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CAPÍTULO 14 - DOMINGO



No puedo respirar. Siento una gran presión sobre mi pecho, como si me hubiesen golpeado o como si estuviera a punto de ahogarme. Intento tomar una bocanada de aire, pero apenas si logro obtener lo suficiente como para no tener un ataque de pánico.

Abro los ojos, medianamente despabilado, ¿dónde estoy?

Tardo algunos segundos en darme cuenta que no me encuentro en mi habitación, en mi hogar. La luz de la mañana entra a través de las cortinas blancas traslúcidas a mi derecha, no necesito girar la cabeza para verlas porque el ventilador de techo las hace oscilar dentro de mi campo visual.

La opresión vuelve a molestarme, me sacudo un poco y noto que lo que siento es un peso real. Sin sentarme todavía, alzo la cabeza ligeramente y noto que Moe duerme encima de mí, acurrucado con todo su peso justo sobre mi pecho.

¡Estoy en la cama de Matías!

Me sobresalto. Busco al chico de las mil gorras con la mirada y lo hallo pronto en el extremo opuesto. ¿Qué hace aquí? Anoche me dijo que dormiría en el sillón... incluso lo vi recostarse allí con una manta.

¡¿Por qué lo tengo a mi lado?!

Todavía dormido, Matías se ve chistoso. Está bocabajo con el rostro casi completamente aplastado contra su almohada. Con un brazo rodea a Larry como si fuese un osito de felpa; creo que el otro brazo cuelga al costado de la cama. Tiene la manta enredada entre sus piernas y llego a ver que lleva solo un calcetín.

No tiene camisa. Su piel desnuda está a pocos centímetros de mí. Su pecho sube y baja, rítmico y pausado, mientras duerme. Se nota que ha sido cuidadoso de dejar tanto espacio como pudo entre ambos para no molestarme. No sé si eso me alegra o si me decepciona.

Acaricio la cabeza de Moe con cuidado. Quiero que se levante porque es muy pesado, pero tampoco desearía sobresaltarlo y despertar a Matías.

El gato ronronea sobre mi pecho, disfruta de la atención por algunos minutos antes de levantarse y caminar por encima de mí, cada paso que da me duele. Se estira, calmado, con sus dos patitas frontales sobre mi barbilla y luego se acomoda en la almohada junto a mi cabeza.

Por fin puedo respirar, creo. Me resulta casi imposible mantener la calma cuando estoy recostado en la misma cama que el chico de mis sueños. Aunque no haya sucedido nada, aunque haya distancia entre nuestros cuerpos.

Ahora que tengo el privilegio de respirar, siento su aroma en las sábanas, lo aspiro. El desodorante que siempre lleva puesto se ha impregnado en la habitación y me vuelve loco. Creo que es menta con pino, pero no estoy seguro.

Me giro con cuidado de no mover demasiado el colchón. Apoyado de lado, finjo dormir mientras lo observo. ¿Así se siente el amor? En las películas muchas veces hacen hincapié sobre lo hermoso que es levantarse junto a alguien especial y... ¡uff! ¡Qué cierto es! Quisiera poder abrir los ojos y encontrarme con él todas las mañanas.

Me pregunto qué hora es, si mi madre me habrá escrito, si estará enfadada. Dejé el teléfono en su cargador en la cocina así que tendría que abandonar la habitación para averiguar todo aquello y, a decir verdad, no tengo ganas de hacerlo todavía.

Si pudiera congelar el tiempo en este instante, sería inmensamente feliz.

Matías se mueve un poco en sueños, su rostro queda al descubierto frente al mío con una suave sonrisa que, desde mi perspectiva, es angelical. Sé que él es un chico común, con un rostro común y que duerme como cualquier otro. Pero cuando yo lo veo, todo eso se esfuma porque, para mí, Matías es especial. Es perfecto.

Tengo los ojos apenas entreabiertos para observarlo con disimulo. De esta forma, si se despierta, no notará que lo miro. Cuando pienso en lo que hago, me siento un acosador, ¡pero no puedo evitarlo! Todo en él me hipnotiza.

Pasados algunos minutos, Larry se despierta. Escapa del abrazo sin ningún cuidado y camina hacia el rostro de Matías. Lo analiza por apenas un instante antes de morderle la nariz. Contengo una carcajada.

Larry maúlla y vuelve a morderle la punta de la nariz. Luego, va por la oreja. Creo que tiene hambre.

El chico de las mil gorras lo empuja con el brazo, sin abrir los ojos. Murmura algo, un gruñido ininteligible, e intenta seguir durmiendo, pero el gato no se rinde. Pone una patita sobre la mejilla de Matías y vuelve a maullar con insistencia.

Si no reacciono yo también, será obvio que finjo.

Suelto un suave quejido y me muevo apenas.

—Miauuuu —enfatiza Larry.

Pronto, Moe se le une. Se levanta y camina hacia Matías, le lame la frente y maúlla una y otra vez hasta que el chico por fin abre los ojos.

—Ya voy, ya voy —promete, pero se cubre la cabeza con la almohada e intenta seguir durmiendo.

Ahogo mi risa.

No muy lejos, escucho que Curly se aproxima desde algún otro rincón del departamento; el cascabel en su collar lo delata. ¡Estos tres gatos son unos malcriados!

Con el trío maullando a su alrededor, Matías no tiene alternativa. Estira su brazo en mi dirección como si quisiera alcanzar algo, su mano roza mi hombro y se sobresalta.

Creo que acaba de recordar que me encuentro a su lado, porque se sienta de inmediato y me observa. Sonríe adormilado mientras se frota los ojos.

—Perdona si te desperté —susurra entre bostezos—. O si los gatos te despertaron, son insoportables en la mañana.

Me estiro en la cama por fin.

—No hay problemas, yo soy quien debería disculparse por usurpar tu apartamento.

—Para nada, eres mi invitado —insiste—. ¡Y qué vergüenza! Me vine a dormir aquí sin avisar, es que soy muy alto para el sillón y mis piernas me molestaban; espero no haberte molestado u ofendido.

—Es tu cama —respondo con vergüenza—. Puedes utilizarla cuando quieras, ¿sabes? No necesitas mi permiso. En todo caso, yo debería haber tomado el sillón.

—¿Qué clase de anfitrión sería si te hiciera dormir tan incómodo?

Noto que, si no lo detengo, la discusión sobre culpas va a continuar por un largo rato. Me incomoda un poco la situación, por ello decido cambiar de tema.

—Si no les das comida pronto, creo que despertarán a todo el edificio —señalo a los gatos.

—Tienes razón.

Me encierro en el baño mientras Matías prepara el desayuno/almuerzo. Es casi mediodía, la lluvia desapareció aunque todavía se ven algunas nubes en el cielo. Mi madre no parece estar enfadada, pero me pidió que le avisara cuándo pienso regresar. Es un alivio.

Todavía siento escalofríos al pensar que me quedé a dormir en el departamento de Matías, que dormí en su cama, a su lado. Que él fue lo primero que vi al abrir mis ojos... bueno, en realidad lo segundo o lo tercero después de las cortinas y el gato, pero casi.

Me muerdo el labio inferior, estoy feliz y triste a la vez. Me enloquece saber que existe un vínculo entre nosotros, pero me aterra pensar que él no siente lo que yo y que, si le dijera lo que pasa por mi mente, no habrá jamás otra noche similar.

Una parte de mí desea arrojarse sobre él y robarle un beso, decirle que estoy enamorado. Sueño con poner mis brazos alrededor de su cuello, con sentir los suyos sobre mi cintura. Me encantaría quedarme a dormir en su apartamento cada fin de semana, despertar entre sus cálidos brazos y cocinar juntos algo para comer.

Otra parte de mí teme que cualquier paso en falso delate lo que siento y que eso lleve a una inevitable separación. Al odio, al asco, al rechazo. Si Matías no me corresponde, perderé lo que tengo ahora, los momentos que atesoro. Ya no será mi personal trainer ni me invitará a ver películas.

¿Qué debería hacer? ¿Arriesgarme a descubrir su cariño o perderlo todo en el intento? ¿Conformarme con lo que tengo porque un poco es mejor que nada?

Tengo miedo.

Estoy feliz.

Estoy aterrado.

Tengo un nudo en la garganta y una piedra en el corazón.

"Maripositas de mi estómago, quisiera que pudieran hablar y decirme qué demonios hacer", me digo con sarcasmo.

Por ahora, y solo por ahora, creo que lo mejor será dejar que él lleve las riendas de nuestro vínculo. No daré un paso al abismo hasta no tener la certeza de que podré sobrevivir a la caída.

"¡Matías! ¡Dame una señal!" ruego.

Después de que un vecino muy amable nos ayudara a encender el vehículo, Matías me lleva hasta mi hogar.

Conduce con ambas manos sobre el volante y tararea la canción que suena en la radio, creo que es una de Queen. Hemos hablado poco desde que dejamos su apartamento y no sé si eso es porque él ha notado lo que siento o porque le molesta tener que llevarme a todos lados, debe pensar que soy un niño.

No me atrevo a preguntarle qué ocurre porque sé que intenta disimularlo con sonrisas y algún que otro comentario casual.

¿Habré hecho algo que le molestara?

Cuando por fin alcanzamos la puerta de mi casa, Matías detiene el vehículo y suspira. Está lloviznando un poco otra vez.

—Gracias por mostrarme los juegos —dice, amable aunque un poco distante. O, al menos, así lo percibo yo.

—De nada, gracias a ti por la película y por no hacerme dormir en los pasillos —bromeo.

—¿Crees que... quisieras repetir la salida el próximo fin de semana? —pregunta, dudoso—. Prometo que tendré más cuidado con el auto y que no preocuparé a tu madre. Espero que no me odie por haberte retenido, ni siquiera me conoce.

Mis hombros se relajan, su último comentario sonó mucho más natural.

—Cuando quieras —suelto sin pensarlo—. Yo también me divertí mucho, y tus gatos son adorables. Algún día te presentaré a Tobías. Es más... —Me asomo por la ventana y sonrío al ver que mi mascota está sentada en el alféizar de mi habitación—. Mira, allí está.

Matías sonríe. Se quita el cinturón de seguridad y se aproxima a mí. Demasiado cerca, más que nunca. Apoya su pecho contra mi costado y busca con la mirada la silueta del gato. ¡Sí que ama a los animales!

—Creo que te está esperando —bromea él, todavía contra mi cuerpo; ejerce un poco de presión, pero no me molesta.

Siento mi corazón agitado, las mariposas histéricas dentro de mí y, de fondo, suena la canción Bésala de La sirenita en mi cabeza. Mal momento para eso.

—Lo dudo, debe estar buscando aves. Le encanta mirarlas por la ventana y tratar de alcanzarlas a través del vidrio, es medio bobo —bromeo.

Matías ríe, todavía tiene la mirada puesta en Tobías. Siento su aliento cerca de mí, me estremezco un poco.

—Ve a darle cariño, que de seguro se pondrá celoso cuando note que lo engañaste con otros gatos. —Matías por fin se acomoda en su asiento con normalidad.

—¡Ni que le hubiera sido infiel! —Sonrío—. Tenemos una relación humano-gato muy libre. Puedo acariciar a otras mascotas siempre y cuando no las traiga a casa.

Ambos soltamos una carcajada ante mi comentario.

—¿Así que te gustan esa clase de relaciones? No te imaginaba tan liberal.

¿¡Qué?! No, no yo no hablaba de eso, ¿por qué Matías me cambió de tema? ¡Qué incómodo! Espero que no piense cosas horribles de mí, o que se crea que salgo con mucha gente al mismo tiempo porque es algo que yo no haría. Si a otros les agrada, es su problema, pero yo tengo mi sueño de cuento de hadas con el chico perfecto a mi lado y solo para mí.

—¡Jamás! —Me apresuro a contestar—. Mi relación con los gatos no tiene similitud alguna con mis preferencias a la hora de pensar en humanos. —No sé ni lo que acabo de decir, ¿tiene lógica?—. No es como si supiera mucho sobre esas cosas pero... —hablo con cierto nerviosismo—, pero sería incapaz de enamorarme o de salir con más de una persona a la vez.

Me aseguro de usar una palabra muy general, porque "persona" puede referirse a chico o a chica. Uno no escoge esa clase de cosas, el amor llega cuando tiene que llegar y por quien sea que lo merezca, más allá de su género.

—¿Y tú? —añado para romper el pequeño silencio que dejé al final—. Tienes que repartir tu amor entre tres gatos, ¿también haces eso con tus amores? —Hago todo lo posible por lograr que esto suene como una broma.

Matías sonríe, creo que no me he delatado.

—Para nada. Coincido contigo, las mascotas y los humanos no funcionan de la misma forma. Aunque a veces creo que los gatos saben amar más que nosotros... —Hace una pausa—. Lo siento, es que tuve una mala experiencia hace algunos meses, no me hagas caso.

—Lo lamento, no quise meterme en tu vida privada. —Me disculpo.

—No lo hiciste, es que yo suelo hablar demás —asegura, sé que es cierto—. Tú no tienes la culpa de que mi ex sea la persona más malvada del universo.

Quiero saber más, quiero conocer su pasado, sus intereses. Necesito que me confirme si su antigua pareja es un chico o una chica, pero hasta ahora no me ha dado ni una señal al respecto, maldita sea.

Un relámpago suena en la lejanía, en el sonido Matías encuentra la excusa para el adiós.

—Lo mejor será que entres a tu casa antes de que la tormenta empeore —sugiere.

—Sí, tú deberías regresar a tu hogar antes de que se inunden las calles también —afirmo.

—Te veo en unos días, Gaby —saluda él, posa su mano sobre mi hombro—. Me he divertido mucho, ya coordinaremos para otro fin de semana.

—Me parece perfecto, nos vemos pronto. Gracias de nuevo por todo. —Me quito el cinturón y abro la puerta para abandonar el vehículo—. Me agrada pasar tiempo contigo —susurro antes de descender.

Esa es mi forma de dar un pequeño paso. Ni siquiera sé si me habrá oído porque cierro a mis espaldas y troto hasta el umbral de la casa sin aguardar por una respuesta.

Me volteo mientras busco las llaves en uno de los bolsillos de mi pantalón. Matías me sonríe, sus ojos brillan dentro del vehículo. Agito mi mano libre y abro la puerta.

Home, sweet home.

—¿Quién es ese chico? —pregunta mi mamá apenas alcanzo la cocina—. ¿Es un compañero nuevo? Creo que no lo he visto cuando tus amigos vienen a casa de vez en cuando.

¡Espero que no me toque tener una conversación incómoda con ella! No sé si aceptaría que le dijera lo que siento por Matías. Mi mamá siempre ha sido muy abierta de mente, acepta a todos por lo que son. Pero sé que muchas personas que parecen comprensivas con el mundo luego no aceptan cuando el "bicho raro" es parte de su familia.

Por ahora, lo mejor será restarle importancia a mi relación con Matías.

—Es un amigo del gimnasio —admito, esto no es mentira—. Hace meses que nos conocemos, tenemos varios intereses en común y por eso decidimos juntarnos en su casa.

—Espero que sus padres no se hayan molestado mucho al tenerte de improvisto, la próxima vez que vayas, lleva un pastel o algo —sugiere ella.

—Él vive solo —respondo—. Es un par de años más grande que yo.

—Ahhh, me alegra que tengas cada vez más amigos, solo ve con cuidado que en estos días no se puede confiar en extraños. —Dicho esto, mamá se voltea y continúa con sus quehaceres, su curiosidad está satisfecha.

—Lo sé, má. Por eso no quise ir a su casa antes, confío en él.

Comienzo a caminar hacia las escaleras para ir a mi habitación. Necesito con urgencia una ducha de esas que toman casi una hora y que me permiten reflexionar sobre todo lo que pasó el fin de semana.

—¿Cómo se llama? —grita mi madre al notar que no mencioné su nombre.

—Matías —contesto a lo lejos y me apresuro. No quiero más interrogatorios.

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