegué a la conclusión que salvaría a la reina y su pueblo. Lo consulté con el Padre.
Estuvo de acuerdo conmigo.
Luego de planear y repasar los detalles todos llegamos a la respuesta que necesitábamos.
Un día soleado, la reina, en compañía del Padre y los miembros de la corte junto a unos civiles del pueblo, todos ellos presentes ante ella, exigió la presencia de un sirviente de tez morena, alto y delgado, con ojos grandes y oscuros mirando confuso a su alrededor. La reina, mirando con expresión furiosa al pobre hombre, sin imaginar que una carta, un testigo, y una rosa negra sería su condenación.
-Hace meses atrás unas rosas negras llegaron a mi palacio por medio de mi querido sobrino y su padre -la ira marcaba sus bellas facciones -unas rosas raras que, en mi ignorancia, casi me matan por una recomendación que usted dió. Y no solo intentó envenenarme por medio de las rosas, sino que a través de esas rosas lánzaste un conjuro para atraer al demonio que el Padre me liberó hace tiempo, por causa de ello enfermé gravemente. Todo y por su culpa.
El hombre tartamudea, pidiendo clemencia, afirmando no ser el responsable.
-Enviaste una carta a uno de mis enemigos y te quedaste con una copia, afirmando que hiciste lo que pudiste para envenenarme para que tras mi muerte mi reino fuera invadido por sus tropas. Ni siquiera eres de este reino, eso lo explica. Y tengo por testigo que usted le insistió al hombre comprar esas rosas pese a que había más flores. Confiando equivocadamente en ti. Usando una rosa negra como el medio para asesinarme según lo que investigó los detectives.
El hombre se queda mudo de horror.
- ¿Últimas palabras?
-No fui yo, se los juro. No fui yo.
-No es lo quería oír. Murmura la reina, dando una señal a uno de sus verdugos para cortar sin dificultad su cabeza, salpicando sangre carmesí a las bellas alfombras que cubren la rica cerámica.
Después de ese día, la reina me recompensó por haberla ayudar a descubrir al responsable qué intentó matarla. Todos conocieron mi nombre. Gracias a la reina y al Padre mi situación mejoró.
Pensando en estas cosas, contemplo a la luna llena que admira la belleza de la rosa negra que yace en mi cama.
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